La Vida Más Allá de la Sepultura


NOCIONES PRELIMINARES SOBRE EL MÁS ALLÁ



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NOCIONES PRELIMINARES SOBRE EL MÁS ALLÁ
Pregunta: ¿Se impresionan agradablemente los desencarnados al enfrentarse con el panorama del mundo astral?

Atanagildo: Voy a usar los términos más comunes para que podáis interpretar, puedo deciros que hasta las cosas más insig­nificantes del mundo astral, son motivos agradabilísimos y de profunda sorpresa para los desencarnados que logran la ventura de ingresar, en el seno confortador de las colonias espirituales. En virtud del gran placer conque la mayoría de las criaturas se entregan a la adoración de las formas del mundo material y de la habitual despreocupación que poseen por la verdadera vida interior, incide para que demoren bastante tiempo en adaptarse definitivamente al panorama del mundo astral. La existencia física, aunque sea de corta duración, es suficiente para hacer olvidar al alma la realidad de su divina morada espiritual.

Pregunta: ¿Todos los desencarnados se encuentran sorprendi­dos al regresar al Más Allá?

Atanagildo: No todos, porque esas sorpresas varían. Para aqué­llos que merecen la esfera venturosa, porque llevaron una exis­tencia digna y de abnegación hacia el prójimo, su sorpresa se produce al integrarse al astral superior. Hay desencarnados, que no se sorprenden, ni aún delante de los panoramas más bellos del Más Allá, porque son entidades evolucionadísimas, que ya culti­vaban en sus espíritus, los valores propios de los planos celestia­les, aunque se hallaran reencarnados. Mientras tanto a los delin­cuentes de vuestro mundo, de modo alguno, imagináis que temor terrible engendrarán las escenas que les aguardan en el astral inferior, en donde horribles cuadros dantescos, sobrepasan a todo cuanto se pueda imaginar de pavoroso en el mundo terreno.

Pregunta: ¿Esa diferencia de vida, verificada por el recién desencarnado, en distinta al concepto terreno?

Atanagildo: Las diferencias son notables, cuando avalamos el mundo astral exclusivamente por su panorama exterior, algo pa­recido al escenario terreno o cuando lo hacemos, bajo nuestro exclusivo juicio. No debéis olvidar, que os estoy entregando mi opinión, que puede no ser la más exacta y que además, se basa en mi visión espiritual sobre aquellos que me simpatiza y que supongo es lo más real. Sin duda, que ha de haber grandes di­ferencias en las descripciones hechas por varios individuos de diversas profesiones, sobre un determinado aspecto de una ciudad terrena, las que han de variar conforme al padrón espiritual y psicológico de sus relatores. Es evidente que esas descripciones presentarán ilustraciones completamente opuestas entre sí, varian­do completamente lo dicho por un ingeniero, un poeta un de­portista o un simple materialista. Cada relato denunciará los gustos y preferencias de su autor, revelando su simpatía por el aspecto que más le interesó; el ingeniero se preocupará por edi­ficios v los detalles urbanísticos de la ciudad; el poeta, describirá la belleza de sus colinas, jardines, lagos y ensenadas; el depor­tista, se entusiasmará por los estadios o asociaciones deportivas, mientras que el materialista y gozador del mundo, se ocupará únicamente, por los lugares de vicio, las aventuras y los ambien­tes de la vida nocturna.

Esa es la causa de las variantes ofrecidas por los relatos mediúmnicos, transmitidos desde este "lado", que enriquecen la enorme bibliografía espiritualista del mundo material, mientras que algunos desencarnados se preocupan exclusivamente por el sentido "interior" y la poesía contemplativa, de nuestra vida en el Más Allá, asimismo hallamos los que prefieren dedicarse particularmente de los aspectos de actividades más "exteriores", como ser la múltiple tarea de los servicios realizados por los departamentos educativos, para la renovación del espíritu. En mi modesto pensar, la Tierra es una empobrecida prolongación de nuestras esferas astrales, por donde converge la vida, como una pobre imitación de la realidad espiritual, que usufructuamos lejos del cuerpo carnal. Aquí, se nota cierta semejanza entre las acti­vidades sociales, artísticas, arquitectónicas o psicológicas, nuestras y terrenas, pero no debéis considerar que lo sucedido aquí, en el astral, sea una copia mejorada de vuestra vida material. Ese es uno de los motivos porque en los comienzos a muchos desencarna­dos les cuesta convencerse que han abandonado el cuerpo físico, por el hecho de continuar con sus costumbres y tareas, en un pa­norama algo semejante al que dejaron al desencarnar.



Pregunta: ¿Aunque existan esas semejanzas con la Tierra, como podríamos tener una idea aproximada de la superioridad del mundo astral sobre el mundo físico?

