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Sobre ETA y el MLNV

SÁEZ DE LA FUENTE ALDAMA, IZASKUN, El Movimiento de Liberación Nacional Vasco, una religión de sustitución, Bilbao: Desclée De Brouwer-Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao, 2002, 312 págs. ISBN 84-330-1664-4.


El libro de la socióloga Izaskun Sáez de la Fuente constituye un trabajo a caballo entre la investigación sociológica, el análisis histórico y la proyección de la imagen del MLNV en función de una hipótesis reflejada en el prólogo: “el que la izquierda abertzale haya funcionado desde su nacimiento, como una comunidad creyente con su propia doctrina, su sistema de valores y referentes de legitimación y sus mecanismos de socialización y de reproducción intergeneracional” (p. 29). A pesar de su parte histórica y a pesar de que no desdeña los aspectos políticos y estratégicos del movimiento, la autora se centra principalmente en el universo simbólico que acompaña al MLNV ya que, según ella, es la fuente de su convicción última. Las referencias simbólicas, los rituales, la transferencia de sentimientos de una época y de una organización a otra, la nueva cotidianeidad, la sustitución de valores: estos son los temas comunes que encuentran en el trabajo de la socióloga bilbaína una nueva formulación.
El libro consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera parte se plantea un ver general y metodológico del problema en función de dos temas: la formulación del nacionalismo en las sociedades modernas y las vicisitudes de la transferencia y transformación de lo religioso con el surgimiento de este fenómeno. Esta parte, como dice la autora, “culmina con una conceptualización de la nación en términos de identidad y de poder, sitúa el factor identitario su potencial transcendente y clasifica los nacionalismos según el criterio de la relación existente entre religión nacional y religión sobrenatural para encuadrar en modelo de la IA (izquierda abertzale)” (p. 29). Se trata de comprobar como los aspectos que antes eran monopolio de la religión o de la Iglesia (el carisma, el ritual, el dogma, la calificación de hereje, la definición de pureza, la doctrina moral o código de normas) son aprehendidos por las realidades políticas surgidas de los nacionalismos, que son considerados por ella como “el rostro moderno de la religión”. “La idea de comunidad religiosa se transforma en comunidad nacional” (p. 61). La autora describe un marco conceptual basado en las aportaciones de la sociología weberiana y durkheimniana, dándoles valor universal.
La parte, a mí entender, más valiosa del libro, es aquella que se dedica a analizar la evolución del MLNV respecto al nacionalismo histórico (PNV o EA) en términos de cuestionarios sociológicos. En esta parte, la autora analiza tres aspectos: la vinculación con la religión cristiana o católica y/o sus valores religiosos; la perspectiva de izquierda/derecha, revolución o no, uso o no de la violencia y de formas ilegales de actuación; y, finalmente, los niveles de adscripción o identificación respecto a lo vasco y a sus rasgos culturales (euskara) o políticos (autodeterminación, estatuto). La socióloga muestra de forma palpable la línea de separación entre las bases sociales del MLNV y del nacionalismo histórico en la mayor parte de las cuestiones. Es decir: que “la comunidad creyente” que ella dice formar el MLNV se encuentra, a nivel social y político, en ruptura y separación respecto al nacionalismo histórico.
El aspecto más flojo del trabajo de Sáez de la Fuente lo constituye su intento de compatibilización entre esa hipótesis, la de el MLNV como comunidad de creyentes, y la estrategia y la ideología marxista-leninista que posibilita la creación de un movimiento como el que nos ocupa. Por ejemplo, cuando la autora afirma que la autodisolución de HASI, partido de KAS, en 1992, “tiene lugar en el momento en que se erosionan gravemente los principios marxistas que habían inspirado, en un sentido amplio, su creación e inserción dentro del movimiento”. Y para demostrarlo nos trae esta cita: “[el marxismo], plenamente vigente para ayudarnos a comprender la naturaleza de las diferentes contradicciones que recorren a nuestro pueblo, precisa no ser interpretado en clave lineal (...) y estar abierto a innovaciones de muy diversa índole (...) la eliminación de etiquetas, adjetivos y calificativos (...) son ejemplos significativos de este enriquecimiento teórico”. La socióloga vizcaína interpreta la remodelación y readecuación del marxismo a un mundo post-socialismo real como una dejación de principios, en contradicción flagrante con su propia cita. No es este el único ejemplo de contradicción. El MLNV queda, así, planteando desde un modelo estático, que entra en contradicción con la dinámica de constante adaptación y remodelación que le ha caracterizado desde su nacimiento.

