L. S. Vygotski obras escogidas IV psicología infantil



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Observación: A, obreros no calificados; B, obreros calificados y empleados de categoría inferior; C, empleados y funcionarios de tipo medio, artesanos autónomos, pequeños agricultores y comerciantes.

La tercera orientación en le desarrollo de la autoconciencia corresponde a su integración. El adolescente empieza a tomar conciencia de sí como un todo único. Los rasgos aislados se convierten en su autoconciencia en rasgos del carácter. El se percibe como un todo integral y considera cada manifestación aislada como parte de ese todo. Observamos aquí una serie de estadios cualitativamente distintos entre sí que el niño recorre gradualmente en dependencia de la edad y del medio social.

La cuarta orientación en el desarrollo de la autoconciencia es la delimitación de la personalidad, propiamente dicha, del mundo circundante, la conciencia de esa diferencia, así como de las peculiaridades de su personalidad. El excesivo desarrollo de la autoconciencia origina un carácter reservado, dolorosas vivencias de aislamiento, que suelen ser típicos de la edad de transición.

La quinta orientación consiste en que el niño y el adolescente empiezan a enjuiciarse de acuerdo con los criterios espirituales vigente en la cultura objetiva, para la valoración de su personalidad, no basados en la biología. Busemann dice que el niño antes de los once años se juzga de acuerdo con la siguiente escala de valores: fuerte-débil, sano-enferno, guapo-feo. Es frecuente que los adolescentes rurales sigan a los catorce-quince años en ese estadio de autovaloración biológica. Sin embargo, cuando las relaciones sociales son complejas, el desarrollo avanza muy rápido. El centro de gravedad se desplaza a una u otra capacidad para actuar. Al estadio de la “moral de Sigfrido”, según la cual las virtudes corporales y la belleza lo son todo, le sigue en el desarrollo del niño la moral de las habilidades que le pueden granjear el respeto de los adultos, dice Busemann.

Debido a la influencia de los adultos, que promueven constantemente la fórmula de “tú debes obedecernos”, el niño pasa al estadio de la valoración determinado por lo que quieren de él los adultos. Todo niño, de aquellos que se dice bien educados, atraviesa esa fase. Muchos niños, sobre todo niñas, no pasan de la que preconiza la moral de la obediencia.

La siguiente fase en el desarrollo nos lleva a la moral colectiva que es alcanzada por los adolescentes alrededor de los diecisiete años, aunque no por todos.

La sexta y última orientación en el desarrollo de la autoconciencia y de la personalidad del adolescente es el incremento de las diferencias entre los individuos, el incremento de la gran variedad interindividual. La reflexión comparte, en este sentido, el destino de las restantes funciones. A medida que van madurando las capacidades y se hace más duradera la influencia del medio, los individuos se diferencian cada vez más entre sí. Hasta los diez años apenas hallamos diferencias en la autoconciencia de los niños de la ciudad y del campo; a los once-doce años esa diferencia se hace más evidente, pero tan sólo en la edad de transición la desigualdad del medio social origina diferencias muy notorias en la estructura de la personalidad.
3

El resultado más importante conseguido por A. Busemann en sus investigaciones fue el establecimiento de tres momentos que caracterizan la reflexión en la edad de transición.

El primer momento: la reflexión y la autoconciencia del adolescente basada en ella están presentes en el desarrollo. La opinión de la autoconciencia no sólo es un fenómeno de la conciencia, sino un hecho mucho más amplio desde el punto de vista biológico, sustentado, además, socialmente por toda la historia del desarrollo anterior. En vez de enfocar esa compleja cuestión desde el punto de vista fenomenológico tan sólo, desde el ángulo de la vivencia, del análisis, de la conciencia como hace Spranger, Busemann nos hace conocer el reflejo objetivo del desarrollo real de la autoconciencia adolescente.

