Vii propuesta


Conceptualización de la variable dependiente



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Conceptualización de la variable dependiente

Cuando llegué al Hospital, no entendí muy bien por qué las mujeres que vamos a parir debemos entrar por la Sala de Emergencias. Una va tan feliz a tener a su bebé y ahí hay un montón de personas enfermas, algunas con padecimientos graves, que llegan internarse. Me dio un poco de miedo que me contagiaran –a mí o a mi bebé-, porque una va a tener su bebé, tierno y chiquitito.   Me tuve que quitar todo lo que llevaba, hasta mis calzones; quedé apenas con la batilla que me dieron. Luego la lavativa, ¡Qué horrible! A mí nunca me habían puesto eso; dicen que es para que una no se vaya a “hacer” mientras está teniendo al bebé, pero a mí no me gustó ni me preguntaron si estaba de acuerdo. Nada más “póngase de medio lado, aguante” y punto.   Después empiezan con los tactos. A cada ratito llegan a hacerlos y eso duele mucho. Cuando una está con las contracciones no quiere que le estén metiendo los dedos. Claro, a veces una quiere saber si está avanzando, pero creo que a mí me hicieron demasiados demasiadas personas. Si todo sigue avanzando ¡que dicha! Porque si no, le ponen el pitocin que dicen que acelera que duele más, y  hasta es peligroso para el bebé. 



Cuando llega el momento y sentís que ya viene, si una es primeriza siempre dicen que todavía no, que todavía falta. Luego, cuando se dan cuenta y te dicen que sí viene, te llevan a otro lado, a la “sala de expulsión”. ¿Qué feo nombre, verdad?, como si fuera a expulsar cualquier cosa y no se tratara del bebito que has cargado por tanto tiempo y ya estás desesperada por conocer. Aquí viene la peor parte: hay que subirse en una camilla altísima, que tiene unos estribos para subir las piernas; quedás totalmente acostada, con las piernas para arriba, abiertas y sin poder moverte. 

Todos los que participan en el parto con mascarillas, haciendo barra: “puje, respire, puje, respire”. Yo sentía que así no podía, que quería estar en otra posición, pero no me dejaron. Les rogaba, les decía que así no iba a poder, por más esfuerzo que hacía (y yo sé que el bebé también), hasta que me hicieron un piquete del tamaño de la catedral y sacaron a mi bebé. Me lo pusieron un ratito sobre mí, pero rapidito se lo llevaron. No me dieron chance de vernos a lo ojos, y sentirlo y verla todo, de abrazarlo y tranquilizarlo, porque tenían que limpiarlo y a mi sacarme la placenta y coserme el piquete.”
Esta mujer no fue víctima de toda la cascada de intervenciones que puede recibir cuando entra por la puerta de emergencias de un hospital. Es apenas una experiencia de entre miles de mujeres que a diario van a parir a nuestros hospitales, llenas de ilusión.


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