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-Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajus­taste conmigo en ese jornal? 14Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti. 15¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío?, ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?

16Así es como los últimos serán primeros y los pri­meros últimos.

COMENTARIOS


I
v. 1: Porque el reinado de Dios se parece a un propietario que salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña.

La viña era símbolo del pueblo de Dios, antes Israel (cf. Is 5,7; Sal 80,9s.15s); ahora lo es del nuevo pueblo de Dios, la humanidad entera (cf. 21,41). La parábola ilustra el principio expuesto en 19,30: la cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones en la comunidad, el mayor rendimiento no crean situación de privilegio ni son fuente de mérito (el mismo jornal para todos), pues este servicio es respuesta a un llamamiento gratuito. El sentimiento del propio mérito produce descontento y división (vv. 11s.15). El llamamiento gratuito espera una respuesta desinteresada. En otras palabras: el trabajo, que es la vida en acción, no se vende: sería prostituirlo; no nace del deseo de recompensa, sino de la espontánea voluntad de ser­vicio a los demás (5,7.9). No se trabaja para crear desigualdad, sino para procurar la igualdad entre los hombres, y ésta debe ser patente en la comunidad.

v. 2: Después de ajustarse con ellos el jornal de costumbre, los mandó a la viña.

«El jornal de costumbre»: lit. «un denario cada día», jor­nal ordinario de un trabajador en aquel tiempo. En la parábola, la cuantía no es significativa, lo que importa es la igualdad de jornal para todos. Nótese que la menor cantidad de trabajo no se debe a negligencia, sino a la hora de la llamada.

vv. 3-14: Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4y les dijo: -Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo que sea justo. 5Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. 6Saliendo a última hora, encontró a otros parados y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. Él les dijo: -Id también vosotros a la viña. 8Caída la tarde, dijo el dueño de la viña a su encar­gado: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empe­zando por los últimos y acabando por los primeros. 9Llegaron los de la última hora y cobraron cada uno el jornal entero. 10Al llegar los primeros pensaban que les darían más, pero también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza. 11Al recibirlo se pusieron a protestar contra el propietario: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso, del día y el bochorno. 13El repuso a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajus­taste conmigo en ese jornal? 14Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti.

«A media mañana»: lit. «alrededor de la tercera hora», es de­cir, «a eso de las tres». El mundo antiguo dividía el día en doce horas de luz (salida a puesta del sol) y doce de noche (puesta a salida). En consecuencia, la longitud de las horas variaba según las estaciones: más cortas las del día en invierno y más largas en verano. «Las tres» = «media mañana / hacia las nueve» en nues­tro cómputo; paralelamente, v. 5 «a mediodía» (gr. «hacia las seis»), «a media tarde» (gr. «hacia las nueve»), y v. 6 «a última hora» (gr. «hacia las once»).

v. 15: ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío?, ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?

«Ves tú con malos ojos»: lit. «el ojo tuyo malvado es». «Ojo malvado» es un semitismo que significa envidia, tacañería (cf. 6,22). El modis­mo castellano enlaza con el primer significado.

v. 16: Así es como los últimos serán primeros y los pri­meros últimos.

«Los primeros»: el colofón repite (cf. 19,30) la clave de lectura de la parábola, la igualdad en el reino de Dios (= comu­nidad cristiana).

La respuesta positiva de los que aceptan trabajar en la viña, que significa la dedicación al servicio del hombre, equivale al se­guimiento de Jesús. El don que a todos se da es el Espíritu, en paralelo con lo sucedido con Jesús en el bautismo (3,16). Los momentos sucesivos de la llamada pueden indicar también la entrada de los paganos en la iglesia. Los israelitas, llamados en primer lu­gar, no pueden considerarse superiores a los nuevos miembros de la comunidad.

II

Esta parábola nos permite comprender la lógica de Jesús respecto del reino. El no busca ante todo a sus discípulos, sino a quienes no lo son, para que comprendan la generosidad sin límites de Dios. Vemos, por una parte, la actitud del ser humano que busca ser salvado por sus propias obras, y por otra la acción de Dios, que ante esa actitud autosuficiente responde que su salvación no está sujeta a las acciones del beneficiario. El “dueño de la viña” llama operarios en diferentes momentos del día, como lo ha hecho en el transcurso de la historia y a pesar del pecado humano. Se queda por sobre todo con las personas, y “paga” lo mismo al que lo reconoció desde un comienzo como su salvador, y al que lo reconoce a última hora. El reino de Dios no está sujeto a la lógica o los caprichos humanos, pero sólo beneficia al ser humano. Sólo por gracia de Dios somos llamados a vivir en su amor.



