E la vida y sacramentos de la reina del cielo, y lo que el altísimo obro en esta pura criatura desde su inmaculada con­cepción hasta que en sus virgíneas entrañas tomo carne huma­na el verbo, y los favores que la hizo en estos primeros quin­ce



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Doctrina de la soberana Señora.
477. Hija mía, la naturaleza humana es imperfecta y remisa en obrar la virtud y frágil en desfallecer, porque se inclina mucho al descanso y repugna al trabajo con todas sus fuerzas. Y cuando el alma escucha y contemporiza con las inclinaciones de la parte ani­mal y le da mano, ella la toma de suerte que se hace superior a las fuerzas de la razón y del espíritu y le reduce a peligrosa y vil servi­dumbre. En todas las almas este desorden de la naturaleza es abo­minable y formidable, pero sin comparación le aborrece Dios en sus ministros y religiosos, a quienes, como la obligación de ser per­fectos es más legítima, así es mayor el daño de no salir siempre victoriosos de esta contienda de las pasiones. De esta tibieza en resistir y la frecuencia en ser vencidos, resulta un desaliento y per­versidad de juicio, que vienen a satisfacer y quedar mal seguros con hacer algunas ceremonias muy leves de virtud, y aun les parece, sin hacer cosa de provecho, que mudan un monte de una parte a otra. Introduce con esto el demonio otros divertimientos y tentaciones y, con el poco aprecio que hacen de las leyes y ceremonias comunes de la religión, vienen a desfallecer casi en todas y, juzgándolas cada una por cosa leve y pequeña, llegan a perder el conocimiento de la virtud y vivir en una falsa seguridad.
478. Pero tú, hija mía, quiero que te guardes de tan peligroso engaño y adviertas que un descuido voluntario en una imperfección dispone y abre camino para otra, y éstas para los pecados venia­les, y ellos para los mortales, y de un abismo en otro se llega al profundo y al desprecio de todo mal. Para prevenir este daño se debe atajar muy de lejos la corriente, porque una obra o ceremonia que parece pequeña es antemuralla que detiene lejos al ene­migo, y los preceptos y leyes de las obras mayores obligatorias son el muro de la conciencia, y si el demonio rompe y gana la primera defensa está más cerca de ganar la segunda, y si en ésta hace por­tillo con algún pecado, aunque no sea gravísimo, ya tiene más fácil y seguro el asalto del reino interior del alma, y como ella se halla debilitada con los actos y hábitos viciosos, y sin las fuerzas de la gracia, no resiste con fortaleza, y el demonio que la tiene ad­quirida la sujeta y oprime sin hallar resistencia.
479. Considera, pues, ahora, carísima, cuánto ha de ser tu des­velo entre tantos peligros, cuánta tu obligación para no dormir entre ellos. Considérate religiosa, esposa de Cristo, prelada, enseñada, ilustrada y llena de tan singulares beneficios, y por estos títulos y otros, que en ellos debes ponderar, mide tu cuidado, pues a todos debes retorno y correspondencia a tu Señor. Trabaja, porque seas puntual en el cumplimiento de todas las ceremonias y leyes de la religión y para ti no haya ley, ni mandato, ni acción perfecta que sea pequeña; ninguna desprecies ni olvides, todas las observa con rigor, porque en los ojos de Dios todo es precioso y grande, lo que se hace por su gusto. Cierto es que le tiene en ver cumplido lo que manda y que el despreciarlo le ofende. En todo considera que tienes Esposo a quien agradar, Dios a quien servir, Padre a quien obedecer, Juez a quien temer y Maestra a quien imitar y seguir.
480. Para que todo esto lo cumplas has de renovar en tu ánimo una resolución fuerte y eficaz de no oír a tus inclinaciones ni con­sentir en la flojedad remisa de tu naturaleza; ni, por la dificultad que sintieres, omitir acción o ceremonia alguna, aunque sea besar la tierra, cuando sueles hacerlo, según la costumbre de la religión; lo poco y lo mucho ejecuta con afecto y constancia y serás agra­dable a los ojos de mi Hijo y a los míos. En las obras de supereroga­ción pide consejo a tu Confesor y Prelado; y primero suplica a Dios que le dé acierto y llega desnuda de toda inclinación y afecto a cosa determinada, y lo que te ordenare, óyelo y escríbelo en tu co­razón y ejecútalo con puntualidad; y si es posible acudir a la obe­diencia y consejo, nunca por ti sola determines cosa alguna por más buena que te parezca; que la voluntad de Dios se te manifestará siempre por la santa obediencia.
CAPITULO 5

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