~, ya que Hermes
era el nombre griego de Thot, que reinaba sobre el lugar, el actual Ash-
munein.
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el senor de la lengua sagrada, se aparecia aqui a los fieles que
habian preservado su boca de palabras inutiles. Ramses sabia
que el dios de los escribas era un fresco manantial para el si-
lencioso, manantial que permanecia seco para el charlatan. El
rey medito un dia y una noche al pie de la palmera duma,
para apaciguar el tumultuoso flujo de sus pensamientos.
Al alba, un potente grito saludo el nacimiento del sol.
A menos de tres metros de Ramses se hallaba un mono
colosal, un quinocefalo de agresivas mandibulas. El faraon
aguanto su mirada.
-Abreme el camino, Thot, tu que conoces los misterios
del cielo y de la tierra. Revelaste la Regla a los dioses y los
hombres, modelaste las palabras de poder. Hazme seguir el
justo camino, el que sea util a Egipto.
El quinocefalo se irguio sobre sus patas traseras. Mas alto
que Ramses, levanto sus patas delanteras al sol, en signo de
adoracion. El rey imito su gesto, el, cuyos ojos soportaban
la luz sin ser abrasado.
La voz de Thot broto del cielo, de la palmera duma y de
la garganta del babuino; el faraon la recogio en su corazon.
La lluvia caia desde hacia varios dias y la niebla demoraba
la marcha del convoy del jefe de la diplomacia egipcia. Acha
admiraba los asnos que, a pesar de soportar cargas de seten-
ta kilos, avanzaban con paso seguro, indiferentes al mal
tiempo. Egipto veia en ellos una de las encarnaciones del
dios Set, de inagotable potencia; sin los asnos, no habia
prosperidad.
Acha estaba impaciente por abandonar Siria del Norte,
atravesar Fenicia y entrar en los protectorados egipcios. Por
lo general, los viajes le divertian; pero este parecia un fardo
que a duras penas levantaba. Los paisajes le aburrian, las
montanas le incomodaban, los rios arrastraban negras ideas.
El responsable militar del convoy era un veterano que ha-
bia pertenecido al ejercito de salvamento que acudio a ayu-
dar a Ramses cuando combatia solo contra los hititas, en
Kadesh. El hombre conocia bien a Acha y sentia estima por
el; sus hazanas de agente secreto y su conocimiento del te-
rreno obligaban al respeto. El ministro de Asuntos Exterio-
res tenia tambien fama de ser un personaje amable, de bri-
llante conversacion; pero desde la partida estaba taciturno y
triste.
Aprovechando un alto en un aprisco donde animales y
hombres se calentaron, el veterano se sento junto a Acha.
-~Os sentis mal?
-Solo fatigado.
-Las noticias no son alentadoras, ~no es cierto?
-Podrian ser mejores pero, mientras Ramses siga gober-
nando, la situacion nunca sera desesperada.
-Yo conozco bien a los hititas: son brutales y conquista-
dores. Algunos anos de tregua les han vuelto mas vengati-
vos todavia.
-Os equivocais; tal vez nuestro mundo se desgarre a cau-
sa de una mujer. Es cierto que es distinta a todas las demas,
puesto que se trata de la gran esposa real. Ramses tiene ra-
zon: no hay que hacer concesion alguna cuando los valores
fundamentales de nuestra civilizacion estan en juego.
-jHe aqui un lenguaje poco diplomatico!
-La edad de la jubilacion se aproxima. Me habia prome-
tido dimitir cuando los viajes me parecieran agotadores y
aburridos; ese dia ya ha llegado.
-El rey no querra separarse de vos.
-Soy tan testarudo como el e intentare tener exito en esa
negociacion; encontrarme un sucesor sera mas facil de lo
que imagina. Los <~hijos reales~ no son todos simples corte-
sanos, algunos estan considerados incluso excelentes servi-
dores de Egipto. En mi oficio, cuando la curiosidad se apa-
ga, hay que saber detenerse. El mundo exterior no me
interesa ya, ahora solo deseo sentarme a la sombra de las
palmeras y ver correr el Nilo.
