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Viernes 1 de agosto de 2008

Alfonso Mª de Ligorio
EVANGELIO

Mateo 13, 54-58


54 Fue a su tierra y se puso a enseñar en la sinagoga de ellos. La gente decía impresionada:

-¿De dónde le vienen a éste ese saber y esos prodi­gios? 55¿No es éste el hijo del carpintero? ¡Si su madre es María y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas! 56¡Si sus hermanas están todas con nosotros! Entonces, ¿de dónde le viene todo eso? 57y se escandalizaban de él. Jesús les dijo: -Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un pro­feta.

58No hizo allí muchas obras potentes por su falta de fe.

COMENTARIOS


I

Esta escena pone el punto final a la enseñanza de Jesús «en las sinagogas» (4,23; 9,35). Resume, por tanto, la actitud de Israel (54: «su tierra/su patria») frente a Jesús al término de su acti­vidad en Galilea. Pronto la dejará del todo para comenzar su ca­mino (19,1). La escena es paradigmática: resume la crisis de fe planteada a partir del cap. 11 (cf. 11,6: «dichoso el que no se escandalice de mí», y 13,55).

v.54: Fue a su tierra y se puso a enseñar en la sinagoga de ellos. La gente decía impresionada: -¿De dónde le vienen a éste ese saber y esos prodi­gios?

El tono despectivo («éste») de las preguntas que se hacen los compatriotas de Jesús hace que equivalgan a negaciones. El hecho de que sea el hijo del carpintero hace dudar de su saber y sus obras. Al no poderlas atribuir a Dios, sospechan o acusan a Jesús de magia. Es el eco popular de la acusación de los fariseos (12,24).

v. 55: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¡Si su madre es María y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas!

La gran equivocación es que lo consideran hijo del carpintero. No descubren en Jesús más de lo que sabían. Viendo no entienden. Israel, juguete de los círculos fariseos, no capta el secreto del reino.

II

La Palabra de Dios lleva a que nos desnudemos de todo aquello que creemos poseer y nos vistamos de su fortaleza y autoridad. Y esto lo encontramos en la primera lectura del profeta Jeremías, el cual en el atrio del Templo debió profetizar a quienes lo frecuentaban diciéndoles que deberían convertirse de sus malas acciones; de lo contrario aquel lugar, supremo para ellos, desaparecería como fruto de su maldad. Esta acción llevó al profeta Jeremías a experimentar un momento crucial, ya que el pueblo se le fue encima por las verdades que profetizó de parte del mismo Dios, y hasta quisieron matarlo. El evangelio nos presenta igualmente a Jesús en la sinagoga de Nazaret predicando y actuando. La admiración de la gente ante sus palabras y obras fue sustituida luego por la incomprensión, fruto de quedarse sólo en el hecho que Jesús fuera el hijo de José, el carpintero del pueblo. La desconfianza de esa gente se basaba en que no tenía un contacto profundo con Dios ni con las promesas que él cumpliría para la salvación del ser humano en la persona de su Hijo, Jesús. La incomprensión de los habitantes de Nazaret va ligada a una ausencia de experiencia de fe. No creer implica, para el evangelista Mateo, no aceptar a Jesús como el Hijo de Dios.



Sábado 2 de agosto de 2008

María de los Ángeles – Eusebio – Pedro Julián Eymard


EVANGELIO

Mateo 14, 1-12


14 1Por aquel entonces oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús 2y dijo a sus servidores:

-Ese es Juan Bautista; ha resucitado y por eso las po­tencias actúan por su medio.

3Porque Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado; el motivo había sido Herodías, mujer de su hermano Felipe, 4pues Juan le decía que no le estaba permitido tenerla por mujer.

5Quería quitarle la vida, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. 6El día del cumpleaños de He­rodes danzó la hija de Herodías delante de todos, y le gustó tanto a Herodes 7 que juró darle lo que pidiera.

8Ella, instigada por su madre; le dijo:

Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.

9El rey lo sintió; pero debido al juramento y a los invi­tados ordenó que se la dieran, 10y mandó decapitar a Juan en la cárcel. 11Trajeron la cabeza en una bandeja, se la en­tregaron a la muchacha y ella se la llevó a su madre.

12Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron á contárselo a Jesús.

COMENTARIOS


I
vv. 1-2: Por aquel entonces oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús 2y dijo a sus servidores: -Ese es Juan Bautista; ha resucitado y por eso las po­tencias actúan por su medio.

«Tetrarca» es el gobernante de una cuarta parte del territorio de su padre, Herodes el Grande. En el v. 9, se llama a Herodes «rey», designación que enlaza la figura de Herodes Antipas con la del primer Herodes (2,3).

El breve diálogo de Herodes con sus oficiales da pie a la na­rración de la muerte de Juan. Herodes no está tranquilo, tiene miedo por haberle dado muerte. Está influido por la doctrina fa­risea de la resurrección, con elementos paganos, «los poderes/potencias», que hacen del resucitado su instrumento. Ve en Jesús a un Juan Bautista activado por fuerzas supramundanas.

vv. 3-4: Porque Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado; el motivo había sido Herodías, mujer de su hermano Felipe, 4pues Juan le decía que no le estaba permitido tenerla por mujer.

