Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5


CAPÍTULO XII Ricardo contra Sismondi



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CAPÍTULO XII Ricardo contra Sismondi

Para Ricardo, evidentemente, el asunto no quedaba liquidado con la réplica de Mac Culloch a las objeciones teóricas de Sismondi. A di­ferencia del “farsante escocés”, como le llama Marx, Ricardo buscaba la verdad y observaba la modestia genuina de un gran pensador.87 Que la polémica de Sismondi contra él mismo y contra su “discípulo” había hecho una gran impresión en Ricardo, lo prueba su cambio de frente en el problema de las máquinas y sus efectos. Justamente, per­tenece a Sismondi el mérito de haber puesto por primera vez ante los ojos de la teoría clásica el reverso de la medalla en la debatida cuestión de la armonía. En el libro IV de sus Nouveaux principes, en el capítulo IV, que trata “De la división del trabajo y de las máquinas”, así como en el libro VII, que lleva el título significativo: “Las máquinas producen una población excedente”, había atacado Sismondi la doctrina a la que los apologistas de Ricardo habían pres­tado su adhesión y conforme a la cual las máquinas ofrecían a los obreros asalariados tanto trabajo o incluso más que la totalidad del trabajo vivo desplegado por ellas. Sismondi combate con ardor esta llamada teoría de la compensación. Sus Nouveaux principes se habían publicado en 1819, dos años después de la obra fundamental de Ri­cardo. En la tercera edición de sus Principes, en el año 1821, esto es, ya después de la polémica entre Mac Culloch y Sismondi, intercaló Ricardo un nuevo capítulo, en el que reconoce valerosamente su error y declara su acuerdo completo con Sismondi: “Que la opinión de la clase trabajadora, según la cual la aplicación de las máquinas es evi­dentemente dañina a sus intereses, no descansa en prejuicio ni error, sino que coincide con las leyes fundamentales de la economía pública y del Estado.” Al mismo tiempo siéntese inducido, lo mismo que Sismondi, a ponerse a cubierto contra la sospecha de que combata el progreso técnico, pero, menos radical que Sismondi, se salva mani­festando que el mal sólo se produce lentamente: “Para esclarecer la ley fundamental, he supuesto que la mejora de la maquinaria fue descubierta de pronto y aplicada en toda su extensión. Pero en rea­lidad estas invenciones aparecen gradualmente y actúan más bien como aplicación de capital ahorrado y acumulado que no haciendo reti­rar capital de sus inversiones anteriores.”


