El libro de la serenidad



Yüklə 0,94 Mb.
səhifə7/28
tarix25.10.2017
ölçüsü0,94 Mb.
#13066
1   2   3   4   5   6   7   8   9   10   ...   28

Comentario

A menudo la mente valora más lo que no tiene que lo que tiene. Vive más en la idea y la expectativa, que en lo que es. Hay algunas sugerencias que pueden ser útiles para lograr sosiego interior:

-Aprecia más lo que es en lugar de lo que puede o no llegar a ser.

-Reconcíliate con tu mente, aunque tiene múltiples y particula­res rarezas, pero puedes aprovechar su insatisfacción para trabajar sobre ti mismo y autodesarrollarte. Como declaraba Muktananda, «lo que te ha estimulado a buscar la verdad y la paz es la agitación

de tu mente, que nunca se ha conformado con una temporal quie­tud... Debes considerar que, en este sentido, la mente te ha hecho un gran favor. La agitación de tu mente es una valiosa cualidad, ya que ha alimentado tu interés por la meditación».

-Abandona el apego y el odio, para aprender en apertura a cada momento, con la mente más armónica.



Desprendimiento



Poco tenía, pero menos iba a tener. Había hallado la paz en la sim­plicidad de la vida, aunque había sido hacía ya mucho tiempo una persona acaudalada. Se lo había dejado todo a sus hijos y se había instalado en una casita en el campo. Dedicaba los últimos años de su vida a meditar. Tenía todo lo necesario: algún mueble, un jer­gón, unos utensilios para cocinar y poco más. Paulatinamente ha­bía ido reduciendo sus necesidades y se sentía más sereno y con­tento que nunca. Una mañana salió a pasear y, al volver a su casa, vio a un ladrón que estaba cargando las pocas cosas que había encontrado para robadas. El hombre le echó una mano al ladrón en su tarea, hasta que dejaron la casa totalmente vacía. El ladrón se dejó ayudar de buen grado y luego preguntó:

-¿Y quién eres tú? ¿Otro ladrón?

-No -dijo el hombre con ecuanimidad, sin perder su proverbial calma-, soy el propietario, pero, claro, la casa no te la puedes lle­var en la carreta -sonrió.

El ladrón se asustó.

-No te preocupes -dijo el hombre-. Nada traje a este mundo y nada podré llevarme. Vete en paz. Que lo disfrutes.
Comentario
La avidez es uno de los grandes oscurecimientos de la mente humana. No tiene límites si no se trabaja para refrenada y mitigar­la. Genera ansiedad, demanda neurótica de seguridad, miedo, ape­go intenso y desdicha. Sus antídotos, obviamente, son el despren­dimiento, la generosidad y el amor. Se trata de una raíz insana que se instala en lo más profundo de la mente humana y que las socie­dades competitivas y productivas aún afianzan en mayor grado. Engendra rivalidades, envidias, desigualdades y falta de verdadera compasión. Puede convertirse en una fea y nociva ponzoña mental. Se contamina la visión mental y el individuo sólo opera en función de su desenfrenada codicia. La avidez, además, puede extenderse tanto a objetos materiales como inmateriales. Es un afán desmedi­do de acumular, poseer, retener con aferramiento. La persona avara difícilmente puede ganar la serenidad. Se sentirá amenazada y pondrá muchas de sus energías en conservar lo acumulado.

Muchas personas avaras lo son porque en el trasfondo de su psi­que hay buen número de carencias, inseguridad y falta de confian­za en sus posibilidades, que tienen que apuntalar acumulando y poseyendo, e incluso en el peor de los casos haciendo ostentación de lo poseído. Se compensan así sentimientos de inferioridad y otros déficits psíquicos. La sociedad competitiva contribuye de modo enfermizo a ello, porque de todos es bien sabido que se re­sume la cuestión en «tanto tengo, tanto valgo». El ego se afirma mediante la posesividad, llegando incluso a la actitud más misera­ble o mezquina. Ni que decir tiene que si todas las energías se des­tinan al poseer, no podrán disponerse para tomar una dirección de autoconocimiento y autodesarrollo.

Diametralmente opuesta a ese carácter ávido y egoísta, hallamos a la persona que el Bhagavad Gita describe como la que puede as­pirar al contento interior y la liberación de la mente, declarando: «Alcanza mi amor (el amor a lo Absoluto) quien no es egoísta ni conoce el "yo" y "lo mío", quien es piadoso y amigo de todos los seres, quien no odia a ningún ser, quien mantiene tranquilo su áni­mo en la prosperidad y en la desgracia, quien es paciente y lleno de misericordia, quien está satisfecho, quien ha dominado su yo, su voluntad y tiene la firme resolución del yogui..., quien no desea nada, quien es puro, quien no rehuye el dolor ni se aflige con él, quien no distingue entre sucesos felices y desgraciados, quien considera del mismo modo al amigo y al enemigo, la gloria y la infamia, el placer y el dolor, la alabanza y la injuria, la desgracia y la felicidad, el calor y el frío, quien está contento de cualquier cosa...».

