La dimensión m í s t I c a de la vida cristiana



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Giorgio Gozzelino, En la presencia de Dios.

Giorgio Gozzelino, En la presencia de Dios. Elementos de teología de la vida espiritual, CCS, Madrid, 1994 (escaneado, sin notas)
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL

Y aun todo lo tengo por pérdida


a causa del sublime conocimiento

de Cristo Jesús (Flp 3,8)

1. SIGNIFICADOS Y PROBLEMAS

Las dos acepciones de la mística

“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3). La primera y más importante connotación de la vida espiritual, entendida como vida realizada en el Espíritu, está en ser prenda, o arras, de la vida eterna, y por eso, en llevar a efecto la comunión más profunda que pueda darse – trinitaria – con el Dios viviente, encontrado en plenitud y definitivamente por medio de Jesucristo en el Espíritu.

Un primer significado del término mística designa sencillamente la realidad de la santidad, y se aplica a la vida cristiana en cuanto tal, porque deriva de misterio, palabra que en el NT significa el proyecto de Dios sobre la creación, que consiste en recapitular en Cristo todo lo que existe (Ef 1, 10). En la perspectiva que comprende esta acepción general del término, se llama mística a la vida espiritual en cuanto es vida de comunión con Dios Padre, y el elemento místico específico consiste en asemejarse al Padre por medio de Cristo resucitado, dador del Espíritu.

Junto a este significado general hay otro, más técnico y restringido, que ya no determina la totalidad de la existencia cristiana, sino sus fases más altas y selectas, ya sean ordinarias, ya sean, sobre todo, extraordinarias. Es una acepción según la cual se llama místico “a un estado de unión especial con Dios que no se encuentra en todas las almas fervorosas y que no incluye necesariamente toda la vida espiritual en las que son elevadas a ella”. Y se usa el término “mística” para designar el campo de los fenómenos del místico, tanto en su desarrollo concreto en la conciencia del místico, como en la sistematización intelectual en cuanto ciencia específica: la teología mística”.

Tanto la acepción general como la particular son legítimas: todo cristiano es, y tiene que ser inexcusablemente, un místico; los místicos por excelencia son los santos. Pero las diferencias entre ellos son indiscutibles. Precisemos en seguida, en tal caso, que nos detendremos en la dimensión mística de la vida espiritual, tomándola ante todo y fundamentalmente en el sentido general; dentro de él, recurriremos al sentido restringido cuando nos detengamos en los niveles más elevados de la realización cristiana.



Las dos acepciones de la ascética

Del mismo modo y por igual que la palabra mística tiene una doble acepción semántica, así también ascética se emplea ordinariamente con una acepción general y otra particular.

En el primer significado, se llama ascética a la dimensión de lucha requerida para superar los obstáculos y las fuerzas que se oponen a que se desarrolle la vida de caridad: es una dimensión que es siempre necesaria, y que por eso está presente en todas las fases de la vida espiritual, desde las más humildes hasta las más elevadas, desde las iniciales hasta las conclusivas.

En el segundo significado, en cambio, se denomina ascética a la fase de la vida espiritual que precede al momento propiamente místico. Por lo que vida ascético y vida mística se convierten en dos fases sucesivas de la vida espiritual que se diferencian por ser el paso de la ordinario a lo eminente. Aquí, mientras la vida mística califica al creyente de gran santidad y se caracteriza por la preponderancia de lo pasivo (el dejar que Dios actúe) sobre lo activo (el obrar del hombre), de la simplificación sobre la complejidad, de lo experiencial sobre lo discursivo, la vida ascética caracteriza al cristiano común y se distingue por el prevalecer de lo activo sobre lo pasivo, de lo complejo sobre lo sencillo, de lo discursivo sobre lo intuitivo.

Relación de la mística con la ascética

Cuando se toma la pareja que forman la ascética y la mística en la primera de los dos acepciones apuntadas, resulta obvia y natural la integración de los dos datos, en cuanto que y porque la exacta concepción de la justificación comporta y coordina en sí misma las dos componentes de la liberación del pecado y de la comunión con Dios Padre.

