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15 1Entonces se acercaron a Jesús unos fariseos y letrados de Jerusalén y le preguntaron:

2-¿Se puede saber por qué se saltan tus discípulos la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?
10Y llamando a la multitud, les dijo:

-Escuchad y entended: 11No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre.

12Se acercaron entonces los discípulos y le dijeron:

-¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír esas palabras?

13Respondió él:

- El plantío que no haya plantado mi Padre del cielo será arrancado de raíz. 14Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.

COMENTARIOS


I
vv. 1-2: “Entonces” enlaza esta perícopa con la anterior. Jesús se encuentra en el mismo territorio donde ha estado curando. “Fariseos y letrados de Jerusalén”: comisión llegada del centro de la institución judía, con objeto de censurar la actitud y conducta de Jesús.

Jerusalén daba las normas para toda la comunidad judía, tanto en Palestina como en la diáspora. El entro de la institución está alarmado. “Los letrados” son las máximas autoridades doctrinales y los maestros de la Ley. Los fariseos, sus minuciosos observantes.


Atacan a Jesús por la conducta de sus discípulos, de la que él es responsable. El problema está en que no se atienen a “la tradición de los mayores”, que pretende explicar la Ley. Se atribuía a la tradición un origen mítico: comunicada por Dios a Moisés, pero no puesta por escrito, Moisés la habría transmitido oralmente a Josué y así sucesivamente a través de las generaciones. Esta revelación oral debía gozar de la misma autoridad que la escrita. En realidad, había sido desarrollada por las escuelas de letrados y había acumulado una enorme jurisprudencia. “Lavarse las manos” no se hacía por mera limpieza, sino por pureza legal. Había de hacerse según un complicado ritual cada vez que iban a llevarse alimentos a la boca. Si las manos estaban “impuras” por el contacto con el mundo exterior, impurificaban los alimentos y éstos, al entrar en el hombre, causaban a su vez impureza.
vv. 10-14. Jesús enuncia ante la multitud el principio general. Mt cambia la redacción de Mc: en lugar de “lo que sale del hombre” pone “lo que sale de la boca”. En todo caso, no es el contacto con el mundo exterior lo que mancha al hombre, sino su propia actividad respecto al mundo exterior. No hay alimento impuro, ni tampoco alimento que impurifique por no cumplir ciertos ritos. El hombre queda libre para su trato con la naturaleza y con los demás hombres. Cae la barrera que separaba a Israel de los demás pueblos. Para Mt, la palabra establece el contacto entre personas. “Manchar”: el verbo gr. Koinoô deriva del término “común”. Lo común, lo propio de todos, se consideraba como indigno de aparecer ante Dios, cuya presencia exigía algo “fuera de lo común”. El verbo puede traducirse por “indignificar” o “manchar”.
Los fariseos se escandalizan de las palabras de Jesús, que tiran abajo la tradición que ellos pretenden observar y con la que ganan su fama de santidad y su influjo sobre el pueblo. No sólo eso: Jesús destruye con sus palabras el privilegio de Israel. El tema del plantío se encontraba en el AT (cf. Is 5,1ss; 60,21; Jr 45,4; Sal 1,3). Aparece también en Sal Salom 14, 3-4: “El paraíso del Señor, los árboles de la vida, son sus piadosos. Su Plantío ha arraigado para siempre; no serán nunca arrancados mientras dure el cielo”. De modo parecido en los escritos de Qumrán. Jesús niega que la piedad farisea centrada en la observancia de la tradición sea cosa de Dios; es contraria a Dios, quien se encargará de arrancarla (cf 5,20). Con su recomendación: “dejadlos”, independiza a sus discípulos de la autoridad de los fariseos y de su tradición. Piensan ser guías de los ciegos (cf. Rom 2,19s) y en eso ponen su orgullo. Pero los pretendidos guías son ciegos ellos mismos. Su ceguera consiste en poner la Ley y su interpretación por encima del hombre, contrariamente al plan de Dios (12, 1-14).

II

En el rico texto de Jeremías se aprecia no sólo cómo el Señor recrimina fuertemente a su pueblo y no ahorra esfuerzos para hacerle ver su estado de desnudez, de sumisión, de enfermedad y postración, sino que abre la posibilidad de un futuro mucho mejor en que el mismo pueblo estará de nuevo ante su presencia y de él saldrá un príncipe que le llevará a comprender definitivamente la promesa hecha desde antiguo: “Ustedes serán mi pueblo, y yo seré su Dios”. Cuántas veces hemos experimentado las dudas y los miedos de Pedro ante la presencia de Jesús en nuestra vida, que se deben básicamente a nuestra poca fe. Ser discípulos de Cristo implica un crecimiento en la fe que no es cuestión fácil, pues implica llevar la confesión de los labios a una vivencia profunda de lo que confesamos. Es dar pasos realmente importantes: del hacer oración cotidiana, a ser oración en medio de nuestra comunidad; de practicar obras de caridad, a llegar a ser caridad con los conocidos y los extraños; de dejar de hablar tanto del reino de Dios, para ser testigos del mismo.