SÁNCHEZ-CUENCA, IGNACIO, ETA contra el Estado. Las estrategias del terrorismo, Barcelona: Criterios-Tusquets, 2001, 269 págs. ISBN 84-8310-783-X.


Esta obra pertenece a un género que, a principios de la transición o a fines del franquismo, tenía gran aceptación y que luego la ha ido perdiendo: el análisis estratégico de ETA. Los trabajos que en aquella época tocaban ese tema eran de carácter político, referidos al periodo de efervescencia que acarreaba la transición. El de Sánchez-Cuenca investiga la estrategia de ETA, añadiendo su propia perspectiva política. Se trata de un trabajo a caballo entre este género y el análisis histórico, habida cuenta que el autor es historiador académico.
Dos son, a nuestro entender, las aportaciones más relevantes del trabajo; la primera, el esfuerzo de racionalizar desde una perspectiva de estrategia la violencia de ETA; ello lleva al autor a desechar gran parte de las teorías que se han elaborado acerca de la organización armada en tanto declarar que el fin político de la organización no es el prioritario; su crítica a estas teorías resulta muy positiva, al localizar el elemento de estrategia política que se estaba arrumbando en función de ideas sobre ETA que rozan lo descabellado. Segundo, la metodología que usa para dar convicción a la admisión de esta racionalidad, la teoría de juegos, permite plantear esa hipótesis desde los parámetros de un modelo de objetividad, que sirve para la guerra, para el comercio y para el juego, y comprobar hasta que punto una evolución supeditada a los vaivenes de los tiempos y a los matices de las situaciones particulares puede encuadrarse dentro de esa teoría objetiva.
El libro consta de numerosos diagramas, esquemas y periodizaciones mediante los cuales pretende abstraer de lo concreto una esencia continua y verificable de un camino proseguido. En el apéndice B del libro se recoge el modelo formal de guerra de desgaste según Fudenberg y Tirole (p. 258-9). Se trata así de plantear diferentes modelos de estrategias, con sus graduaciones y estadios intermedios, y hacerlos moverse en una combinatoria que de un resultado plausible.
La teoría de Sánchez-Cuenca se basa en el seguimiento de la estrategia de “guerra prolongada y de desgaste” de ETA a lo largo de su historia: “ETA no busca la negociación con el Estado, sino que el Estado desista. El asunto de la negociación es totalmente secundario y no refleja la lógica que subyace en la guerra de desgaste que enfrente a ETA con el Estado” (p. 108). Esta estrategia continuada a llevado a que “cada nueva etapa ha marcado un retroceso en las expectativas y aspiraciones de la organización terrorista” (p. 49).
Si bien este libro posee aspectos muy positivos (sobre todo poner en el centro de la cuestión la racionalidad de la estrategia política de ETA) también tiene lagunas evidentes. El autor analiza a ETA desgajado del conjunto del MLNV. Por tanto, al tratar de calibrar el efecto de su estrategia pierde la perspectiva de la acción política que llevan los organismos políticos y sociales del movimiento y que va a la par de la acción militar, y política, de la organización armada. La teoría de los juegos, si bien tiene la virtud de plantear un juego de fuerzas, no se corresponde con la teorización estratégica inmanente a ETA, cuya alusión a la “guerra prolongada y de desgaste” es derivación de la metodología de la “guerra popular” aceptada y llevada por la organización armada desde su V Asamblea y que a su vez se deriva de las teorizaciones político-militares de Mao Zedong. Su análisis del proceso de Lizarra también es erróneo. Mientras ve una incoherencia entre la etapa marcada por la ponencia Oldartzen (1993) y el proceso de Lizarra (1998) la propia ETA ve una continuidad entre ambas. ETA ve la tregua como un medio de concreción de su Alternativa Democrática, mediante iniciativas parainstitucionales como Udalbiltza y mediante acciones de movilización en la base con PNV y EA, al contrario de lo que dice nuestro autor. Sánchez-Cuenca piensa que si el PNV y EA hubieran aceptado la propuesta de ETA de agosto de 1999, la tregua se hubiera prolongado. Lo que pasa es que no tiene en cuenta la propia naturaleza de la propuesta, que, desde sus coordenadas de maximalismo aparentemente nacionalista (el inicio de un proceso constituyente para los 6 herrialdes de Euskalerria) estaba hecha para ser rechazada y para justificar un retorno a la lucha armada.
