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v. 20. La fórmula que Jesús prohibe divulgar no es la misma que Pedro ha expresado, sino más breve: que es el Mesías. Esta ex­presión aislada daría pie al equivoco: la gente la interpretaría en el sentido corriente, del Mesías davídico nacionalista y violento.
v. 21. Comienza una nueva sección del evangelio. La frase «des­de entonces empezó Jesús» calca la usada en 4,17. Allí comenzaba la enseñanza en Galilea; ahora comienza a mostrar a sus discípu­los la inevitabilidad de su muerte, que será consecuencia lógica de su actividad y de su toma de posición contra la ideología del poder. Al contrario que Mc (8,31), 'Mt no emplea la denominación «el Hombre» ni el verbo «enseñar». El término «el Hombre» es extensivo; aunque designa primordialmente a Jesús, se aplica en su medida a los que lo siguen y de él reciben el Espíritu. Al omitirlo, Mt indica que Jesús informa a sus discípulos sobre su destino personal; de ahí el cambio del verbo «enseñar» por «mostrar/manifestar» (cf. Mc 10,32). También se debe a ello la precisión de «ir a Jerusalén», que coloca el episodio en un marco histórico y temporal concreto.

El Gran Consejo, representante de todas las clases dirigentes, poder del dinero, líderes religiosos e intelectuales, va a pasar a la acción contra Jesús. El destino de éste está señalado por la muerte; ésta va a ser la última palabra de los dirigentes, su intento de destruir al Hombre, y la pronunciarán en nombre de Dios, de «su» dios. Pero Dios mismo la desautorizará resucitando a Jesús, dándole de este modo la razón a él, no a «sus representantes». Con la resurrección, Dios va a refrendar la palabra y la actividad de Jesús, poniéndose en contra de quienes lo han condenado.

El verbo «tenía que» (gr. dei) indica una necesidad que entra dentro del designio divino. Este consiste en que Jesús salve a su pueblo (1,21) aun a costa de su vida misma. No es que Dios quiera y haya decidido la muerte de Jesús, sino que ésta es inevitable dada la oposición de los dirigentes al mesianismo que él encarna. Jesús Mesías, cuya misión consiste en liberar de la opresión reli­gioso-política (éxodo) ejercida sobre Israel por las instituciones y sus representantes, tiene necesariamente que sufrir la oposición implacable de esas autoridades, que lo condenarán a muerte.

«Al tercer día» era fórmula consagrada para indicar un breve espacio de tiempo. Puede hacer alusión también a la teofanía (cf. Ex 19,lOs.lSs) y a Os 6,2: «al tercer día nos resucitará».


v. 22. Pedro está en completo desacuerdo con lo expuesto por Jesús. Ha expresado la fe auténtica, pero no acepta la praxis que se deriva de ella. Llevándose aparte a Jesús, lo increpa. El verbo es fortísimo, puesto que lo usa Jesús con los demonios (17,18) o ele­mentos demoníacos (8,26). En general, el uso del verbo indica que el destinatario del reproche se opone al plan de Dios o podría hacerlo si no hiciese lo que se le dice. Pedro, por tanto, considera que el destino expuesto por Jesús es contrario al designio divino. Como lo expresan sus palabras, se opone a que Jesús muera.
v. 23. La respuesta de Jesús manifiesta el colmo de la indigna­ción. Pedro encarna a Satanás, es decir, sus palabras concretan la tercera tentación del desierto (4,10). En el encuentro con sus enemigos, Pedro lo tienta a que sea un Mesías poderoso y vencedor. Jesús lo rechaza con el mismo imperativo con que rechazó a Satanás: «¡Vete!»; la segunda parte: «¡Quitate de en medio!», se refiere a Pedro como obstáculo que impide su camino.

Explica Jesús por qué Pedro es obstáculo: «tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres». «Tu idea», gr. phroneis, «pien­sas, tienes un modo de pensar». «La idea de Dios» es la expresada por la voz del cielo en el bautismo de Jesús, donde el Mesías apa­rece como el Hijo de Dios cuyo propósito de cumplir su misión hasta la muerte es aceptado por el Padre y que asume así los ras­gos del siervo de Dios (cf. 3,17); son los elementos que constituyen «los secretos del reinado de Dios» (13,11).

