En el proceso de envejecimiento de las personas con discapacidad


EL AISLAMIENTO INFORMATIVO DE LOS



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EL AISLAMIENTO INFORMATIVO DE LOS

SORDOS MAYORES: ¿POR QUÉ TANTOS

PROBLEMAS CON LA LECTURA? ¿DÓNDE

ESTÁN LAS DIFICULTADES?

Asunción Monsalve González

Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo

1. INTRODUCCIÓN

La lectura ha sido, y sigue siendo, una de las dificultades más llamativas,
y quizá menos conocidas, de los sujetos sordos. El dominio de esta habilidad
resulta imprescindible, entre otras cosas, para la adquisición de conocimien-
tos y para la relación con otras personas. El dominio lector es un elemento
básico que permite la autonomía en el aprendizaje y, sin duda, un factor
esencial para evitar el aislamiento informativo y cultural. El texto escrito, al
requerir una entrada visual, podría suponer un medio de paliar las limitacio-
nes, en ocasiones extremas, que los sujetos sordos tienen para recibir infor-
mación por vía auditiva. Es ésta una idea muy generalizada y, sin embargo,
numerosos estudios ponen de manifiesto que la mayoría de ellos tienen
graves dificultades para comprender textos escritos, lo que provoca su es-
caso interés por la lectura. Esto limita, cómo no, sus posibilidades de for-
mación, de relación, sus posibilidades laborales... en definitiva, les aisla de
la información escrita en cualquiera de sus formas.

El tema requiere, para un correcto enfoque, unas puntualizaciones pre-


vias. En primer lugar, cabe apuntar que aunque la mayoría de los sordos
tienen problemas al leer, éstos son mucho más graves en los sordos prelo-
cutivos severos o profundos; es decir, en aquellas personas que nacieron
sordas o sufrieron la pérdida auditiva antes de los tres o cuatro años de vida.
En cualquiera de los casos, los efectos de este tipo de sordera en la adqui-
sición del lenguaje serán devastadores. Esta situación, además de impedirles
una comunicación oral con el entorno (enormes dificultades para hablar y
para entender a quien les habla), les va a limitar enormemente su acceso a
la lengua escrita. Nada tiene que ver, por tanto, esta situación con la de
aquellas personas oyentes que, en er proceso normal de envejecimiento, se
quedan sordas (presbiacusia) y que, obviamente, no presentan ninguno de
los trastornos a los que aquí aludiremos.

508 ASUNCIÓN MONSALVE GONZÁLEZ

La población sorda, muy especialmente la de mayor edad, registra unos
niveles muy elevados de analfabetismo funcional. Así, los autores que han
estudiado los niveles lectores alcanzados por las personas sordas, coinciden
en afirmar que, en general, éstas alcanzan un nivel notablemente inferior al
de la población oyente (Hammermeister, 1971; Di Francesca, 1972; Conrad,
1977, 1979; Heiling, 1994 o Lichtenstein, 1998, por citar sólo algunos). Una
de las consecuencias de esta realidad es que muchos sordos no superan la
Educación Secundaria, siendo una llamativa excepción aquellos que consi-
guen llegar a la Universidad.

Los problemas que los deficientes auditivos suelen presentar en la com-


prensión de textos se agravan hasta límites alarmantes cuando nos referimos
a sordos prelocutivos con pérdidas severas o profundas. Muchas investiga-
ciones relacionan el nivel que el sujeto sordo tiene de la lengua oral y su
habilidad y competencia en lectura y escritura, de manera que fundamentan
las dificultades en la lengua escrita en el bajo nivel de lengua oral que
presentan (Newport y Meier, 1985; Taeschner, Devescovi y Volterra, 1988;
Alegría, 1999; Alegría, Charlier, D'Hondt, Hage, y Leybaert, 1999; Ley-
baert, L, 2000; Perfetti y Sandak, 2000, y Fourcade, 2001, entre otros).
Cuando los niños sordos comienzan la etapa escolar aún no tienen un cono-
cimiento aceptable de la lengua oral (a diferencia de sus compañeros oyen-
tes). Sin embargo, deben comenzar el aprendizaje de la lectura y la escritura
y adquirir conocimientos en una lengua que apenas conocen. Por tanto, los
sordos parten, desde el principio, con una clara desventaja.

Recordaremos aquí el abrumador estudio, ya clásico, de Conrad (1979)


en el que los niveles medios de lectura de los sujetos de su muestra (sordos
de 15 y 16 años) no superaban el nivel de los oyentes de 7-8 años en el
caso de pérdidas superiores a 85 dB, y el nivel de oyentes de 10 años en
el caso de pérdidas inferiores a los 85 dB, poniendo con ello claramente de
manifiesto lo que entonces se entendió como el fracaso del oralismo clásico.

Los sordos mayores que sólo utilizan la lengua de signos como sistema


de comunicación, tienen enormes problemas lectores (no olvidemos que ésta
es una lengua ágrafa sin ninguna relación con la lengua oral o escrita); pero
también los tienen aquellos que preferentemente se comunican a través de
la lengua oral. Trataremos de exponer cuáles son las razones que justifican,
en uno y otro caso, esas enormes dificultades en el manejo de la informa-
ción escrita.

