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la mayoria de los cuales eran brillantes administradores.
A Iset no le importaban el poder ni el porvenir. Saborea-
ba uno a uno los instantes del milagro que el destino le ofre-
cia. Vivir junto a Ramses, participar a su lado en las cere-
monias oficiales, verle reinar sobre las Dos Tierras... ~Habia
existencia mas maravillosa?
La sierva trenzo los cabellos de la reina, los perfumo con
mirra, coloco luego una corta peluca a la que anadio una
diadema de perlas y cornalina.
-Perdonadme la familiaridad... jPero vuestra majestad
esta arrobadora!
Iset sonrio. Tenia que estar bella para Ramses, con el fin
de hacerle olvidar que su juventud habia desaparecido.
Cuando iba a levantarse, el entro en la habitacion. Nin-
gun hombre podia compararse con el, ninguno poseia su in-
teligencia, su fuerza y su prestancia. Los dioses se lo habian
dado todo y el devolvia la ofrenda a su pais.
-jRamses! No estoy vestida todavia.
-Tengo que hablarte de un asunto grave.
Iset la bella habia temido aquella prueba. Nefertari sabia
gobernar, ella no; verse asociada a la conduccion del navio
del Estado la aterrorizaba.
-Tu decision sera la acertada.
-Esto te afecta directamente, Iset.
-,~A mi? Puedo jurarte que no he intervenido en modo al-
guno, que...
-Esta en causa tu propia persona, y la paz esta en juego.
-jExplicate, te lo ruego!
-Hattusil exige que me case con su hija.
-Una esposa diplomatica... ~por que no?
-Exige mucho mas: que se convierta en mi gran espo-
sa real.
Iset la bella permaneci6 inmovil unos instantes, luego sus
ojos se llenaron de lagrimas. El milagro acababa de termi-
nar. Era necesario que desapareciera y cediese su lugar a una
joven y hermosa hitita, simbolo del cordial entendimiento
entre Egipto y el Hatti. En la balanza, Iset la bella pesaba
menos que una pluma.
-La decision es tuya -declaro Ramses-; ~aceptas abando-
nar tus funciones y retirarte?
La reina esbozo una pobre sonrisa.
-Esa princesa hitita debe de ser muy joven...
-Poco importa su edad.
-Me has hecho muy feliz, Ramses; tu voluntad es la de
Egipto.
-~ Asi pues, aceptas ?
-Seria criminal poner obstaculos a la paz.
-jPues bien, yo no pienso ceder! El emperador del Hatti
no va a dictar sus decisiones al faraon de Egipto. No somos
un pueblo de barbaros que trata a las mujeres como criatu-
ras inferiores. ~Que senor de las Dos Tierras se atrevio a re-
pudiar nunca a su esposa real, que participa del ser del fa-
raon? jY a mi, a Ramses, un guerrero de Anatolia se atreve
a pedirme que viole la ley de nuestros antepasados!
Ramses tomo tiernamente las manos de Iset la bella.
-Has hablado en nombre de Egipto, como debia hacerlo
una verdadera reina; ahora me toca actuar a mi.
La luz de poniente se filtro por una de las tres grandes ven-
tanas con celosias de piedra que iluminaban el vasto despa-
cho de Ramses y cubrio de oro la estatua de Seti. Devuelta
a la vida por la magia del escultor y la abertura ritual de la
boca y los ojos, la efigie del monarca seguia transmitiendo
un mensaje de rectitud que solo su hijo captaba cuando la
paz del anochecer se adornaba con el esplendor divino.
Blancos muros, una gran mesa en la que se habia desple-
gado un mapa del Proximo Oriente, un sillon de respaldo
recto para el faraon, sillas de paja para sus visitantes, una bi-
blioteca con los libros consagrados a la proteccion del alma
real y un armario para papiros: ese era el austero marco en
el que Ramses el Grande tomaba, solo, las decisiones que
comprometian el porvenir de su pais.
El monarca habia consultado a los sabios de la Casa de
Vida de Heliopolis, a los sumos sacerdotes puestos a la ca-
beza de los santuarios principales, a Ameni, al visir y a los
ministros, luego se habia encerrado en su despacho y habia
dialogado con el alma de su padre. Antano, habria hablado
con Nefertari y Tuya; Iset la bella conocia sus limites y no
le era de gran ayuda. El peso de la soledad aumentaba; muy
pronto tendria que poner a prueba a sus dos hijos, para sa-
ber si uno u otro seria apto para proseguir la obra iniciada
desde el primer faraon.