-~No sera un simple momento de cansancio? -pregunto
el veterano.
-En absoluto. Mi decision es irrevocable.
-Para mi tambien sera el ultimo viaje. jTranquilidad
por fin!
-~ Donde vivis ?
-En una aldea, cerca de Karnak; mi madre es muy mayor
ya, sere feliz ayudandole a tener una vejez tranquila.
-~Estais casado?
-No he tenido tiempo.
-Yo tampoco-dijo Acha, sonador.
-Todavia sois joven.
-Prefiero aguardar a que la edad apague mi pasion por
las mujeres; hasta entonces, asumire valerosamente esta de-
bilidad. Esperemos que el tribunal del gran dios me lo per-
done.
El veterano encendio una hoguera con silex y lena seca.
-Tenemos excelente carne seca y un vino aceptable.
-Me limitare a una copa de vino.
-~Perdeis el apetito?
-Cierto numero de apetitos me han abandonado ya. Tal
vez sea el comienzo de la sabiduria.
La lluvia habia cesado por fin.
-Podriamos ponernos en marcha.
-Hombres y animales estan cansados -objeto el vetera-
no-; cuando hayan descansado, avanzaran mas deprisa.
-Voy a dormir un poco -afirmo Acha, consciente de que
no conseguiria conciliar el sueno.
El convoy atraveso un encinar que dominaba una abrupta
pendiente sembrada de agrietados bloques. Por el estrecho
sendero solo se podia avanzar en fila india. El cambiante
cielo estaba cubierto de cohortes de nubes.
Una extrana sensacion obsesionaba a Acha. Intentaba en
vano apartarla, sonando con las riberas del Nilo, con el
sombreado jardin de la mansion de Pi-Ramses donde viviria
apacibles dias, con los perros, los monos y los gatos, a los
que, por fin, podria dedicarles su tiempo.
Su mano diestra se poso en la daga de hierro que le habia
entregado Hattusil para sembrar la inquietud en el espiritu
de Ramses. Inquietar a Ramses... jQue poco conocia Hattu-
sil al faraon! Nunca cederia a la amenaza. Acha sintio de-
seos de arrojar el arma al arroyo que corria por debajo, pero
sabia que esa daga no iba a iniciar las hostilidades.
Durante algun tiempo, Acha habia pensado que seria bue-
no unificar las costumbres y abolir las diferencias entre
pueblos; sin embargo, ahora estaba convencido de lo con-
trario. De la uniformidad nacerian monstruos, Estados sin
genio alguno, sometidos a poderes tentaculares, y aprove-
chados que defenderian la causa del hombre para ahogarle
mejor y hacerle pasar por el aro.
Solo alguien como Ramses era capaz de apartar a la hu-
manidad de su natural tendencia, la estupidez y la pereza, y
conducirla hacia los dioses. Y si la vida no ofrecia ya un solo
Ramses a la especie humana, esta desapareceria en el caos y
la sangre de los combates fratricidas.
jQue bueno era confiar en Ramses para las decisiones vi-
tales! El faraon, en cambio, no tenia mas guia que lo invisi-
ble y el mas alla. Solo frente a lo divino, en el naos del tem-
plo, lo estaba tambien frente a su pueblo, al que debia servir
sin pensar en su propia gloria. Y, desde hacia milenios, la
institucion faraonica habia superado los obstaculos y atra-
vesado las crisis porque no era solo de este mundo.
Cuando hubiera abandonado su equipaje de ministro iti-
nerante, Acha reuniria los antiguos textos sobre la doble
naturaleza del faraon, celeste y terrenal, y ofreceria la co-
leccion a Ramses. Hablarian de ellos durante dulces veladas,
bajo un emparrado o a orillas de un estanque cubierto de
lotos .
