Los niños y la muerte



Yüklə 0,76 Mb.
səhifə23/33
tarix05.01.2022
ölçüsü0,76 Mb.
#63453
1   ...   19   20   21   22   23   24   25   26   ...   33
Las cosas que agradezco

Cuando era un bebé mi verdadera madre dijo que no podía cuidarme ni proporcionarme un hogar, y me entregó en adopción. Me siento agradecida por eso, porque llegó una encantadora pareja (los que ahora son mis padres) que dijo que quería una niña y la describieron parecida a mí. La señora los acompañó a verme y ellos le dijeron que me proporcionarían un buen hogar, y así fue. Así que estoy agradecida por tener una familia maravillosa.

También estoy agradecida con el mundo, porque si no hubiera mundo yo no estaría aquí con mi familia. Sin pájaros ni flores, sin personas ni animales. Pero tenemos esas cosas y también debemos agradecerlas.

Durante el difícil proceso de aceptación de la pérdida de un niño, algunos padres encuentran consuelo en las cosas que hicieron sus hijos en vida y se enorgullecen de las últimas cosas que realizaron. Una madre describe lo mucho que le cuesta (nos ocurre a todos) aceptar la inminencia de la muerte de su hijo.

«Ese horrible 3 de diciembre, el médico se detuvo en el vestíbulo y me dijo: "Debo decirle que no creo poder curar a John". [Le detectaron cáncer a los catorce años y medio y murió poco después de cumplir los dieciséis.] Estaba descorazonada, absolutamente agotada y no podía retener las lágrimas. John me preguntaba qué ocurría y yo no era capaz de decírselo. No en ese momento.

»A mediados de ese mismo mes de diciembre, en medio de mis miedos y ansiedades, fui a la Sociedad Americana contra el Cáncer, donde me recibió una asistenta social que me ayudó lo indecible. No, no tenía que explicar a John que se moría porque era evidente —también todos nos moriremos—, por lo que no hacía falta decírselo. Fue un gran alivio. Esa misma tarde compré tres libros que me fueron muy útiles. Por la noche me senté y leí de un tirón To Live Until We Say Good-Bye;11 no paraba de llorar porque mi hijo se estaba muriendo, iba a perderlo y no podía hacer nada para evitarlo. Sufría muchísimo. Odiaba lo que sucedía, y aún lo sigo odiando. Pero me di cuenta de que mi reacción era normal. Sus libros me abrieron las puertas a muchos sentimientos y conversaciones con John, con mis hijas, con mis padres, con amigos, y con el reverendo de mi iglesia, quienes me ayudaron mucho.

»¡No! No hay derecho y no tiene sentido. ¿Por qué debería tenerlo? John siempre había sido muy especial, desde el día en que nació, y ahora era aún más especial porque se iba a casa de su padre celestial. ¿Y quién podía quererlo más, infundirle más paz, fortalecerlo otra vez y hacerlo si cabe más hermoso de lo que lo habíamos conocido? Dios, y sólo Dios. Me sentí algo aliviada.

»Los dos meses siguientes devoré sus libros y hablé, lloré y me sentí unida a John y a mi familia... Cada día que leía me sentía un poco mejor.

»John y yo nunca hablamos sobre el hecho de que se iba a morir, porque los dos lo sabíamos y él sabía que yo lo sabía. No quería herirnos y no quería hablar de ello, y me parecía bien. No tocamos el tema, pero él sabía que yo estaba con él, que lo adoraba, y que podía decir lo que quisiera cuando quisiera.

»Estaba a su lado dándole la mano cada vez que le hacían una punción, viendo su dolor y angustia y entregándole todo mi amor con cada exhalación. Creo de todo corazón que él lo sabía.

«Hablábamos a nuestra manera y los dos sabíamos lo que el otro pensaba y sentía: estábamos muy unidos. No me habría alejado de su lado por nada, aunque con cada punción se me partía el alma en pedazos. Su dolor y su agonía recorrían todos los miembros de mi cuerpo y me desgarraban las entrañas cada vez más.