Egipto era fuerte y fragil. Fuerte, porque la ley de Maat
perduraba mas alla de las pequeneces humanas; fragil, por-
que el mundo cambiaba, concediendo una parte cada vez
mayor a la tirania, a la avidez y al egoismo. Los faraones
serian sin duda los primeros que lucharian para que reina-
se la diosa Maat, encarnacion de la Regla universal, de la
justicia, del amor que vinculaba entre si los elementos y los
componentes de la vida. Pues sabian que sin Maat, este
mundo seria solo un campo cerrado donde los barbaros
combatirian con armas cada vez mas destructoras para in-
crementar sus privilegios y destruir cualquier vinculo con
los dioses.
La tarea del faraon, cumplida en armonia con las poten-
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cias invisibles, consistia en defender el lugar privilegiado
que ocupaba Maat y protegerlo del desorden, de la violen-
cia, de la injusticia, de la mentira y del odio. Y lo que el em-
perador del Hatti exigia era contrario a Maat.
Un guardia introdujo a Acha, vestido con una tunica de
lino y una camisa de manga larga, la finura de cuya ejecu-
cion era excepcional.
-No me gustaria trabajar en un lugar semejante -dijo a
amses-; realmente es demasiado austero.
-A mi padre no le gustaban las decoraciones recargadas,
y a mi tampoco.
-Ser faraon no deja suficiente lugar a la fantasia; quienes
te envidian son unos imbeciles o unos inconscientes ~Ha to-
mado su decision tu majestad?
-Mis consultas han terminado.
-~He conseguido convencerte?
-No, Acha.
El ministro de Asuntos Exteriores miro el mapa del Pro-
ximo Oriente.
-Me lo temia.
-Las exigencias de Hattusil son un insulto. Ceder a ellas
supondria renegar de la institucion faraonica.
Acha poso el indice en el territorio del Imperio hitita.
-Una negativa equivale a una declaracion de guerra, ma-
estad.
-~Condenas mi decision?
-Es la del faraon y la de Ramses el Grande. Tu padre ha-
bria tomado la misma.
-~Me tendias una trampa?
-Hacia mi trabajo de diplomatico, en favor de la paz. ~Se-
ria acaso amigo de Ramses si no le pusiera a prueba?
Los labios del rey esbozaron una sonrisa.
-~Cuando dara tu majestad la orden de movilizacion ge-
neral ?
-El jefe de mi diplomacia es muy pesimista.
-Tu respuesta oficial provocara el furor de Hattusil y no
vacilara ni un momento en abrir las hostilidades.
-Te falta confianza en ti mismo, Acha.
-Soy realista.
-Si hay alguien que aun puede salvar la paz, ese eres tu.
-Dicho de otro modo, el faraon me ordena partir hacia
Hattusa, precisar tu posicion al emperador hitita y hacerle
cambiar de decision.
-Lees mis pensamientos.
-No hay posibilidad de exito.
-Acha... ~Acaso no has conseguido otras hazanas?
-He envejecido, majestad.
-jPor lo tanto tienes experiencia! Limitarse a una contro-
versia sobre esa boda imposible no bastara; es conveniente
mostrarse mas ofensivo.
El diplomatico fruncio el entrecejo; creia conocer bien a
Ramses pero, una vez mas, el faraon le sorprendia.
-Firmamos un tratado de ayuda mutua con nuestro gran
amigo Hattusil -prosiguio el rey-; le explicaras que temo un
ataque libio en nuestra frontera occidental. Ahora bien, des-
de que se instauro la paz, nuestro armamento ha envejecido
y carecemos de hierro. Solicitaras pues al emperador hitita
que nos proporcione una importante cantidad. Gracias a el
y de acuerdo con nuestros pactos, podremos defendernos
contra el agresor.
Atonito, Acha se cruzo de brazos.
-~Realmente es esta mi mision?
-Olvidaba un detalle: exijo que el hierro nos sea entrega-
do cuanto antes.
Kha, el hijo de Ramses e Iset la bella, se habia negado a se-
guir la carrera del Ejercito y la Administracion. Aquellas ta-
reas profanas no le seducian, mientras que sentia una verda-
dera pasion por los escritos de los sabios y los monumentos
del Antiguo Imperio. Con el rostro anguloso y severo, el
craneo afeitado, los ojos de un azul oscuro, mas bien delga-
do, los andares algo rigidos a causa de unas articulaciones
que a veces le dolian, Kha era un investigador nato. Se ha-
bia formado luchando contra Setau y sus trucos magicos y
reinaba con firmeza sobre el clero del dios Ptah de Menfis.