«Los hombres» son los mencionados en 16,13, los que no des­cubren el mesianismo de Jesús. Pedro ha comprendido el mesia­nismo, como lo ha mostrado en su brillante profesión de fe (16,16), pero no acepta sus consecuencias. La fe que profesa queda en el intelecto, no se hace praxis. Su caso es más grave que si no hubiera entendido (cf. 7,21.26). Encarnando «al diablo» (4,3.6), reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, pero pretende encauzar su mesianismo hacia el poder y el triunfo.

II

La nueva alianza que Dios se propone llevar a cabo con la humanidad según Jeremías, no tendrá más mediaciones entre ambos, pues se escribirá directamente en los corazones; estará tan arraigada en la experiencia humana, que por sí misma la llevará a confesar y vivir el mandato que por generaciones reveló Dios a su Creación: el amor. Esta nueva alianza parte de la iniciativa de Dios y será reconocida por la humanidad; se acabarán los crímenes y reinarán definitivamente la misericordia y el perdón. El pasaje evangélico de san Mateo nos lleva a cuestionarnos sobre nuestra misión en la Iglesia. Algunos creen que ésta se reduce a la misión que ejercen los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, marginando al resto del pueblo de vivir la experiencia apasionante de ser sacramento de la salvación de Dios en Jesucristo a la humanidad. Dichosos seremos, pues, si llegamos a concretar y dinamizar nuestra particular misión dentro de este gran cuerpo que es la Iglesia, cuya cabeza sigue siendo Cristo vivo y resucitado. No esperemos a ser Iglesia cuando ya sea demasiado tarde.



Viernes 8 de agosto de 2008

Domingo de Guzmán


EVANGELIO

Mateo 16, 24-28


24Entonces dijo a los discípulos:

-El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga. 25Porque si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro. 26y luego, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero a precio e su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla? 27Además, el Hombre va a venir entre sus án­geles con la gloria de su Padre, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta. 28Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hombre en su realeza.

COMENTARIOS


I
v. 24: Entonces dijo a los discípulos: -El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga.

Jesús se dirige a los discípulos para exponerles las condi­ciones del seguimiento. «Venirse conmigo» indica el acto de adhe­sión inicial que luego continuará en el seguimiento. Las condiciones que va a exponer Jesús muestran que el destino del discípulo es el mismo del Mesías. Son dos esas condi­ciones: «renegar de sí mismo» y «cargar con la propia cruz». «Renegar de sí mismo» significa renunciar a toda ambición personal y es una nueva formulación de la primera bienaventuranza, «elegir ser pobre»; «cargar con la propia cruz» significa aceptar ser perse­guido y aun condenado a muerte por la sociedad establecida, y equivale a la última bienaventuranza: «los que viven perseguidos por su fidelidad». Cumplir estas dos bienaventuranzas constituye la esencia del discípulo; son los «mandamientos mínimos» que nin­gún discípulo puede dejar de cumplir (5,19).

vv. 25-28: Porque si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro. 26y luego, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero a precio de su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla? 27Además, el Hombre va a venir entre sus án­geles con la gloria de su Padre, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta. 28Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hombre en su realeza.

Nótese la estructura del pasaje. Jesús expone las dos condiciones para seguirlo (v. 25). A continuación propone tres argu­mentos (vv. 25.26.27), probando con ellos que sus condicio­nes, aparentemente tan duras, son las únicas sensatas:

-para poner a buen seguro la vida hay que perderla, pues “sólo queda lo que damos”.

-ganar el mundo entero no sirve de nada si perdemos la vida.

-el Hijo del hombre tendrá en cuenta esa entrega generosa de la vida por amor a los demás.

La verdadera realeza del Hijo del hombre se muestra claramente en el trono de la cruz. Ser rey no es dominar y oprimir, sino servir hasta la muerte, si es preciso, único camino para dar y engendrar vida.

II

En clave de discipulado se nos dirige Jesús hoy en el evangelio de san Mateo. Seguirle implica renunciar a todo aquello que puede constituir nuestros más grandes sueños y esperanzas de realización, pero va a contravía con la propuesta del reino de Dios, que es universal y tiene definitivamente en cuenta al otro; al prójimo, cercano y compañero de camino. Luego hay que cargar con la propia cruz de nuestra voluntad, y dejarla inclinada a favor de la propuesta salvífica que Dios nos hace sobre la edificación de su reino en nuestra sociedad. En el cristianismo, aunque suene paradojal para el mundo, se gana la vida mientras más se la pierde; mientras más se la coloque al servicio de los otros. Dios nos garantiza que ofreciendo nuestra propia existencia en favor de nuestra salvación, lograremos el cumplimiento de nuestras más altas y profundas esperanzas. Creer exige altas cuotas de entrega, sin flaquear pensando que este camino sea imposible de recorrer; porque Dios conoce hasta dónde somos capaces de darnos. Por ello hemos de dar lo mejor de nosotros por él y por los demás, en lo cotidiano de cada una de nuestras vidas.