»Mantuve a John en casa siguiendo su enseñanza y consejo dados en esos libros. El 21 de marzo lo ingresaron en el hospital por una anemia aguda y le hicieron una transfusión. Cuando vino el médico, lo acompañé a otra sala y le pregunté si John estaba perdiendo su batalla y me dijo que sí; no tengo palabras para explicar lo que sentí en ese momento. Lloré desconsoladamente y sí, lo hice con John y delante de él. Esa noche me quedé en el hospital con mi hijo hasta muy tarde y me habría quedado por la noche si no se hubiese recuperado; además el corazón me decía que de momento estaba bien y que al día siguiente vendría a casa.

»E1 30 de marzo John cumplió dieciséis años. Yo sabía que no estaría mucho más tiempo con nosotros, pero había llegado a aceptarlo. Nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos para aliviar el dolor de la separación.

»El 3 de abril fue la última vez que le hicieron una punción en la clínica. A las siete y media de la tarde del 5 de abril lo estreché entre mis brazos, lloramos juntos, y lo ayudé a caminar hasta el coche para su último viaje al hospital. Le prometí que no lo dejaría solo y que me quedaría con él hasta que regresase a casa. Le administraron oxígeno desde el jueves por la noche hasta el sábado por la tarde, y permanecí con él en el hospital, en su habitación, como le prometí.

»Lo llevamos a casa el sábado a las dos de la tarde del 7 de abril, para su última etapa en esta estancia en la tierra. John tenía intensos dolores en el estómago, en la espalda y en los hombros. Había pasado de los 75 kilos a unos 48, y medía 1,99 m; era piel y huesos. Tenía la espalda encorvada por el dolor, pero no se quejaba. Sólo pedía "dame una friega en la espalda" o "frótame los hombros". Trató de ser fuerte y de valerse por sí mismo hasta el final. Incluso quiso caminar solo por la casa. No le fue muy bien, porque estaba muy débil y tomaba muchas medicinas, pero lo intentó.

»La mañana del miércoles 11 de abril, me senté en la cama de John y le friccioné la espalda y los hombros mientras hablábamos de mi compañera de trabajo, que había estado de vacaciones la semana anterior. Me preguntó si había regresado y si lo había pasado bien. También hablamos del dolor que tenía en la espalda. Ese día, a las doce y veinte del mediodía, John nos dejó para irse a la casa de Dios.

»¡Por fin! No más dolor, no más sufrimiento, no más punciones.

»Yo estaba en el trabajo. Mamá me llamó por teléfono para que fuera a casa, y yo, sin pensarlo, le pregunté para qué, e insistí, hasta que me dijo: "John se ha ido". Di un grito y le colgué el teléfono; seguí gritando sin parar. No esperaba reaccionar de esa manera, pero es que el dolor era terrible.

»Papá vino a buscarme. Entré en casa y corrí a la habitación de John, lo cogí del brazo, le apreté la mano y le dije infinidad de veces que lo quería mucho y que iba a echarlo mucho de menos. No le dije adiós porque siempre lo llevaré conmigo en el corazón; y sé que algún día volveremos a estar juntos.

»Mis dos hijas lo pasaron muy mal cuando murió John. La mayor, de trece años, lloró todo el día, hasta bien entrada la noche. La otra, de nueve años, se fue a la entrada y se golpeó repetidas veces la cabeza. contra la pared, por lo que tuvo un par de días un fuerte dolor de cabeza.

»Las cogí de la mano y las llevé a la habitación de John, a los pies de su cama, para que lo viesen y le dijeran lo que quisieran. Las dos estaban asustadas, pero al verlo se sintieron mejor y más tranquilas.

»Me costó un gran esfuerzo, pero conseguí que, desde ese momento y hasta el funeral, participasen en todo. Cuando fuimos, sólo la familia, a visitar a John por última vez, volvían a estar atemorizadas. Les cogí la mano y las llevé hasta el ataúd. No paraban de hacer preguntas. Por fin tocamos a John y las perturbó el que estuviese tan frío y rígido. Pero una vez más recurrí a su libro y les expliqué que John había dejado su capullo y, como ya no lo necesitaba, éste no tenía por qué estar caliente y flexible.

»Ninguna de las dos teme la muerte y ambas saben que John siempre está con ellas y que algún día volveremos a estar todos juntos.