Desde hacia mucho tiempo, Kha habia delegado el aspecto
temporal de su cargo para dedicarse a las fuerzas oscuras
que se manifestaban en el aire y en la piedra, en el agua y en
la madera.
La Casa de Vida de Heliopolis conservaba <la luz>>, es decir, los archivos secretos que databan de la edad
de oro, durante la cual los faraones habian edificado pira-
mides y los sabios redactado rituales. ~Acaso no se habian
penetrado, en aquella epoca bendita, los secretos de la vida
y de la muerte? No contentos con haber explorado los mis-
terios del universo, aquellos sabios los habian transcrito en
jeroglificos con el fin de transmitir su mision a las genera-
ciones futuras.
Reconocido por todo el mundo como el mejor experto en
la tradicion, Kha habia sido elegido como organizador de la
primera fiesta-sed de Ramses, que marcaba su trigesimo ano
de reinado. Tras tan largo periodo asumiendo el poder, la
potencia magica del faraon se consideraba agotada; asi pues,
habia sido necesario reunir a su alrededor a todos los dioses
y diosas, para que aquella comunidad sobrenatural le devol-
viera una nueva energia. Aunque algunos demonios habian
intentado, en vano, oponerse a la regeneracion de Ramses'.
Kha no se limitaba a descifrar grimorios; le obsesionaban
vastos proyectos, tan vastos que necesitaria el aval del fa-
raon. Antes de exponer esos suenos a su padre, tenia que ha-
cerlos poco a poco realidad. Por ello, desde el alba, recorria
la cantera de la montana roja, junto a Heliopolis, para en-
contrar bloques de cuarcita. En aquellos lugares, segun el
mito, los dioses habian terminado con los hombres rebela-
dos contra la luz, y su sangre habia impregnado para siem-
pre la piedra.
Aunque no habia recibido la formacion de un cantero o
un escultor, Kha comulgaba por instinto con el material en
bruto; percibia la energia latente que recorria las venas de la
piedra.
-~Que buscas, hijo mio?
Brotando de la luz del joven sol que, vencedor de las ti-
nieblas, imponia su imperio al desierto, Ramses contemplo
a Kha.
El primogenito del rey dejo de respirar. Kha no ignoraba
que Nefertari habia sacrificado su vida para salvarle de los
maleficios de un mago negro, y a veces se preguntaba si
Ramses no sentiria cierto resentimiento contra el.
-Te equivocas, Kha. No tengo que hacerte reproche al-
guno.
-jDescifras mis mas secretos pensamientos!
1. Sobre este episodio vease mi trilogia El juez de Egipto: 1.ø La pirami-
de asesinada; 2.ø La ley del desierto; 3.ø La justicia del visir, publicada tam-
bien por Circulo de Lectores.
-~No deseabas verme?
-Creia que estabas en Tebas y hete aqui, en la Montana
roja.
-Un grave peligro amenaza Egipto, debo afrontarlo. Es
indispensable meditar en este lugar.
-~No estamos en paz con los hititas?
-Tal vez se trate solo de una tregua.
-Evitaras la guerra o venceras... De cualquier modo, sa-
bras proteger Egipto de la desgracia.
-~No deseas ayudarme?
-La politica... No, soy incapaz de ello. Y tu reinado du-
rara mucho tiempo si respetas los ritos ancestrales. Precisa-
mente queria hablar contigo de esta necesidad.
-~Que quieres proponerme?
-Es preciso empezar a preparar tu proxima fiesta de re-
generacion.
-~Tres anos despues de la primera?
-En adelante, habra que celebrar el rito a intervalos regula-
res y frecuentes. Esa es la conclusion de mis investigaciones.
-Haz lo que creas necesario.
-No podias darme mayor alegria, padre mio; ni una sola
divinidad faltara a tu proximo jubileo. El gozo se extendera
por las Dos Tierras, la diosa Nut sembrara los cielos mala-
quita y turquesa.
-Tienes otro proyecto, Kha; ~a que templo destinas los
bloques de cuarcita que estas buscando?
-Desde hace varios anos me intereso por nuestros orige-
nes; entre nuestros primeros ritos, estaba la carrera de un
toro llamado Apis, que encarnaba la capacidad del rey para
cruzar todos los espacios. Conviene honrar mas aun a ese
extraordinario animal y concederle una sepultura digna de
su poder... sin olvidar la restauracion de viejos monumen-
tos, como algunas piramides que han sufrido las injurias del
tiempo y del invasor hicso. ~Me concedes equipos de cons-
tructores para realizar estos trabajos?