Mt va a exponer cómo ha sucedido la muerte de Juan Bautista. Este había reprochado a Herodes su adulterio. De hecho, la ley judía prohibía casarse con la que había sido mujer del propio hermano (Lv 20,21; cf. 18,16). En la narración de Mt, el nom­bre del hermano «Felipe/Filipo» es dudoso históricamente. El pri­mer marido de Herodías se llamaba también Herodes y era herma­nastro de Herodes Antipas. Filipo el tetrarca, hermano también de Herodes, se casó con Salomé, hija del primer matrimonio de He­rodías. El punto que interesa a Mt es que la unión de Herodías con Herodes era adulterina. El miedo al pueblo impide a Herodes matar a Juan; lo mismo pasará a las autoridades judías respecto a Jesús (26,3-5).

Desde el punto de vista narrativo, el episodio no presenta difi­cultad. Hay que preguntarse, sin embargo, si Mt no le da un sen­tido teológico. De hecho, la imagen del adulterio es la consagra­da en los profetas para la infidelidad a Dios (cf. 12,39). El episodio presenta además paralelos con el de la hija de Jairo: a la dualidad padre/hija corresponde aquí la de madre/hija. A la hija (9,18; 14,6: thygatér) se la llama en ambas ocasiones «la muchacha» (9,24-25; 14,11: to korasion). El paralelo entre la hija de Jairo y la de Herodías hace probable que también ésta represente al pue­blo de Israel sometido a la autoridad de sus dirigentes, represen­tados allí por Jairo y aquí por la madre que toma las decisiones. El sentido teológico sería, pues, éste: los dirigentes judíos (Herodías) han dado su fidelidad a Herodes, que representa el poder tiránico y asesino; con eso se han hecho infieles a Dios. El pueblo (la hija), sometido a ellos, se esfuerza también por complacer a Herodes. No tiene iniciativa ni decisión propia, depende en todo de los dirigentes (la madre). Juan Bautista denuncia este connubio ilegítimo entre los dirigentes judíos y Herodes; contesta el dere­cho de éste a ejercer su mandato. Los dirigentes (la madre) con­vencen a sus partidarios en el pueblo (la hija) de que pida la muerte de Juan.

v. 5-12: Quería quitarle la vida, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. 6El día del cumpleaños de He­rodes danzó la hija de Herodías delante de todos, y le gustó tanto a Herodes 7 que juró darle lo que pidiera. 8Ella, instigada por su madre; le dijo:

Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista. 9El rey lo sintió; pero debido al juramento y a los invi­tados ordenó que se la dieran, 10y mandó decapitar a Juan en la cárcel. 11Trajeron la cabeza en una bandeja, se la en­tregaron a la muchacha y ella se la llevó a su madre. 12Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron á contárselo a Jesús.

La opinión popular está, pues, dividida: por una parte, «la mul­titud» tiene a Juan por profeta; por otra, el pueblo dócil a los dirigentes se presta a su intriga política y pide la muerte de Juan, por denunciar la situación como contraria a la voluntad de Dios. La denuncia de Juan no era, pues, meramente moral; según Flavio Josefo, la acción de Herodes contra el Bautista fue por razón de estado. En Mt, los discípulos del Bautista llevan la noticia a Jesús (12).

Herodes, como antes su padre (2,3), es presentado como figura paradigmática del poder, caracterizado por la violencia y el asesi­nato. Lo ocurrido con Juan anticipa lo que sucederá con Jesús. Este, después de retirarse (14,13), pretenderá pasar a tierra pagana (14,22); de hecho irá a la comarca de Tiro y Sidón (15,21) y a la región de Cesarea de Filipo (16,13), para anunciar a continuación su ida a Jerusalén (16,21).

II

El profeta Jeremías es el prototipo del ser humano que se entrega a la Palabra dirigida por Dios a él y al pueblo. Dios es alguien que en Jeremías, como en los demás profetas, no cesa de comunicarse con la humanidad. El se constituye como garante de esa comunicación, y por medio de ella invita constantemente al ser humano a que se convierta de sus malas conductas y acciones que le llevan a ser infiel. El profeta Jeremías pone en riesgo su propia vida con el ánimo de revelarle al pueblo la firme intención de Dios de perdonarle y salvarle. En el episodio evangélico que nos presenta san Mateo nos encontramos con el martirio de Juan el Bautista. Muchos podrían llegar a afirmar que Juan fracasó y que su vida no tuvo resonancia, como muchas que a diario son dilapidadas a favor de intereses mezquinos de algunos por mantener la verdad secuestrada y en la oscuridad. Pero ciertamente no fue así. Juan, como aquellos profetas que le precedieron, sabía que su misión de parte de Dios no tendría fruto sin la consiguiente entrega de la vida; no de una parte, sino de toda; ya que ser profeta es más que una profesión; es una vocación.