»John sostuvo una valiente batalla y estoy orgullosísima de ser su madre, en la vida y en la muerte. John mantuvo su sentido del humor durante toda su enfermedad y fue muy fuerte.»

Algunos meses más tarde, esta madre me volvió a escribir, porque, como dijo:

«Me faltaba decir algunas de las cosas más importantes que quería compartir. John irradiaba amor, calor y felicidad en cada exhalación, además de ser una persona extraordinaria en muchos aspectos, y quiero que también conozca esta faceta.

»Recuerdo a John como una persona divertida y cariñosa, llena de vida y con las travesuras propias de cualquier muchacho de su edad, y ahora, cuando miro hacia atrás, pienso que eran bromas encantadoras y llenas de buen humor que recordaré siempre con cariño.

»Recuerdo cómo reía yo al observar a John jugando un partido de baloncesto con los Gray-Y. Cuando debía estirarse, se agachaba, y cuando debía agacharse, él —cómo no— se estiraba. O, en medio del juego, miraba cómo los demás corrían y jugaban mientras él bostezaba.

»Los cuatro —John, las niñas y yo— pasábamos muchos ratos haciéndonos cosquillas, jugueteando y riendo; dábamos largos paseos y hablábamos mucho. John se llevaba muy bien con sus dos hermanas y pasaban mucho tiempo juntos. Los tres estaban muy unidos y compartían muchos momentos felices. Por supuesto que se peleaban y discutían, como todos los hermanos, pero no permitían que alguien dijera o hiciera algo a cualquiera de los tres sin que los otros dos saliesen en su defensa.

»John era un miembro activo de los Boy Scouts y quería convertirse en un "Águila" (un miembro meritorio), se esforzaba en ello, pero cuando, al principio de su enfermedad, empezó a perder el cabello, se volvió totalmente inactivo. También fue un miembro activo de la Comunidad de Jóvenes de la Iglesia, hasta que se le empezó a caer el cabello.

»Cuando John visitó a mi primo el verano pasado le dijo: "Antes de morir quiero dos cosas: ¡tener una furgoneta y hacer el amor con una chica!". Cuando me lo contaron, sabía que se había cumplido uno de esos deseos. Mis padres le compraron una furgoneta en marzo, el día que cumplió dieciséis años. John se quedó mudo de fascinación, pero estaba demasiado débil para saltar de entusiasmo.

»John se esforzó mucho para sacar su permiso de conducir. Puesto que no iba al colegio y por la televisión no daban cursos para aprender a conducir, se vio obligado a ir a una academia. Tuvo que ir cuatro sábados, de las nueve y media de la mañana a las cinco y media de la tarde y, aunque le costó mucho porque estaba muy débil, lo hizo.

»John hizo cola en la Delegación de Tráfico para tramitar su permiso. Quise convencerlo para que se sentara y me dejara hacer cola por él hasta que le tocara el turno, pero no quiso de ninguna manera. Estaba decidido a hacerlo solo y lo hizo. Fue en los últimos dos meses de su vida.

»¡Estaba tan contento de haberlo conseguido! Cuando salió de Tráfico cogió las llaves de mi mano —sin resistencia por mi parte— y condujo hasta casa. No era muy lejos, pero le resultó difícil, porque tenía dolor y estaba muy cansado por haber estado mucho rato de pie.

»Al cabo de un mes de la muerte John, uno de sus amigos me dijo que John había realizado su otro deseo. Estábamos en un cine y di un grito. No tengo palabras para describir cómo me alegré de saber que John había realizado su deseo. De hecho, hasta ese momento, esperaba y rogaba que hubiese sido así aunque el corazón me decía que nunca me enteraría. Fue una experiencia maravillosa para él y me alegré muchísimo de que la hubiese vivido. Sabía que iba a morir e hizo algo que realmente quería hacer.

»Incluyo una copia del poema que leímos en el funeral de John. Expresa nuestros sentimientos de amor por John, en la vida y en la muerte:




Yüklə 0,76 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   19   20   21   22   23   24   25   26   ...   33




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©muhaz.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

gir | qeydiyyatdan keç
    Ana səhifə


yükləyin