La soberanía sobre el mar sólo se obtiene y consolida mediante la pre-
sencia del poder naval y la efectiva explotación de los recursos de la jurisdic-
ción nacional.
El mar es un espacio que debe ser ocupado como cualquier territorio.
Por ello las naciones del continente deben formular una política unitaria
sobre los derechos que cada una posee. De la suma de los derechos de las
partes, resultará el patrimonio marítimo sudamericano.
Este es un esfuerzo que deberá emprenderse cuanto antes, integrándolo
en el plan político continental. Ello requerirá, primero, una clara conciencia
marítima; en segundo lugar, una orientación financiera emprendida con de-
nuedo y determinación comunitaria.
El mar es factor de interés fundamental de la defensa continental, no
sólo en su tradicional acepción militar, sino como territorio propio que
habrá de incorporar la estrategia para la liberación.
El mar no es prolongación de territorio, sino que es territorio propio.
Goza de los mismos principios soberanos y, como la parte terrestre, es
Patria.
Se hace necesario que las naciones del Continente se mantengan alertas
y unidas ante la aparición de teorías que propugnan un nuevo concepto
sobre soberanía marítima, que atenta contra legítimos derechos nacionales.
Estas teorías asentadas en el universalismo del mar, sostienen la caducidad
de ciertos derechos de los Estados en la explotación de los recursos y en el
ejercicio político sobre el espacio del mar. Nada más favorable a los intere-
ses de las grandes transnacionales, que disputan el dominio de los recursos
renovables y no renovables del globo.
El derecho al mar, es un derecho inalienable, por ello la instrumenta-
ción de un orden marítimo continental debe ser considerada con la misma
urgencia que el planeamiento político sudamericano. Lo primero, forma
Parte de lo segundo.
La Gesta Libertadora América del Sur posee una singularidad histórica excepcional, un epi-
sodio que configura un ejemplo, a la vez que, como expresión testimonial
significa la más auténtica aspiración de los pueblos del continente.
No existe ningún antecedente histórico, donde dos conductores simul-
táneamente hayan concebido y concretado una maniobra de estrategia
política-militar tan vasta, tanto en el campo de las ideas como en el espacio
geográfico. La inspiración del General Simón Bolívar y del General José de
San Martín, se asienta en las etapas históricas de los Incas y en la línea colo-
nizadora, pero la concepción geopolítica es todo un ideal proyectivo, esen-
cialmente básico para interpretar la solución de la problemática de los
pueblos del continente. (Gráfico 27)
Esta herencia bendita que producen los dos Libertadores, tiene necesa-
riamente que calar hondo en el sentimiento de los pueblos, concientizar a
los dirigentes de los distintos países y obligar a la emulación a las nuevas ge-
neraciones.
El General José de San Martín, en lo particular, produce el legado más
grandioso y genial para la posteridad argentina. Esta heredad podemos con-
siderarla en cuatro campos.
Desde el punto de vista ético-moral. La lucha que desarrolló el Libertador solo, incomprendido por la clase dirigente de su país —excepto el Director Juan Martín de Pueyrredón y otros nobles seguidores— lo señala como
un hombre paciente, justo, de gran valor y carisma y con virtuosismo político excepcional.
El renunciamiento de Guayaquil, producido a raíz del abandono político al cual fue sometido por la dirigencia de su patria, lo identifican con las
más excelsas virtudes y capacidades que deben adornar a un hombre que
tiene la responsabilidad de conducir pueblos y ejércitos.
La magnanimidad del hombre que no se quejaba en la derrota, ni se
engreía con la victoria; del Libertador que enhebró la independencia a lo
largo de la roca andina; abnegado misionero que abrazó la Cruz del Sur por
puro espíritu libertario; que rechazó la conquista y el cesarismo despótico;
el gran hombre que no creyó en la gloria, sino sólo en el deber y en el sacrificio; el procer y ciudadano de América cuyo destino y misión fue luchar por
la Independencia del Continente; nos legó la herencia más sabia, más mística y ejemplar de cómo se hace la Patria.