Todo ello hace que Sánchez-Cuenca agote su análisis precisamente en el momento en que ETA rompe la tregua e reinicia su andadura. “Por primera vez en su larga historia, ni ella misma sabe muy bien qué pretende conseguir con sus crímenes. En principio, esto es un síntoma de una pronta desaparición. No obstante, sería demasiado arriesgado asegurar que el fin de ETA se producirá en breve”. El autor proyecta su perplejidad ante el nuevo escenario más que reproduce la estrategia de ETA. En definitiva, la impotencia de su propia hipótesis para adaptarse a la realidad que pretende describir.

DOMÍNGUEZ, FLORENCIO, Dentro de ETA, la vida diaria de los terroristas, Madrid, Aguilar, 2002, 305 págs. ISBN 84-03-09276-B.


Este libro constituye una crónica de las diversas historias de las personas que forman parte de la organización ETA en la actualidad. Es un relato general de diferentes relatos personales. El autor ya escribió otros dos libros de diferente carácter aunque referidos al tema: ETA: estrategias organizativas y actuaciones, 1978-1992, y De la negociación a la tegua, ¿el final de ETA?. El primero de ellos constituye un sumario de la historia de la organización y el segundo su corolario en forma de hipótesis política.
El libro no tiene bibliografía ni recuento de fuentes, aunque en la contraportada se nos habla de que “penetra en el interior de la organización terrorista a través de documentos de los propios etarras –informes secretos de la organización, cartas intercambiadas entre activistas, diarios personales... muchos de ellos inéditos, redactados con un alto grado de sinceridad y espontaneidad”. En efecto: desde el ordenador incautado a José Luis Alvárez Santacristina, Txelis, Jefe Político de ETA en 1992 –que poseía más de 40.000 folios- hasta el diario de la militante de ETA Begoña Sánchez del Arco –fragmentos de los cuales ya había aparecido en la prensa- donde cuenta la vida de los militantes “quemados” de la organización, todo tipo de documentación interna y personal es utilizada. Dice el autor: “La columna vertebral de ETA no son las armas ni el ardor guerrero, sino el papel (p. 217). Y es que ETA constituye principalmente un ente burocrático, un gestor de una determinada actividad, en este caso la lucha armada, para la cual la comunicación interna y externa posee un extraordinario valor. No olvidemos tampoco la vocación de “administración paralela” que posee ETA. El ordenador incautado a Txelis, “contenía una parte considerable de archivos de contenido político, listados de empresarios sometidos a extorsión, correspondencia interna de la banda terrorista, material propagandístico, listados de atentados, cartas personales, etc” (p. 226).
Además de los diarios y de textos políticos e ideológicos, caben destacar los intercambios de cartas de diversos militantes con la cúpula de la organización (en el caso de Urrusolo Sistiaga, en el caso de Carmen Guisasola) donde mejor podemos medir el pulso humano que recorre las comunicaciones internas –con su exigencia implacable de crítica y autocrítica- y los textos alucinantes donde el militante de turno, enloquecido por la presión de la vida en la clandestinidad, da cuenta de su paranoia. De todas maneras, el uso de tal corpus bibliográfico resulta bastante limitado y, sobre todo, centrado en el tema del libro: la vida cotidiana del militante de ETA.
Este libro posee la visión más reciente que tenga noticia de la vida interna de la organización, de sus personas relevantes y de su dinámica. Decir que nos pone al día sería exagerar, ya que cabe decir que se nos narra la penúltima hora de la organización. La entrada de la nueva militancia de la kale borroka, la reorganización de ETA durante la tregua y los nuevos usos para la etapa de ruptura de la tregua, no tienen apenas cabida en el libro. Pero hay una serie de cuestiones que poseen valor permanente: el papel de la cúpula, las formas de organización derivadas de los partidos comunistas clásicos (la cooptación, la crítica y la autocrítica...), los contactos internacionales (que dejan en mal lugar la teoría del nazismo de ETA), etc.