Acha habia tenido suerte, mucha suerte. Ser amigo de
Ramses el Grande, haberle ayudado a desactivar las conju-
ras y rechazar el peligro hitita... ~Podia desear algo mas
exaltante? Cien veces habia perdido Acha la esperanza en el
futuro, a causa de la bajeza, la traicion y la mediocridad;
pero cien veces la presencia de Ramses habia hecho brillar
de nuevo el sol.
Un arbol muerto, de gran tamano, ancho tronco y visi-
bles raices, parecia, sin embargo, indestructible.
Acha sonrio. ~No era ese arbol muerto fuente de vida?
Los pajaros se encontraban en el refugio, los insectos se ali-
mentaban de el. Simbolizaba, por si solo, el misterio de las
relaciones invisibles entre los seres vivos. ~Que eran los fa-
raones sino arboles inmensos que llegaban al cielo, que ofre-
cian alimento y proteccion a todo un pueblo? Ramses no
moriria nunca porque su funcion le habia obligado a cruzar,
en vida, las puertas del mas alla; y solo el conocimiento de
lo sobrenatural permitia a un monarca orientar correcta-
mente lo cotidiano.
Acha no habia frecuentado en exceso los templos, pero
habia tratado a Ramses y, por osmosis, se habia iniciado en
ciertos secretos cuyo guardian y depositario era el faraon.
Tal vez el ministro de Ramses se cansaba ya de su apacible
retiro, antes incluso de haberlo vivido; ~no seria mas exal-
tante abandonar el mundo exterior y adoptar la existencia
de los reclusos, para conocer otra aventura, la del espiritu?
El sendero se hacia empinado, el caballo de Acha sufria.
Un collado mas y comenzaria el descenso hacia Canaan y el
camino hacia la frontera noreste del delta de Egipto. Du-
rante mucho tiempo, Acha se habia negado a creer que le sa-
tisfaria una vida sencilla, en la tierra donde habia nacido, al
abrigo de tumultos y pasiones. La manana de la partida, mi-
randose a un espejo, habia visto su primera cana; la nieve de
las montanas de Anatolia se habia adelantado. Una senal sin
ambiguedad, la victoria de la vejez que tanto habia temido.
Solo el sabia que su organismo estaba desgastado a causa
de los excesivos viajes, riesgos y peligros que habia corrido;
Neferet, la medico en jefe del reino, conseguiria aliviar al-
gunos males y retrasar la degradacion, pero Acha no dispo-
nia, como Ramses, de una energia renovada por los ritos. El
diplomatico habia ido mas alla de sus fuerzas, su tiempo de
vida estaba casi agotado.
De pronto se oyo el terrorifico grito de un hombre heri-
do de muerte. Acha detuvo su caballo y se volvio. Desde la
retaguardia llegaron otros gritos. Abajo se combatia y.vola-
ban algunas flechas, disparadas desde la copa de las encinas.
Un grupo de libios e hititas armados de cortas espadas y
lanzas surgieron de ambos lados del camino.
La mitad de los soldados egipcios fue exterminada en po-
cos minutos; los supervivientes consiguieron terminar con
algunos agresores, muy superiores en numero.
-jHuid! -recomendo el veterano a Acha-. jGalopad en li-
nea recta!
Acha no vacilo. Blandiendo la daga de hierro, se arrojo
sobre un arquero libio, reconocible por las dos plumas cla-
vadas en sus cabellos, cenidos por una cinta negra y verde.
Con un amplio gesto, el egipcio le corto la garganta.
-Cuidado, cuid...
La advertencia del veterano se perdio en un estertor. La pe-
sada espada, manejada por un demonio de largos cabellos y
pecho cubierto de vello rojizo, acababa de partirle el craneo.
En el mismo instante, una flecha alcanzo a Acha en la es-
palda. Sin aliento, el jefe de la diplomacia egipcia se de-
rrumbo en el humedo suelo.
Habia cesado toda resistencia.
El demonio se acerco al herido.
-Uri-Techup...
-jEso es, Acha, yo soy el vencedor! Por fin me vengo de
ti, diplomatico maldito que contribuiste a mi decadencia.