Atanagildo: Confrontando la materia que constituye el pano­rama del mundo terreno, con la sustancia astral, que compone la vida en nuestra esfera, ésta ofrece siempre, particularidades avanzadas y diferenciales, ya sea por su tratamiento o movili­dad, para la conservación de las cosas. En el mundo astral, son los pensamientos de sus habitantes, los que actúan con más fuerza en sus creaciones y cuanto más elevadas son esas regiones en el Más Allá, con más efectividad e independencia actúan las fuer­zas mentales. A medida que se desciende en el astral inferior, se debilita la posibilidad de aplicar esa energía producida por la mente del espíritu, es entonces, cuando se necesita echar mano a recursos y operaciones, que mucho se asemejan a los utilizados en la Tierra.

Pregunta: ¿Existe en vuestro plano, alguna atmósfera especí­fica que limite la visión de las cosas o bien se trata de un pano­rama uniforme y sin límites?

Atanagildo: Las cosas que observo en este plano, cuando son observadas desde lejos, no se oscurecen, tal como sucede en la Tierra, por lo menos para mí, no se deshacen ni se oscurecen. Las flores, aunque se corten por sus tallos no se marchitan v los frutos no se pudren, como sucede en la Tierra, pues los árboles se perpetúan y sólo dejan de existir, cuando las vigorosas inteligen­cias superiores, intervienen con la fuerza de su poder mental, para modificarlas o disolverlas, por ser conveniente al medio o con finalidad educativa. Cuando se realiza lo manifestado, las especies destruidas no quedan amontonadas, ni entorpecen los caminos, como sucede en el mundo terráqueo, se deshacen en la atmósfera astral, que actúa a través de su extraordinario mag­netismo. Para nuestra visión astral, esa atmósfera es de una tonalidad dorada y clara, sobre un fondo blanquecino, a veces, entremezclados con suaves matices de colores desconocidos para los seres de la Tierra. Cuando la atmósfera baña las cosas y los seres, produce un bellísimo efecto de iluminación.

Aunque reconozco la dificultad que tenéis para comprender­me, quiero dejar bien claro, que la vida aquí, en este plano, es singularmente más tangible o real, con respecto a la materia terrestre, debido a la indestructible cualidad de la sustancia astral, que la hace más plástica, móvil y sutil. El fenómeno, no es por causa de la intimidad de la materia, sino, porque está sujeta a nuestra influencia espiritual y sensibilidad agudizada, y esto hace reaccionar el ambiente, al menor centelleo de nuestro pensamiento.



A través del tiempo, nos vamos acostumbrando a dirigir nues­tra mente y a disciplinar nuestra excesiva emotividad, pues el medio que nos rodea, se asemeja a una "pantalla" cinematográ­fica, que refleja toda nuestra actividad interior. Nuestro sistema nervioso tiene tal transparencial sensibilidad, que a veces, creemos ser portadores de un maravilloso aparato cuyo poder milagroso nos relaciona íntimamente con las cosas más bellas, creadas por Dios. A los primeros días, nos espantamos, cuando verificamos el asombroso poder de nuestra voluntad al actuar sobre la ma­teria astral, produciendo indescriptibles fenómenos, que se plas­maban ante nuestra visión exterior y sobre todo, aquello que suponíamos irreal.

EL TEMPLO DEL GRAN CORAZÓN
Pregunta: A través de diversas comunicaciones mediúmnicas, hemos obtenido informaciones, las cuales dicen que en las ciuda­des astrales existen templos, en donde se rinde culto a la divi­nidad. ¿Por ventura, en ambientes tan espiritualizados como el de la metrópoli que nos describís, aún se sirven de las liturgias u oficios religiosos, en lugar del elevado entendimiento espiritual que debe predominar entre sus habitantes?