Por el contrario, en el caso de su interpretación en sentido restringido, indicando sucesión en la gradualidad de la vida espiritual, surge el problema de si hay o no continuidad entre una y otra.

Hay autores para quienes la vida mística constituye la meta, el momento de maduración de la evolución progresiva, y normal de por sí del desarrollo de la ascesis. Hay otros que piensan lo contrario: ven en la vida mística un don de Dios enteramente gratuito, respecto al que la vida ascética constituye, a lo sumo, una disposición remota, y sostienen que existe una clara separación entre ascética y mística.

Este problema, que es complejo y se debatió ya en la Edad Media, aunque con una terminología distinta, está todavía muy vivo. Hay que buscar la solución, quizás, en la distinción, que comentaremos más adelante, entre contemplación adquirida y contemplación infusa: dos niveles de vida espiritual que pertenecen a los grados eminentes de la vida espiritual y que, sin embargo, se distinguen claramente entre sí. Si se admite que ambos forman parte de la vida mística, aunque de distinto modo, se podrá decir que la relación de la vida ascética, en sentido restringido, con la mística es de continuidad, respecto a la contemplación adquirida, y de discontinuidad, respecto a la contemplación infusa.


2. VIDA MÍSTICA Y ORACIÓN
Volvamos a la acepción general de la mística, y tomemos de nuevo la expresión vida mística como sinónimo de vida espiritual en cuanto comunión con Dios Padre, que nos convierte toda la existencia terrena en culto espiritual grato a Dios. ¿Cuáles son los elementos esenciales de este componente basilar que constituye la comunión con Dos? Evidentemente, todo los que forman parte de la definición auténtica del cristiano, comenzando por las virtudes teologales y cardinales.

Un autor trata de condensarlos en una descripción sintética, que se prolonga hasta la dimensión ascética, declarando que “el hombre espiritual cristiano es un hombre que, con y en Jesucristo, bajo la acción del Espíritu Santo, encuentra su plena realización personal en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por Él en la relación con los hombres sus hermanos, a quienes acoge, ama y sirve con la misma caridad divina. En el proceso de su realización personal en Dios y por Dios, completa todas las dimensiones de su humanidad e incluye su servicio a los hermanos. Su camino es un camino de liberación recorrido en todas sus direcciones por una libertad que es fruto, por la caridad, del Espíritu de amor, entre las resistencias de tendencias egoístas y fuerzas disgregadoras; es llevar de nuevo el mundo y la historia al Dios de la salvación, percibido con la mirada ‘mística’ de fe como su principio, sentido y futuro”.

Un análisis adecuado de la dimensión mística de la vida espiritual exigiría repasar, en clave, de teología espiritual, todos los datos de la antropología teológica; por lo menos, los que conciernen directamente a la conversio ad Deum, prescindiendo de la aversio a creaturis, pues está reservada a la ascética. Habría que hablar de las líneas principales en las que se hacen realidad las virtudes teologales y cardinales, tal como emergen de la experiencia viva de los grandes santos y de la enseñanza de los maestros de espíritu; y luego, de las que se refieren a su práctica de los sacramentos; y de otras cosas más.

Pero esta revisión puede llevarse a cabo, además de punto por punto, concentrándose en un elemento particular de la vida espiritual que se revele como más idóneo y mejor que los demás para unificar todos los datos. Y es éste el camino que tenemos intención de recorrer. Basados en la autoridad de la experiencia de los santos y de los grandes maestros de espíritu, que a menudo han enfocado y desarrollado su enseñanza global sobre el fundamento del tema de la oración, - piénsese, entre otros, en el caso de santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz -, hablaremos sólo explícitamente de la oración, persuadidos de que encierra en su interior un reflejo adecuado de la riqueza del conjunto.


3. LO ESPECÍFICO DE LA ORACIÓN CRISTIANA


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