4- EN EL MARCO DE LAS RELACIONES ENTRE ESPAÑA Y LA SANTA SEDE.
La monarquía española y el papado tenían muchos puntos de convergencia, muchos intereses comunes, entre otras cosas porque los “enemigos” eran casi todos comunes. Convergían sus intereses –al menos a nivel de planteamiento teórico- en las cuestiones relacionadas con la reforma, cuya necesidad había sido asumida por todos; salvando las distancias, era como cuando hoy hablamos de “democracia” o “estado de derecho”. Entonces tenían carta de ciudadanía las palabras “reforma” y “observancia”. Reforma era “la palabra mágica” del siglo, en expresión de Tellechea478. Ayer, como hoy, bajo la bondad y el reconocimiento general de estas “palabras talismán” se camuflaban grandes aberraciones.
Hemos apuntado que la reforma era un arma de control del poder político sobre la vida religiosa y, en el fondo, sobre la Iglesia. Sólo así podemos explicarnos que, por ejemplo, cuando los Franciscanos Conventuales estaban ya bajo el Patronato Real –era el caso de Nápoles-, se llegase incluso a impedir su reforma479, pues en ese caso la reforma suponía poder y control por parte de Roma.
La reforma fue un factor más en la lucha de jurisdicciones –lucha de poder- entre Roma y Madrid480. Por eso es uno de los asuntos que aparecen con más frecuencia en las relaciones entre el papado y el monarca español.
Pío IV y sus consejeros resistieron tenazmente a las presiones que ejercía sobre ellos el embajador español para controlar desde el Estado la reforma. La curia romana se hacía fuerte en la idea de que la reforma estuviese en manos de los mismos frailes, tal y como estableció el Concilio de Trento, resistiéndose a ceder a manos del rey católico lo que consideraban que era parte de la jurisdicción eclesiástica.
La subida al solio pontificio de Pío V supuso un cambio radical en este asunto481. Pío V se tomó muy en serio el tema de la reforma. Estaba predispuesto a tomar decisiones sobre la reforma de la órdenes religiosas. La supresión de los Franciscanos Conventuales se sitúa dentro de las actuaciones del primer año de su pontificado, parece que creyendo en las buenas intenciones del rey de España, al que por otro lado debía su apoyo para acceder a la Sede de Pedro. De todos modos, sabemos que él entendía que antes de ejecutar la reforma era conveniente enviar visitadores que averiguasen el estado real de la vida religiosa en España, y después actuar. Pero, aunque estuviese predispuesto a tomar decisiones como las del “Maxime cuperemus”, ¿por qué Pío V firmó breves que suponían la supresión de órdenes religiosas sin el procedimiento que él creía conveniente? ¿Por qué actuó contra los postulados del Concilio de Trento, que expresamente había aprobado la pervivencia de los Franciscanos Conventuales?
Los historiadores franciscanos conventuales, para justificar esta actuación del Papa, han hablado de que estaba “mal informado”. Ya lo habían dicho el doctor Navarro respecto al Papa y al rey, y su amigo y sucesor Sixto V482 solamente respecto a Pío V. No nos parece suficiente este estar “mal informado”. Era una manera de justificar a los grandes personajes. Pío V era consciente de su necesidad de información antes de ordenar cualquier tipo de actuación y no podía ignorar los intereses propios que movían a la Corte de Madrid. Esta decisión de Pío V se puede iluminar desde las siguientes perspectivas:
1.- El breve que autorizaba la supresión de los Franciscanos Conventuales en España fue una concesión del Papa a las vehementes presiones que “bajo capa de bien” le hacían los diplomáticos españoles. De todos modos, no fue ésta la única firma de Pío V por la que, al autorizar una determinada actuación, alguien influyente (el cardenal Alejandro Farnesio, por ejemplo) conseguía acrecentar sus propios intereses483.
2.- Pío V comenzó su gobierno de la Iglesia contando muy poco con sus colaboradores484. Esto podría explicar el por qué los cardenales no tuvieron ocasión de aconsejarle, o frenarle, como habían hecho con Pío IV.
3.- En su propia Orden, Pío V había actuado desde esta perspectiva de intentar que todos asumiesen el paso a la Observancia, aunque con métodos más suaves: para reforzar el poder de su Orden, Pío V, observante dominico, quería eliminar a los conventuales. Desde el 21 de noviembre de 1566 ya no existían en España. El Capítulo General, dominado por el Papa, amplió esta política, decidiendo que en adelante nadie podría recibir el hábito entre los dominicos conventuales sin permiso escrito del Maestro general485. La supresión de los Franciscanos Conventuales iba en la misma línea. En su esquema mental cuadraba perfectamente la supresión de cualquier conventualismo. No obstante, conviene tener en cuenta que entre los dominicos no había una separación como la que se daba entre los franciscanos desde hacía ya muchos años486. El Papa, parece lógico suponer, conocía bien la situación histórica de la Orden Franciscana, máxime cuando sabemos que valoraba y respetaba mucho al franciscano convental Félix Peretti.