Atanagildo: Os repito; aquí cultivamos el producto de nuestras creaciones y condiciones adquiridos en la Tierra, sin violen­tar el gradual progreso espiritual, que sólo se efectúa por la liberación paulatina de los convencionalismos de los mundos materiales. Aunque en nuestra esfera se note cierta analogía con las costumbres terrenas, éstas, son de orden más sublimado en la sustancia, pero más íntimamente ligado al santuario de nuestro espíritu. En realidad, nuestro medio, si lo comparamos con el de la Tierra, muestra en su armonía "exterior" el exacto equi­valente de nuestra evolucionada voluntad "interior". Nuestro ambiente astral es el resultado exacto, de nuestra capacidad es­piritual. En el Más Allá, vivimos el fruto de nuestras idealiza­ciones terrenas, pero en sentido más sublimado, buscando apoyo en expresiones cada vez más elevadas, que corresponden perfec­tamente a los ideales superiores, adquiridos a través de la vida material. He ahí porqué los verdugos, los avaros, los egocéntricos o los malhechores, si sitúan específicamente en las zonas abismales y en los pantanos fétidos del astral inferior, pues, la naturaleza repugnante, del plano en donde se colocan, también les agudiza su versión exterior. Lo contrario sucede con los espíritus más evolucionados, que al despedir su envoltorio carnal, alcanzan en un vuelo rápido, las esferas luminosas en procura de luz, para los cuales significa, el alimento apropiado a su naturaleza angé­lica. No os debe extrañar, por lo tanto, la existencia de esos tem­plos, que son verdaderos "oasis" de luces y bendiciones en las regiones del astral, renovados por los pensamientos superiores. En nuestra metrópoli del Gran Corazón, el templo es un envol­torio emotivo del corazón del pueblo, que permanece en incesante actividad, para alcanzar el Supremo Bien Espiritual. La estruc­tura alabastrina de ese templo, que se eleva como la más bella configuración de la ciudad, es la Fuente Imperecedera que capta y absorbe los rayos de luz, ofrecida por las regiones celestiales.

Pregunta: ¿Existe alguna semejanza entre ese templo y los santuarios edificados en la Tierra?

Atanagildo: Aunque vuelva a repetir lo que algunas veces mencioné, aquí es donde realmente se planean las formas, los edificios y demás actividades del mundo terreno, en perfecta con­cordancia con los espíritus superiores que operan en el límite del plano mental y de la sustancia astral. Vuestra pregunta, si hay semejanza entre las nuestras y las edificaciones del mundo terreno debiera formularse así: "¿Hay semejanza entre nues­tros edificios y templos, y las edificaciones originales de la metrópoli en donde vivís?"

Pregunta: ¿El templo de vuestra metrópoli fue construido en una zona de fluidos superiores, con relación al medio astral?

Atanagildo: El magnífico santuario fue edificado exactamente, en el centro del gigantesco y hermoso jardín, que ya describí anteriormente y que forma el corazón florido de nuestra metró­poli. Aunque pueda describirse con relación a los templos terre­nos, eso no implica, que se trate de una construcción absoluta­mente idéntica a las formas y condiciones materiales. Aunque la quisierais comparar a la más bella catedral de la Tierra aún así, no conseguiríais formar una pálida idea de su magnífica belleza y sublimidad.

Se trata de un hermoso edificio, construido con la sustancia de nuestra esfera, que nos recuerda a un indescriptible trabajo de joyería, tallado en cristal purísimo y luminoso, en forma de filigrana que forma admirables relieves en el interior de sus paredes alabastrinas. Durante la noche, cuando el cielo se inunda de suave luz eterizada, el santuario se ilumina, como si estuviera envuelto en la tierna claridad de la luna; ningún cuento de hadas os podría ofrecer un espectáculo de mayor fascinación y belleza, en su prodigiosa tonalidad plateada, que por momentos se esfuma en un suave halo de color, poseedora de una gran luminosidad. Su aura está remarcada por una hermosa franja de matices liliáceos, que rápidamente se polariza en un rosado claro y dulcí­simo, recordándonos un amplio manto de armiño, revoloteando en la atmósfera balsámica que nutre incesantemente por medio de las flores del inmenso jardín. De día, el santuario parece una preciosa joya de alabastro, rodeado por las siete torres, que la luz solar hace resplandecer bajo reflejos azul y rosa, adornados por facetas color amarillo dorado y de un topacio fascinante.

El templo descansa en el seno de un esplendoroso manto de vegetación verde brillante, que en forma de un extenso cinturón aterciopelado, abraza a la base en forma amorosa. Se trata de un césped olorífero, salpicado de ramos de flores azules con ma­tices plateados, que se forman en delicados grupos, entremezcla­dos por cordones de florcitas, parecidas a los frutos maduros de la morera, como si fueran rubíes chispeando a la luz del Sol.

Pregunta: ¿Podríais darnos algunos detalles más, sobre ese templo?

Atanagildo: Aunque su disposición arquitectónica lo asemeja a la figura suntuosa de una catedral terrena, por sus líneas ma­ravillosas, se identifican el poder y la sabiduría del espíritu genial, en feliz combinación con la ternura y la bondad del santo. Gracias a la naturaleza elevada de la esencia espiritual que interpenetra a todos los seres y el ambiente de la metrópoli, ese tem­plo, además de representar la síntesis de todas las expresiones arquitectónicas de la ciudad, simboliza también, la fuente prin­cipal de la vida emotiva de sus habitantes. Vibra con nosotros y parece promover la combinación de todos los fluidos del am­biente, en comunión con el aura de todos los seres, dejándonos la impresión de la misteriosa y divina generosidad espiritual. Siempre que observo un grandioso aspecto sidéreo, sumergido en el seno de la prodigiosa vegetación del parque central de la metrópoli, siento que allí, se funden en tierna amalgama, los sentimientos de varios pueblos y razas, que contribuyeron gran­demente al perfeccionamiento de la vestimenta carnal del actual tipo brasileño.