Dice con todo acierto que las raíces de la reflexión deben buscarse a gran profundidad en el mundo animal, que sus cimientos biológicos no sólo se encuentran donde se refleja el mundo exterior, sino donde el organismo se autorrefleja; gracias a ello se produce la correlación del organismo consigo mismo. Spranger explica que ese cambio en la edad de transición se debe al descubrimiento del propio “yo”, que es la mirada dirigida hacia dentro, que se trata de un hecho de índole puramente espiritual. Vemos, por tanto, que para Spranger la formación de la personalidad adolescente es algo primario, independiente, inicial, de la que se desprenden, como si de una raíz se tratara, todos los cambios posteriores que determinan la edad de transición. En realidad ante nosotros no se encuentra lo primario, lo inicial, sino un eslabón más tardío en la cadena de aquellos cambios que caracterizan a la edad de transición.

Habíamos dicho ya que en la organización del sistema nervioso subyace la posibilidad de la autoconciencia. Hemos intentado después seguir el largo camino de los cambios psicológicos y sociales que llevan a la formación de la autoconciencia. Hemos visto que el descubrimiento del criterio espiritual no se produce de repente. Hemos visto que toda la vida psíquica del adolescente se reorganiza por necesidad natural, que la formación de la autoconciencia es tan sólo el producto del proceso del desarrollo anterior. Esto es lo más importante, lo esencial.

La autoconciencia es tan sólo el último y superior cambio de todos cuantos tienen lugar en la psicología de la adolescencia. Volvemos a repetir, sin embargo, que la formación de la autoconciencia no es más que un determinado estadio histórico en el desarrollo de la personalidad, originado ineludiblemente por los estadios anteriores. La autoconciencia, por tanto, no es un hecho primario, sino derivado en la psicología del adolescente y no se produce por vía del descubrimiento, sino mediante un largo desarrollo. Desde ese punto de vista, la autoconciencia no es otra cosa que un cierto momento en el proceso del desarrollo del ser consciente, un momento inherente a todos los procesos de desarrollo donde la conciencia empieza a cumplir un papel más o menos notable.

Este concepto corresponde al esquema del desarrollo que encontramos en la filosofía de Hegel. A diferencia de Kant, para quien la cosa en sí es una esencia metafísica no sujeta a desarrollo, el concepto “en sí” significa para Hegel un momento primario o un estadio tan sólo en el desarrollo de la cosa. Desde ese punto de vista, Hegel consideraba al retoño como una planta en sí y al niño como un hombre en sí. Todas las cosas, dice Hegel, son al principio cosas en sí. A. Deborin (1923)6 destaca en ese planteamiento de la cuestión el que Hegel vincule indisolublemente la cognoscibilidad de la cosa con su desarrollo o, mejor dicho, con su dinámica y cambio. Hegel señala con cierto que el ejemplo inmediato de “ser para sí” es para nosotros el “yo”. Cabe decir que el hombre se diferencia del animal y, por consiguiente, de la naturaleza en general, por conocerse a sí mismo como “yo”.

La comprensión de la autoconciencia como algo que se desarrolla, nos libera definitivamente del enfoque metafísico de ese hecho central de la edad de transición.

El segundo momento que nos facilita el enfoque real de este proceso es la autoconciencia y el desarrollo social del adolescente, descubierto por Busemann. Busemann hace descender el descubrimiento del “yo” del cielo a la tierra, que para Spranger es el inicio de la psicología del adolescente, y lo desplaza desde el comienzo del desarrollo psíquico del adolescente al final, cuando indica que la imagen trazada por Spranger corresponde sólo a un determinado tipo social. Aplicar esa imagen, dice Busemann, a jóvenes obreros o campesinos sería un craso error.

