Fisiología del Alma



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Pregunta: ¿Podéis extenderos algo más sobre la forma de ese elemental primario responsable del cáncer, informándonos cómo obra él sobre el periespíritu, en su invasión morbosa?

Ramatís: Para nuestra vista de desencarnados, ese elemental, después de ser subvertido, pierde su apariencia común de fluido centelleante, que recuerda el flujo de la luna sobre el lago sereno, para tomar un color oscuro, denso, repugnante, agresivo e insaciable en su acción invasora. Invertido en su función crea­dora, asume la forma destructora y ataca la sustancia translúcida y tenuísima del periespíritu. Intenta, además, combinar su na­turaleza inhóspita y deletérea, con la contextura envuelta en aquél, procurando rebajarlo a una forma y condición astralina turbia, oscura, que recuerda la mancha de tinta extendiéndose sobre un tejido alabastrino.

Su configuración más común, al adherirse al periespíritu, recuerda la gigantesca ameba fluídica que emite tentáculos bajo movimientos larvales incesantes o asume la forma de exótica langosta o reptil arácnido, interceptando el curso nutritivo de las corrientes "vitales-magnéticas", con el fin de alimentar su vida parasitaria y vampiresca. Su acción es ínter penetrante en la vestimenta periespiritual y condensa fácilmente toda sustan­cia mental que, por efecto del mal uso de los dones del espíritu, baja en su frecuencia vibratoria. Actúa también fuertemente al nivel de las emociones descontroladas, e interfiere principal­mente en la función del "chakra esplénico", que es el centro controlador y revitalizante de las fuerzas magnéticas que se re­lacionan a través del bazo. En el periespíritu, que es la matriz de la organización carnal, se puede observar ya, entonces la caracterización subversiva de las células neoplásticas del cán­cer, cuya proliferación anárquica repercute poco a poco en di­rección al cuerpo físico, en concomitancia con el fluido pernicioso que opera subrepticiamente en un incesante rebajamiento vi­bratorio. Por desgracia, es el propio espíritu del hombre el que debilita su comando biológico y concurre, con sus desatinos mentales y con sus pasiones violentas, a que la manifestación cancerosa se produzca con mayor rapidez.

Ante la desarmonía verificada en ese comando electrónico, responsable de la aglutinación atómica que produce la carne, el miasma astralino intercepta el flujo vital y se perturban las líneas de fuerzas magnéticas que predisponen la armonía orgá­nica, resultando de ello la rebelión incontrolable de las células.

Los clarividentes encarnados pueden observar, con cierta claridad, que ese miasma cancerígeno, emite una serie de ten­táculos o seudópodos que, emergiendo del periespíritu, se interpenetran después invisiblemente por la piel y por los órganos físicos, a los cuales se aferran con vigor, trazando anticipada­mente el curso anárquico de las formas celulares. Otras veces, se extiende por la intimidad de la médula ósea, del hígado o del bazo, vampirizando los glóbulos rojos y caracterizando la hiperplasia del tejido formador de los glóbulos rojos.

Las células físicas, embebidas por esa esencia degradada y parasitaria, perturban y se atropellan en su genética, materia­lizándose en la carne bajo la conformación heterogénea y nociva de los neoplasmas malignos.


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