Domingo 3 de agosto de 2008

DECIMO OCTAVO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Isaías 55, 1-3

Salmo responsorial: 144, 8-9. 15-18

Segunda lectura: Romanos 8, 35.37-39
EVANGELIO

Mateo 14, 13-21


13Al enterarse Jesús, se marchó de allí en barca a un si­tio tranquilo y apartado. Las multitudes lo supieron y le siguieron por tierra desde las ciudades. 14Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, se conmovió y se puso a cu­rar a los enfermos. 15Caída la tarde se acercaron los discí­pulos a decirle:

-Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; des­pide a las multitudes, que vayan a las aldeas y se compren comida.

16Jesús les contesto:

-No necesitan ir; dadles vosotros de comer.

17Ellos le replicaron:

-¡Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces!

18Les dijo:

-Traédmelos.

19Mandó a las multitudes que se recostaran en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez se los dieron a las multitudes. 20Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos llenos. 21Los que comieron eran hombres adultos, unos cinco mil, sin mujeres ni niños.

COMENTARIOS


I
EL REPARTO DE PANES Y PECES

Siempre me ha llamado la atención el relato evangélico de la multiplicación de panes y peces. He pensado instintivamente en un Jesús, especie de prestidigitador, pero con poder divino para obrar lo imposible: alimentar a cinco mil con sólo cinco panes y dos peces, sobrando, para colmo, doce cestas. Cinco mil, sin contar mujeres y niños, que ya es gente...


Rebuscando en las páginas de la Biblia veo que Jesús tuvo su predecesor en el profeta Eliseo, quien dio de comer a cien personas con veinte panes. También en aquella ocasión se saciaron todos y sobró. Jesús, no obstante, supera con creces a este antiguo profeta.
Personalmente nunca he llegado a comprender el por qué de este relato. ¿Pudo suceder así como se narra? ¿No será éste un relato simbólico o metafórico? Basado en esta sospecha, voy a proponer otra interpretación; la de siempre ya la conocemos; a pesar de ser muy extraña, a fuerza de oírla nos parece normal y natural. ¿Normal hacer un milagro de este calibre? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene?
Los discípulos de Jesús, en esta ocasión, me parecen sensatos: "Estamos en despoblado -le dicen al Maestro-, y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer". Ellos no esperaban milagros aparatosos. Además, si estaban con Jesús en un lugar apartado de la gente, tenían sus motivos: se habían enterado del asesinato de Juan Bautista por parte de Herodes y temían que a su Maestro le sucediera otro tanto. Como Juan, Jesús no tenía pelos en la lengua. Había que pasar a la clandestinidad. Por eso, la presencia de la gente los incomoda. Lo ideal era despedirlos, disolver la manifestación para que las cosas no fuesen a más. Que Jesús deje de enseñar al pueblo...
Pero Jesús no está de acuerdo con estas sensatas propuestas: "Dadles vosotros de comer", les dice. Me imagino que se mirarían unos a otros, pensando que el Maestro no estaba en sus cabales...

Cinco panes y dos peces son todo un símbolo. Hasta Jesús, el pueblo judío se alimentaba de la doctrina-pan del Antiguo Testamento. (En arameo, doctrina ("hamira") y pan de levadura ("'amira") suenan igual. Cinco son los libros del Pentateuco; dos, el resto de las Sagradas Escrituras: los Profetas y los Escritos. Pan y pez, alimento básico en el norte del país, junto al lago. Los panes y los peces representan la enseñanza contenida en el Antiguo Testamento, alimento que no satisfacía al pueblo que estaba infraalimentado como oveja sin pastor...


Jesús, pan de vida, "tomó los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente".
Esto es lo que Jesús hacía a diario: interpretar las Escrituras, explicarlas a partir de la realidad de su persona.
Y gracias a esta enseñanza, nace el nuevo pueblo de Dios, el pueblo cristiano, formado por cinco mil, como cuenta el libro de los Hechos (4,4), los convertidos al Evangelio.
Jesús, escrutando-interpretando-superando la Antigua Ley, se convierte en el verdadero alimento-pan-doctrina que sacia al nuevo pueblo de Dios, la comunidad cristiana. Un pueblo, que, como el antiguo Israel, también tiene doce pilares -los discípulos- cuya doctrina, recibida de Jesús, sacia a la comunidad. Sobraron doce cestas, una por cada tribu.
Más que ante un milagro o prodigio, estamos, a mi juicio, ante un relato simbólico. Por otro lado, dificilmente podemos afirmar o negar, desde el punto de vista histórico, si Jesús multiplicó los panes o no. La palabra "multiplicar" no aparece para nada en la narración evangélica y no olvidemos que los números juegan un papel muy importante, con categoría de símbolos, en todo el Antiguo Testamento.

II
UN BUEN EJEMPLO



Decíamos el domingo pasado que la opción por el reino de Dios y la necesaria renuncia a todo lo que es incompatible con él debe ser causa y efecto de la alegría de haber encontrado una mejor manera de vivir. El evangelio de este domingo pre­senta un ejemplo concreto: hay que renunciar a la riqueza no porque sea bueno pasar hambre, sino para que nadie la sufra.
PANES Y PECES

El evangelio de hoy es el relato conocido como «la multi­plicación de los panes y los peces», aunque, como vetemos, sería más acertado el título «el reparto de los panes...».