Ultimamente, Busemann llevó a cabo una investigación destinada a esclarecer la relación entre el medio social y la autoconciencia del adolescente. Como considera el mismo autor, cabía explicar en base a sus trabajos anteriores las diferencias en la autoconciencia de niños del campo y de la ciudad, entre alumnos de centros de enseñanza superior, media y primaria, no por la influencia de la posición social, sino por la simple influencia educativa de los diversos tipos de escuela, los resultados de la nueva investigación contradicen esa tesis. El abundante material reunido fue objeto de minuciosa elaboración, y las manifestaciones de los adolescentes se clasificaron en cuatro grupos:



  1. Descripción de las condiciones en que vive el niño en lugar de representar su propia personalidad. Este hecho se tomaba como prueba de una actitud completamente ingenua hacia el tema.

  2. Descripción del propio cuerpo, que demostraba también una comprensión primitiva de la cuestión dada.

  3. Autovaloración en el nivel de las capacidades como criterio moral.

  4. Autovaloración de índole realmente ética (con referencia bien con la moral de la obediencia o bien con la moral colectiva).

En el cuadro 6, A. Busemann muestra las diferencias en la autoconciencia de niños procedentes de distintos grupos sociales, diferencias que no pueden explicarse por el tipo de enseñanza escolar tan sólo, ya que todos los niños acudían al mismo centro escolar.
Cuadro 6

Clasificación de las manifestaciones ingenuas (de primera y segunda categoría en total) según el sexo y el grupo social (%) (A. Busemann)




Grupos sociales

Sexo

A

B

C

Niños

66

53

43

Niñas

21

15

13

Nota: las letras A, B y C tienen el mismo significado que en el cuadro 5.
La existencia de un estrecho vínculo entre la posición social del adolescente y el desarrollo de su autoconciencia, hecho establecido por Busemann, nos parece totalmente indiscutible. Sin embargo, la interpretación de los datos reales es, a nuestro juicio, tan falsa que hasta el análisis más simple puede descubrirlo.

Si comparamos las diferencias en el estadio del desarrollo de la autoconciencia de los adolescentes en dependencia de su posición social con las mismas diferencias en dependencia de su sexo, veremos que la diferenciación sexual supera a la social (cuadro 7).


Cuadro 7

Clasificación de todos los tipos de juicios según el sexo y los grupos sociales (%) (según A. Busemann)






Niños

Niñas

Tipo de juicios

A

B

C

A

B

C

Mención de las circunstancias

40

34

25

18

11

13

Sobre el cuerpo

26

19

18

3

4

0

Sobe las habilidades

27

40

42

33

41

33

De índole moral

7

7

15

46

43

53

Así, por ejemplo, mientras que el número de respuestas ingenuas de los niños del grupo A, que demuestran que su autoconciencia no está desarrollada, supera tan sólo en 1,5 veces el mismo número de respuestas del grupo C, en comparación con las respuestas de las niñas del mismo grupo social es superior en más de tres veces. Lo mismo ocurre en todos los restantes grupos sociales. ¿Podemos considerar casual este hecho? Creemos que no. la diferencia en el desarrollo de la autoconciencia en razón del sexo es mucho más considerable que entre niños procedentes de diversas capas sociales.

Para explicarlo, Busemann expone una teoría muy poco consistente desde nuestro punto de vista: en las niñas, dice, pese a condiciones socioeconómicas desfavorables, madura la autoconciencia moral, mientras que el niño necesita para ello unas condiciones particularmente propicias en su entorno familiar o bien una gran influencia escolar. Busemann considera que su hipótesis, se confirma en el hecho, conocido de antiguo, de que las jóvenes obreras, desde el punto de vista psicológico, se parecen mucho a las jóvenes que están en mejores condiciones sociales.

Opina también que todo lo que tiene relación con el traslado al interior y con la espiritualización de la personalidad, las mujeres van por delante y sólo las influencias de un medio particularmente favorable como, por ejemplo, la asistencia a centros superiores de enseñanza, aproximan a los niños al tipo femenino. Busemann dice que el tipo de hombre culto, sobre todo el de elevado nivel intelectual, está situado en la línea de transición del tipo de autoconciencia masculina a la femenina. Por su origen, nuestra cultura es masculina, pero la tendencia psicológica de su desarrollo tiende a la feminización, considera Busemann.