-Elige tu mismo al maestro de obras y a los talladores de
piedras.
El severo rostro de Kha se ilumino.
-Este lugar es extrano -advirtio Ramses-; la sangre de los
rebeldes impregna estas piedras. Aqui, el eterno combate
de la luz contra las tinieblas ha dejado huellas profundas. La
Montana roja es un poderoso lugar por el que es conve-
niente aventurarse con prudencia. No estas aqui por casua-
lidad, Kha: ~que tesoro buscas?
El primogenito del rey se sento en un bloque pardusco.
-El libro de Thot. El libro que contiene el secreto de los
jeroglificos. Esta en alguna parte de la necropolis de Saq-
qara; lo encontrare aunque mi busqueda dure varios anos.
A sus cincuenta y cuatro anos, Tanit era una fenicia muy
hermosa, cuyas formas abundantes atraian la mirada de
hombres mucho mas jovenes; viuda de un rico comercian-
te, amigo del sirio Raia, habia heredado una considerable
fortuna que ella disfrutaba sin freno, organizando banquete
tras banquete en su suntuosa mansion de Pi-Ramses.
La fugosa fenicia se habia consolado muy pronto de la
muerte de un marido que le parecia vulgar y aburrido. Tras
haber fingido tristeza durante unas semanas, Tanit se habia
arrojado en brazos de un magnifico nubio de evidentes atri-
butos. Pero al igual que habia sucedido con sus anteriores
amantes, se habia cansado de el; pese a su virilidad, se ago-
taban antes que ella. Y una amante tan avida de placer
como Tanit no podia perdonarles esa deplorable falta de re-
sistencia.
Tanit podria haber regresado a Fenicia, pero cada vez le
gustaba mas Egipto. Gracias a la autoridad y a la influencia
de Ramses, la tierra de los faraones tenia un perfume para-
disiaco. En ninguna otra parte una mujer podia vivir con
tanta libertad como en Egipto.
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Al caer la tarde llegaron los invitados. Ricos egipcios que
negociaban con la dama Tanit, altos funcionarios fascinados
por la fenicia, compatriotas que acechaban su fortuna, sin
mencionar las caras nuevas que la duena de la casa descubria
divertida. ~Habia algo mas excitante que sentir, posada en
ella, la mirada de un hombre cargada de deseo? Tanit sabia
mostrarse risuena unas veces, lejana otras, no dejando nun-
ca adivinar como acabaria el encuentro con su interlocutor.
Mantenia la iniciativa en cualquier circunstancia, y tomaba
la decision. El varon que intentara dominarla, no tenia po-
sibilidad alguna de seducirla.
Como de costumbre, los manjares serian suculentos, es-
pecialmente el solomillo de liebre a la salsa de cerveza y
acompanado por caviar de berenjena, y notables los vinos;
gracias a sus relaciones con palacio, Tanit habia obtenido in-
cluso algunas jarras de vino tinto de Pi-Ramses, que databan
del ano ~I de Ramses, fecha del tratado de paz con los hiti-
tas. Y, como de costumbre, la fenicia pondria sus lascivos
ojos en los mas apuestos hombres, en busca de una futura
presa.
-cComo estais, amiga mia?
-jRaia! Es una alegria veros de nuevo. Estoy de mara-
villa.
-Si no temiera halagaros, diria que vuestra belleza no deja
de aumentar.
-El clima me sienta bien. Y, ademas, el dolor de haber
perdido a mi anorado esposo comienza a calmarse.
-Afortunadamente, esa es la ley de la naturaleza; una mu-
jer como vos no esta hecha para la soledad.
-Los hombres son mentirosos y brutales -dijo haciendo
una mueca-; debo desconfiar de ellos.
-Haceis bien siendo prudente, pero estoy convencido de
que el destino os concedera de nuevo la felicidad.
-~ Y los negocios ?
-Trabajo, mucho trabajo... Fabricar conservas de lujo exi-
ge una mano de obra muy cualificada, que reclama altos sa-
larios. En cuanto a los jarros exoticos, que tanto aprecia la
buena sociedad, se necesitan muchas negociaciones y viajes
para importarlos. Los artesanos serios no son baratos. Y
como mi reputacion se basa en la calidad, debo invertir sin
cesar; por eso nunca sere rico.
-La suerte os ha sonreido... Creo que vuestras preocupa-
ciones han terminado.