A continuación del discurso en parábolas, Jesús se entera de que alguien le ha dicho a Herodes que él, Jesús, es Juan Bautista -que había muerto asesinado por orden del rey-, que ha resucitado. El evangelio no explica por qué, pero al conocer esta noticia Jesús se marcha en la barca hacia un lugar despoblado.

La gente no había aceptado el contenido de su predicación, pero, quizá por curiosidad, quizá porque había empezado a despertarse en ellos una cierta inquietud, averiguan el lugar al que se dirige Jesús, se ponen en camino y, cuando él llega, se encuentra con que lo espera «una gran multitud».

Como habían rechazado su mensaje (véase Mt 13,53-58), Jesús no insiste, no sigue enseñando; peto no deja de manifes­tar su amor ofreciendo vida a quienes están faltos de ella: «le dio lástima de ellos y se puso a curar enfermos».

En lugar despoblado, se hace tarde. Los discípulos se dan cuenta de que aquellas gentes no habían traído nada para co­mer y proponen a Jesús que los despida para que «compren» provisiones con las que sustentarse. Pero Jesús les da una res­puesta sorprendente: «No necesitan ir; dadles vosotros de co­mer». Los discípulos, en tono que seguramente revelaba su asombro, le dicen: « ¡ Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces! » Jesús pide que se lo lleven todo, los cinco panes y los dos peces; manda sentar a la gente, «y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos, a su vez, se los dieron a las multitudes. Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos. Los que comieron eran hombres adultos, unos cinco mil, sin mujeres ni niños».

La lección que da Jesús a sus discípulos es ésta: si renun­cian a quedarse con aquellos alimentos, que, según los criterios de este mundo, les pertenecen, y, reconociendo que son un don de Dios, los ponen a disposición de todos, su renuncia no les causará hambre; al contrario, saciará el hambre de todos.
EL NUEVO EXODO

La misión de Jesús incluye la realización de un nuevo éxo­do, de un nuevo proceso de liberación abierto esta vez a todos los que estén faltos de libertad.

La mayor de las esclavitudes -¡vigente todavía en nuestro mundo!- es el hambre. Por eso este episodio sirve como modelo del proceso de liberación que promueve Jesús.

La tierra de esclavitud son las ciudades y aldeas de las que procede la gente; allí rige la ley de lo mío y lo tuyo; y siempre hay alguien a quien le pertenece lo que a otros les falta. Allí, quien no puede comprar tiene que pasar hambre o, lo que es peor, tiene que renunciar a su libertad y a su dignidad para conseguir lo mínimo necesario para seguir viviendo. También allí hay una religión que distrae la atención de los pobres con minucias sin importancia y los mantiene quietos mediante el miedo al castigo divino, olvidándose de sus orígenes: la formi­dable intervención liberadora del Señor en favor de aquel pu­ñado de esclavos.

Salir de esa tierra de esclavos, romper con ese sistema so­cial y religioso es dar comienzo al nuevo éxodo, es emprender de nuevo el camino hacia la libertad, ahora definitiva.

En el primer éxodo Dios tuvo que alimentar a los israeli­tas que caminaban por el desierto enviándoles el maná; ahora Dios no va a hacer ningún prodigio. En este nuevo camino la intervención de Dios ya se ha producido: la lección que da Jesús con el reparto de panes y peces (cuando se comparte con amor, hay para todos y sobra) garantiza el alimento para todo el camino.

La meta del primer éxodo fue la tierra de Canaán, la tierra prometida; ahora toda la tierra se convierte en tierra prome­tida: está allí donde hay un grupo que ha comprendido el men­saje de Jesús, ha confiado en su palabra, ha descubierto que ese mensaje es el más valioso de todos los tesoros y se ha pues­to en marcha, camino de la libertad.
DICHOSOS LOS POBRES

A la luz de este relato podemos entender mucho mejor la primera bienaventuranza, «dichosos los que eligen ser pobres» (Mt 5,3). No se trata de buscar la pobreza porque ésta sea una virtud. Se trata de luchar contra ella de la manera más eficaz: renunciando a la riqueza, negándose a aceptar que pueda ser «mío» lo que el otro necesita para vivir, sustituyendo el insa­ciable deseo de tener por la alegría de compartir.

Y ahora se entiende también mucho mejor la respuesta de Jesús a la primera tentación («Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan... Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que Dios vaya diciendo»: Mt 4,3-5). Y lo que Dios dice por medio de Jesús es que el hambre no se vence con milagros espectaculares y portentosos, sino con el no menos portentoso milagro de la solidaridad entre los hombres.

III
v. 13: Al enterarse Jesús, se marchó de allí en barca a un si­tio tranquilo y apartado. Las multitudes lo supieron y le siguieron por tierra desde las ciudades. 14Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, se conmovió y se puso a cu­rar a los enfermos.

Jesús se entera de la opinión de Herodes sobre él (el episodio de la muerte de Juan es retrospectivo) y se retira. No enseña a la multitud. Su enseñanza para las masas ha terminado con las parábolas. Las multitudes están ciegas y sordas para el mensaje (13,14s). Sin embargo, cura a los enfermos. A pesar de la falta de respuesta, el amor de Jesús por la multitud no cesa (14: «le dio lástima»).

vv. 15-l8: Caída la tarde se acercaron los discí­pulos a decirle: -Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; des­pide a las multitudes, que vayan a las aldeas y se compren comida. 16Jesús les contesto: -No necesitan ir; dadles vosotros de comer. 17Ellos le replicaron: -¡Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces! 18Les dijo: -Traédmelos.