En la configuración general del templo del Gran Corazón, hay siempre, un relieve, una disposición estilística o un motivo apa­rente, que identifica gustos, preferencias y tradiciones emotivas de razas terrenas, que accedieron en ofrecer su sangre para la formación etnológica de la Nación Brasileña.

Se trata de un edificio amplio y elevado, de porte fino y pu­lido, envuelto en un aire poético, como la augusta apariencia de los seculares pinos que lo rodean, atenuado por el aspecto ex­terior y que a primera vista resalta en su grandiosidad vegetal. Es un santuario construido en perfecta simetría con el gigantesco heptágono, que limita el centro principal de la metrópoli; posee siete puertas espaciosas, que se abren exactamente al frente y en dirección de las siete avenidas principales que convergen hacia el grandioso paseo público. Su cúpula, construida con una sus­tancia iridiscente, forma un gigantesco arco de suave inclinación, que termina apoyándose en las extremidades de las altas parees, semejante a los portentosos techos de las modernas estaciones fe­rroviarias de la Tierra. Quiero dejaros bien claro, una vez más, que, a pesar del aspecto grandioso y de la forma agigantada de ese templo, nos despierta una sensación de bienestar y ternura, porque refleja el elevado psiquismo de nuestra colectividad en la metrópoli del Gran Corazón.

La entrada principal del templo está ornamentada por un mag­nífico portal, al viejo estilo hindú, que a su vez posee diversos relieves, cuyo dinamismo y belleza son de la inspiración griega de algún nuevo "Fidias" desencarnado. Sin embargo, allí no se verifica la preocupación por un estilo resumido, que podría abastardar la pureza iniciática del conjunto del santuario; ni existe la falta de imaginación, muy común en la Tierra, cuando se pre­tende introducir la ostensible mezcla, que sacrifica la cualidad estilística.

Se observa un divino sentimiento de equilibrio y armonía, sin extremismos arquitectónicos o predominio de un estilo sobre otro. Se trata de una genial fusión de líneas geométricas y diferentes enlazamientos heterogéneos, pero tan sutiles, que se desvanecen en el conjunto, como expresiones representativas de todas las ra­zas del mundo terreno, perfectamente enlazadas por un común espíritu creador.

Delante de esa preciosidad arquitectónica, que es el templo de la metrópoli, ningún alma dejará de sentir y reconocer, que materializa en el ambiente astral, el cariñoso mensaje de muchas razas que contribuyeron a su formación actual. La fusión de los variados símbolos, relieves y filigranas, se disuelven en una sola expresión espiritual, que permanece constante e íntegra a pesar de las variedades estilísticas de sus formas externas.

La torre principal se destaca entre las otras existentes, que miran hacia oriente, como un impresionante monumento de be­lleza espiritual, esculpido internamente con caprichosos trabajos en bajo relieve, que durante el día, se tornan brillantes por la claridad astralina del Sol, mientras que a la noche, se transfor­man en verdaderos bordados de hilos luminosos, que adornan el alabastro eterizado de las paredes transparentes. Esa torre prin­cipal, se eleva indefinidamente, alargándose hasta parecer una finísima aguja, cuya punta se inunda en suaves fulguraciones es­meraldinas y resplandores dorados, para penetrar dulcemente en el seno de la atmósfera de armiño, del astral superior. Justa­mente, de esa torre principal, descienden las luces de lo Alto, las que se acentúan durante las oraciones colectivas de la metrópoli.

Pregunta: ¿Cuál es la función primordial del templo, en la metrópoli del Gran Corazón?

Atanagildo: Allí se ejerce el más elevado trabajo espiritual en dirección a la vida superior y se nos ayuda a tomar contacto con las almas angélicas, que nos traen nuevas orientaciones e inspiran a los administradores y a los habitantes, para que en conjunto, colaboren en la recuperación de los espíritus infelices, que aún se debaten en los círculos infernales del astral inferior. En determinados períodos, la dirección del templo organiza las llamadas "oraciones colectivas" y es entonces, cuando los mora­dores de la metrópoli procuran sintonizarse con las vibraciones elevadas, que son presididas por nuestros mentores elevados, en divina conexión con las cuotas de energías angélicas que descien­den de las Esferas Superiores. En esas noches festivas, las torres del santuario se transforman en antorchas de luz fulgurante, cual antenas vivas que absorben las sublimes energías de la divina oferta del Señor de los Mundos.