Cuando emprendió la campaña de los Andes expresó: "Dios nos ayude, porque la causa de América es suya": cuando abandonó Perú, camino
al ostracismo dijo: "Los pueblos que hemos libertado se encargarán de sus
propios destinos"; en una carta enviada al caudillo Gervasio de Artigas
escribió: "Cada gota de sangre americana que se vierta por nuestros disgus-
tos, me llega al corazón"; más tarde a Félix Frías le refirió sobre los pueblos
americanos: "Abrigo una fe profunda en el porvenir de aquellos países"; al
presidente Castilla, del Perú: "Si algún servicio tiene que agradecerme la
América, es el de mi retirada de Lima"; por último, en su testamento con-
signó: "pero sí, desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos
Aires".
He aquí la manifestación y probanza de su vocación de servicio, de su
humildad, de su amor a América, de su consecuencia por la causa de los
pueblos, de su visión profética, de su ascetismo épico, de su profunda
nobleza.
Si por algo fue grande y glorioso, es porque habiéndose podido sentir
ungido por la deidad, sólo se consideró un hombre.
El pensamiento político de San Martín es el legado histórico más genial
y estupendo que han recibido los argentinos. La concepción geopolítica de
una "América Confederada", sobre bases igualitarias comunitarias y soli-
darias constituyen la predicción más ajustada y correcta, en relación al lar-
go proceso de liberación sudamericana.
La idea política de una América unida, fortalecida por ideales comunes
y hermanada en un destino idéntico, significa el proyecto geopolítico-
histórico de los pueblos del continente.
El "Plan Continental" del Libertador no sólo contiene los parámetros
fundamentales del proyecto sudamericano, sino que también significa la
predicción del modelo para la liberación de los pueblos.
San Martín, Gobernador Intendente de Cuyo, luego Protector del Perú
—dos partes de una misma historia— muestran al hombre intérprete de sus
compatriotas en la hora de la madurez, de la vocación independentista y re-
volucionaria. La obra sanmartiniana fue un comienzo decisivo para la liberación, que es una empresa de siempre, una vocación de vida.
En el campo militar, el genio de San Martín no sólo concibe sino que
también realiza. En este orden abarca todo, el reclutamiento, la organiza-
ción, la doctrina, la instrucción, la información, la educación de los cuadros
y tropas, el planeamiento y la logística. Es así que prepara los planes estraté-
gicos, dirige el marco operacional y conduce en el campo táctico.
Su plan de acción podemos sintetizarlo de la siguiente manera: Ofensiva estratégica, a través de los Andes para libertar a Chile, continuación de la
campaña por el Pacífico hasta el Perú. Objetivo: Lima: Simultáneamente
operar a la defensiva en la primera fase en el noroeste, empleando las
guerrillas de Martín Güemes, para pasar luego a la ofensiva y destruir el po-
der militar español del Alto Perú.
Otorgó a la maniobra por mar un alto valor, tanto para el desplaza-
miento de los efectivos como para el mantenimiento de una base operativa
móvil, de manera que le permitiera conservar la capacidad, flexibilidad y li-
bertad de acción necesarias, para llevar a buen fin su plan militar.
Forjó la herramienta a medida de la gesta, hizo del Ejército de los An-
des un instrumento espiritualmente cohesionado para cumplir con su alta
misión.
Al desembarcar en las costas del Perú, les dijo a sus huestes: "Acorda-
os que vuestro gran deber es consolidar a la América, y que no venís a hacer
conquistas sino a libertar pueblos".
En esta frase está impreso el principio ideológico que alumbra la
guerra, el sentimiento que enciende la odisea y el carácter político de la cam-
paña. En esta corta frase se condensa la profunda concepción de liberación
continental, que el Ejército Argentino ha recibido como herencia misional.
De los precedentes histórico-geográficos, surge claramente que: la
unión Latino-Americana debe lograrse con el basamento de una auténtica
ideología de liberación, sobre la base de una política socio-económica co-
munitaria, apoyada en una solidaria alianza militar, a partir de la consoli-
dación de la Nación. Corrientes colonizadoras del territorio argentino Tres corrientes exploradoras colonizaron el actual territorio argentino.
La del Nortepenetró por la Quebrada de Humahuaca, recorriendo la
amplia región noroeste argentina, denominada entonces del Tucumán. Esta
corriente procedía del Perú, colonizando el espacio de las actuales provin-
cias de Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero, y
Córdoba. La fundación de las capitales de provincias se realizó en el lapso
que va desde 1543 a 1550.