Mt señala el momento del día: había pasado la hora de la comida. Los discípulos se preocupan de ello y piden a Jesús que despida a la gente. «Comprar» significa volver a la sociedad de la que proceden para someterse otra vez a las leyes económicas que los han mantenido en la miseria. A «comprar» Jesús opone «dar»: son los discípulos los que tienen que dar de comer a la gente. Ellos estiman que no tienen lo suficiente. «Cinco» panes, en relación con los cinco mil hombres (21). Cinco panes y dos pe­ces suman siete, el número que indica la totalidad.

vv. 19-21: Mandó a las multitudes que se recostaran en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez se los dieron a las multitudes. 20Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos llenos. 21Los que comieron eran hombres adultos, unos cinco mil, sin mujeres ni niños...

«Recostarse» para comer era propio de los hombres li­bres y era la postura adoptada para la comida pascual, en recuerdo de la liberación de Egipto. Jesús coge todas las provisiones que tiene el grupo y pronuncia la bendición. Como en Mc, ésta repre­senta la acción de gracias a Dios por el pan; se desvincula el pan de sus posesores humanos para considerarlo como don de Dios, expresión de su generosidad y de su amor a los hombres. Repartir el pan y los peces significa prolongar la generosidad de Dios crea­dor. Cuando se libera la creación del egoísmo humano, sobra para cubrir la necesidad de todos. La saciedad está en relación con la promesa de 5,6; se realiza la liberación de los oprimidos propia del reino de Dios. Las sobras, que llenan doce cestos, indican que compartiendo puede saciarse el hambre de Israel.

La escena está en relación con el éxodo: lugar desierto, falta de comida, gente saciada inesperadamente. Se pensaba que el Me­sías había de cumplir el éxodo, la liberación definitiva. Jesús pro­pone en este episodio su modelo de éxodo. La gente ha salido de las ciudades (13), es decir, de la sociedad israelita (alusión a las ciudades que Jesús increpaba, 11,20). Es éste el punto de partida del éxodo. Al maná corresponden los panes y los peces que sacian a la multitud. No es un fenómeno prodigioso como aquél, sino una lección que da Jesús: el amor manifestado en el compartir todo lo que se tiene asegura la abundancia y libera de la esclavitud a la sociedad injusta. Este episodio se opone directamente a la pri­mera tentación. «El diablo» había propuesto a Jesús la solución milagrosa para el hambre. Jesús rechazó la tentación. La solución no se encuentra en un prodigio efectuado por el Hijo de Dios, sino en lo sencillo, al alcance de todos, en el compartir los bienes de la creación.

La escena prepara la eucaristía, que será la expresión del don total de Jesús y de los suyos. El pan de la eucaristía funda la posibilidad de compartir este pan. El número cinco mil, múltiplo de cincuenta (50 x 100, multiplicador que indica la repetición ili­mitada), alude a las comunidades proféticas del AT (1 Re 18,4.13; 2 Re 2,7); «hombres - adultos», la obra del Espíritu. El número cinco mil es, por tanto, simbólico; significa que, compartiendo el pan, se comunica el Espíritu, que lleva al hombre a su madurez y construye la nueva comunidad. De ahí la ausencia de mujeres y niños (símbolo de los débiles).

Mt describe con estos rasgos las características del éxodo de Jesús: la tierra de esclavitud es la sociedad israelita; la ley es el amor manifestado en el compartir, que continúa la generosidad de Dios y hace sobreabundar sus dones en beneficio de todos; la tie­rra prometida significa ]as comunidades del Espíritu.

Se explica también el sentido de la opción por la pobreza (5,3); «los pobres» son aquellos que no se reservan nada, sino que ponen lo que tienen a disposición de los que lo necesitan. Se cumplen aquí los dichos de Jesús sobre la generosidad (6,22s) y sobre la provi­dencia del Padre (6,25-34).

IV


La segunda parte del libro de Isaías, a la que pertenece la primera lectura de la liturgia de este domingo nos invita a hacer una valoración experiencial y sapiencial de la Palabra de Dios. Esta pequeña exhortación “cierra” los capítulos anteriores, desde el 40 hasta el 55, y ofrece una poderosa clave de lectura para comprender toda la segunda parte del libro. Además termina con el ya famoso texto que compara la Palabra de Dios con la lluvia vivificadora (Is 55: 10-11).