Inquietaba a Ricardo y no le dejaba sosiego el problema de las crisis y de la acumulación. En el último año de su vida, en 1823, estuvo algunos días en Ginebra para discutir con Sismondi perso­nalmente sobre este asunto, y como fruto de aquellos coloquios apa­reció en mayo de 1824 en la Revue Encydopédique el artículo de Sismondi: “Sur la balance des consommations avec les productions.”88
En sus Principes, Ricardo había aceptado la doctrina de la armo­nía de Say acerca de la relación entre producción y consumo; y en el capítulo XXI dice: “Say ha demostrado suficientemente que no hay capital por grande que sea que no pueda ser empleado en un país, pues la demanda sólo tiene la producción como límite. Nadie pro­duce, salvo con la intención de consumir personalmente su producto o de venderlo, y sólo se vende con la intención de comprar otros bie­nes que puedan servirle inmediatamente para su consumo, o bien para emplearse en una producción futura. Por consiguiente, el que produce será o bien consumidor de su producto, o bien comprador o consumidor de los productos de otro.”
Contra esta concepción de Ricardo, polemizó vivamente Sismondi ya en sus Nouveaux principes y el debate oral giró en torno a dicha cuestión. Ricardo no podía negar un hecho, la crisis que acababa de producirse justamente en Inglaterra y en otros países. Tratábase úni­camente de su explicación. Es digno de notar la clara y precisa posi­ción que adoptaron ambos, Sismondi y Ricardo, al principio de su debate, eliminando la cuestión del comercio exterior. Sismondi com­prendía perfectamente el significado y la necesidad del comercio ex­terior para la producción capitalista y su necesidad de expansión. En esto no cedía en nada a la escuela librecambista ricardiana. E incluso la sobrepujaba considerablemente por la concepción dialéctica de esta tendencia expansiva del capital; afirmó, en consecuencia, que la in­dustria “se ve forzada a buscar salida para sus productos en merca­dos extranjeros, donde la amenazan transformaciones aún mayores”89. Profetizó, como hemos visto, la aparición de una concurrencia peligrosa para la industria europea en los países ultramarinos, lo que sin duda tenía un mérito considerable hacia el año 1820, y delata la visión profunda de Sismondi sobre las relaciones del capital dentro de la economía mundial. No obstante, Sismondi estaba muy lejos de hacer depender exclusivamente el problema de la realización de la plusvalía, el problema de la acumulación, del comercio exterior, y ello como única posibilidad de salvación, como le atribuyen críticos ulteriores. Por el contrario, Sismondi dice expresamente ya en el libro II, capítulo VI: “Para poder seguir con mayor facilidad estos cálculos y para simplificar estas cuestiones, hemos prescindido hasta ahora totalmente del comercio exterior, y supuesto que una nación vive totalmente aislada, la sociedad humana misma es esta nación, y todo lo que es verdad con respecto a una nación sin comercio lo es también con respecto al género humano.” Con otras palabras, Sis­mondi planteaba su problema exactamente en los mismos términos en que después lo ha hecho Marx; considerando todo el mercado mundial como una sociedad que produce exclusivamente en forma capitalista. En lo cual, también estuvo de acuerdo con Ricardo: “Eliminaremos ambos [dice] del problema: la circunstancia de que una nación venda más a los extranjeros de lo que compra de ellos, y las consecuencias que de ello necesariamente se derivan. No tene­mos que decidir acerca de si las alternativas de una guerra o de la política pueden suministrar a una nación nuevos consumidores; hay que probar que es ella misma la que crea cuando aumenta su produc­ción.” Aquí Sismondi ha formulado el problema de la realización de la plusvalía con toda precisión, tal como después se nos aparece mucho más tarde en la economía. Por su parte, Ricardo sostiene de hecho (siguiendo como hemos visto y veremos aún las huellas de Say) que la producción crea su propio mercado.
La tesis formulada por Ricardo en la controversia con Sismondi decía:
“Supongamos que 100 cultivadores producen 1.000 sacos de gra­no y 100 fabricantes de lana elaboran 1.000 varas de tela; prescin­damos de todos los demás productos que sean útiles a los hombres, de todos los eslabones intermedios entre ellos, y supongamos, ade­más, que se encuentran solos en el mundo y cambian sus 1.000 varas contra sus 1.000 sacos. Si aceptamos que las fuerzas productivas del trabajo progresan en una décima parte a consecuencia de los pro­gresos de la industria, los mismos hombres cambiarán 1.100 varas contra 1.100 sacos, y cada uno de ellos resultará mejor vestido y mejor nutrido; un nuevo progreso eleva el cambio a 1.200 varas con­tra 1.200 sacos, y así sucesivamente; el crecimiento de la producción eleva siempre los goces de los productores.”90
Profundamente avergonzados hemos de reconocer que las deduc­ciones del gran Ricardo se hallan aquí en cuanto es posible a un nivel más bajo que las del escocés Mac Culloch. Estamos invitados nuevamente a asistir como espectadores a una armónica y graciosa contradanza entre “varas” y “sacos”, en la cual se presupone sim­plemente aquello que debiera ser probado: su proporcionalidad. Pero, más aún, se han dejado sencillamente fuera todos los supuestos del problema implicado. La cuestión, el objeto de la controversia (para no olvidarlo), consistía en determinar quién consume y adquiere el sobrante de productos que surge cuando los capitalistas elaboran mer­cancías por encima del consumo de sus obreros y de su propio con­sumo, esto es, cuando capitalizan una parte de la plusvalía y la des­tinan a ampliar la producción, a aumentar el capital. A esto responde Ricardo no aludiendo siquiera al aumento de capital. Lo que nos muestra en las diversas etapas de la producción es una simple eleva­ción gradual de la productividad del trabajo. Conforme a su supuesto, con el mismo número de trabajadores, se producen al comienzo 1.000 sacos de grano y 1.000 varas de tela, luego 1.100 y 1.100 varas, después 1.200 sacos y 1.200 varas, y así sucesivamente. Prescindiendo de la aburrida representación de esta marcha uniforme, como la de un ejército, por ambas partes, y de la coincidencia incluso del nú­mero de objetos entre los que ha de verificarse el cambio, para nada se habla en todo el ejemplo de incremento del capital. Lo que tene­mos aquí ante los ojos no es reproducción ampliada, sino reproduc­ción simple, en la que únicamente crece la masa de los valores de uso, pero no el valor del producto total social. Y lo que importa para el cambio no es la masa de valores de uso, sino simplemente la mag­nitud de su valor, y ésta, en el ejemplo de Ricardo, permanece inva­riable, inmóvil, aunque en apariencia se realice una ampliación del proceso productivo. Finalmente, no existen en Ricardo las categorías de la reproducción de que se trata. Mac Culloch hace que sus capita­listas produzcan su plusvalía y vivan del aire, pero, al menos, reco­noce la existencia de los trabajadores y menciona su consumo. En Ri­cardo, ni siquiera se habla de los trabajadores, y la distinción entre capital variable y plusvalía no existe. Frente a esto, poco importa que Ricardo prescinda totalmente del capital constante lo mismo que su discípulo, queriendo resolver el problema de la realización de la plusvalía y de la acumulación del capital, partiendo del hecho de que existe una cierta cantidad de mercancías que se cambian unas por otras.