La visión de la cotidianeidad de la organización armada está contrastada con una numerosa e inédita documentación que capta a la perfección el pulso de las relaciones personales dentro de la misma. Es coherente, también, con otros testimonios, como el de Soares Gamboa, y la imagen que se deriva de ello es muy poco atractiva: una organización con doble rasero para los militantes de base y los de la cúpula, con un uso de la disuasión interna permanente, con una preocupación por su base militante, ya en la cárcel ya fuera del circuito del activismo, muy precaria. Y, además, resulta que no existe épica alguna, ya que ETA es una máquina burocrática, una red de mensajes, un cruce de instrucciones y de documentos, con todas las lacras de administraciones llevadas en condiciones de clandestinidad.
Dos son, a nuestro entender, los puntos críticos más evidentes: 1) Plantear a ETA fuera del MLNV, del círculo de adherentes que se vislumbra, pero no se ve, de solidarios, madrassas, gaztetxes, y grupos de Jarrai de donde sale la militancia y los grupos de apoyo; en fin, el cosmos social del que deriva ETA y su ajuste con la estrategia y la militancia general del MLNV. 2) Plantear a ETA como a una organización chapucera. ¿cómo es posible que haya sobrevivido tanto e influya tanto en la sociedad vasca y en la política española si es así? Lo que habrá que ver es como es posible que una organización tan sujeta a los fallos y a las caídas pueda seguir manteniéndose. Y está claro que si no es por la existencia general del MLNV y por la estrategia que plantean no sería así.
Florencio Domínguez subestima el carácter ideológico y estratégico de la organización, sin el cual la pura descripción de su funcionamiento puede reducirse a una visión de anecdotario. ETA tiene en su haber el éxito de continuar llevando su lucha armada durante unas cuantas décadas y, además, de tener al lado todo un conjunto de organismos políticos y sociales que hacen de apoyo logístico, político y moral. Omitir toda esta realidad deja coja la visión, por otro lado útil y remarcable, que aporta este libro.

ONAINDIA, MARIO, Memorias (1948-1977), Madrid, Espasa, 2001, 636 págs. ISBN: 84-2939-5461-7.


Estas memorias de Mario Onaindia constituyen un ejercicio peculiar. Nada más largo que el viaje ideológico que le lleva desde la cúpula de ETA y desde uno de los partidos derivados de la misma a la dirección del PSOE. Onaindia, sin embargo, razona en estas memorias como si lo hiciera desde la estricta contemporaneidad de lo que va narrando. Es un testimonio interesante, pues contrasta de forma viva con los análisis de muchos de los académicos que tratan el tema.
En primer lugar tenemos a un Onaindia que en su casa nunca había oído hablar de Sabino Arana, pese a tratarse de una familia nacionalista (p. 180). La referencia nacionalista era José Antonio Agirre, el lehendakari en el exilio, el lehendakari que lideró al Gobierno Vasco durante la Guerra Civil. Su actividad en el campo de la agitación nacionalista (perteneció a Euzko Gaztedi, organización juvenil del PNV) y el sindical, le lleva a cuestionar las dos referencias históricas de la política antifranquista, al PNV y al PSOE, por considerar que mantenían una mera política testimonial de ver morirse al régimen. El joven Onaindia queda prendado por los nuevos sujetos surgidos en el interior de Euskadi, CCOO y ETA, que son más combativos, y que, sobre todo el segundo, contemplan una estrategia de destrucción del propio régimen: “Aquella gente de ETA andaba buscando otra Euskadi y, encima, se estaba jugando el pellejo en esta tarea porque a la vez habían encontrado la respuesta a la cuestión fundamental: como combatir al franquismo durante todos los días de nuestra vida... Cualquiera que intentara vender la expectativa de que el régimen pudiera evolucionar de una manera tranquila a la democracia no solo era un estúpido, sino que se convertía en cómplice de la dictadura franquista” (p. 229-30). En toda esta reflexión coincide con otras análogas contemporáneas expresadas por José Antonio Etxebarrieta y otros líderes de la organización. ETA surge como un modo específico de acción en contra del régimen de Franco, un modo que busca un vuelco revolucionario en la situación y que se aleja de los partidos históricos por esa misma determinación. Y se acerca a las nuevas formas de acción antifranquista, como la que llevaban las recién nacidas CCOO, con las que ETA pactó una colaboración en el terreno sindical (p. 250).
