Pregunta: Consecuentemente, ese espíritu de nuestro ejemplo, todavía tendría que ser tuberculoso en su próxima reencarnación durante 20 años más; ¿no es así?
Ramatís: No juzguéis la Ley del Karma como si fuera una ley draconiana semejante a la del "ojo por ojo y diente por diente". ¡Ningún acontecimiento en la vida creada por Dios, es de naturaleza punitiva! La tuberculosis o cualquier otra dolencia, como producto del "descenso" de los venenos psíquicos acumulados por el alma en sus síntomas patogénicos, de acuerdo con la resistencia orgánica hereditaria del paciente.
La propia Medicina distingue y clasifica los tipos humanos en sus diversas tendencias, vulnerabilidades y resistencia congénita de acuerdo con sus factores anatómicos y fisiológicos. Hay individuos de propensión tuberculosa, diabética, reumatoide, sifilítica o apoplética, como también los biotipos sanguíneos, nerviosos, linfáticos, fosfóricos, carbónicos, hipertiroideos, etc. En consecuencia, la carga fluídica enfermiza que baja del periespíritu a la carne del hombre, produce la enfermedad en perfecta afinidad y cohesión con todos los factores inherentes a cada tipo humano.
Para que podáis entender mejor lo que preguntáis, recordamos lo que ya os hemos dicho anteriormente, esto es, que el mismo tipo de fluido dañino "descendido" del periespíritu al cuerpo carnal, que se acumula preferentemente en la región cardiopulmonar, se modifica en su acción deletérea cuando fluye entre individuos que difieren entre sí, en su resistencia biológica. En algunos seres, los venenos psíquicos pueden producir la arritmia cardíaca, la miocarditis, el mal azul, la angina o el infarto; pero actuando en otros, aunque sea en la misma región torácica, causan la bronquitis o la gripe crónica, la pleuresía o la neumonía. En los individuos de ascendencia hereditaria más débil, el mismo miasma puede establecer terreno electivo para la tuberculosis, al tornarse óptimo alimento para la colectividad microbiana del bacilo de Koch.
Por eso, un individuo curado de tuberculosis a los 40 años de edad, cuando todavía le quedaban 20 años de vida física para la expulsión total del veneno de su periespíritu, tanto podrá sufrir un nuevo brote de tuberculosis en su próxima reencarnación, como ser víctima de cualquier molestia semejante en la zona cardiopulmonar. Todo dependerá, realmente, del nuevo tipo biológico del organismo en que él reencarne en el futuro y la mayor o menor calidad de sus antecedentes hereditarios.
Pregunta: Permitid que insistamos. En vista de la ley que exige el pago "hasta el último céntimo", el individuo de nuestro ejemplo, ¿no debía ser tuberculoso en la siguiente encarnación, durante los 20 años por los cuales fue interrumpida la expulsión de sus fluidos tóxicos, como consecuencia de la curación prematura de su tuberculosis?
Ramatís: El espíritu conjeturado como ejemplo en vuestras indagaciones, podría reducir su cuota de venenos psíquicos en la propia existencia en que fuese curado prematuramente, aprovechando los últimos 20 años de su vida física, viviendo sumiso a las enseñanzas salvadoras de Jesús. Si el odio, los celos, la envidia, la rabia o la codicia vierten venenos psíquicos en el cuerpo físico, ¡el amor, el altruismo, el perdón, la humildad, la mansedumbre y la bondad hacen bien a la salud! Una vida pura y de servicio amoroso incesante al prójimo, no solamente aligera la carga enferma del espíritu intoxicado, sino que volatiliza gran parte de su contenido deletéreo, reduciéndolo para la reencarnación siguiente; y si en la próxima encarnación el espíritu evita producir nuevas toxinas lesivas a su nuevo cuerpo físico, logrará eludir la prueba de la tuberculosis que todavía debería cumplirse durante los 20 años restantes. Desde el momento en que se debilite su tóxico psíquico bajo el entrenamiento sublime del Evangelio, podrá expulsarlo de modo suave y menos ofensivo a la carne, ya que no existe ningún castigo por parte del Creador, exigiendo deliberada y sádicamente los pagos bajo la ley draconiana del "ojo por ojo y diente por diente".
Cuando el espíritu encarnado alcanza el plazo final de su purgación tóxica o se ha renovado por el Evangelio de Cristo, basta muchas veces una sencilla prescripción medicamentosa de cualquier médico de poca experiencia, de un curandero o de un médium, para que ocurra su curación instantánea y desaparezcan los últimos síntomas enfermizos de su organismo físico. Entonces, el pueblo atribuye ese éxito incomún a los poderes sobrenaturales o a la intervención divina, sirviendo tales curas milagrosas e intempestivas, para confundir a los escépticos y para activar la fe en los creyentes indecisos.
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