Jueves 21 de agosto de 2008

Pio X, Papa – Graciela


EVANGELIO

Mateo 22, 1-14


22 1De nuevo tomó Jesús la palabra y les habló en pará­bolas:

2- Se parece el reinado de Dios a un rey que celebraba la boda de su hijo. 3Envió a sus criados para avisar a los que ya estaban convidados a la boda, pero éstos no quisie­ron acudir. 4Volvió a enviar criados, encargándoles que les dijeran:

-Tengo preparado el banquete, he matado los terneros y los cebones y todo está a punto. Venid a la boda.

5Pero los convidados no hicieron caso: uno se marchó a su finca, otro a sus negocios; 6los demás echaron mano de los criados y los maltrataron hasta matarlos.

7E1 rey montó en cólera y envió tropas que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a su ciudad. 8Luego dijo a sus criados:

-La boda está preparada, pero los que estaban convi­dados no se lo merecían. 9Id ahora a las salidas de los ca­minos, y a todos los que encontréis invitadlos a la boda.

10Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.

11Cuando entró el rey a ver a los comensales, reparó en uno que no iba vestido de fiesta, 12y le dijo:

-Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?

El otro no despegó los labios. 13Entonces el rey dijo a los sirvientes:

-Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinie­blas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

14Porque hay más llamados que escogidos.

COMENTARIOS


I
vv. 1-2. Esta parábola responde a la actitud que muestran los su­mos sacerdotes y fariseos después de oír las dos primeras. Dios como rey ha aparecido ya en 6,10; 18,23; la figura del hijo del rey se asocia inmediatamente a Jesús. El reinado de Dios se presenta, por tanto, bajo figura de un banquete de bodas. Jesús mismo se ha presentado como «el Esposo» (9,15) y «el hijo» ha aparecido en la parábola anterior (21,37s).
vv. 3-4. «Los criados», en plural, remiten también a los de esa pá­rábola y, como ellos, pueden representar a los profetas (21,36). El llamamiento es tema frecuente en Mt (cf. 2,7.15; 4,21; 9,13; 20,8; 25,14). La invitación es rechazada conscientemente («no quisieron acudir»). La insistencia del rey enviando otros criados muestra el amor de Dios a Israel, el pueblo que había elegido. El banquete está a punto, con magnificencia real.
vv. 5-6. Nuevo y definitivo rechazo de la invitación. Unos reaccionan con total indiferencia, otros con hostilidad, y llegan al asesi­nato. La situación sigue siendo semejante a la de la parábola an­terior (21,35).
v. 7. El desastre anunciado en la parábola (cf. Is 5,24s) corres­ponde a la destrucción de Jerusalén (cf. Mt 21,41), la asesina de los profetas (cf. 23,37s). Mt pone la destrucción de la ciudad en conexión con el rechazo pertinaz de la llamada divina.
vv. 8-9. Sin embargo, el designio de Dios no fracasa. Los que te­nían derecho a la invitación la han rechazado, y por eso se han hecho indignos de ella. Se adivina el trágico destino de Israel. Los nuevos invitados representan al nuevo pueblo que va a constituir el Israel mesiánico (cf. 21,43). La distinción «buenos y malos» re­cuerda la parábola de la red (13,47s; cf. 13,24-30.36-43). El pro­pósito del rey se cumple, la fiesta se celebra con la máxima con­currencia de gente.
vv. 11-13. Escena final inesperada. El rey no solía comer con sus invitados, sino aparte, pero iba a saludarlos. «Vestido/traje de fiesta», lit. «traje de boda», es decir, traje apto para una boda. Ahora se llama «traje de boda» al de los esposos, en particular al de la novia; los invitados asisten en traje de etiqueta o de fiesta.