Tal determinación tiene su referencia internacional en las luchas revolucionarias que iban extendiéndose a lo largo de la década de los 60. Para Mario Onaindia, así como para ETA, el Che Guevara fue esa referencia, ese ejemplo humano que había que seguir: la demostración de que la revolución no era un ente previsible sino fruto del sacrificio de las personas por esa idea en cualquier parte del mundo en que se encontraran (p. 252-6). A todo esto, cuando Mario Onaindia entra en ETA el nombre de Sabino Arana ni se menciona y se plantea claramente su naturaleza marxista-leninista con motivo a su V Asamblea (p. 248-9). Y es que en toda la reflexión de Onaindia oímos vibrar el antiguo concepto marxista de la primacía de la práctica, la práctica como determinación de destruir lo estatuido. El voluntarismo de ETA, razona Onaindia, era lo más revolucionario en un mundo donde las determinaciones estaban castradas: “las revoluciones siempre habían estallado como excepciones y no como la regla” (p. 321). Hablamos del periodo de estabilización del franquismo, su calma chicha, el momento que media entre el fin de la represión de la postguerra y de la etapa ideológica del régimen y los fulgores del final del franquismo, cuando este puso en marcha toda su maquinaria represiva merced a la agitación política en la que ETA tendría un papel primordial. Escuchémosle: “Nuestro sacrificio, nuestra propia muerte era la razón última que legitimaba y justificaba nuestra postura. Podíamos pedir e incluso exigir sacrificios a la gente porque nosotros éramos los primeros en sacrificarnos. Y nuestro sacrificio llegaba al máximo al que puede llegar un revolucionario. En un doble sentido, en primer lugar, porque estábamos dispuestos a entregar nuestra vida. Y en segundo lugar, porque nos entregábamos por algo que para un revolucionario podría ser más valioso incluso que la vida pero que a nosotros, en cuanto rebeldes, nos mostrábamos dispuestos a entregar en aras de la libertad del pueblo: nos inmolábamos para que el propio pueblo despertara y tomara en sus manos sus destinos, los cuales nosotros no nos atrevíamos a cerrar, ni siquiera a determinar (...) El propio término “terrorista” no sonaba mal a nuestros oídos... Al contrario, para mí, al menos, tenía una connotación precisa: la proveniente de los grupos rusos que con su sacrificio prepararon el camino y las condiciones sociales para que surgieran los bolcheviques”.(p. 252-6).

Onaindia comenta también la admiración que sintió, con algunos compañeros de ETA, en la contemplación del filme del Doctor Zhivago, por la figura arquetípica del revolucionario comunista, Strélnikov, aquel que, en la novela de Boris Pasternak, llega a decir algo tan parecido a lo de Onaindia: “Hemos tomado la vida como una campaña militar, hemos removido montañas por aquellos a los cuales amamos. Y, aunque sólo les hayamos aportado infortunios, no les hemos inferido ninguna ofensa porque, si son mártires, nosotros lo somos más que ellos.”.


Los esfuerzos de la organización armada se encauzaron por dos caminos: crear organizaciones civiles y políticas más allá de la lucha militar y en complementariedad con esta y provocar, con las acciones armadas, las respuestas represivas del régimen, de tal manera que tras cada oleada represiva afluían los militantes a ETA. El Juicio de Burgos fue la culminación de este proceso. Nos enteramos, también, que la campaña por el Frente Abertzale lanzada por ETA en 1970 “no tenía más finalidad (...) que generar un ambiente político propicio para facilitar la fusión de ETA y de las juventudes del PNV sobre la base de la V Asamblea” (p. 452). Es decir: el PNV (y también los seminarios, los grupos parroquiales, las escuelas sociales, etc) constituían auténticos “grupos cebadores”, organizaciones de las que se recababa militantes, que engrosaron no sólo a ETA, sino a la miríada de grupúsculos revolucionarios surgidos a fines del franquismo, como por ejemplo la ORT (p. 394).