Sábado 9 de agosto de 2008

Justo y Pastor


EVANGELIO

Mateo 17, 14-20


14Cuando llegaron adonde estaba la multitud se le acercó un hombre 15que le dijo de rodillas:

-Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y sufre terriblemente: muchas veces se cae en el fuego y otras muchas en el agua. 16Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo.

17Jesús contestó:

-¡Generación sin fe y pervertida! ¿Hasta cuándo ten­dré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo aquí.

18Jesús increpó al demonio y salió; en aquel momento quedó curado el chico.

19Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:

-¿Por qué razón no pudimos echarlo nosotros?

20Les contestó:

-Porque tenéis poca fe. Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza le diríais a ese monte que se moviera más allá y se movería. Nada os sería imposible.

COMENTARIOS

I

vv. 14-15: Cuando llegaron adonde estaba la multitud se le acercó un hombre 15que le dijo de rodillas:



-Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y sufre terriblemente: muchas veces se cae en el fuego y otras muchas en el agua. 16Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo.

Esta narración, colocada por los tres evangelios sinópti­cos inmediatamente después de la transfiguración, está, por tanto, en relación con ella y, en consecuencia, con el problema del mesia­nismo, que viene tratando Mt desde el capítulo 16, versículo 13.

Mt combina en la figura del hijo una multitud de datos: está «lunático» o «epiléptico», es decir, tiene períodos en que pierde el control; «sufre terriblemente», es decir, los ataques tienen para él consecuencias muy dolorosas; lo llevan a caer a menudo en el fuego y en el agua. Estas precisiones, narrativamente superfluas pero que Mt, a pesar de abreviar notablemente el texto de Mc, no ha suprimido (cf. Mc 9,22), han de tener un sentido particular. De hecho, pueden ponerse en relación con los dos personajes apare­cidos en la transfiguración, de los cuales Elías acaba de nombrarse (17,11s).

El fuego es símbolo del celo violento de Elías (cf. 3,10.11.12; 8,14s); el agua, del éxodo de Egipto, preparado por prodigios de fuerza y acaudillado por Moisés. La enfermedad se identifica con un demonio (18), que sale del niño como el espíritu inmundo sale de un hombre (12,43s: «lo echan»). Al mismo tiempo, esta expulsión es curación (18), como en el caso del endemoniado ciego y mudo (12,22s). En este último caso de expulsión de un demonio, Mt condensa rasgos de los anteriores.

El demonio que posee al hombre representa en Mt una ideología contraria al plan de Dios (16,23), que ciega al hombre. La re­lación con 12,22s muestra que se trata de la ideología mesiánica popular, que, según enseñan los letrados, espera la venida de Ellas para arreglar milagrosamente la situación (cf. 17,10).

El pueblo, representado en este aspecto por el hijo, tiene exas­peraciones periódicas («epiléptico»): busca salir de su situación desesperada usando la violencia («fuego, agua»), según modelos del AT (Elías, Moisés). Se transparenta el espíritu zelota, que provoca rebeliones armadas que llevan al pueblo al fracaso.

vv. 16-18: Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo.

17Jesús contestó: -¡Generación sin fe y pervertida! ¿Hasta cuándo ten­dré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo aquí. 18Jesús increpó al demonio y salió; en aquel momento quedó curado el chico.

Los discípulos, que siguen con la idea de los hombres (16,23), es decir, que profesan aún el mesianismo de los letrados, no son capaces de liberar al pueblo.

La invectiva de Jesús se dirige sobre todo a los discípulos, pues el pueblo, representado también por el padre, tiene fe en Jesús («de rodillas», «Señor») y desea salir de su situación.

vv. 19-20: Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: -¿Por qué razón no pudimos echarlo nosotros? 20Les contestó: -Porque tenéis poca fe. Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza le diríais a ese monte que se moviera más allá y se movería. Nada os sería imposible.