Es difícil imaginar una explicación más inconsistente dictada por el deseo de acomodar los hechos dados en un esquema preconstruido. El error de Busemann radica en que no sabe llevar hasta el fin el punto de vista del desarrollo y el punto de vista del condicionamiento social en el problema del surgimiento de la autoconciencia en el adolescente. Por este motivo no se percata de dos hechos capitales: primero, las niñas, en la maduración sexual y, por consiguiente, en el desarrollo psíquico superan a los niños en ese período. De aquí se deduce lógicamente que sea mayor el porcentaje de niñas que alcanzan antes el estadio superior del desarrollo que los niños. Así, pues, no se trata del hecho de que la maduración sexual adviene antes en las niñas y que es distinto el ritmo de su desarrollo. Concuerda perfectamente con ello el hecho de que exista la misma diferencia cuantitativa en el tiempo y el ritmo entre niños de diversas capas sociales. Como el desarrollo de la autoconciencia es, sobre todo, el resultado del desarrollo sociocultural de la personalidad, se comprende que las diferencias en el medio cultural influyan directamente en el ritmo del desarrollo de esa función superior de la personalidad en los niños que viven en condiciones socioculturales desfavorables. Se comprende perfectamente que esa diferencia entre niños de distintos grupos sociales sea dos veces menor que la diferencia entre niños y niñas.

Sin embargo, eso no significa, ni mucho menos, que la tesis de Busemann sobre el nexo interno entre el medio y la autoconciencia sea errónea. Nada de eso. Pero dicho nexo no debe buscarse allí donde lo busca en citado autor. La diferencia no radica en la demora cuantitativa del crecimiento, en su retraso ni tampoco en la prolongada permanencia en un estadio más temprano, radica esta diferencia en otro tipo, en otra estructura de la autoconciencia. Las diferencias cuantitativas halladas por Busemann no son esenciales para el nexo buscado entre el medio y la autoconciencia.

La autoconciencia del adolescente obrero, en comparación con el adolescente burgués, no está retenida en un estadio d desarrollo más temprano, se trata simplemente de un adolescente con otro tipo de desarrollo de su personalidad, con otra estructura y dinámica de su autoconciencia. Las diferencias en este caso pertenecen a otro plano distinto que las existentes entre los niños y las niñas. Por ello, las raíces de tales diferencias han de buscarse en la pertenencia de clase del adolescente y no en uno u otro grado de su bienestar material. Por esta causa la inclusión de adolescentes de diversa procedencia social en un mismo grupo, tal como hace Busemann, nos parece errónea.
Cuadro 8

Menciones del propio cuerpo en las manifestaciones de niños de edades diversas procedentes de centros rurales urbanos (%) (A. Busemann)



Edad (años)

Centro rural

Centro urbano

9 – 11

63,2

15,5

12 – 14

40,8

4,7

Comete ese mismo error al analizar la influencia del medio social según las edades.

Los cuadros 9 y 10 demuestran que la influencia del medio social se hace sentir muy pronto, pero es insignificante en comparación con las diferencias existentes entre los niños y las niñas. esa circunstancia nos reafirma en la opinión de que las diferencias halladas por Busemann se deben , ante todo, a diferencias en el ritmo del desarrollo, en lee cual, como es bien sabido, las niñas van por delante de los niños. Se trata de un hecho capital y bajo ese prisma deben interpretarse todos los resultados obtenidos por Busemann.
Cuadro 9

Mención de sentimintos propios en las manifestaciones de niños procedentes de centros urbanos y rurales de distinta edad y sexo (%) (A. Busemann)






Centros urbanos

Centros rurales

Edad (años)

Niños

Niñas

Niños

Niñas

9 – 11

20

16

28

20

12 – 14

18

29

38

52

Sin embargo, compartimos su deducción fundamental. El desarrollo de la autoconciencia, dice Busemann, depende del contenido cultural del medio en una medida superior a cualquier otro aspecto de la vida espiritual. Pero cuando intenta deducir las peculiaridades de la autoconciencia adolescente a partir de las necesidades vitales del grupo a que pertenece, comete una omisión grandísima, aunque, desde el punto de vista metodológico, señala una vía de investigación muy correcta. Para Busemann es natural que un adolescente cuya vida entera transcurre en un ambiente de trabajo físico y penuria material, que no domina ninguna especialidad por no haberla aprendido, se considere a sí mismo bajo el siguiente punto de vista: el cuerpo más las condiciones externas.