La del Esterecorrió y conquistó la región de la cuenca del Plata, a lo
largo y a lo ancho de la extensa región. Juan de Ayala llegó hasta las nacien-
tes del Río Guapay. Domingo M. de Irala, en 1547, recorrió el espacio que
separa las nacientes del Río Paraguay - Río Guaporé - Río Guapay. En
1591, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca tomó posesión de Santa Catalina, desde
donde se dirigió por tierra hasta Asunción, descubriendo en su trayecto las
Cataratas del Iguazú.
La del Oesteprocedió de Chile y, luego de trasponer la cordillera, in-
cursionó en la zona de Cuyo. El resultado inmediato de estas expediciones
fueron las fundaciones de Mendoza, en 1561, San Juan, en 1562 y San Luis,
en 1594.
De estas tres células geohistóricas, se inició el proceso de unificación,
que habría de tener al núcleo cordobés como el epicentro geoestratégico pa-
ra la ligazón nacional. La creación del Virreinato del Río de la Plata le otor-
go una estructura política-administrativa-militar, consolidando el ente ge-
ográfico natural.
Ladesmembración del Virreinato yla formación del Estado Argentino
La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, se debió a dos
hechos fundamentales: El primero, político, resultante de la presión portu-
guesa sobre las reducciones jesuíticas del Guayra, así como de la necesidad
de atender a una mejor seguridad del Atlántico y del Plata. El segundo, una
razón económica, puesto que la ruta mercantilista se desarrollaba sobre la
base de las nuevas colonias, que se encontraban en el oriente de las Améri-
cas. (Gráfico 28).
La corona española debió emprender la reconquista de la Colonia de
Sacramento invadida por Portugal, a la vez que adoptar una política firme
sobre las Islas Malvinas, ocupadas por los ingleses y franceses. El Virreynato fue creado así por sugerencia de don Pedro de Cevallos, asumiendo con
el correr de los años y en función de la transformación del sistema económi-
co mundial, el rol de región privilegiada por excelencia, de la metrópoli y
más tarde de Europa.
El grave error político consistió en la expulsión de los jesuítas de las
Misiones en 1767, con lo cual quedó abierta la ruta a las malocas portuguesas. Económicamente, las antiguas tierras virreinales que poseían un
casi exclusiva explotación minera, fueron transformándose en pastoriles y
agrarias lo cual modificó la demografía del Virreinato. No obstante, el sistema español mantuvo ajustado equilibrio entre las partes constituyentes de la colonia.
El equilibrio se quebró bruscamente, cuando la burguesía mercantilista
del Río de la Plata, produjo el rompimiento de los lazos políticos con Espa-
ña y vinculó al puerto de Buenos Aires con el libre cambio del comercio bri-
tánico. Este hecho trastrocó la relación de fuerzas existente entre las distin-
tas zonas del Virreinato, inclinando la balanza definitivamente en favor de
Buenos Aires, iniciándose a escala nacional un proceso colonialista con el
interior, a imagen y semejanza del que establecía la Gran Bretaña a escala
mundial.
La desintegración virreinal se gesta rápidamente a partir de 1810 y en
18 años más queda totalmente consumada. El modelo geopolítico argentino
deviene, también, desde entonces, de la situación de desequilibrio interno
producido por la adherencia económica, política y cultural del porteñismo
a los imperios extranjeros.
El Alto Perú se separó debido a la acción del Virrey Abascal, quien
reivindicó inmediatamente la antigua jurisdicción.
La segunda y definitiva, tuvo lugar a partir del retiro de San Martín de
Perú y la ocupación, por parte del Mariscal Sucre, de los territorios que le
fueran ofrecidos a Bolívar por la dirigencia unitaria del puerto (1825).
El Paraguay, por su situación geográfica, su tipo poblacional indómi-
to, su economía de autosuficiencia y el fuerte carácter cultural y telúrico,
siempre fue independiente. Lo que segregó fue, a diferencia de los demás,
sólo sus lazos políticos.