Existe una notable diferencia entre poseer funcionalmente y ser poseído por lo que se posee; entre disfrutar con desprendimiento y saber soltar, y acumular mórbidamente sin saber compartir. La avidez crea adicción al objeto del deseo y, por tanto, servidumbre y falta de libertad interior.



De esclavitud en esclavitud



Un día, un hombre descubrió al despertarse, con horror, que unas esposas le atenazaban las muñecas. Hundido en la desesperación sólo anhelaba volver a ser libre, pudiendo quitarse esas horribles esposas. Despavorido, salió a la calle y comenzó a correr. ¡Ansiaba la libertad! Necesitaba alguien que pudiera librarle de las esposas. Corrió y corrió por calles y callejuelas y de pronto, al pasar frente a una herrería, vio a un fornido herrero trabajando. Entró en el ta­ller y le suplicó que le liberase de las esposas. Un par de certeros golpes fue suficiente para que éstas saltaran por los aires. Enton­ces el hombre se sintió muy agradecido a su salvador y comenzó a admirarlo profundamente. Lleno de gratitud, decidió quedarse a pasar una temporada con él. El herrero era un hombre tosco, dés­pota e incluso cruel. Cada día encomendaba al liberado tareas más duras e indignas y le insultaba y le exigía obediencia ciega y ab­yecta. Le intimidaba sin tregua, despreciándolo a cada momento, de modo que lo convirtió en un ser sumiso. Así pasaron los meses y los años. El hombre se convirtió en un esclavo del herrero.
Comentario
Hay cuatro tipos de relaciones interpersonales; los tres primeros a los que haremos referencia engendran vínculos afectivos insanos y no cooperan en el progreso interior. Hay personas que se rela­cionan desde lo que podríamos denominar el «aislacionismo», in­cluso si tienen un gran don de gentes y son aparentemente muy co­municativas. No se abren más que en la apariencia, no comparten, no se comunican de corazón a corazón; en su interior, están atrin­cheradas psicológicamente, se acorazan y nunca se entregan. Sus relaciones, por ello mismo, son tan superficiales como insustancia­les. Aunque la persona no se aperciba de ello, hay miedos, insegu­ridades y carencias en lo profundo de su psique que le impiden la sana interdependencia, la comunicación genuina y la entrega in­condicional. Son individuos que interiormente viven aislados y si consiguen algún tipo de sosiego o equilibrio, son artificiales y, por tanto, precarios.

Otros seres humanos se relacionan desde el afán de poder y la necesidad compulsiva de dominar, manipular y someter a los de­más, a veces incluso buscando falaces autoengaños como por ejem­plo un exacerbado paternalismo, o argumentando su conducta me­diante la excusa de que quieren ayudar y proteger. Estas personas, cuando se les contraría, pueden llegar a ser muy violentas o muy ladinas; aun cuando aparentan suavidad, su voluntad de dominio está al acecho.

Hay otra categoría de individuos que actúan desde la docilidad excesiva y el sometimiento, como el personaje de nuestro cuento, y pueden llegar a la obediencia ciega e incluso a la abyección. Son personas con una notoria minoría de edad emocional, mórbida­mente dependientes, que necesitan la luz ajena para gravitar en sí mismas. Los líderes políticos, sociales y religiosos se sirven de ma­nera habitual de ellas, que tienen una tendencia a la indiscrimina­da admiración, a entronizar al líder y a entrar incluso en servi­dumbre con respecto a él. En lugar de tratar de salir de su cárcel interior, duplican su prisión: la propia y la persona a la que rinden pleitesía. No puede haber crecimiento interno de este modo, ni so­siego, ni libertad mental. Una persona afirma su ego en detrimen­to de la otra; apuntala su enfermiza personalidad explotando emo­cionalmente a la otra.

Pero hay individuos que entablan relaciones afectivas que se fundamentan en un vínculo sano y, por tanto, genuino y capaz de cooperar en el crecimiento de aquellos que configuran la relación.

Son relaciones de fecunda interdependencia, donde están ausentes las actitudes de «aislacionismo», dominio y dependencia. El víncu­lo sano se basa en la cooperación, la libertad, la entrega sin depen­dencias, la sólida comunicación, la atención consciente, el sosiego y la tolerancia. En la media en que la persona se va completando y consiguiendo madurez psíquica y serenidad, está más capacitada, por supuesto, para tallar vínculos afectivos sanos y genuinos. Del mismo modo que «así como pensamos, así somos», podríamos asegurar que «así como sentimos, así nos relacionamos».


Yüklə 0,94 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   2   3   4   5   6   7   8   9   10   ...   28




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©muhaz.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

gir | qeydiyyatdan keç
    Ana səhifə


yükləyin