ETA, pues, no era una organización sabiniana o aberriana o una especie de grupo religioso laico sino una organización revolucionaria con todas las de la ley que pretendía acometer la gigantesca labor de la Revolución Mundial en este rincón del planeta. Sus militantes eran el trasunto del nuevo hombre, que sacrificaba y se sacrificaba en aras a una nueva sociedad. Nueva sociedad que, evidentemente, nada tenía que ver con la “democracia burguesa” surgida tras el franquismo. Pero en ese mismo momento termina Onaindia su crónica. Y ETA, pese a esa democracia burguesa, ha seguido matando.


ARANZADI, JUAN, El escudo de Arquíloco: sobre mesías, mártires y terroristas, Madrid: Vísor, 2001.2 vols.
Esta obra de Juan Aranzadi es grande, tanto en tamaño físico (más de mil páginas), como en la ambición que la anima (ni más ni menos desentrañar el origen sacral de la violencia en las sociedades democráticas occidentales). Es un libro con diferentes niveles biográficos, históricos, antropológicos y filosóficos. Su obra anterior, “El milenarismo vasco”, participaba también de ese carácter híbrido. Uno de los temas fundamentales del presente es el de la relación de ETA con la historia vasca y el origen de su violencia: “el papel determinante que juegan la “martirio-lógica” cristiana, la Iglesia Católica, la familia tradicional vasca, la mitología fuerista y la Antropología Vasca en la génesis y legitimación del racismo abertzale y del terrorismo etarra” (Vol. 2, p. 14). No resulta una tesis novedosa: Antonio Elorza plantea una secuencia histórica y temática de parecida extensión. Pero Aranzadi proyecta su teoría a una escala casi inabarcable; el fundamentalismo cristiano americano, el semitismo sionista, el antisemitismo sionista, el antisionismo semitista, Moses Hess y su mesianismo comunista, el milenarismo vasco, todos poseen la raíz común del milenarismo utópico, que trata de imponer al mundo su sueño de renovación total y que por ello propugna una suerte de violencia sacral: “el Mito de la Revolución como secularización del Mito del Milenio y, más en general, las raíces religiosas (cristianas) de la Modernidad” (p. 95). Llegados a este punto no podemos seguir al autor y nos limitamos a plantear una serie de observaciones acerca del tema vasco y de la naturaleza de ETA y del MLNV.
Para Aranzadi ETA es fruto del proceso de secularización que se dio en Euskadi y en España durante los años 60: “es el profundo proceso de secularización “protestante” y milenarista que en los sesenta y setenta se produce en amplios sectores de la Iglesia española y vasca y que permite ver un elevado grado de continuidad entre el cristianismo post-conciliar y las organizaciones revolucionarias que surgen o se renuevan en esa época” (p. 73). Como se ve, enmarca a ETA en la efervescencia de los grupos revolucionarios surgidos durante aquellos años y no sólo en Euskadi, sino en todo el Estado español. Lo que pasa es que en Euskadi, la existencia de una comunidad nacionalista reprimida políticamente por el franquismo y la pervivencia de una mitología foral y una ideología de la pureza racial impulsan la tal secularización por el camino de la violencia, que es contemplada por nuestro autor como pura confirmación, autoafirmación, de realidad de tal comunidad nacionalista (p. 516): “La violencia constituye el acta de nacimiento de ETA y su uso exclusivo y permanente mecanismo de auto-afirmación. ETA no es una organización política que practica la violencia sino un grupo armado que racionaliza políticamente sus acciones violentas” (p. 523). La violencia de ETA es “testimonial, expresiva, identitaria, suicida incluso, que no tiene más finalidad objetiva que la propia perduración de la organización y de su lucha armada como encarnación paradigmática de la Patria y como llama sagrada en que perdura la promesa de su independencia futura” (p. 643). Si bien Aranzadi admite también la existencia de un cálculo político-estratégico dentro de la planificación de la violencia es aquel ingrediente, el simbólico-ritual, el más importante.