NOCIONES GENERALES SOBRE EL PANORAMA ASTRAL
Pregunta: ¿Qué panorama vislumbraríamos si pudiésemos penetrar en el plano astral en donde vivís actualmente?

Atanagildo: Sin duda alguna, llegará el instante en que en­frentaréis la realidad del mundo astral, cumpliéndose la Ley, que "a cada uno se les dará conforme a sus obras" y que, en el Más Allá, os conducirá exactamente al ambiente afín con vuestro es­tado espiritual; y, como la muerte del cuerpo físico no significa un violento salto sobre el vasto abismo, como si lanzara el espíritu en una región completamente desconocida y rara; según vuestro particular modo de pensar y sentir, descubriréis un panorama, que os recordará a la propia tierra, aunque un poco más perfec­cionada. La liberación de la materia no da una mayor sensibili­dad para el entendimiento espiritual, sin violentar la visión acos­tumbrada y basada en las formas materiales.

Al llegar aquí, observaréis al principio, la acentuada luminosi­dad que existe en todas las cosas del mundo astral, como así mismo os sorprenderá el pronunciado desenvolvimiento que posee­mos en nuestros movimientos y la agradable sensación de livian­dad interior. Cuando permanecemos en la Tierra, tenemos la impresión que la materia no nos pertenece, pues nuestros pensa­mientos encuentran serias dificultades para actuar con éxito, en sustancia tan "pesada". Mientras tanto, aquí, en el plano astral todo aquello que nos rodea es como una prolongación viva y plás­tica de nosotros mismos, que vibra y sintoniza vigorosamente con la naturaleza de nuestros pensamientos, influyendo extraordina­riamente en la organización de nuestro periespíritu. Es evidente, que de a poco vamos tomando posesión gradual de tales secuen­cias, pero, siempre auxiliados en ese sentido, porque aquí, existen departamentos y recursos que nos ejercitan para alcanzan el do­minio razonable del medio en que debemos actuar.



Pregunta: ¿Nos podríais dar un ejemplo vivo de lo que se siente al penetrar al plano astral?

Atanagildo: Aquí, nuestro ambiente parece que se oscurece o se ilumina, conforme al estado emotivo de nuestro espíritu, y éste, se regocija con la armonía vibratoria que pueda mantenerse habitualmente. El pensamiento es un asombroso potencial que interviene en nuestros mínimos gestos; su intervención ambiental, se asemeja a los vidrios de los anteojos, que a veces se empañan con el vapor de agua, y luego ofrecen una clara visión si los limpiáis rápidamente. El hecho siguiente explica mejor mi pen­samiento.

Cierta vez, conversaba con el hermano Navarana, haciendo alusión a ciertos espíritus, que en la Tierra, se entregan excesiva­mente a las pasiones desordenadas, cuando de pronto, me invadió cierta melancolía y a pesar de mis esfuerzos por dominarlas, noté que todo el ambiente que me rodeaba, perdió inmediatamente su belleza acostumbrada, para envolverme en un manto de tristeza. Inmediatamente desapareció de mí el característico estado de li­viandad y la sensación de la suave brisa, que me dominaba hasta ese momento, para sentirme oprimido por un chorro de fluidos desagradables, quedándome la impresión, como si hubiera sido mojado con agua helada y que la ropa se me pegaba al cuerpo. Más tarde descubrí la causa de ese hecho insólito; es que había recordado la figura de mi novia Cidalia, que había quedado en la Tierra entre pesares y lloros, y me dejé embargar por su tristeza.

El hermano Navarana, captando mi pensamiento aflictivo, me advirtió a tiempo, diciéndome en tono afectivo: "—Atanagildo; evita desnivelar tus vibraciones con esas evocaciones terrenas, de recuerdos indeseables y portadores de tristezas que abaten al espíritu. Es razonable que el hombre terreno se perturbe emoti­vamente, porque aun le es difícil comprender, que todas las criaturas son emisoras vivas, de rayos conforme a la onda es­piritual en que se colocan por efecto de sus antiguas alegrías. Cuando nosotros sintonizamos ideales elevados y creadores, asociamos energías que nos fortifican bajo un sano optimismo, pero, obtenemos el medio afín, ni bien vacilamos, al recordar la evolución triste que llevamos en la Tierra, por lo cual, somos torturados por la carga energética de su baja vibración, que nos incomoda bajo la reacción aflictiva correspondiente. En base a la comprobación de la inmortalidad y que ya comprendes per­fectamente que la Ley de Karma siempre beneficia para el futuro, no es razonable que todavía te dejes dominar por las vibraciones de tus propias evocaciones aflictivas. A medida que nos encami­namos hacia regiones más altas e ingresamos en un campo de materia más sutil, percibimos que nuestro espíritu también in­fluye con más vigor en el medio y en la sustancia astral que lo rodea. Nuestras acciones también producen reacciones más vivas, porque pensamos, sentimos y modificamos rápidamente el ambiente que os rodea. Después de la desencarnación, es cuando percibimos, bastante sorprendidos, el maravilloso mecanismo del espíritu, que crea las formas y las modifica en el medio natural en que habita."