Miércoles 6 de agosto de 2008

Transfiguración del Señor


EVANGELIO

Mateo 17, 1-9


17 1Seis días después se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. 2Allí se transfiguró delante de ellos: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron esplendentes como la luz. 3De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

4Intervino Pedro y le dijo a Jesús:

-Señor, viene muy bien que estemos aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

5Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra. Y dijo una voz desde la nube:

-Este es mi Hijo, el amado, en quien he. puesto mi fa­vor. Escuchadlo.

6Al oírla cayeron los discípulos de bruces, aterrados.

7Jesús se acercó y los tocó diciéndoles:

-Levantaos, no tengáis miedo.

8Alzaron los ojos y no vieron más que al Jesús de antes, solo.
9Mientras bajaban del monte, Jesús les mandó:

-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre re­sucite de la muerte.

COMENTARIOS


I
v.1. La escena de la transfiguración tiene por objeto demostrar a los tres discípulos más destacados del grupo que el destino del Mesías, enunciado antes por Jesús y que ha encontrado tal oposi­ción por parte de Pedro (16,22), es «la idea de Dios» (16,23), la cul­minación de su reinado, al que tendía todo el AT. Les demuestra la realidad y calidad de la vida que ha superado la muerte.

Como Mc, Mt coloca la escena «seis días después». El sexto día fue el de la creación del hombre: el estado de gloria en el que va a mostrarse Jesús representa el éxito final de la creación, la realiza­ción plena del proyecto de Dios sobre el hombre. Al mismo tiempo, como en Mc, «los seis días» resultan de la suma de los datos cronológicos de la pasión: «dentro de dos días» (26,2), «el primer día de los ázimos» (26,17) y «al tercer día» en que tendrá lugar la resurrección (16,21). El transfigurado muestra, por tanto, el estado que sigue a la muerte.