El caso uruguayo presenta connotaciones muy peculiares. Cuatro inte-
reses jugaron permanentemente para dominar localmente el Plata. El Bra-
sil, el puerto de Montevideo, el puerto de Buenos Aires y la campaña orien-
tal. No triunfó ninguno de los cuatro sino un quinto, representado por Gran
Bretaña. El año 1823 se destaca como un hito importante para comprender
la política interior rioplatense y el sentido geopolítico de sus gobernantes.
En ese año, el General Lecor, se apoderó de la Banda Oriental. Rivadavia
prohibió la ayuda santafesina y entrerriana, se arrearon los ganados hacia
Río Grande del Sur y se creó la provincia cisplatina. Sólo en 1825, Lavalleja
y otros patriotas de ambas márgenes consiguieron recuperar el territorio
ultrajado. Ese mismo año la Asamblea de La Florida, proclamó la incorpo-
ración a las Provincias Unidas. A raíz de ello el emperador del Brasil decla-
ró la guerra y en 1826 y 1827 el Ejército y la Armada argentinos recuperaron
el dominio del Río de la Plata y deshicieron los ejércitos mercenarios brasi-
leños. Pero, en abierta contradicción con el resultado de las armas, Rivada-
via y el embajador García, cedieron la soberanía territorial nuevamente al
Brasil.
Ante la resistencia popular desatada, Rivadavia intentó señalar como
único responsable del tratado a Manuel García, pero fue derrocado.
El Coronel Don Manuel Dorrego, nuevo Gobernador de Bs. As. se
aprestó a consolidar el tiempo y reintegrar la amada Banda Oriental al seno
de la Patria. Los Británicos no lo consintieron y es forzado a buscar la paz
con Brasil. Según Lord Ponsomby ministro inglés en Buenos Aires, Dorre-
go "está forzado por la negativa de la Junta (del Banco Nacional, manejado
por los británicos) de facilitarle recursos, salvo para pagos mensuales de pe-
queñas sumas...". Sin recursos, mal podía el Ejército Nacional continuar
en campaña. El 27 de agosto de 1828 la Banda Oriental fue definitivamente
separada de la Nación y pasó a constituir un estado tapón y una playa de
maniobra británica; la fachada Atlántica del Cono Sur.
Cuando los cabildos del interior, organizados a semejanza del de
Buenos Aires, rechazaron la designación de sus presidentes, digitados por
ésta última, se inició el fraccionamiento del sistema económico, concretado
principalmente por el auge y dominio de la clase pudiente de Buenos Aires y
el deterioro de la capacidad productiva e industrial del interior, sumamente
agravada por el copamiento del mercado por parte de las manufacturas bri-
tánicas. A ello le continuó la migración poblacional y el nacimiento de las
milicias provinciales, que ocasionó una paulatina militarización en los dis-
tintos estadios sociales.
La unidad nacional, sobre la base del respeto de los intereses provin-
ciales sustentados por los caudillos, claros exponentes de una democracia
inorgánica coordinada por una participación común en los campos político,
económico y militar, tal vez, hubiera posibilitado un inicio anticipado de la
organización del Estado.
La unidad pretendida entre 1810 y 1827, se basó en la sumisión del inte-
rior y en la hegemonía de Buenos Aires. Esto radicalizó aún más a las partes
y llevó a las provincias a unirse en defensa del proteccionismo aduanero.
Por otra parte, las grandes distancias y los enormes espacios vacíos, cons-
piraron contra una rápida unidad, facilitando la incomunicación, el desconoci-
miento, cuando no la indiferencia. La geografía jugó un papel muy importante
enel destino del país. Tal era la fuerza de la idea del federalismo, que varios
caudillos llegaron a proclamar "repúblicas" independientes.
La principal diferencia se suscitó entre Buenos Aires y el Litoral, donde
se desarrollaba una actividad económica muy importante. Desde los puertos
de Corrientes, Paraná, Santa Fe y Rosario, se inició la exportación a Euro-
pa de carnes y alimentos. Esto no fue del agrado de la oligarquía porteña, y
ocasionó la guerra civil. Ante la competencia litoraleña, Buenos Aires co-
menzó a extender su dominio a la zona pampeana, dando origen a los gran-
des latifundios, pocas veces explotados por sus dueños y carentes de capaci-
dad de radicación poblacional. Este factor retrasó 50 años la integración
territorial.