-Me acusaron, falsamente, de excesivas simpatias por los
hititas; de hecho, comercie con ellos sin preocuparme por la
politica. La instauracion de la paz hizo olvidar las viejas
querellas. Ahora, la colaboracion con nuestros colegas ex-
tranjeros es alentada incluso. ~No es esta, acaso, la mas her-
mosa victoria de Ramses?
-El faraon es tan seductor... Lastima que sea inaccesible.
La paz, el tratado firmado por Ramses y Hattusil, la per-
dida del espiritu de conquista del Imperio hitita, el triun-
fante Egipto... Raia no soportaba ya las cobardias y las de-
fecciones que habian causado el desastre. Habia luchado
para que la supremacia del ejercito anatolio se extendie-
ra por todo el Proximo Oriente, y no renunciaba a ese
combate.
-~Puedo presentaros a un amigo? -le pregunto a Tanit,
quien se mostro intrigada enseguida.
-cDe quien se trata? -quiso saber.
-De un principe hitita que vive en Egipto. Ha oido hablar
mucho de vos, pero es un hombre bastante timido; he debi-
do insistir para que aceptara asistir a este banquete, pues las
mundanidades le asustan.
-Mostradmelo.
-Esta alli, junto al macizo de adelfas.
Colocada sobre un pilar, una lampara iluminaba a Uri-
Techup, apartado del grupo de invitados que intercambia-
ban banalidades. La vacilante luz revelaba la brutalidad de
su rostro, la abundancia de sus largos cabellos, la virilidad
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de su torso cubierto de vello rojizo, la dureza de su muscu-
latura de guerrero.
Tanit enmudecio de emocion. Jamas habia contemplado
un animal salvaje que desprendiera tan intensa sensualidad.
El banquete dejo de existir, solo tuvo ya una idea en la ca-
beza: hacer el amor cuanto antes con aquel semental.
Ramses asistia al combate que libraban Serramanna y Me-
renptah. Provisto de una coraza articulada, un casco con
cuernos coronado por un disco de bronce y un escudo
redondo, el sardo daba grandes espadazos al escudo rectan-
gular del hijo menor de Ramses, obligado a retroceder. El
faraon habia pedido al jefe de su guardia que no tuviera con-
sideraciones con su adversario; puesto que Merenptah que-
ria demostrar su valor en el combate, no podia sonar con un
adversario mejor.
A sus veintisiete anos, Merenptah, <
Ptah>>, era un apuesto atleta, valeroso, reflexivo, dotado de
excelentes reflejos. Aunque el sardo superaba ya los cin-
cuenta, no habia perdido ni una pizca de fuerza y dinamis-
mo; resistir era ya una hazana.
Merenptah cedia terreno, volvia al ataque, paraba los gol-
pes, se desplazaba lateralmente; poco a poco fatigaba a Se-
rramanna.
De pronto, el gigante se inmovilizo y arrojo al suelo su
larga espada de hoja triangular y su escudo.
-Basta ya de escaramuzas. Luchemos con las manos des-
nudas.
Merenptah dudo unos instantes, luego imito al sardo.
Ramses recordo el enfrentamiento, a orillas del Mediterra-
neo, en el que habia vencido al pirata Serramanna y lo ha-
bia convertido en jefe de su guardia personal.
El hijo del rey se vio sorprendido por la embestida del
coloso, con la cabeza baja; en la escuela militar, Merenptah
no habia aprendido a combatir como una fiera. Caido de es-
paldas en el polvo del cuartel, creyo ahogarse bajo el peso
del antiguo pirata.
-La instruccion ha terminado -declaro Ramses.
Ambos hombres se levantaron. Merenptah estaba furioso.
-jMe ha cogido a traicion!
-El enemigo siempre actua asi, hijo mio.
-Quiero reanudar el combate.
-Es inutil, ya he visto lo que queria ver. Puesto que has
recibido una leccion de provecho, te nombro general en jefe
del ejercito de Egipto.
Serramanna aprobo la decision asintiendo con la cabeza.
-En menos de un mes -prosiguio Ramses-, me entregaras
un informe completo y detallado sobre el estado de las tro-
pas y la calidad de su armamento.
Mientras Merenptah recuperaba el aliento, Ramses se
alejo en su carro, que conducia personalmente. ~A quien
confiaria el destino de Egipto: a Kha, el erudito, o a Me-
renptah, el guerrero? Si sus respectivas cualidades estuvieran
reunidas en uno solo y mismo ser, la eleccion seria facil. Y
Nefertari no estaba ya alli para aconsejar al monarca. Por
lo que a los numerosos <