Dado el simbolismo del monte como lugar de la presencia y comunicación divina (cf. 5,1), el «monte alto», no determinado, in­dica una manifestación divina, la más importante que los discípu­los van a recibir en el evangelio. «El monte altísimo» a que el tentador llevó a Jesús era el de la manifestación del falso dios a través de la gloria de todos los reinos del mundo; en este «monte alto» se manifestará la verdadera gloria, la que procede de Dios vivo, capaz de infundir una vida que supera la muerte.
v. 2. Mt explica en qué consiste la transfiguración. «Su rostro bri­llaba como el sol» hace visible la gloria de los justos en el reino de su Padre (13,43). Recuerda al mismo tiempo el resplandor del rostro de Moisés (Ex 34,29-35). También los vestidos resplandecen como la luz; el brillo y la blancura son propios de la esfera divina (cf. 17,5: nube luminosa; 28,3).
v. 3. La aparición de Moisés y Elías se hace en beneficio de los discípulos. Representan la Ley y los Profetas, que habían anuncia­do el reino de Dios (11,13) y a los que Jesús viene a dar cumpli­miento (5,17). Ellos hablan con Jesús, no con los discípulos. La Ley y los Profetas están orientados hacia la figura del Mesías. Moi­sés y Elías fueron los dos hombres de quienes se dice que hablaron con Dios en el monte Sinaí (Ex 33, l7ss; 1 Re 19,9-13). Ahora, en este «monte alto», ante los discípulos, hablan con Jesús, el Hombre-Dios. El estado glorioso de éste, que representa la condición definitiva del hombre en el reino de Dios, era el objetivo del AT y el cum­plimiento último de las promesas.
v. 4. Pedro se dirige a Jesús. Su propuesta enlaza la visión con la fiesta de las Chozas, que tenía un fuerte carácter mesiánico y na­cionalista. Pedro propone una síntesis entre Jesús Mesías y el AT. Coloca a Moisés y Elías no subordinados a Jesús, sino en el mis­mo plano que él («una para ti, una para Moisés y una para Elías»). Ha reconocido el mesianismo de Jesús (16,16), pero no quiere que éste se separe de las categorías del AT; no debe haber ruptura, sino continuidad con el pasado. La actividad de Moisés y Elias se ca­racterizó por su violencia contra los enemigos de Dios y de su pueblo. Pedro quiere asegurarse de que Jesús va a realizar su mesia­nismo en la línea de las profecías del AT, que atribuían a la obra del Mesías las ideas de fuerza, poder, desquite y gloria. Con su propuesta, muestra Pedro que sigue pensando en las categorías de «los hombres» (16,23).
v. 5. La nube es símbolo de la presencia divina (cf. Ex 13,21, Nm 9,15; 2 Mac 2,8). Hay una paradoja en el texto: una nube luminosa los cubrió con su sombra; es la gloria (= resplandor) de Dios que cubría el santuario (Ex 40,35); ella revela y oculta a Dios, que sólo es perceptible en su palabra. La voz de la nube repite ante los tres discípulos las palabras que resonaron en el bautismo de Jesús (3,17) y que señalan su unicidad; ningún personaje del AT puede compararse con él. Añade la voz el imperativo: «escuchadlo a él». Jesús sustituye a Moisés, integrando en si la figura del pro­metido profeta escatológico. La única voz que hay que escuchar es la suya. El AT queda relativizado: así como Moisés y Elías no dirigían la palabra a los discípulos, así éstos no deben escuchar más que a Jesús. El AT conserva validez sólo en cuanto sea interpretado desde la realidad Jesús, o sea, compatible con su enseñanza. Jesús es el único legislador, maestro y profeta.
v. 6. La reacción de los discípulos es de profundo miedo, que se expresa en el gesto de caer de bruces a tierra; expre­san el miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia del AT (Is 6,5; Dn 10,15.19). Siguen pensando en las antiguas categorías; son víctimas de la ideología religiosa que han recibido y no conocen a Dios.
v. 7. Jesús, que lleva en sí la presencia divina (1,23), se acerca a ellos y los toca, como tocaba a los enfermos y a los muertos (8,3.15; 9,25-29); los invita a levantarse, como había hecho con la hija de Jairo (9,25). Estos discípulos, miembros del Israel mesiánico, están en la misma situación que el antiguo Israel.
v. 8. «Al Jesús de antes, solo», lit. «a un mismo Jesús, solo». La construcción griega auton Iesoun suele interpretarse como aramea (pronombre proléptico). Los ejemplos que se citan, sin embargo, llevan siempre el nombre articulado, mientras aquí se omite el ar­tículo ante «Jesús». La omisión del articulo ha ocurrido en Mt so­lamente en la presentación de Jesús antes de su nacimiento (1,1. 16.18), siempre calificada por «Mesías» (1,21.25 no cuentan), y en la primera noticia que de él tiene Herodes (14,1), casos perfecta­mente naturales.

La insólita omisión en este texto hace pensar que la aposición tiene otro significado. La traducción literal «a un Jesús mismo» parece significar «a Jesús con su apariencia acostumbrada»; se añade luego que estaba «solo», es decir, no acompañado de Moisés y Elías. La interpretación se confirma por el paralelismo con vv. 2-3; el v. 2 describe el aspecto transfigurado de Jesús, que en v. 8 ha desaparecido ya, mostrándose «el Jesús de antes/de siem­pre»; en el v. 3 aparecen los dos interlocutores, y a su ausencia en v. 8 corresponde el «solo». Mt expone cuidadosamente la vuelta a las condiciones ordinarias.


v. 9. Jesús refiere a «el Hombre» el contenido de la visión mesiá­nica. Esto confirma el significado de la datación inicial «seis días después». Identifica además al Hombre (el Hijo del hombre) con el Hijo de Dios (v. 5).

Comunicarla a otros podría despertar expectativas mesiánicas falsas, como si su muerte se hiciera innecesaria. En cambio, des­pués de su muerte, cuando la calidad de su mesianismo no deje lugar a dudas, el relato de esta visión podrá iluminar a los demás sobre la experiencia de la resurrección de Jesús. Es la única vez que Mt emplea el término «visión», que se usaba para visiones proféticas (Gn 15,1; Ex 3,3; Dn 2,19; 4,10; 7,2; Job 7,14). Estos tres discípulos serán los que presencien la oración de Jesús en Getsemaní (26,37). Lo que han presenciado debería servirles para en­tender la realidad que se oculta bajo la angustia de la muerte.