Entre 1810 y 1820, Buenos Aires intentó imponer su hegemonía a las
provincias, estructurando un orden político y económico que lo beneficiaba
en desmedro del interior.
Entre 1820 y 1828, el litoral compitió abiertamente, dentro del mismo
sistema comercial. El enfrentamiento debilitó el sentido de nacionalidad y
acrecentó la mutua incomprensión de la problemática argentina. No obs-
tante, durante el período del Brigadier General D. J. M. de Rosas se robus-
teció la unidad y el equilibrio institucional. Por primera vez desde 1810, se
defendió a rajatablas la Soberanía Nacional de la acción franco-británica,
de las intenciones de Paraguay de anexarse Corrientes y del Mariscal Santa
Cruz con respecto a Salta y Jujuy.
De esta manera, desde la desintegración virreinal, se alcanzó una orga-
nización nacional, realista, aunque insuficiente.
Al respecto, se hace necesario consignar que las vastas y desconocidas
regiones, la carencia de vías de comunicación, de poblaciones y de medios
militares, se conjugaron para ayudar a la descomposición política y territo-
rial.
Desde principio del siglo XIX, Brasil había venido ocupando gran par-
te de las Misiones. En 1826 invadió las Gobernaciones del Alto Perú, de
Moxos y Chiquitos, con lo cual penetró en el oriente boliviano. Por su par-
te, Bolivia, y Paraguay comenzaron su expansión hacia el Chaco; Chile,
manteniendo viva la intención de anexarse la Patagonia, en 1843 ocupó el
estrecho de Magallanes e incorporó la mitad de Tierra del Fuego.
Otro hecho usurpador lo suscitó, por razones de pesca y piratería, el
ataque norteamericano a las Malvinas y la posterior ocupación de las mis-
mas por parte de Gran Bretaña, (1833) que hasta hoy las detenta.
El respeto de los derechos provinciales, la suma de los poderes del inte-
rior y de Buenos Aires, permitió a Rosas defender el patrimonio nacional y
consolidar una organización de estilo federalista. Tanto es así, que derroca-
do Rosas en 1852, los gobernantes reunidos en San Nicolás ratificaron la vi-
gencia del Pacto Federal de 1831. Con la defensa de la heredad y desu sobe-
rania, los argentinos se reencontraron con la Historia.
La alianza con el imperio del Brasil para abatir a Rosas permitió, al
margen del desfile del Ejército imperial en Buenos Aires, nuevamente la in-
gerencia lusitana en la política del Río de la Plata.
La deuda contraída por los liberales en el 52, fue pagada por el país,
con creces, en el 65.
Desde 1852 hasta 1859, Buenos Aires vuelve a separarse de sus herma-
nas y pretende hegemonizar la República. La incorporación de capitales
desde el exterior, el comercio y la situación geográfica privilegiada, le pro-
veen un progreso material y una importación cultural europea que la va di-
ferenciando cada vez más de las relegadas provincias del interior. Sólo Ce-
peda (1859), que dio lugar al Pacto de San José de Flores, reintegró a
Buenos Aires al seno de la Confederación. Pero la persistencia de Buenos
Aires, con Mitre a la cabeza, provocó en Pavón (1861) la unificación bajo el
signo hegemonista del puerto y de su aduana.
Entre 1852 y 1879, la frontera interna preocupa seriamente al gobierno,
puesto que la acción indígena no permitió la unidad territorial ni el afinca-
miento de poblaciones y explotaciones en el sur. A partir de 1879, se llevó a
cabo la expedición del General Roca, que termina con la incorporación de
veinte mil leguas al patrimonio nacional. El sistema de división y propiedad
de la tierra que se implemento, no facilitó el desarrollo de las regiones y la
colonización de ciertos espacios. Se hizo por la necesidad de hacer rentables
a las empresas ferroviarias. En 1881, Villegas llegó a Nahuel Huapí, en 1883
se consolida la soberanía en la Patagonia septentrional y ese mismo año, Li-
no de Roa llegó a la meseta de Senguer, al sudoeste del Chubut. Sólo esta
acción rápida y decidida neutralizó los designios chilenos de anexar la Pata-
gonia Argentina.