Cuadro 10

Grado de interiorización en la representación sobre sí mismo (% de composiciones sobre el mundo interno de la personalidad en relación con el número total de las mismas, según A. Busemann).



Escuelas





Ciudad

Campo

Generales

Superiores

Nacionales

Nacionales

Edad (años)

V

M

V

M

V

M

V

M

9

30

-

36

43

25

80

20

16

10

41

45

23

50

36

67

30

27

11

50

52

19

79

37

53

24

22

12

95

88

26

72

50

69

16

26

13

89

96

30

100

49

52

19

50

14

80

92

58

96

42

60

37

69

15

79

90

50

90

-

-

-

-

16

77

92

60

100

-

-

-

-

17

74

-

61

-

-

-

-

-

V= varón; M= mujer.
Otro punto de vista prevalece ya en los niños de los obreros especializados. Conviene fijar la atención en cómo aumenta el porcentaje de autoestimación basada en la especialización. En ese sentido los hijos de los obreros calificados superan, incluso, a los del grupo siguiente. Según Busemann, la especialización es lo principal para el obrero calificado y, por ello, los niños asimilan ese factor en su autoestimación, trasladado desde fuera hacia adentro, convertido del criterio social al individual, del momento colectivo al momento de la autoconciencia. Y, finalmente, los niños del tercer grupo, en su autoestimación también, reflejan el nivel moral de su propia familia.

En general, dice Busemann, el carácter y el modo de la conciencia que tiene el niño de su propia existencia y actividad, depende en sumo grado de la opinión y de la estima que sus padres tienen de sí mismos. Las escalas de estimación de los adultos pasan a ser las escalas del propio niño. Busemann insiste en que debe renunciarse al prejuicio, de que sólo con ayuda de la conciencia y la reflexión se consigue ser buena persona. Dice que no sólo en el terreno de la ética se alcanza un grado superior cuando la mano izquierda ignora lo que hace la derecha. Existe también la perfección del ser humano inconsciente.

Ese himno a la limitación delata definitivamente la falsedad de la tesis principal de Busemann. En vez de hacer un análisis cualitativo y poner d manifiesto las diferencias cualitativas en la conciencia del adolescente, en los diversos medios sociales, el autor se limita a constatar simplemente la demora en el paso de un estadio a otro. Es evidente, sin embargo, que no se trata de estudios, sino de tipos de autoconciencia y del propio proceso del desarrollo. En determinados aspectos, por ejemplo, en el sentido de la toma de conciencia de la propia personalidad desde el punto de vista de clase social, el adolescente obrero llega antes que el burgués a los estadios superiores de la autoconciencia. En otros sentidos va rezagado. En general, no cae hablar de atrasos o adelantamientos allí donde las vías del desarrollo forman curvas del todo incomparables y cualitativamente diferentes.
4

El tercer momento que Busemann destaca en sus trabajos y que nos permite liberarnos del enfoque metafísico de la autoconciencia consiste en que la autoconciencia deja de considerarse como una esencia metafísica que no puede ser sometida al análisis. Juntamente con el aspecto del desarrollo y la condicionalidad social se introduce el aspecto de la análisis empírico de la autoconciencia. Los seis momentos del desarrollo ya mencionados, que caracterizan la estructura de la autoconciencia, son el primer intento, de tal análisis empírico de la personalidad. En la figura 5 está representado el curso del desarrollo de la autoconciencia (asimilación de criterios internos de valoración).





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