Esas dos perspectivas (la que afirma la violencia como puro alegato metafísico, como confirmación subjetiva de la realidad, como creadora de comunidad y de los mártires, y la que la plantea como fruto de una estrategia con fines políticos más o menos conseguibles) resultan, en la práctica, inconciliables. Afirma Sánchez-Cuenca: “...la propia supervivencia de la organización no puede transformarse en el fin principal. En este caso, la supervivencia es un subproducto, ya que si se persigue deliberadamente deja de ser factible”. Y también afirma:“ETA sólo puede reproducirse si conserva la esperanza de ganar su peculiar batalla política”. Y es que ETA no es un actor único: también tenemos a los restantes organismos del MLNV que no se pueden mantener en pie por la simple constancia de una autoafirmación sino, como bien señala Sánchez-Cuenca, por la confianza en una victoria política. Aranzadi reconoce que, más allá de 1972, su conocimiento de es ETA de segunda mano (p. 92) y que sus certidumbres ya no son tan ciertas.
El libro de Aranzadi resulta más valioso cuanto más circunstancial, cuanto más alejado de sus tesis centrales. El aspecto autobiográfico no es nada desdeñable. Relativizando la propia naturaleza impositiva de ETA, Aranzadi afirma la naturaleza no democrática de la mayoría de la oposición al franquismo y de los cuadros intelectuales que se derivaron del mismo, entre los cuales, en un jocoso ajuste de cuentas, incluye a personalidades como Savater, Félix de Azúa, y a el mismo como profesores de Zorroaga a principios de los 80 (“en general, la atmósfera intelectual que en Zorroaga predominaba –herencia en gran medida del Vicennes post-sesentayochista- era más un caldo de cultivo de cualquier “radicalismo subversivo y transgresor”, incluido el abertzale, que una “comunidad de diálogo” promotora de valores democráticos” p. 124). También da cuenta de un dato tan convencional y olvidado como la admiración que sentía la mayor parte de la izquierda antifranquista hacia ETA y sus acciones (p. 85) y la admisión de que las razones en contra de ETA no eran morales, ya que la legitimidad al recurso a la violencia revolucionaria se encontraba universalmente extendida (p. 83).
Respecto a la propia organización Aranzadi recoge bien el hecho de que ETA provoca deliberadamente, mediante su violencia, la represión franquista en el momento de la estabilización económica y política de este. Sus testimonios de primera mano acerca de la organización armada coinciden con el relato de Onaindia: “la ETA que yo conocí (las ETAs que yo conocí) entre 1968 y 1972 despedía un inequívoco tufo cristiano-milenarista y estaba más obsesionada por los revolucionarios cantos de sirena de Fanon, Guevara, Mao, Lenin y Troski que por las patrióticas voces ancestrales de Chao o Sabino Arana, e incluso de Krutwig o Txillardegui” (p. 91). Y finalmente: “en 1968 el etarra que me contactó en Salamanca deseoso de ganar respetabilidad ante la “izquierda española”, juraba y perjuraba que muy pronto iba ETA a declararse marxista-leninista y que el nacionalismo era sólo un medio de atraer a las masas vascas a la Revolución Internacional” (p. 75).

REINARES, FERNADO, Patriotas de la muerte, quiénes han militado en ETA y por qué, Madrid, Taurus, 2001, 207 págs. ISBN 84-306-0350-6


El trabajo del sociólogo Fernando Reinares constituye uno de esos libros académicos que periódicamente ponen al día el testimonio de los que fueron antiguos militantes de ETA. Su ámbito de recolecta de datos resulta impresionante: “se trata de una muestra que incluye a cerca de la mitad del total de los militantes etarras reclutados entre el inicio de los setenta y el final de los noventa” (p. 15). Para Fernando Reinares, antes de comenzar con la exposición de testimonios, resulta claro y nítido la inclusión de la ideología de ETA dentro de las “ideas esenciales de un nacionalismo étnico y excluyente, combinadas en ocasiones con conceptos rudimentarios del marxismo”(p. 13), o de “los designios de un nacionalismo étnico y excluyente, de pasamontañas y txapela(p. 16). Como más adelante veremos, los problemas de casar dos coordenadas ideológicas aparentemente antagónicas como son ese “nacionalismo étnico excluyente” y los “conceptos rudimentarios del marxismo” se muestran de forma clara en las propias declaraciones de los militantes de ETA a los que entrevista.