Por otra parte, desde 1860 hasta 1885 se realizó la exploración e incorporación de la zona chaqueña, con lo cual se ganaron 350.000 km2 para el patrimonio nacional. Con esto, los dos llamados desiertos, el del Norte y el del Sur, fueron redimidos por el Ejército y colonizados por los argentinos.
La federalización de Buenos Aires (1880), si bien otorgó jurídicamente
una capital nacional, económicamente ratificó un macrocefalismo defor-
mante y pernicioso.
Entre 1882 y 1940 se crearon gobernaciones que dependieron directa-
mente del gobierno nacional. Asimismo se creó la Gobernación Militar de
Comodoro Rivadavia. El desarrollo de la economía y la radicación de
población impulsó a la autonomía administrativa que facilitó la posterior
provincialización.
A principios de siglo, la Argentina inició su proyección Antártica, desarrollada hasta hoy por diversos hechos y actos de soberanía, que algunos pretenden desconocer y otros olvidar.
Desde 1957 se encuentra estructurada la gobernación del territorio na-
cional de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur.
El proceso formativo del Estado argentino, fue siempre acompañado
por una fuerte y perversa distorsión del concepto geopolítico correcto. En el
orden interno se evidencia por el deformado y vetusto sistema neoliberal ca-
pitalista, por la inarmónica distribución de la población, el predominio de
un crecimiento desequilibrado tanto regional como sectorial discordante, y
la creciente alineación cultural de las clases dirigentes. En el campo exterior,
la permanente dependencia, primero de Gran Bretaña, luego de los Estados
Unidos de Norteamérica. Había que sentar las bases espirituales de la sobe-
ranía, pero la Argentina se quedó en las parcialidades y formalidades, en la
declamatoria, cediendo siempre al campo económico y descuidando el acer-
vo espiritual.
De la decantación serena de los hechos, parecen surgir las causas pro-
fundas que originaron el peculiar fenómeno de deformación espacial y la
persistencia de dos concepciones geopolíticas aún enfrentadas. En este sen-
tido los enfrentamientos ideológicos dieron lugar a la confrontación de las
ideas geopolíticas. El modelo que persistió a lo largo de la historia fue el li-
beral agroportuario, sustentado por la clase mercantilista de Buenos Aires y
por los terratenientes ganaderos de la pampa húmeda. El proyecto liberal
permitió la partición territorial, debilitó y postergó la unión nacional,
creó el macrocefalismo porteño, el subdesarrollo del interior, la Argentina
agroexportadora del 80, el abandono del Cono Sur, la desaprensión hacia
las poblaciones marginadas y la indiferencia hacia el crecimiento industrial
de base con sentido nacional. El liberalismo no supo adecuar la República a
la dinámica mundial, ni a la realidad nacional.
Es evidente que a lo largo de la historia los distintos factores se conju-
gan en forma interdependiente. (Políticos - Económicos - Financieros -
Sociales - Militares).
Pero es también indudable, que la alienación cultural de los grupos di-
rigentes en las distintas épocas, es el factor prevaleciente y fundamental en
la situación de dependencia permanente de la Nación Argentina. La marca-
da transculturación de las "élites" de turno, significó a la postre la causa
principal de las deformaciones espaciales, las pérdidas territoriales, la
estructura inapropiada que aún persiste y la adherencia a soluciones e ideas
importadas, así como al servicio de intereses ajenos y contrarios a la Na-
ción.
Fue la cultura hispánica, la que dio lugar al Virreinato. Fue la importa-
ción cultural europea de los sucesores, lo que dio origen al desmembramien-
to. Es hoy la profundización de la transculturación de ciertos grupos diri-
gentes, la que aún sustenta la situación de dependencia.
No obstante las innumerables vicisitudes padecidas, la comunidad ar-
gentina tiende a la creación de una cultura propia. El hecho político y el
hecho cultural son interdependientes y afines. Para producir una comuni-
dad sana, renovada y bien constituida, se requiere una cultura auténtica.
Todo movimiento político que afiance la cultura nacional, habrá logrado el
objetivo más trascendente de su accionar.
