“La Depresión”



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CAPITULO XII
XII- Conclusiones:

La depresión ha sido largamente descrito desde la antigüedad; en la noción, el uso de los vocablos y el discurrir de su historia, vemos cómo se han ido formando y gestando su descubrimiento de acuerdo al pensamiento y modos de vida filosóficos, imperantes del momento; esta mirada al pasado, es la que precisamente nos permite conocer el origen de los conceptos actuales que manejan las diferentes teorías psicológicas, tanto en sus concepciones fundamentales como en sus propios alcances y formas de dar tratamiento. En la edad media, ya iban surgiendo incipientes conceptos psicodinámicos, ya se hablaba de perdidas objétales con base orgánica; en el renacimiento, se enfatizaba la multifactorialidad y multicausalidad de la depresión, y en la edad moderna aparecieron las nuevas ciencias como la neuroanatomía, la neurofisiología, que conjuntamente al descubrimiento de la electricidad, ya se empezaría a hablar análogamente de las energías cerebrales, la voluntad o lo que luego se denominaría las pulsiones. En el siglo XX, la farmacología cobra auge enfatizando la controversia física con la esfera emocional, reafirmando las diferencias en las actuales corrientes teórico-psicológicas. Si bien la OMS, en la definición de la depresión la ubica dentro de los trastornos mentales, en realidad, el estudio de la depresión es un problema complejo no acabado, dado que sus causas aún no han sido descubiertas, debido a la influencia conjunta de muchos factores biopsicosociales; y hay, muchas clasificaciones de las formas clínicas de la depresión. Unas enfatizan el aspecto: etiológico, otras el evolutivo, la edad, la presentación de la enfermedad, la respuesta al tratamiento, etc. Por otro lado, las clasificaciones hechas por la psiquiatría están supeditadas al descubrimiento de las causas orgánicas últimas (biológicas o genéticas), siempre pendientes de confirmar, que darían a cada cuadro su verdadera identidad, más allá de los fenómenos característicos que están en juego. Ellos esperan que en sus investigaciones de todos los factores biológicos, se lleguen ha determinar cuáles son bioquímicamente las regiones cerebrales implicadas en la depresión, y crear nuevos fármacos al respecto. Sin embargo, las distinciones actuales de los cuadros tienen algo de relativo, porque éstas son más fenoménicas que no tienen una relación directa con la causa supuesta; de ahí, que se tiendan a incorporar como criterios de observación, datos estadísticos sin una crítica conceptual capaz de explicar el por qué y sobre qué, dichos datos serían significativos. Se ha dedicado numerosos esfuerzos a estudios como el de la neurotransmisión aminérgica, colinérgica y gabaérgica encontrándose resultados discordantes. Estudios sobre otros transmisores, como la noradrenalina, serotonina, dopamina, acetilcolina y gaba, que describen la participación de estos sistemas en los síntomas depresivos como es el caso de la serotonina que interviene en la modulación del estado de ánimo, control de los movimientos, obsesiones, compulsiones, trastornos de ansiedad, pero no se ha encontrado propiamente el papel etiológico de la depresión. Otro estudio importante en la búsqueda de la etiología de la depresión, corresponde a los estudios de la neurotransmisión peptidérgica. El CRF concluye que la depresión está relacionada con su hiperproducción. La gran concentración de pértidos opioides en estructuras implicadas en la regulación del humor y de la conducta, el NPY que tiene un papel de regular la función hipotalámica e hipofisiaria, la ingesta de comida, ritmos cardiacos y la integración emocional en el sistema límbico; la TRH, en la que se han observado desequilibrios en la función tiroidea en pacientes deprimidos; la sustancia P, la CCK colecistoquinina, implicada en la regulación de los niveles de ansiedad, la Galanina implicada en la regulación de la ingesta de comida y la liberación hormonal, la Leptina y la 5HT-modulina. Todos estos avances investigativos concluyen, que no es posible determinar una causa biológica como resultado de una deficiencia bioquímica a los trastornos del estado de ánimo, sino que por el contrario, siguen despertando dudas e incógnitas por resolver.

En la concepción psicoanalítica como dice el Dr. Erick, el síntoma es inseparable de la causa, el síntoma no es un producto de desecho o resultado de algún mecanismo que no funcione o de una función que se degrade; al contrario, ve al síntoma como una formación dotado de leyes y de una lógica positivamente definible, por lo tanto, hacen una clasificación de grandes grupos de trastornos que responden a criterios cualitativos estrictos y no a valoraciones cuantitativas en sus consecuencias. Estos grandes grupos de síntomas, definen estructuras clínicas diferenciadas e invariables, que si bien, producto a sus mecanismos de defensa, puedan adoptar los síntomas formas diversas en distintos momentos en sus evaluaciones, no pierden de vista lo que es permanente y definitorio. Por eso, la depresión no constituye para el psicoanálisis, un concepto, ya que no se puede dar cuenta de una causalidad que sea válida, a pesar de la diversidad de los fenómenos. Tampoco puede entendérsela como una estructura, ya que puede presentarse en cualquiera de ellas en diferentes situaciones. Menos aun se puede pensar en un “trastorno del estado de ánimo”, ya que esta noción implicaría que podría estar afectada el afecto y el pensamiento independientemente del cuerpo; la depresión es para el psicoanálisis, una constatación clínica, es la observación de un estado clínico hecho de tristeza, angustia, inhibición, etc. La depresión aparece, cuando fracasa la estrategia del sujeto en relación al otro. Así, la depresión se manifestará de diferentes maneras según la estructura psíquica del sujeto en el que se presente.