Por lo demás, la sistemática que plantea Reinares parece bastante tópica. Oscila entre las imputaciones de “machismo” y de “juvenismo” –en tanto al trato de inferioridad que se les reserva a las mujeres en ETA, en tanto a la pulsión adolescente, derivada de la socialización peculiar del joven que impulsa a la vida en clandestinidad- y la exploración y actualización de ideas tradicionales sobre la organización, como son la influencia de las ikastolas (p. 67) o la influencia del clero (p. 65), aunque las primera no se vea contratada por ningún dato, ni siquiera alguna prueba verbal de sus testimoniantes, y la segunda se vea avalada por el testimonio probatorio de un viejo militante de los años setenta, que afirma que “incluso se guardaban cosas en algunas iglesias”. También contrapone el hecho de que la mayor parte de los militantes abandonan la profesión de fe religiosa una vez alcanzan su militancia (p. 62). El “racismo” de los militantes de ETA, basado, según el autor, en la “exaltación genética y cultural de las pretendidas diferencias entre vascos y españoles” no tiene otra base que la propia extrañeza del autor de que puedan existir esas “pretendidas” diferencias y los juicios de valor de esos militantes que afirman que “somos totalmente distintos” (p. 164).
Trata, además, de forma superficial, el tema de las relaciones internacionales de ETA, la relación de algunos militantes con el narcotráfico, la influencia de la acción policial y, en especial, de la tortura, de cara al reclutamiento de los militantes, los sentimientos que impulsan a matar, etc. Incluso en un texto tan convencional, gracias al trabajo de campo de esos testimonios, somos capaces de llegar al dato agudo y expresivo, como es el de las despersonalización de las víctimas que iban a convertirse en objetivo, con el ejemplo de un militante de ETA que secuestró y convivió amigablemente con un empresario al que posteriormente mató: “pues éste era un gran empresario y en su taller estaban en huelga y tal; y entonces.. pues justificas perfectamente. Y no eres capaz de ver... Yo creo que no eres capaz de ver la persona ¿no? Y si no la ves, no sufres, claro” (p. 99). Ejemplo perfecto de cómo por medios ideológicos se puede cauterizarse la sensibilidad humana ante la comisión de un asesinato.
En el tema ideológico Reinares muestra los testimonios por los cuales estos militantes consideran útil la violencia, como en el caso de la paralización de la central nuclear de Lemoniz (p. 93), o en el de las negociaciones laborales. También se nos da noticia de que es a las puertas y entrando en la transición democrática cuando las diversas ramas de ETA alcanzan su máxima popularidad y “en torno a 1978 cuando se registra el mayor número de ingresos” (p. 105).
En el tema de la relación entre el marxismo rudimentario y el nacionalismo étnico Reinares se encuentra en la constante obligación de contradecir o relativizar los testimonios de sus informantes, que dejan bien claro que sus textos de formación política son marxistas (p. 75, 81-2) y que, en algunos casos, su idea principal es el marxismo y no el nacionalismo (p. 170). Refiriéndose a ejemplos recientes, algunos informantes llegan a destacar “la tendencia a implicarse en actividades de violencia antisistema, consideradas delictivas incluso, como forma de expresar un desconcierto que, por cierto, ni siquiera procedería de eventuales agravios padecidos como nacionalistas vascos” (p. 47). Y repite, dentro del ámbito juvenil del MLNV y, concretamente, en el de kale borroka, la existencia de “una verdadera contracultura de valores antisistema y totalitarios” (p. 84). La imagen simplista de un “nacionalismo étnico, excluyente y con txapela” queda así seriamente contradicha.
El libro de Reinares aporta algunos testimonios valiosos, aunque no plantee una división nítida entre las tres etapas históricas que definen los diferentes tipos de militancia de ETA, a saber, los sesenta y los setenta, los comienzos y mediados de los 80 y los finales de los 90. Militancias diversas, adscritas a problemáticas políticas coyunturales diferentes, y cuya diferenciación nos hubiese dado una imagen más dinámica y real de la organización, que en este trabajo, por la perspectiva del autor, aparece demasiado anclada en sus rasgos más convencionalmente tópicos “de pasamontañas y de txapela”.


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