II

El episodio de la Transfiguración es un momento en el que Jesús se revela como el Enviado de Dios, el Hijo Amado, el Predilecto ya profetizado en el Antiguo Testamento. Un momento crucial para que los discípulos comprendieran quién era aquél que se escondía bajo la simple apariencia del Maestro que enseñaba y sanaba; él no era un simple profeta como otros lo atestiguaran. Es un momento clave donde se revela la gloria que le es propia al Hijo, y a la cual dará paso definitivo con la entrega que hará de su propia vida por la humanidad. En la cruz obtendrá Jesús la máxima victoria jamás alcanzada por alguien; pese a que muchos escépticos dijeron que el Crucificado era el fracaso de Dios, él venció a la muerte para darnos nueva vida. “¡Levántense, no tengan miedo!” es la invitación que lanza a cada uno de nosotros hoy, cuando permanecemos a la expectativa de lo que el género humano pueda realizar de bien o mal respecto de sí mismo; esa consigna nos incita a seguir adelante a pesar de que pareciera que dar testimonio de nuestra fe como cristianos desde una vivencia de los valores que entraña el reino de Dios fuera algo obsoleto y pasado de moda.



Jueves 7 de agosto de 2008

Cayetano – Sixto - Nadia


EVANGELIO

Mateo 16, 13-23


13Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14Contestaron ellos:

-Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jerernías o uno de los profetas.

15E1 les pregunto:

-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17Jesús le respondió:

-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no ha salido de ti, te lo ha revelado mi Padre del cielo. 18Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. 19Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que des­ates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20Y prohibió a sus discípulos decir a nadie que él era el Mesías.

21Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día.

22Entonces Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo:

-¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso!

23Jesús se volvió y dijo a Pedro:

-¡Vete! ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres un tropiezo para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres.

COMENTARIOS


I
v. 13. El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio judío. Cesarea de Filipo era la capital del terri­torio gobernado por este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus discípulos la cuestión de su iden­tidad, Jesús los saca del territorio donde reina la concepción del Mesías davídico.

Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el Hijo del hombre» «el Hombre»). El Hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf. 3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados por ese Es­píritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de Jesús.

«El Hombre/este Hombre»: la expresión se refiere claramente a Jesús, en paralelo con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15). Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del hombre» como un título mesiánico. Resul­taría ridículo que Jesús, cuando va a proponer a los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado; incomprensi­ble sería, además, la declaración de que Pedro había recibido tal conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo había dicho antes.
v. 14. La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT. O bien es una reencarnación de Juan Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23; Eclo 48,10. Para Je­remías, cf. 2 Mac 15,l3ss. En todo caso, ven en Jesús una conti­nuidad con el pasado, un enviado de Dios como los del AT. No captan su condición única ni su originalidad. No descubren la no­vedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su figura.
vv. 15-16. Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han recibido su enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el portayoz del grupo.

Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cris­tiana. Mt no se contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios» «el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general. «Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo. «El hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23). «Vivo» (cf. 2 Re 19,4.16 [LXX]; Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a los ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También el Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte.


v. 17. A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza. Llama a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo de Jonás; se ha inter­pretado también como «revolucionario», en paralelo con Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el don recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo») quien revela a los hombres la verdadera identidad de éste. Relación con 11,25-27: es el Padre quien revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien revela al Padre.

Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos, y ha recibido esa revelación. Es decir, los dis­cípulos han aceptado el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es decir, de comprender el sen­tido profundo de las obras de Jesús, en particular de lo expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La reve­lación del Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofre­cida a todos, pero sólo los «sencillos» están en disposición de reci­birla. Se refiere al sentido de la obra mesiánica de Jesús.

«Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los que reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal.
v. 18. Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo yo: Tú eres»). Lo mismo que, en la de­claración de Pedro, «Mesías» no es un nombre sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús.

Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equiva­lentes. En griego, petros es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La «roca», en cambio, gr. petra, es símbo­lo de la firmeza inconmovible. En este sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa», figura del hombre mismo.

v. 19. Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o comunidad mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes, representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los hombres.

Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él, y esto se explicita en la frase siguiente. “Atar, desatar” se refiere a tomar decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de declarar algo permitido o no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con las llaves muestra que se trata de acción, no de en­señanza.

El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está tipificada en Jesús, el que tiene autori­dad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa misma es la que transmite a los miembros de su comunidad (“desatar”). Se trata de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el alcance de la autoridad que Jesús concede se encuentra en 18, 15-18. Se trata allí de excluir a un miembro de la comunidad («atar») declarando su pecado.

Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por funda­mento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas por los perseguidores. Los miembros de la comuni­dad pueden admitir en ella (llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones están refrenda­das por Dios mismo.


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