Basándome en argumentos presentados por el hermano Navarana, traté de armonizarme y limpiar los vidrios de mis ante­ojos... verificando con asombro, que el ambiente, retornaba hacia mí, en su primitiva y encantadora expresión y mi peri-espíritu vibraba nuevamente en un éxtasis de magnetismo sedativo.

Creo que así podréis valorar la importancia de nuestros pen­samientos en relación con el medio astral en que vivimos, porque somos los instrumentos que producen las modificaciones, que tanto embriagan el alma o nos abate.

Pregunta: ¿El mundo que os rodea, es análogo al escenario del mundo terreno, conforme lo manifiestan algunas literaturas mediúmnicas, cuándo se refieren a las colonias, ciudades, vehícu­los, árboles, ríos, etc.? ¿No será un esfuerzo comparativo o el producto de la imaginación del médium que recibió tales co­municaciones?

Atanagildo: Si pensáis así, tendréis que suponer que el mé­dium que me sirve en este momento, puede estar componiendo, también, un pintoresco relato emanado de su propia imaginación. Y si continuáis pensando de ese modo, muy grande será vuestra desilusión cuando lleguéis aquí, pues, se comprende fácilmente, que "la naturaleza no da saltos". Contrariando vuestras dudas y las dificultades que se nos presentan para haceros esta des­cripción, aproximadamente el panorama astral que existe más allá de la tumba, os aseguro, que tiene montañas, ríos, árboles, pájaros, animales, jardines, casas, edificios, templos, vehículos y ornamentaciones, todo esto, ajustado a las secuencias y a las más variadas formas, que fundamenta la vida astral de los pueblos y conglomerados de los desencarnados.

Pregunta: Por lo que manifestáis, parece que esas ciudades o colonias astrales, son duplicados del panorama terrestre. ¿No sería decepcionante que después de abandonar el cuerpo físico contáramos con una especie de paraíso celestial y tuviésemos que penetrar en un medio de vida, que hasta podría ser más pobre, en comparación a ciertas metrópolis de la Tierra?...

Atanagildo: Otro equívoco se hace evidente en vuestro modo de pensar, pues son los reencarnados que de un modo bastante grosero, plagian aquello que existe en el Espacio. En el mundo astral tomamos contacto íntimo con las cosas, ideas y proyectos que podéis considerar, como si fueran matrices u orígenes de las empobrecidas realizaciones que efectuáis en la materia densa y pesada. Vuestros científicos afirman que la materia es energía condensada y que no existe propiamente, la materia rígida o absoluta, en la forma de pasta nuclear indivisible. Entonces, está claro, que cuanto más libre se encuentra esa energía poderosa —que se acumula para formar el mundo físico y que en verdad, es la sustancia del origen de las formas materiales— tanto más viva y poderosa ha de ser, ya que es elaborada directamente en el mundo astral, que es su fuente natural.

Los técnicos siderales operan primero aquí, o sea, en el campo de la energía libre, que más tarde alimentará y sustentará los aspectos exteriores en el mundo material, esperando que los cien­tíficos terrenos se den cuenta de ese fenómeno y lo tornen tan­gible a la visibilidad de los sentidos humanos. Vuestra concien­cia pronuncia conceptos graves y sentenciosos, pero apenas inves­tiga y después clasifica en el plano de las energías libres. En realidad, las configuraciones que surgen en el panorama fí­sico, son eventos primeramente pensados y experimentados en el mundo astral, por admirables genios que actúan en lo imponde­rable, en cuya sustancia crean, elaboran y modifican los fenó­menos de la vida terrena.

¡Cuántas veces son captados al mismo tiempo, por varios cere­bros estudiosos de la Tierra, los proyectos elaborados en el astral o de los planos más altos, para ser materializados en la super­ficie física, por las técnicas humanas! ¡No es raro, que algunos sabios científicos terrenos, a través de sorprendentes coinciden­cias, han ejecutado descubrimientos y completado investigaciones simultáneas, en varios puntos geográficos, por cuyo motivo se han registrado mutuas acusaciones de plagio y robos de proyec­tos y documentos ajenos!

