L. S. Vygotski obras escogidas IV psicología infantil


Imaginación y creatividad del adolescente1



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Imaginación y creatividad del adolescente1

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E. Cassirer (1928) expone el caso de un enfermo que tuvo ocasión de observar en el Instituto Neurológico de Frankfurt aquejado de graves alteraciones de las funciones intelectuales superiores. Este enfermo que antes repetía una frase oída sin dificultad alguna, sólo podía ahora transmitir las situaciones reales que respondían a su concreta experiencia sensitiva. Durante una charla que se mantuvo con él en un día claro y despejado le propusieron que repitiese la siguiente expresión: “Hoy el tiempo es malo y lluvioso”. No fue capaz de hacerlo, pronunció las primeras palabras con seguridad y soltura, luego se turbó, dejó de hablar y no pudo terminar la frase propuesta. Constantemente pasaba a la forma que correspondía a la realidad.



En aquel mismo instituto otro paciente con grave parálisis del lado derecho del cuerpo, incluida la mano, no pudo repetir la frase: “Yo sé escribir bien con mi mano derecha”. En vez de la palabra derecha falsa para él decía constantemente la correcta: “izquierda”.

Los enfermos que padecen graves alteraciones de otras funciones intelectuales superiores estructuradas en la base del lenguaje y del pensamiento en conceptos, demuestran la misma evidente dependencia de las percepciones directas, concretas. Uno de esos enfermos sabía utilizar correctamente los objetos de uso cotidiano cuando los encontraba en su ambiente habitual y en condiciones habituales, pero era incapaz de hacerlo cuando se modificaban las circunstancias. Durante le almuerzo, por ejemplo, utilizaba la cuchara y el vaso como una persona normal, pero en situaciones distintas operaba con esos mismos objetos de un modo carente de sentido. Otro enfermo incapaz de llenar un vaso de agua cuando de le ordenaba, realizaba perfectamente esa operación cuando tenía sed.

En todos esos casos resalta la total dependencia de la conducta, del pensamiento, la percepción y la acción de las circunstancias concretas. Esa dependencia se manifiesta con estricta regularidad cada vez que se perturban las funciones intelectuales superiores, cuando se altera el mecanismo del pensamiento en conceptos y lo sustituye un mecanismo genético más antiguo del pensamiento concreto.

Lo que vemos en esos ejemplos en forma tan notoria, destacada, cabría decir, máxima por su expresividad, puede considerarse como una total antítesis de la fantasía y creatividad. Si quisiéramos encontrar una forma de conducta que no tuviese ninguno de los elementos de la imaginación y la creatividad, tendríamos que citar el ejemplo que acabamos de dar. Un hombre capaz de llenar un vaso de agua cuando le incita la sed y no puede realizarla en otro momento y el hombre que cuando hace buen tiempo no puede repetir la frase en la que se dice que el tiempo es malo, nos hacen comprender facetas muy importantes y esenciales que subyacen en la imaginación y la creatividad; facetas que las relacionan con funciones intelectuales superiores alteradas y distorsionadas en el caso dado.

Podríamos decir que la conducta de los enfermos nos sorprende sobre todo por su falta de libertad; un hombre incapaz de hacer algo si no le impulsa directamente la situación concreta, no puede crear una situación, cambiarla, sentirse libre del influjo directo de estímulos internos y externos.

Hemos dicho ya, que los casos patológicos nos interesan en tanto en cuanto no dan a conocer las mismas leyes que regulan el desarrollo normal del comportamiento. La patología nos proporciona la clave para entender el desarrollo y el desarrollo la clave para entender los cambios patológicos. En el caso dado podemos encontrar el punto cero de imaginación y creatividad tanto en el proceso del desarrollo de la conducta en el niño de edad temprana como en el hombre primitivo. Tanto el uno como el otro se hallan en una fase de desarrollo donde es normal el mecanismo de no libertad, donde la conducta depende por entero de la situación concreta, del medio exterior que la condiciona. El comportamiento se rige por los estímulos existentes, cuyo mecanismo está al servicio de las manifestaciones morbosas ya citadas.