Los discípulos se extrañan de no haber sido capaces de expulsar el demonio. De hecho, Jesús les había dado la autoridad para hacerlo (10,1); es la primera vez que se les ofrece la ocasión, y fracasan. La razón es su falta de fe; esto es lo que hace fracasar la misión. Un mínimo de fe (cf. 13,31) sería suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios. La imagen del mon­te se repite en términos parecidos en 21,21, donde se refiere al monte sobre el que está edificado el templo. Es posible que con­tenga aquí la misma alusión. La imagen escriturística (cf. Is 49,11; 40,4ss; 54,10) indica la supresión de obstáculos a la acción de Dios. El monte (Jerusalén, la doctrina oficial) se interpone en el camino del reinado de Dios. Con la verdadera fe o adhesión a Jesús y a su mensaje mesiánico, que comporta el cumplimiento de las condiciones para seguirlo (16,24), serían capaces de todo.

II

Dios no muere; por eso la esperanza del creyente no ha de verse defraudada. Cuando éste falla en su esperanza es porque ella no estaba asentada en Dios sino en sus propias fuerzas. Dios es quien capacita al ser humano para salir de sí mismo. Y es seguro que la promesa que Dios nos lanza por medio de su profeta Habacuc llegará a su cumplimiento: “el justo vivirá”. En estos días cuando el “no creer en Dios” suele ser consecuencia del sufrimiento, Habacuc nos permite descubrir en Dios al único ser capaz de liberarnos; no borrando de nuestra existencia el dolor, sino permitiéndonos enfrentarlo y superarlo. Jesús es la buena noticia del Padre que viene a la humanidad para permitirle que se encuentre con el designio salvador del amor de Dios por ella; asi la saca de la prisión del sinsentido por la vida en la que muchas veces se ve sumergida por el dolor y el sufrimiento. Jesús cuestiona a la gente y a los discípulos por su poca fe o por la ausencia total de ella, que no les permite apreciar cómo Dios busca por sobre todo salvar al ser humano; sin importarle en qué condición se encuentre, y por encima de los sacrificios y los preceptos legales o religiosos.



Domingo 10 de agosto de 2008

DOMINGO DECIMO NOVENO DE TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: 1 Reyes 19, 9a. 11-13a.

Salmo responsorial: 84. 9-14

Segunda lectura: Romanos 9, 1-5
EVANGELIO

Mateo 14, 22-33


22Enseguida obligó a los discípulos á que se embarca­ran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes. 23aDespués de despedirlas subió al monte para orar a solas.

23bCaída la tarde, seguía allí solo. 24Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. 25De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26Los discípulos, vién­dolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

27Jesús les habló enseguida:

-¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

28Pedro le contestó:

-Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua.

29E1 le dijo:

-Ven.

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; 30pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:

-¡Sálvame, Señor!

31Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo:

-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

32En cuanto subieron a la barca cesó el viento.

33Los de la barca se postraron ante él diciendo:

-Realmente eres Hijo de Dios.

34Terminada la travesía tomaron tierra en Genesaret.

35Los hombres del lugar, al reconocerlo, avisaron por toda la comarca, y le llevaron los enfermos, 36rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron.

COMENTARIOS


I

CAMINANDO SOBRE EL MAR

“¡Señor, que nos hundimos!” Hoy caminamos por la vida con esta sensación. Ya no existe la tierra firme sobre la que posar los pies. Casi todo bajo ellos es arena movediza, mar fiero que abre sus fauces para devorarnos. El hombre de hoy, a fuerza de sentirse inseguro, trata en cada momento de agarrarse a la tabla que las olas le arrojan, con la ilusión de llegar a la anhelada seguridad de sus sueños y pesadillas.
En el inconsciente humano existe el fantasma de una guerra nuclear monstruosa; el miedo nos defiende del conflicto. La economía mundial baila a son de dólar y petróleo, partitura musical de vaivenes a modo de vals, que sube y baja según los vientos que soplen. El fantasma del paro nos asedia; la droga arrasa cada día más corazones. La familia se desestabiliza, los matrimonios quiebran, la barrera generacional entre padres e hijos se acrecienta. La sociedad de consumo incita a más y más consumir para tirar antes de gastar, por imperativo de la moda temporera.
En una palabra, el mundo ha dejado de ser tierra firme. Caminamos sobre el mar. ¿Sin hundirnos? ¿Por cuánto tiempo aún?
También en la Iglesia se vive esta sensación. Dentro de ella han aparecido con virulencia inusitada las corrientes ideológicas. Hay teologías para todos los gustos: popular y de liberación, clásica y conservadora, de izquierdas y de derechas. Incluso la parroquia, esa secular estructura, se resquebraja, haciendo aguas, como barca rota, por todos sitios. Los cristianos andan desconcertados: ¿A qué voz seguir, con tantos y tan diferentes pastores? Se ha perdido aquella añorada uniformidad de antaño, basada en la obediencia ciega a los superiores, "portavoces de Dios"(?). La barca de Pedro, mejor, de Jesús, único timonel de esta nave que impulsa el Espín tu; se siente amenazada por las olas. El Evangelio del Nazareno nos parece a los cristianos tierra firme, pero lejana. ¿Cómo implantarlo en este mar de egoísmo e insolidaridad, de injusticia, miedo y fuerza que aplasta, de honores y dinero?