En realidad, esos cerebros sensibles —que se colocan en la faja vibratoria de la misma investigación científica, para beneficio de la vida humana— logran identificar fórmulas iguales y solucio­nes idénticas, porque interceptaron psíquicamente, ciertas cosas que se revelan en su descenso desde lo Alto, en forma de inspira­ción. Cuántos descubrimientos y soluciones científicas, principalmente en el campo astronómico, aun hoy, os sirven de motivo de discusión, debido a las mutuas reivindicaciones de paternidad, atribuidas a varios sabios, que lograron éxito y solución al mismo tiempo.

Desde el mundo Causal descienden hacia la Tierra, las ideas, que los sabios adquieren conforme a su capacidad técnica, a su poder mental y a su armonía espiritual. Cuántas veces los artis­tas y religiosos, consiguen sintonizarse con esas fajas vibratorias tan sutiles, gozando de los divinos éxtasis y de las inspiraciones, que muchas veces los subliman.

Por lo expuesto, no penséis que nuestro mundo astral plagia la estructura de vuestro orbe físico; éste es para nosotros, bas­tante inmóvil y petrificado en su vida lenta y rudimentaria. Nosotros actuamos en el "origen", o directamente en la "idea", mientras que vuestra humanidad trabaja en la cáscara, en el exterior, lo que representa la energía en su última etapa de elaboración.



Pregunta: Lo que nos deja algo confusa en las comunica­ciones de los espíritus, es la necesidad de comprender "al pie de la letra" la existencia de montes, ríos, casas, árboles, animales, vehículos y pájaros, que forman parte del mundo del Más Allá, pero que éstos están conformados en otra sustancia más sutil o de otra especie. Nos sorprenden esas configuraciones tan terre­nas, cuyos relatos son bastante insuficientes, para satisfacer a nuestra exigencia mental. ¿Qué podéis decirnos sobre esa dificul­tad de comprensión que padecemos?

Atanagildo: Es muy natural que así sucede con vuestra mente, pues, no tenéis en cuenta, al razonar, la diferencia que hay entre el plano vibratorio de los dos mundos. Al proceder así, imitáis al pez, que por basarse exclusivamente en su modo de vida acuá­tico, de donde extrae el oxígeno, resolviese descartar la posibi­lidad de que otros seres pudiesen vivir fuera del agua... En­tonces estarían equivocados tanto los peces que no creen en la vida fuera del agua, no regida por la ley del medio líquido, como la de los pájaros que no admitiesen la vida en el océano, basán­dose solamente en las leyes habituales del aire libre. Mientras tanto, desde el momento que se cambien las agallas de los peces y se les coloquen plumas y alas, lógicamente podría volar en la atmósfera; substitúyanse las plumas de los pájaros por escamas y el aparato respiratorio de las agallas de los peces y ellos tam­bién se moverán libremente en el medio acuático.

La equivocación proviene, sin duda, porque os afirmáis en las leyes de un plano conocido, para después intentar comprender los fenómenos correspondientes a los planos opuestos. Sería tan absurdo intentar golpear el vapor de agua con un martillo de hierro, como doblegar el hierro con un martillo de humo. He ahí el motivo del porqué no debéis imaginar a los espíritus —de naturaleza etérea-astral e invisibles a los ojos humanos— movién­dose en un escenario material como el de la Tierra, porque es­taréis equivocados. En realidad, nos servimos del periespíritu para movernos, lógicamente, en el medio astral así como el re­encarnado se desliza con toda naturalidad en el mundo material, porque en ambos casos está constituido de la misma sustancia del medio en que actúa.



Pregunta: ¿Nos podríais ofrecer algún ejemplo más concreto, para poder conceptuar este asunto tan complejo?

Atanagildo: Razonad así: Si un hombre fuese hecho de humo, no tendría necesidad de sentarse en una silla de madera; mien­tras tanto, bajo la ley común de la reacción entre sustancias igua­les, se sentaría con más facilidad en otra silla que fuera cons­truida de humo. Por esa causa, si el suelo, las cosas, los seres y todo lo que constituye nuestro mundo, son hechos de la misma sustancia, su vida de relación, también transcurre, lógicamente, como la vida de la Tierra. Es conveniente que sepáis, que la vida astral es mucho más intensa y dinámica que la vida en la Tierra, porque nosotros actuamos en la materia quintaesenciada, que además de ser más rica en reproducción vibratoria emotiva, nos ofrece un elevado padrón de belleza, dotado de pintoresca y encantadora luminosidad interior.

Es preciso que imaginéis al espíritu desencarnado como si se moviera en un ambiente material sutil, del mismo modo, que veis al hombre carnal moviéndose dentro del pesado ambiente del mundo terreno. El hombre, por ser portador de un cuerpo material, toca, palpa, o manosea perfectamente su vestido, su zapato o su alimento, que son hechos de sustancias materiales. Del mismo modo, pero bajo otra modalidad vibratoria, el espí­ritu desencarnado, con su cuerpo hecho de sustancia magnética, puede sentarse en una silla etérica, vestir ropa etérica o ingerir frutas etéricas.