Sismondi, sin percibir el total desplazamiento del campo de ba­talla, se esfuerza honradamente en proyectar sobre la tierra llana las fantasías de su famoso huésped y contradictor, ante cuyos supues­tos, como él, lamenta: “Hay que prescindir del tiempo y del espacio como suelen hacer los metafísicos alemanes” y descomponerlas en sus contradicciones invisibles. Realiza la hipótesis ricardiana, según la cual “la sociedad en su organización efectiva incluye trabajadores desposeídos, cuyo salario se fija por la competencia y a quienes su señor puede despedir cuando no los necesita”, pues (hace notar Sismondi con tanto acierto como modestia) “justamente sobre esta organización económica se apoyan nuestros argumentos”. Y descubre las varias dificultades y conflictos que van ligados a los progresos de la productividad del trabajo en el régimen capitalista. Demuestra que las transformaciones de la técnica del trabajo aceptadas por Ricardo han de conducir socialmente a la siguiente alternativa: o se despide una parte correspondiente de obreros en relación con el crecimiento de la productividad, y en ese caso tenemos de un lado un sobrante de productos y del otro paro y miseria, esto es, un reflejo fiel de la so­ciedad presente, o el producto sobrante se emplea para el sustento de obreros en una nueva rama de producción: la producción de lujo. Llegado aquí, Sismondi muestra decisiva superioridad sobre Ricardo. Recuerda de pronto la existencia del capital constante y entonces es él quien acomete en un cuerpo a cuerpo al clásico inglés: “Para fun­dar una nueva manufactura, una manufactura de lujo, se requiere también un nuevo capital; hay que construir máquinas, encargar ma­terias primas, tiene que intervenir un comercio lejano, pues los ricos no se conforman de buen grado con los goces que se producen en su vecindad. Ahora bien, ¿dónde encontramos este nuevo capital, que es acaso mucho más considerable que el que pide la agricultura? Nuestros obreros de lujo no han llegado a comer el grano de nues­tros cultivadores, a gastar los vestidos de nuestras manufacturas, no existen aún, acaso no hayan nacido todavía; sus industrias aún no funcionan, las materias primas que tienen que elaborar no han lle­gado de la India; todos aquellos a quienes deben distribuir su pan aguardan en vano.” Ahora Sismondi tiene en cuenta el capital cons­tante no sólo en la producción de lujo, sino también en la agricultura, y más adelante argumenta frente a Ricardo: “Hay que prescindir del tiempo para suponer que aquel cultivador que por un invento de la mecánica o una industria rural puede aumentar en un tercio la fuerza productiva de sus obreros, encontrará también capital suficiente para aumentar en 1/3 su producción, sus herramientas, aperos de labranza, ganado, granero y el capital circulante necesario para esperar sus ingresos.”
Rompe aquí Sismondi con la fábula de la economía clásica, con­forme a la cual cuando hay ampliación de capital todo el capital suplementario se gasta exclusivamente en capital variable, y se sepa­ra en ello claramente de la teoría de Ricardo, lo que, dicho sea de paso, no le impidió dejar pasar sin retocarlos, tres años más tarde, en la segunda edición de sus Nouveaux principes, todos los errores que se apoyan en aquella doctrina. Así, pues, a la simple doctrina de la armonía opone Sismondi dos puntos decisivos: de una parte, las dificultades objetivas del proceso de la reproducción ampliada, que en la realidad capitalista no se produce con la facilidad manifes­tada en la hipótesis abstrusa de Ricardo, y de otra parte, el hecho de que todo progreso técnico y el subsiguiente aumento de la producti­vidad del trabajo social bajo condiciones capitalistas se impone siem­pre a costa de la clase trabajadora y se compra con sus sufrimientos y todavía, en un tercer punto importante, muestra Sismondi su supe­rioridad sobre Ricardo: frente a las limitaciones de éste que no le permiten concebir fuera de la economía burguesa ninguna otra forma social, Sismondi atalaya el amplio horizonte histórico desde una con­cepción dialéctica: “Nuestros ojos [exclama] se han habituado de tal modo a esta nueva organización de la sociedad, a esta competencia general que degenera en antagonismo entre la clase rica y la tra­bajadora, que no podemos imaginarnos ningún otro género de exis­tencia. Es absurdo oponerme las faltas de los sistemas anteriores. En efecto, se han sucedido dos o tres en la organización de las clases inferiores; ¿pero por qué, si después de haber hecho algún bien al principio, han causado luego horribles tormentos al género humano, vamos a deducir que hoy contamos con el sistema justo, que no des­cubriremos el defecto capital del sistema de los asalariados, como hemos descubierto el del sistema de la esclavitud, del vasallaje, de los gremios? Cuando estos tres sistemas regían, tampoco se conce­bía su sustitución: la mejora del orden existente parecía tan impo­sible como ridícula. Sin embargo, época llegará en que nuestros nietos nos consideren tan bárbaros como nosotros a las naciones que han tratado como esclavas a las clases obreras.” La profundidad de su visión histórica ha sido demostrada por Sismondi plenamente al dis­tinguir con precisión epigramática el papel del proletariado en la sociedad moderna. Con no menos hondura expone frente a Ricardo el carácter económico peculiar del sistema esclavista y de la econo­mía feudal respectivamente, así como la relatividad de su significación histórica, y por último, al afirmar la tendencia general dominante de la economía burguesa: el “separar plenamente todo género de propiedad de todo género de trabajo”, Tampoco el segundo en­cuentro de Sismondi con la escuela clásica marcó un triunfo para su adversario.91

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