Siempre me ha llamado la atención aquella escena en la que Pedro se arrojó al mar para caminar sobre él, como su Maestro. Sólo uno de entre doce se tiró al agua. ¡Qué iluso! Y no se lanzó precisamente para nadar, sino para caminar sobre ella.


Con todo lo que se quiera desprestigiar a este Pedro -mote que significa piedra, cabeza dura- me merece todos mis respetos. Pues el milagro no es que un hombre camine por el mar imagen poética que expresa la naturaleza divina de Jesús- sino que haya quien sueñe todavía en el mar como si se tratara de tierra firme.
Tampoco Pedro lo consiguió del todo y comenzó a hundirse. Y no se ahogó, porque sintió la mano de Jesús que lo agarró y el susurro de un reproche a flor de labios: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"
Poca fe. Este es el problema. Para hacer un mundo nuevo hace falta fe, mucha fe, mucho poder creativo, más ilusión y ensueño. Y además, la mano tendida y poderosa de un Maestro que nos ayude a caminar por el mar; que sin El, como Pedro, nos hundimos.

II
Y VERDADERO HOMBRE


Desde el punto de vista de las creencias, se considera «cris­tiano» a quien acepta que Jesús es Hijo de Dios. Por el con­trario, a quien no cree en Jesús, o lo acepta sólo como un hom­bre bueno, que propuso un interesante modo de vida, no se le considera, y con razón, cristiano.

Pero ¿y el que, en teoría o de hecho, no acepta que Jesús es hombre?
AUN HAY RESISTENCIAS
La lección contenida en el evangelio del domingo pasado no fue asimilada por todos los discípulos. O, por lo menos, Jesús, que los conoce bastante bien, teme que haya reacciones no deseables: alguno podría aprovechar el entusiasmo del mo­mento para intentar desviar a Jesús en la dirección del mesia­nismo triunfalista. Por eso, mientras él despide a las multitu­des, obliga a sus discípulos a alejarse de la gente enviándolos en barca a la otra orilla del lago. Jesús, por su parte, se marcha, solo, a orar.

Nada se dice del contenido de su oración. Pero si la pone­mos en relación con los acontecimientos inmediatos, podemos pensar que Jesús, por un lado, continúa la acción de gracias que precedió al reparto de los panes y de los peces, y por otro, se dirige al Padre para pedirle por su grupo, para que también ellos, los discípulos, sean capaces de comprender que el mun­do no tiene arreglo desde el poder, puesto que sólo los que se tratan como iguales pueden vivir como hermanos.

Son estas resistencias -estas tentaciones- que aún que­dan por vencer en sus discípulos el objeto de la oración de Jesús; ésta, la del poder, y la tentación del nacionalismo ex­cluyente.
VIENTO CONTRARIO

Esta otra tentación se manifiesta en el transcurso de la tra­vesía. Jesús ha enviado a sus discípulos a la otra orilla, a tierra de paganos. La experiencia que acaban de gozar no se la pue­den reservar para ellos. Ni siquiera para su pueblo. Esa expe­riencia deben compartirla, como el pan, con toda la humani­dad. La misión de Jesús no está limitada por ningún tipo de frontera, sea ésta geográfica, cultural o religiosa. El ha dejado ya bien explicada esta cuestión; la última vez con las parábolas de «el grano de mostaza» y «la levadura en la masa» (Mt 13,31-33; véase comentario en el domingo decimoséptimo); pero los discípulos no lo ven claro todavía. Por un lado, les debe parecer mucho más fácil el triunfo entre aquellos que acaban de ver lo que ha hecho Jesús, les tiene que resultar mucho más sencillo hablar del éxodo, de la liberación a quie­nes ya sabían que el Señor es un Dios liberador; por otro lado, considerar que los paganos eran iguales que ellos, que las fron­teras deberían desaparecer, que Israel no sería en adelante la exclusiva propiedad del Señor, sino que Dios iba a ser Padre de todos los hombres, después de haber estado toda una vida maldiciendo a los paganos en nombre de Dios...


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