Pero tu no eras mas que un obstaculo en mi camino. Ahora
le llega el turno a Ramses. Ramses creera que el autor de la
agresion es el cobarde Hattusil. ~Que te parece mi plan?
-Que... el cobarde... eres tu.
Uri-Techup se apodero de la daga de hierro y la clavo en
el pecho de Acha. El pijalle habia comenzado ya; si el hiti-
ta no intervenia, los libios se matarian mutuamente.
Acha ya no tenia fuerzas para escribir con su sangre el nom-
bre de Uri-Techup. Con el indice, recurriendo a lo mas hon-
do de su agonizante energia, trazo un solo jeroglifico en su
tunica, a la altura del corazon, y se encogio definitivamente.
Ramses comprenderia aquel jeroglifico.
El palacio estaba sumido en el silencio. Al regresar de Her-
mopolis, Ramses comprendio enseguida que acababa de
acontecer un drama. Los cortesanos se habian eclipsado. El
personal administrativo se agazapaba en los despachos.
-Vete a buscar a Ameni -ordeno el rey a Serramanna-.
Que se reuna conmigo en la terraza.
Desde el punto mas elevado de palacio, Ramses contem-
plaba su capital. Las casas blancas con fachadas de turquesa
dormitaban bajo las palmeras; algunos paseantes charlaban
en los jardines, junto a los estanques; los altos mastiles con
oriflamas, erguidos ante los pilonos, afirmaban la presencia
de lo divino.
El dios Thot habia exigido al monarca que preservara la
paz, fueran cuales fuesen los sacrificios que debieran hacer-
se; en el laberinto de las ambiciones, debia encontrar el buen
camino que evitara matanzas y desgracias. Ensanchando el
corazon del rey, el dios del conocimiento le habia ofrecido
una nueva voluntad; el hijo de Ra, el sol en quien se encar-
naba la luz divina, era tambien el de Thot, el sol nocturno.
Ameni estaba mas palido que de costumbre; sus ojos re-
flejaban una infinita tristeza.
-jTu al menos te atreveras a decirme la verdad!
-Acha ha muerto, majestad.
Ramses permanecio impasible.
-~ En que circunstancias ?
-Su convoy fue atacado. Un pastor descubrio los cadave-
res y aviso a unos policias cananeos. Acudieron al lugar, uno
de ellos reconocio a Acha.
-~Su cuerpo ha sido formalmente identificado?
-Si, majestad.
-~Donde esta?
-En una fortaleza, con los demas miembros del convoy
diplomatico.
-~ Ningun superviviente ?
-Ninguno.
-~ Testigos ?
-Tampoco.
-Que Serramanna acuda al lugar de la agresion, que reco-
ja el menor indicio y traiga los despojos de Acha y sus com-
paneros. Descansaran en Egipto.
El gigante sardo y un pequeno grupo de mercenarios habian
agotado varios caballos para llegar a la fortaleza y volver a
Pi-Ramses con la misma rapidez. En cuanto regresaron,
Serramanna entrego el cadaver de Acha a un embalsamador,
que lo habia lavado, perfumado y envuelto en un sudario
blanco antes de presentarlo al faraon.
Ramses habia tomado a su amigo en brazos y lo habia de-
positado en un lecho de una de las camaras de palacio.
El rostro de Acha estaba sereno, como si el jefe de la di-
plomacia egipcia estuviera dormido.
Ante el, Ramses, flanqueado por Ameni y Setau.
-~Quien lo ha matado? -pregunto Setau, cuyos ojos es-
taban enrojecidos de tanto llorar.
-Lo sabremos -prometio el rey-; espero el informe de Se-
rramanna.
-Su morada de eternidad esta lista -preciso Ameni-; el
juicio de los hombres le ha sido favorable, los dioses le ha-
ran renacer.