4.- Desde algunos rasgos de su personalidad también encaja una decisión de este tipo: “la moderación y el sentido común, (eran) cualidades que faltaban notablemente en Ghislieri”487. “Qué mezcla más sorprendente de sencillez, arrogancia, rigor personal, abnegación religiosa y áspera exclusividad, de odio violento y persecución sangrienta”488 .
5.- Tenía ideas fijas también respecto a otras órdenes: “Sábese que Pío V estaba predispuesto contra el Carmen por la inobservancia de los religiosos en Italia; Zúñiga pensó que se podría conseguir del Papa la supresión de todos los carmelitas, destinando su hacienda a los dominicos, pero opúsose Pío V a efectuarlo en parte porque no se pensara se movía a ello por codicia y deseo de favorecer su propia orden”489.
Pío V cambió muy pronto su línea de actuación. Para los Franciscanos Conventuales era ya demasiado tarde. Al ver que en el fondo se estaba poniendo en juego su jurisdicción sobre las órdenes dio marcha atrás en su modo de proceder. El 10 de febrero de 1568 el cardenal Alejandrino escribía al nuncio Castagna, mostrando “el enojo del papa contra los obispos: ‘Si dette ordine questi mesi passati a i vescovi del regno di Catalogna et d’Aragona pero Breve che dovessero attendere alla riforma del frati conventuali di S. Francesco et di alcune altre regole… i detti vescovi hanno trapassati la commission loro, …tentando di unire et supprimere… questa non è la mente de S.S. in tale riforma, nè intende che sia per l’avenire ancora”490. El embajador español notificaría al Rey sus impresiones sobre este cambio de rumbo491. El Papa Ghislieri cambió, pero no porque hubiera descubierto que los medios usados “obedecían más a la lógica del poder que a la del Reinado de Dios, más a la mentalidad del antiguo inquisidor que a la de pastor, más a la lógica de la imposición que a la de la conversión”, como dice González Faus refiriéndose a otra situación de la obra de este mismo Papa492. Ghislieri cambió porque veía mermada la jurisdicción papal, reconociendo quizás que había cedido demasiado a las presiones de la diplomacia española.
Desde la documentación analizada, parece que la relación entre la monarquía española y Pío V no fue tan irenista como a veces se ha visto493 y se sigue viendo, si bien intentando matizar494. Felipe II y Pío V se entendieron bien en muchos asuntos: en aquello que interesaba a ambos estados; pero sufrieron el desencuentro e incluso el enfrentamiento cuando chocaban sus intereses. Un punto crucial de desencuentro fue la delimitación de la jurisdicción eclesiástica y estatal: la lucha del papado por mantener su jurisdicción y los denodados esfuerzos de la monarquía hispánica por extender más y más su poder a todos los ámbitos políticos, sociales y religiosos495. “La pugna que Felipe II mantuvo durante la mayor parte de su reinado con Roma se debe explicar por tanto por la pretensión que tuvo el Rey Prudente de poner bajo su control determinadas funciones que el pontífice consideraba como propias”496.
La corte pontificia era un centro de poder e influencia codiciado por las diversas cancillerías europeas. Cada uno intentaba controlar el mayor número posible de cardenales e influir al máximo de sus posibilidades en la elección papal497. En ese contexto se dieron las negociaciones para la reforma de los religiosos.
Dentro de la misma lógica de su tiempo, los obispos españoles consideraron que con actuaciones como ésta ganaban en jurisdicción. Se veían con poder sobre los religiosos. No conocemos discrepancias serias respecto de esta cuestión; ellos se sentían fieles a la Corona, máxime cuando en casos como esta supresión veían aumentar su jurisdicción al poder entrar en conventos y decidir sobre sus personas y bienes. Lo hemos visto en la práctica totalidad de ocasiones que nos han salido al paso en este trabajo. Mencionamos aquí alguna ocasión más, porque abundan en esta línea de actuación: el obispo de Zamora escribía el 22 de junio de 1567 comunicando al rey cómo vigilaba al Ministro General de los Terciarios Regulares Franciscanos con “sus (propios) espías”498. Poco después, el obispo de Córdoba, Cristóbal de Rojas y Sandoval, sugería el rey que los capítulos generales se celebrasen cerca de donde él estuviera y que los obispos tuviesen que informar en los concilios provinciales sobre los regulares499. El precio que pagó la Iglesia fue alto. Los obispos estaban muy mediatizados por los intereses del Estado. Para ellos, servir a un estado católico era defender los intereses de la Iglesia católica ante todos los cristianos y ante los musulmanes; pero al final sobresale más su interés por permanecer en el cargo y defender a quien les ha promovido que su preocupación por guiar a una Iglesia signo del Reino de Dios.
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