En el contexto de Mt, el traje de fiesta se identifica con cum­plir las condiciones de la adhesión a Jesús (5,3-10; 16,24), es decir, con la nueva fidelidad del reino (5,20). Sin ella, no se puede per­manecer en la comunidad (cf. 5,19). Han sido invitados «buenos y malos», pero nadie puede seguir en su condición de «malo». La suerte de los miembros del Israel mesiánico que no respondan al llamamiento recibido será igual a la del antiguo Israel (cf. 8,12).


v. 14. «Porque hay más llamados que escogidos», lit. «porque muchos son llamados, mas pocos escogidos». La partícula griega gar enlaza di­rectamente con lo que precede, explicándolo. La traducción literal resulta entonces incomprensible, pues de los invitados (v. 10: la sala llena' sólo uno ha sido expulsado; la conclusión obvia sería: «muchos son llamados y la inmensa mayoría escogidos».

Tampoco se resuelve el problema conectando este colofón con la primera parte de la parábola, pues ninguno de los antiguos invitados era digno del banquete (v. 8) y el dicho habría sonado: «muchos son los llamados y ninguno escogido». Resultaría además incongruente que Mt enlazara con «porque» la primera parte al colofón, sin hacerlo notar de alguna manera.

Hay que buscar, pues, una solución filológica, que puede encon­trarse teniendo en cuenta el modismo semítico para establecer la com­paración de superioridad. Es conocido que, en vez de usar un compa­rativo, en hebreo y arameo la superioridad se expresa mediante una oposición de contrarios, por ejemplo: Rom 9,13: «a Jacob amé, mas a Esaú odié» = «amé a Jacob más que a Esaú»; Lc 14,26: «odiar a su padre, etc.» = «amar a Jesús más que a su padre», interpretado por Mt 10,37; Gn 1,16: «e hizo Dios las dos lumbreras grandes, la lumbrera grande.. la pequeña» = «la mayor, la menor». En Mt 22,14 la frase indica sólo una superioridad numérica, sin referirse a las relativas proporciones: «hay más llamados que escogidos» (el único expulsado es paradig­mático), cuadrando así perfectamente con el contenido del episodio an­terior.

II

Dios no teme al ser humano ni a los crímenes horrendos que ha cometido en su historia. El le conoce y reconoce como su hijo amado. Tanto así que llegado el momento le mostrará su santidad en la reconciliación de la humanidad con su propia historia. El banquete está servido y es Dios mismo quien invita a la humanidad a disfrutarlo. La parábola nos enseña que la salvación es no sólo un hecho comunitario, sino personal, que implica confesar no sólo de labios la adhesión vital al proyecto de Dios en la vida humana, sino, sobre todo, llevarlo a la práctica en la propia existencia. La parábola del banquete del reino de Dios al que estamos todos invitados no es una realidad ajena a la existencia misma del creyente, pues le ayuda a responder al llamado que Dios generosamente le dirige. La boda está preparada, nos dice el evangelista, y ojalá que nosotros expresemos con nuestra forma de vida cotidiana en la vivencia del Evangelio que merecemos participar de ella.



Viernes 22 de agosto de 2008

María Reina


EVANGELIO

Lucas 1, 26-38



26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28Entrando adonde es­taba ella, el ángel le dijo:

-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.

29Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél 30El ángel le dijo:

-No temas, María, que Dios te ha concedido su favor 31Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús 32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinara para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.

34María dijo al ángel:

-¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?

35El ángel le contestó:

-El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altí­simo te. cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado" "Hijo de Dios" 36Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo; la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible

38Respondió María

-Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho.

Y el ángel la dejó.

COMENTARIOS

I

RUPTURA CON EL PASADO:



DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO

«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más preci­sión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el epi­sodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencio­nar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segun­da intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascenden­cia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.

El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor 1 la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 Juan B.]; Hch 7,9 José, hijo de Jacob]; 10,38 Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál seria el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1 ,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO

Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID REY UNIVERSAL

«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emma­nuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cum­plimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costum­bre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paterni­dad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf 7,28), por su talante ascético (cf. 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divi­na, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender direc­tamente de él.

«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La heren­cia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatoló­gico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (25m 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).
LA NUEVA TRADICION INICIADA

POR EL ESPÍRITU SANTO

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo su­cederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conocien­do varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fe­cundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son variadísimas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un pro­cedimiento literario destinado a preparar el camino para el anun­cio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán “Consagrado”, “Hijo de Dios” (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los após­toles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), de­signando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador / Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hom­bre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestra­les del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.


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