El hambre y la sed son mecanismos fundamentales de los seres vivos. Todo ser viviente necesita nutrición e hidratación, pero en los seres humanos, estas necesidades biológicas tienen carácter social. En muchas culturas humanas –no todas-, compartir la bebida y el alimento son mecanismos de socialización y de integración. El autor toma, entonces, esta necesidad vital y la traslada al campo de la fe para mostrarnos que para el creyente la Palabra de Dios es algo más que una comunicación divina. La Palabra de Dios se convierte así en una necesidad inaplazable que alimenta nuestro ser y nos vivifica. Jesús mismo, retomando las reflexiones del Deuteronomio (Dt 8, 3; 6, 13), combate la tentación contraponiendo la voluntad divina al inmediatismo humano (Lc 4, 3-4). El problema de la humanidad no es únicamente la satisfacción de las necesidades básicas, sino, también, hacer surgir y formar una consciencia que exija la justa distribución de los recursos, que lleve a que la humanidad cultive lo mejor de sí y lo entregue como solidaridad y justicia en un proyecto social alternativo al proyecto egoísta.

Pero el autor, como buen poeta y profeta, no se contenta con hacer una arenga o una instrucción legal; busca, por medio de la imagen asociada a los mejores frutos (trigo, vino, leche), que el lector encuentre no sólo consuelo sino deleite. La Palabra de Dios se convierte así en un manjar sabroso que puede ser degustado por la pura gratuidad divina. El olor del amasijo fresco, del vino bien conservado y de la leche fresca nos recuerdan los dones que Dios le ha dado a su pueblo; dones que ayudan al ser humano a construir un cuerpo vigoroso pero que deben ser acompañados por una degustación asidua de su Palabra.

Isaías nos hace una invitación a degustar con sabiduría todos los dones que Dios nos ofrece, sabiendo que lo mejor que podemos ofrecer nosotros mismos es la gratitud activa, que revierte sobre todos los menos favorecidos aquellos dones que unos pocos acaparan. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios, debe ser entregada con sabiduría y generosidad de modo que el pueblo de Dios no desfallezca. La Palabra de Dios nos invita y convoca a hacer de este ‘valle de lágrimas’ un jardín frondoso donde florezca la justicia y la sabiduría (Sal 72, 1-9).

La multiplicación y los peces nos evoca la gran tentación de considerar que únicamente la satisfacción de las necesidades básicas nos conduce al Reino. Jesús se preocupó de que sus discípulos fueran mediadores efectivos frente a las necesidades del pueblo, pero no recurriendo a la mentalidad mercantilista que reduce todo a la presencia o ausencia de dinero (Mt 14, 15). Es muy fácil, a falta de un benefactor, despedir a la multitud hambrienta para que cada cual consiga lo necesario. Pero Jesús no quiere eso; él pide a sus seguidores que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser agentes de la solidaridad entre el pueblo, ofreciendo lo que son y todo (lo poco) que tienen. Entonces la ración de tres personas, cinco panes y dos peces, se convierte en el incentivo para que todos aporten desde su pobreza y pueda ser alimentado todo el pueblo de Dios, que es lo que simbolizan las doce canastas. En la intención del evangelista, Jesús demuestra de este modo que el problema no es la carencia de recursos sino la falta de solidaridad.

Lo que nos acerca a Jesús no son los muchos rezos, genuflexiones o ceremonias, sino el amor incondicional a él y a su Causa, el Reino. Algo que hizo diferente a Jesús de todos los predicadores de su época fue la capacidad para despertar los mejores sentimientos de la gente: amor, generosidad y respeto. Nosotros no deberíamos amar a Jesús con un amor diferente al amor con el que él nos ama. Si el nos amó con un amor solidario, generoso, compasivo… nosotros no podemos responderle con melifluas plegarias ni con lloriqueos o explosiones de emotividad, porque esto no sería amor recíproco. Por eso, si entendemos con qué amor Jesús nos amó, estaremos seguros de lo que proclama Pablo: nada nos puede separar del amor de Cristo.


El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 57 de la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «Cinco panes y dos peces». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1300057 Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap57b.mp3
Para la revisión de vida

¿Cómo y de qué manera me convierto yo en pan para los demás? ¿El pan que yo ofrezco a los demás alimenta las ganas de construir el Reino o es más bien un pan que engorda y deja sentado?

¿Quiénes son para mí "pan" que alimenta mis ganas de servir a los demás?

¿Cuál es el pan que busco?


Para la reunión de grupo

Cuando los discípulos acuden a Jesús, poco menos que para que resuelva milagrosamente la situación, o sea, cuando le pasan la responsabilidad sobre la situación de hambre que está viviendo la comunidad, Jesús reacciona reclamando la responsabilización de los discípulos: “Denles ustedes mismos de comer”. Relacionemos esto con los siguientes refranes: “Ayúdate y Dios te ayudará”, “A Dios rogando y con el mazo dando”, “A quien madruga Dios le ayuda”… Y con aquel principio liberador y antiasistencialista: “Mejor que dar un pescado al que tiene hambre es enseñarle a pescar”.

“Sólo tenemos cinco panes y dos pescados”. Los discípulos habían pensado que la solución sería “ir a comprar”; el dinero solucionaría los problemas. Al negarse Jesús, los discípulos tienen que volver la mirada no al dinero, sino a “lo que tenemos”, para ponerlo en común. ¿Este momento del evangelio se debe seguir llamando “multiplicación de los panes” o se debería llamar, mejor, “división (reparto, distribución, compartimiento) de los panes”?

“Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”. Hoy resuena como un latigazo este versículo 21. Hasta en el mismísimo evangelio se ha colado esta forma machista de contar, de ver el mundo. Comentar en el grupo: ¿Cómo interpretar esa forma de contar? ¿Es “palabra de Dios”?


Para la oración de los fieles

Te pedimos, Señor, que cada uno de los que formamos esta comunidad eclesial seamos "pan" para el hermano, para los hambrientos de este mundo.

Por todos aquellos que tienen hambre de trabajo, techo y pan; por los que tienen hambre de justicia e igualdad... para que no pierdan nunca la esperanza de formar un nuevo pueblo viviendo en la solidaridad.

Por todos los que mueren de hambre en nuestra comunidad mundial, por los millones de hombres y mujeres que no pueden llevar a su boca un pedazo de pan...

Por todas las personas e instituciones que, por pereza o insensibilidad, se niegan a revisar la discriminación de género que tiene el lenguaje habitual y siguen hablando “sin contar mujeres y niños”; para que todos hagamos un esfuerzo por hablar de una manera que no invisibilice a la mujer.

Por todos los que ponen su confianza siempre en el dinero, en los préstamos internacionales hechos al país, en el endeudamiento económico creciente… para que los pueblos exijan una economía más soberana, que no supedite a los países a los préstamos y deudas internacionales, sino a la autonomía financiera y la solidaridad del pueblo.


Oración comunitaria

Danos, Señor, junto al hambre de ti, un hambre también insaciable de amor, de justicia, de libertad, para nosotros y para todos los humanos, especialmente aquellos a quienes el mundo actual estructuralmente se lo niega. Que, así, nuestra hambre de ti dará realmente contigo y no con un ídolo religioso que te suplante, a ti que eres el Dios del amor, de la justicia, de la libertad y de la implacable pasión por los pobres. Nosotros te lo pedimos recordando a Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

Lunes 4 de agosto de 2008

Juan Mª Vianney


EVANGELIO

Mateo 14, 22-36


22Enseguida obligó a los discípulos á que se embarca­ran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes. 23aDespués de despedirlas subió al monte para orar a solas.

23bCaída la tarde, seguía allí solo. 24Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. 25De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26Los discípulos, vién­dolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

27Jesús les habló enseguida:

-¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

28Pedro le contestó:

-Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua.

29E1 le dijo:

-Ven.

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; 30pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:

-¡Sálvame, Señor!

31Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo:

-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

32En cuanto subieron a la barca cesó el viento.

33Los de la barca se postraron ante él diciendo:

-Realmente eres Hijo de Dios.

34Terminada la travesía tomaron tierra en Genesaret.

35Los hombres del lugar, al reconocerlo, avisaron por toda la comarca, y le llevaron los enfermos, 36rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron.

COMENTARIOS


I
vv. 22-23a: Enseguida obligó a los discípulos á que se embarca­ran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes. 23aDespués de despedirlas subió al monte para orar a solas.

Jesús obliga a sus discípulos a embarcar. Quiere ale­jarlos del escenario de la señal mesiánica y del contacto con la multitud. Él se encarga de despedirla. Ahora es el momento, des­pués de haber saciado su hambre (cf. v. 15). Sube al monte solo (cf. v. 23) a orar; es la primera vez que habla Mt de la oración de Jesús (la segunda y última será la de Getsemaní, 26,36ss). El paralelo con Getsemaní y la ocasión de popularidad que se ha presentado hacen pensar que la oración de Jesús tiene que ver con la tenta­ción del mesianismo triunfal.

El hecho de obligar a los discípulos a embarcarse, separándolos de la multitud, insinúa que Jesús ora por ellos, para que no cedan a la tentación de un Mesías de poder.
vv. 23b-26: Caída la tarde, seguía allí solo. 24Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. 25De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26Los discípulos, vién­dolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

Nuevo momento de la jornada, que coincide, sin em­bargo, con el de v. 15. Son dos momentos no lejanos de la misma tarde.

«Muy lejos de tierra», lit. «muchos estadios»; el estadio medía unos 185 metros. «Andar sobre el agua» era atributo propio de Dios (cf. Job 9,8; 38,16). La reacción de los discípulos es de in­credulidad. No reconocen en Jesús al «Dios entre nosotros» (1,23). De ahí que quiten toda realidad a su presencia, considerándolo un fantasma. Rechazan la posibilidad de un hombre-Dios.

«La barca» de los discípulos es figura de la comunidad. Jesús los envía «a la otra orilla», adonde habían ido con él (cf. 8,28), es decir, a país pagano. La misión debe hacerse repartiendo el pan con todos los pueblos, como acaban de hacer en país judío. «El viento» contrario, que les impide llevar a cabo el encargo de Jesús, representa la resistencia de los discípulos a alejarse del lugar don­de está la esperanza de un triunfo, de que Jesús se convierta en el líder de la multitud. Consideran lo sucedido en el reparto de los panes como una acción extraordinaria exclusiva de Jesús, no como el efecto de la entrega personal, norma de vida para el discípulo.


v. 27: Jesús les habló enseguida: -¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

Jesús se da a conocer. La palabra «¡Animo!» disipa el te­mor provocado por la aparición. «Soy yo», fórmula de identifica­ción con que Dios se revelaba en el AT (cf. Ex 3,14; Is 43,1.3.10s); a ella corresponde la exhortación «no tengáis miedo».

vv. 28-34: Pedro le contestó: -Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua. 29E1 le dijo: -Ven. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; 30pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -¡Sálvame, Señor! 31Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo: -¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? 32En cuanto subieron a la barca cesó el viento. 33Los de la barca se postraron ante él diciendo: -Realmente eres Hijo de Dios.