Históricamente, la ideologización y alineación al liberalismo europeo
de la oligarquía porteña, precedió y explica la partición territorial y la poste-
rior estructuración dependiente de la Argentina. La sustitución cultural que
eliminara lo autóctono, es decir lo americano de raíz hispano-católica, es el
presupuesto necesario para que años más tarde un vicepresidente de la Na-
ción Argentina pudiera afirmar con orgullo que podíamos considerar al país
como "un apéndice del Imperio Británico".
Hizo falta que corriera mucha sangre de gauchos para consumar la
entrega, que quisieron completar con la inmigración europea para cambiar
de raíz la población nativa. "La incomprensión de lo nuestro preexistente
como hecho cultural, o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó el inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y to-
do hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consis-
lió en desnacionalizar "si nación y realidad son inseparables" (Jauretche, 1974).
El "gringo" no tuvo acceso a la propiedad de la tierra en la pampa hú-
meda e inició tempranamente el proceso de urbanización y metropolización,
aumentando el cosmopolitismo del puerto e introduciendo costumbres e
ideologías europeas. Por otra parte, a diferencia de EE.UU., la población
inmigrante no fue motivada a "sentirse argentina", no se le suministraron
ideas-fuerza que sirvieran para formar un pueblo orgulloso. Por el contra-
rio, la enajenación cultural de la clase dirigente porteña introdujo la inter-
minable serie de lo que Jauretche ha denominado "Zonceras argentinas".
En su conjunto, han incidido en la concreción de las constantes claudica-
ciones territoriales ("el mal que aqueja a la Argentina es la extensión"; "un
algodón entre dos cristales"; "la libre navegación de los ríos"; "la victoria
no da derechos") o en la autodenigración nacional ("este país de m...").
Sarmiento fue uno de los principales propulsores de la inmigración,
porque esa política posibilitó "ahogar la chusma criolla, inepta, incivil y ruda...", reconocerá ya viejo,"que, "en Buenos Aires no está la Nación por-
que es una provincia «de extranjeros»".
Este es el más grave problema que enfrenta el país. La doble acción de
la capital, ha producido un movimiento centrípeto de concentración de po-
der (político-económico). A su vez, ha expelido por centrifugación, la ide-
ología hacia el interior, minando paulatinamente las variantes culturales
autóctonas que aún existían en distintas zonas y regiones. Este fenómeno ha
facilitado la "inseminación" en la población del interior, por lo menos en
ciertos grupos que detentan el poder local delegado, con lo cual se ha produ-
cido una verdadera ocupación territorial por parte de los intereses de la de-
pendencia.
El pensar y sentir del pueblo (Partidos de extracción nacional) presen-
tan la contradicción a los avances de la actividad enajenadora de los grupos
dirigentes liberales.
El problema nacional se reduce a una confrontación cultural que se da
en su propio seno, que se desarrolla en sus entrañas y que se concreta por la
toma del poder.
El proceso ha dado a luz dos Argentinas diferenciadas y cada vez más
distintas. La Nación de los centros áulicos, el País de los oriflamas y decla-
raciones peyorativas, altisonantes y falsas; por el otro lado la Patria sufrien-
te trabajadora, amante de sus ancestros, vivificada en la lucha cotidiana,
esperanzada en sus propias virtudes.
Nada mejor que reproducir las palabras de Monseñor Vicente Zaspe
(Clarín 5 / 5 / 80) al referirse a "La Argentina secreta".
"... se puede hablar de una Argentina visible y formal y de otra encu-
bierta y secreta"... "en la actualidad conviene sopesar si como hace 40 años
se está fraguando una nueva Argentina secreta por debajo de las querellas
ideológicas, los análisis coyunturales, la retórica oficial y las imágenes ado-
cenadas de los medios de comunicación social".
Mientras los argentinos no se encuentren a sí mismos; mientras no se
defiendan de la sistemática invasión cultural; mientras continúen pensando
en modelos impropios; mientras persistan en vivir de prestado del imperio
de turno; mientras no se produzca la asunción al poder de los grupos diri-
gentes nacionales, continuarán sirviendo a la dependencia e irán perdiendo
paulatinamente sus sentidos de unidad y de proyección histórica.
Los pueblos que pierden su cultura pierden su futuro, porque se con-
vierten en simples objetos de historia.