K. Lewin, quien dedicó últimamente varias investigaciones al proceso de formación de intenciones, fija su atención en un problema muy interesante; la posibilidad de que el hombre tenga libertad para realizar cualquier acto intencionado, incluso sin sentido. Se trata de una libertad característica del hombre culto que es mucho menos alcanzable para los niños y al parecer para el hombre primitivo. Esa libertad probablemente distingue al hombre de los animales próximos a él en un grado mucho mayor que su intelecto superior, diferencia que al parecer coincide con el problema del dominio del propio comportamiento. En la conducta de los enfermos arriba mencionados sorprende su incapacidad de formar cualquier intención. No en vano se trata de un fenómeno que se produce en caso de alteración de las funciones intelectuales superiores basadas en el pensamiento en conceptos. Se manifiesta con peculiar evidencia en casos de afasia, es decir, cuando se altera la actividad del lenguaje y el pensamiento en conceptos.

En nuestras investigaciones pudimos observar las dificultades insuperables que sienten ese tipo de enfermos cuando les proponen realizar una acción, decir algo, pintar algo. Piden siempre que se les explique lo que deben hacer o decir, porque de otro modo no pueden realizar la tarea. Lo mismo ocurre con el afásico cuando se le encarga hacer algo y se le dice que puede empezar por donde quiera, su realización le parece imposible. Según H. Head no es capaz de realizarla por no saber encontrar el punto de partida, por no saber cómo empezar. Ha de elegir el punto de partida por su propia iniciativa y hacerlo representa para él la máxima dificultad. Hemos podido comprobar en reiteradas ocasiones lo difícil que era para algunos afásicos repetir una frase que tuviese una afirmación errónea desde al punto de vista de la impresión directa.

Por ejemplo, un enfermo que repite sin error decenas de frases, no puede decir: “La nieve es negra”. Y no consigue hacerlo pese a la insistencia del experimentador.

Las mismas dificultades experimenta el enfermo cuando debe responder a la propuesta de explicar cómo no es un objeto o para qué no sirve. El afásico resuelve fácilmente la tarea inversa si se le permite formular la respuesta de la siguiente forma: “la nieve no es negra”. Le resulta imposible nombrar un colora erróneo, una propiedad o acción falsas. Aún más difícil para él es determinar el color o la acción errónea si ve algún objeto concreto de otro color o destinado a una función distinta. No puede combinar las propiedades de las cosas, sustituir unas pro otras. Está firmemente anclado en una situación que percibe concretamente, de la cual no puede salir.

Hemos dicho ya que el pensamiento en conceptos está relacionado con la libertad y la intencionalidad de la acción. A. Gelb formula esa misma idea de manera un tanto paradójica, aunque correcta, cuando dice, recordando la tesis de I. Herder, que el lenguaje del pensamiento es el lenguaje de la libertad. Unicamente el hombre, prosigue Gelb, es capaz de cometer un acto sin sentido. La tesis es totalmente cierta. Un animal, en una situación concreta, no puede realizar una operación sin sentido; actúa tan sólo por impulso propio o por estímulos externos, no puede realizar una operación volitiva, intencionada, libre, que no tiene sentido desde el punto de vista de la situación.

Diremos de paso que también en los debates filosóficos sobre el libre albedrío y el pensamiento cotidiano nuestra capacidad de hacer algo que no tiene sentido, del todo innecesario, algo no provocado por la situación externa o interna, se considera desde santiguo como la manifestación más brillante de la voluntariedad de la intención, de la libertad de la acción que se realiza. Por ello, la incapacidad del afásico para una acción sin sentido demuestra al mismo tiempo su incapacidad para actuar libremente.

Creemos que los ejemplos expuestos son más que suficientes para esclarecer la simple idea de que la imaginación y la actividad, relacionadas con la libre elaboración de los elementos de la experiencia, su libre combinación, exige, como premisa indispensable, la libertad interna del pensamiento, de la acción, del conocimiento que han alcanzado tan sólo los que dominan la formación de conceptos. No en vano la alteración de esa función reduce a cero la imaginación y la creatividad.
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