La presión de la industria farmacéutica, ha cambiado el referente fundamental de la clínica psiquiátrica. En realidad, en vez de estudiar los cuadros patológicos en sí mismos, se tiende a dar un lugar cada vez más decisivo en el diagnóstico, a las respuestas obtenidas tras la administración de distintas substancias. Se sabe con exactitud que los antidepresivos actúan sobre el déficit en la neurotransmisión; estos sistemas, tienen una capacidad de respuesta alterada. Esta deficiencia, según los estudios, podría deberse a una alteración de la traducción del mensaje a la neurona postsináptica, a pesar de que el mensajero - el neurotransmisor -, y el buzón - el receptor -, estén en perfectas condiciones; por lo tanto, explican los síntomas, como las alteraciones biológicas de los procesos bioquímicos. Así, el descubrimiento acerca de que determinados fármacos tienen efectos significativos en cuadros que anteriormente pertenecían a categorías clínicas distintas, puede llevar (siguiendo una lógica bastante natural), a poner en cuestión los límites que separan a dichas categorías, o al menos, a relativizarlos. En realidad, vemos que los efectos terapéuticos de muchas de esas substancias, están especialmente vinculados con un aspecto concreto de los cuadros sintomáticos, por ejemplo, los estados de ánimo. El hecho, es que existen trastornos del estado de ánimo en problemáticas tan distintas como la esquizofrenia, la paranoia, o diversas formas de neurosis, y también, que la administración de determinados fármacos antidepresivos, puede tener efectos en cualquiera de estos cuadros en o según, qué momentos. De ahí que al hecho de relativizar las fronteras entre todos ellos, sólo queda un paso que muchas veces acaba franqueándose insensiblemente, y si bien, esto no se suele hacer de una forma absoluta y general, resulta decisivo en lo que se refiere a la consideración de determinados problemas que tienen toda su importancia.

Ahora bien, también hay una cuestión que es peligrosamente circular, que es: la relación entre el síntoma y el estado de ánimo. A menudo, vemos que una persona, en quien se aprecian manifestaciones sintomáticas, como por ejemplo, de tipo obsesivo, se constatan igualmente fenómenos de naturaleza depresiva. En tal sentido, la pregunta es: ¿son los síntomas obsesivos causados por la depresión, o es la depresión resultado de los síntomas obsesivos?. En realidad, la misma pregunta encubre ya una simplificación, pero la simplificación se tiende a acentuar aún más, tras constatarse que en efecto, en determinadas condiciones, algunos síntomas de pacientes obsesivos, mejoran con la administración de fármacos antidepresivos. Pero finalmente, el problema no es la constatación del hecho, sino su interpretación. Porque de ahí a restar toda importancia a los síntomas en sí mismos, para luego considerarlos un mero subproducto, la distancia es ciertamente, muy corta.

La verdadera cuestión es que los estados afectivos y los síntomas forman parte de un conjunto indisociable, y no se pueden establecer relaciones de causalidad simple y directa entre unos y otros. La causalidad se ha de plantear a un nivel más global, considerando entidades que incluyan tanto la producción de fenómenos sintomáticos precisos como la presencia de estados afectivos, que los acompañan de una forma a veces directa, otras veces indirecta. Con todo, el punto de vista psicoanalítico da una prioridad absoluta al síntoma, en la indagación de las causas y en la dirección del tratamiento, en la medida en que es un fenómeno mucho más estructurado, que los estados de ánimo en sí mismos. Los manuales de diagnóstico de la DSM y la OMS han tendido al veto de estas distinciones clínicas. Los criterios diagnósticos que usan los ICD o DSM para el buen diagnóstico es realmente descriptivo; vemos que no hay diferencia en la sintomatología de sus clasificaciones, y tiene desventajas en cuanto a la descripción de cómo experimentan los pacientes sus síntomas y cómo va su proceso. Lo paradójico de todo esto, es que es muy importante hacer un buen diagnóstico porque de ello, depende el tratamiento que se le va dar y la contemplación de las dosis y el tiempo de las mismas.

En realidad, lo que está en juego en estas discusiones "científicas" son asuntos de orden ideológico. Hay una multitud de factores culturales, como la tendencia igualitaria propia de las sociedades democráticas, la reabsorción de la psiquiatría como una rama más de la medicina, la equiparación entre enfermedad orgánica y trastorno mental así como entre los diferentes trastornos mentales entre sí, que van a favor de un borrado o veto de las diferencias cualitativas entre los grandes dominios de la clínica clásica, pudiendo traer consecuencias paradójicas y graves como: las intervenciones quirúrgicas, las innecesarias medidas de segregación, terapias agresivas criticadas y denostadas ya hace décadas, que reaparecen luego reconvertidas, para ser aplicadas "democrática e igualitariamente".


Si bien, la respuesta a mi interrogante motivo de esta monografía es: el ¿porque millones de personas sufren la sensación de vacío, desolación, tristeza, que alteran no solo su ciclo de sueño-vigilia, o su vida sexual, sino su funcionamiento neurobiológico, neuroendocrino, produciéndole sentimientos de desesperación tan profundos que la persona piensa de manera inevitable en el suicidio?, desde el punto de vista biológico, la pregunta no obtiene del todo una respuesta, porque aún continuamos en proceso de estudio, y no hay conclusiones acabadas, y desde el aspecto subjetivo, la complejidad del ser humano es un mundo inacabable siempre haciéndose, siempre perfectible; sin embargo, lo rescatable de todo esto, es que los estudios continúan y no decaerá de su continuidad en la investigación. Actualmente, el afronte en el tratamiento es bifronte; es decir, se recomienda dar juntamente con los tratamientos farmacológicos las terapias psicológicas, y en casos de no respuesta a las mismas, se recomienda las terapias electroconvulsivantes y las psicocirugías.


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