Pedro desafía en cierto modo a Jesús. Lo llama «Señor» y le pide que «le mande» ir a él: cree en el poder «milagroso» de Jesús, no en la fuerza del amor. Pedro quiere «andar sobre el agua», participar de la condi­ción divina de Jesús. Éste no duda y lo invita; todo el que lo sigue está llamado a acceder a la condición de hijo de Dios, comportán­dose como lo hace el Padre (cf. 5,9). Sin embargo, Pedro «ve» el viento, es decir, su efecto sobre el agua, y siente miedo; esperaba la condición divina sin obstáculos, de manera milagrosa; ha olvi­dado que el hombre se hace hijo de Dios en medio de la oposición y persecución del mundo (cf. 5,10s). Su petición a Jesús (cf. Sal 18, 5-18; 144,5-7) le vale un reproche, pues muestra su falta de fe.

Pedro siente miedo porque no ha entendido el modo como se hace la misión, con la entrega total. Su miedo está en paralelo con el de la primera travesía (8,25), que tenía por motivo la desigualdad de fuerzas entre una sociedad y un grupo insignificante de indivi­duos. En uno y otro caso, los discípulos o Pedro apelan a Jesús en los momentos de dificultad, forzándolo a intervenir. Tienen el con­cepto de salvación expresado en los salmos citados antes: una in­tervención milagrosa de Dios desde el cielo que resuelve la situa­ción desesperada del hombre. El de Jesús es diferente: estando con él, el hombre se basta a sí mismo (cf. 19,26), ya está salvado.

En cuanto Jesús sube a la barca cesa el viento, es decir, la oposición y resistencia de los discípulos. El viento era la búsqueda del triunfo humano. «Los de la barca», que representan a la co­munidad cristiana, reconocen que Jesús es «Hijo de Dios». Nótese la ausencia de artículo. No se trata de «el Hijo de Dios» según la concepción tradicional, ni tampoco de un título exclusivo. Jesús es «Hijo de Dios», pero ha demostrado que también ellos pueden llegar a serlo.

vv. 34-35: Terminada la travesía tomaron tierra en Genesaret.

Llamaban Gennesar a una pequeña llanura muy fértil, limitada al norte por las cercanías de Cafarnaún y al sur por Magdala. Genesaret podría ser un pueblo situado en aquella comarca. De hecho, la barca no llega a la orilla pagana; los discípulos no están preparados para la misión. Por eso, Jesús tendrá que repetir el episodio de los panes, enseñarles de nuevo cómo han de ejercer la misión, ya directamente en medio de los paganos (15,32-39).

vv. 35-36: Los hombres del lugar, al reconocerlo, avisaron por toda la comarca, y le llevaron los enfermos, 36rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron

«Los hombres» pueden relacionarse con los de 14,21. Los que ya conocen la eficacia de Jesús y han presenciado sus curaciones (14,14) difunden la noticia de su llegada. El mínimo contacto con Jesús (el vestido equivale a la persona) los hace salir de la penosa situación en que se encuentran; su efecto es infalible («todos los que lo tocaban se curaban»). Como toda la realidad de Jesús es vida, el mínimo contacto con él produce vida y salvación. La sal­vación anunciada en el episodio anterior se prolonga en toda ocasión.

II

Asistimos a un enfrentamiento entre profetas: Jeremías contra Ananías. El primero anuncia de parte de Dios destrucción y castigo, mientras que el segundo habla de prosperidad al mismo pueblo que los escucha. El profeta Jeremías cuestiona en nombre de Dios a Ananías por profetizar situaciones que animan a crear una falsa esperanza en el pueblo, el cual, sin reconocer aún su infidelidad y su pecado, cree en esas expectativas de un futuro feliz.



En el evangelio de san Mateo nos encontramos nuevamente con el conocido pasaje de la multiplicación de los panes, que nos lleva a cuestionar nuestro papel protagónico como discípulos de Jesús, en lo que se refiere a enfrentar las realidades que cotidianamente salen a nuestro paso, y no simplemente a “capotearlas” como hacen los toreros en sus faenas. Alimentar al otro no es simplemente una acción que confirme la bondad de nuestra parte como fruto de la acción de Dios a nuestro favor, sino que ha de ser la actitud que nos permita discernir qué estamos haciendo por el que está más cerca de nosotros; inclusive, qué estamos haciendo por nosotros mismos. Jesús es quien sale a nuestro encuentro buscando liberarnos de aquellos cepos que hoy nos impiden llevar a otros las primicias del amor de Dios.

Martes 5 de agosto de 2008

Dedicación de la Basílica de Sta. María

María de las Nieves - Osvaldo


EVANGELIO

Mateo 15, 1-2. 10-14



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