2. EL PUNTO DE PARTIDA: LA LENGUA ORAL BASE DEL


LENGUAJE ESCRITO

¿Qué es escribir? Simbolizar lo ya simbolizado, representar por medio


de letras y otros signos gráficos la lengua hablada. Así, cuando leemos en
silencio un texto podemos oír interiormente la forma auditiva de las pala-

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bras que lo forman. Eso que evocamos son las imágenes fonológicas de las
palabras, de modo que podemos actualizar la forma sonora de una palabra
escrita y, del mismo modo, escribir cualquier palabra que oigamos o pen-
semos. Este proceso es posible gracias a la presencia (obviamente, no física)
de un mecanismo para procesar la información escrita, gracias al cual las
secuencias de letras se relacionan con la representación fonológica corres-
pondiente para, posteriormente, acceder al léxico interno del sujeto (una
estructura hipotética donde se almacenarían los significados de todas las
palabras conocidas) y entender así la palabra escrita. El adecuado funciona-
miento de este dispositivo tiene una importancia capital ya que relaciona lo
escrito con el conocimiento que el lector tiene de la lengua oral. En defi-
nitiva, usamos una representación interna del habla para acceder al signifi-
cado de las palabras (léxico interno).

Dicho mecanismo sólo puede ser utilizado, obviamente, en las lenguas


de estructura alfabética. Los alfabetos son, sin ninguna duda, uno de los
saltos más grandes de la historia de la humanidad; sistemas extremada-
mente económicos ya que permiten escribir todo lo que se puede decir
con un número reducido de elementos. Así, con las 27 letras del alfabe-
to español actual, bien seleccionadas y adecuadamente combinadas se
han escrito millones de textos, y con ellas seguiremos escribiendo muchos
millones más (decimos 27 y no 29 ya que desde 1994 los dígrafos ch
y // han pasado a ser considerados secuencias de dos letras y no letras
independientes). Qué enorme ventaja frente a escrituras de estructura di-
ferente como la china o la japonesa, por ejemplo. Por eso el aprendizaje
y manejo adecuado de este sistema que convierte letras en sonidos y
sonidos en letras {recodificación fonológica) es capital para conseguir una
adecuada competencia lectora. El lector maduro realiza esta conversión de
un modo automático, con el menor gasto de atención posible, porque si
queremos pensar en lo que leemos, no debemos pensar para leer. Este
aspecto diferencia claramente al lector experto del debutante o del mal
lector. La no utilización de este mecanismo provoca una clara desventaja
en la lectura, tanto más cuanto menos familiares sean las palabras presen-
tes en la frase. Pero el perfecto uso de este mecanismo tampoco garantiza
la comprensión: algunos sordos llegan a desarrollar esta capacidad leyen-
do en voz alta, maquinalmente, sin comprender las ideas que el texto
transmite.

Al ser la lectura una forma de representación del lenguaje oral, existe,


cómo no, una clara interacción entre ambos procesos: con la lectura se
aprenden nuevas estructuras que luego son incorporadas en el habla. Una
vez apuntado todo lo anterior, entenderemos que los sordos parten hacia el
aprendizaje de la lectura con clara desventaja. Pretendemos enseñarles a leer
desde una lengua oral que, o bien no conocen, o conocen insuficientemente.
Por tanto, recojamos aquí la idea esencial de lo hasta ahora expuesto: existe
una relación recíproca, interactiva e ineludible entre lenguaje oral y lenguaje
escrito (figura 1).





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Figura I. Acceso al Lenguaje Escrito (L.E.) desde el conocimiento de la Lengua Oral
(L.O.). El trazado es el mismo, se trata de un mismo código. Conocemos la Lengua Oral,
aprendemos el mecanismo de xecodifwación fonológica por el cual convertimos grafemas
(G) en fonemas (F) y fonemas en grafemas; esto nos permite un acceso perfecto al lenguaje

escrito.


3. ¿ES POSIBLE LEER DESDE EL CONOCIMIENTO EXCLUSIVO
DE LA LENGUA DE SIGNOS?

Actualmente, sabemos que las lenguas de signos son lenguas complejas


y funcionales. El conocimiento precoz de dicha lengua dota a los sordos
profundos prelocutivos de un primer lenguaje accesible y natural, permitién-
doles desarrollar un conjunto de habilidades lingüísticas y metalingüísticas.
La lengua de signos es muy útil, entre otras cosas, para motivar y preparar
el acercamiento de los niños a los textos, así como para ofrecerles conoci-
mientos previos sobre la realidad.

Pero no olvidemos algo esencial: la lengua de signos no tiene una base


fonética ni alfabética; es una lengua ágrafa. sin sistema de representación
gráfica, lo que añade enormes dificultades al proceso de aprendizaje lecto-
escritor de aquellos sordos que sólo conocen y usan dicha lengua. La rela-
ción de la lengua de signos con la lengua oral o escrita es arbitraria; esto
significa que no hay nada en el signo manual que indique a qué palabra oral
o escrita corresponde. Por tanto, una de sus mayores limitaciones es que su
estructura no contribuye al aprendizaje de la lengua oral o escrita,
siendo
necesario, para ello, que el sujeto sordo aprenda otro código. Cuando los

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sordos signantes aprenden a leer una lengua alfabética, por ejemplo la es-
pañola, tienen que aprender una lengua que tiene una estructura fonológica,
morfológica y sintáctica muy diferente a la de su primera lengua. En la
figura 2 intentamos representar la imposibilidad de acceder a la lectura


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