-Mi hijo Kha dirigira el ritual y pronunciara las antiguas
formulas de resurreccion. Lo que estaba atado aqui abajo, lo
estara en el mas alla; la fidelidad de Acha a su pais le prote-
gera de los peligros del otro mundo.
-Matare a su asesino con mis propias manos -anuncio Se-
tau-; en adelante, no me separare de este pensamiento.
Serramanna se presento ante el monarca.
-~Que has descubierto?
-Acha fue alcanzado por una flecha que se clavo en su
omoplato derecho, pero la herida no era mortal. He aqui el
arma que le mato.
El antiguo pirata entrego a Ramses la daga.
-jHierro! -exclamo Ameni-. jSiniestro regalo del empe-
rador del Hatti! Ese es su mensaje: el asesinato del embaja-
dor de Egipto, amigo intimo de Ramses.
Serramanna nunca habia visto a Ameni en semejante es-
tado de furor.
-Conocemos pues al asesino-concluyo, gelido, Setau-.
Por mucho que Hattusil se agazape en su ciudadela, me in-
troducire en ella y arrojare su cadaver desde lo alto de las
murallas.
-Emito una reserva-dijo el sardo.
-jTe equivocas, lo lograre!
-No es una reserva sobre tu deseo de venganza, Setau,
sino sobre la identidad del asesino.
-~No es hitita esa daga de hierro?
-Claro que si, pero he encontrado otro indicio.
Serramanna mostro una pluma rota.
-Es el ornamento guerrero de los libios.
-Libios aliados con los hititas... jImposible!
-Cuando las fuerzas del mal deciden unirse -considero
Ameni-, nada es imposible. Esta claro que Hattusil ha ele-
gido la prueba de fuerza. Como sus predecesores, solo pien-
sa en destruir Egipto y esta dispuesto a aliarse con los de-
monios del infierno para lograrlo.
-Hay otro elemento de apreciacion -comento Serraman-
na-: el convoy incluia un pequeno numero de viajeros. Los
agresores debian de ser cuarenta, cincuenta a lo sumo. Es
una pandilla de bandoleros que tendio una emboscada, no
un ejercito regular.
-Esa es tu interpretacion -objeto Ameni.
-No, es la realidad; despues de haber examinado el paisa-
je, la estrechez del camino y las huellas dejadas por los jine-
tes, no me queda la menor duda. Estoy convencido de que
no habia un solo carro hitita por los alrededores.
-~Y en que cambia eso las cosas? -pregunto Setau-. Hat-
tusil ordeno a un comando que ejecutara a Acha con un her-
moso regalo para Ramses, jesta daga de hierro! Puesto que
el faraon se niega a casarse con su hija, el emperador del
Hatti asesina a uno de sus amigos intimos, un hombre de
paz y de dialogo. Nadie puede alterar el espiritu de los pue-
blos; los hititas seran siempre barbaros sin palabra.
-Majestad -declaro Ameni gravemente-, me horroriza la
violencia y detesto la guerra. Pero dejar este crimen sin cas-
tigo seria una injusticia intolerable. Mientras el Hatti no sea
doblegado, Egipto estara en peligro de muerte. Acha dio su
vida para hacernoslo comprender.
Ramses habia escuchado sin manifestar la menor emocion.
-~Hay algo mas, Serramanna?
-Nada, majestad.
-~No escribio Acha nada en la tierra?
-No tuvo tiempo; el golpe recibido con la daga fue de ex-
tremada violencia y la muerte rapida.
-~Su equipaje?
-Robado.
-~Su ropa?
-El momificador se la quito.
-Traemela.
-Pero... seguro que ya la habra destruido.
-Traemela, y rapido.
IIS
Serramanna vivio el mayor pavor de su existencia. ~Por
que iba a interesarse por una tunica y un manto manchados
de sangre?
El sardo salio de palacio corriendo, salto a lomos de su
caballo y galopo hasta el pueblo de los embalsamadores, si-
tuado fuera de la ciudad. El jefe de los momificadores habia
preparado el cadaver de Acha para el ultimo encuentro te-