Pregunta: Nos cuesta creer en esas diferencias de percep­ciones después de la muerte del cuerpo carnal, porque el mundo físico nos parece más consistente y positivo, lo que probamos por ruidos, fenómenos de la naturaleza y tantas cosas, que en su agitación, forman la realidad, percibida por los sentidos humanos.

Atanagildo: Nosotros, luego de desencarnar, actuamos por el periespíritu, que es nuestro verdadero organismo que preexiste al nacimiento y sobrevive después a la muerte del cuerpo físico. Y como es nuestro delicado instrumento de relación con el am­biente astral y es muy sensible a las percepciones del espíritu, gozamos, por lo tanto, de mucha sensibilidad psíquica. Como la llama espiritual es en realidad el centro de nuestra conciencia individual, en el seno del Todo, el cuerpo físico y el periespí­ritu simbolizan los respectivos vehículos, ¿cuál de los dos es el más valioso e importante para nuestra estructura espiritual? Sin duda, que ha de ser el periespíritu, porque además de ser un organismo definitivo, es el que más lo liga íntimamente a la con­ciencia inmortal.

Mientras el cuerpo de carne es un organismo pesado y denso, que atiende con dificultad las intenciones y necesidades del espí­ritu reencarnado; el periespíritu, debido a su contextura sutilí­sima y quintaesenciada, es un maravilloso instrumento de acción, en el seno de las vivísimas energías del mundo astral. Su livian­dad y dinámica permite atender rápidamente, la más insignifi­cante voluntad del espíritu desencarnado. Os recordamos la comparación que hicimos en otra oportunidad, en donde el cuerpo físico se asemeja a una escafandra, que oprime los movimientos de aquel que se sumerge en el fondo del mar, restringiéndole los sentidos físicos, en el ambiente modificado por el agua. Ni bien el buzo se despoja de su escafandra, se reintegra a las condicio­nes naturales de sus movimientos, gozando del panorama de la vida al aire libre.



Pregunta: Nosotros estamos condicionados al mundo terreno que nos parece la realidad sólida y positiva de la vida— tene­mos gran dificultad para concebir otro tipo de ambiente, que posea moradas semejantes a las terrenas, y que a su vez, estén habitadas por espíritus desprovistos del cuerpo carnal. ¿Qué nos decís al respecto?

Atanagildo: Es que aún desconocéis la verdadera contextura del periespíritu, que es el vehículo más evolucionado del alma, cuyo grandioso potencial de energías, no sólo sobrevive a la des­trucción del cuerpo carnal, sino, que se revigoriza continuamente, a fin de servir a las futuras reencarnaciones. Es el más impor­tante instrumento, para que el espíritu pueda descender nueva­mente a la Tierra y viva en vuestro medio, tanto tiempo, como al nuevo cuerpo físico. Durante las innumerables existencias reencarnatorias, va cosechando experiencias a través del dolor, el sufrimiento y vicisitudes humanas y luego de pasada, se torna el preciso instrumento que el alma en los planos sutiles del as­tral, pone en relación directa con todas las energías originarias del propio medio.

A medida que el periespíritu se vuelve más sensible, debido al sufrimiento —que le favorece por las continuas expurgaciones de la escoria agregada a las vidas materiales— también su alma consigue mayor expansión en al vida espiritual y un mejor favorecimiento para un intercambio de realizaciones. Sólo después, en el plano de los desencarnados, es cuando aprendemos y com­prendemos la ilusoria realidad de la existencia carnal, comparán­dola con la vida de sensaciones maravillosas y positivas, que po­demos gozar después de la muerte física, gracias a la coopera­ción del periespíritu sobreviviente.

Comprendo perfectamente, que no podáis evaluar como reen­carnados, los fenómenos que suceden a nuestros espíritus libera­dos en el plano astral, pero, es preciso, que os ajustéis mentalmente a las manifestaciones exactas, que la vida ofrece en cada uno de sus planos vibratorios, recordándoos, de las leyes corres­pondientes que disciplinan las relaciones de los espíritus con­forme al medio en que ellos actúan. Si pensáis en la vida que se manifiesta en el seno del agua, como si estuviera regida por las mismas leyes del aire libre, o consideráis la vida del mundo astral de igual forma es lógico, que en cualquiera de los casos, os encontréis siempre en confusión.

Pregunta: Conocemos a muchos espiritualistas de renombre que niegan la existencia de un mundo "exterior", propio de los espíritus desencarnados, asegurando que éstos viven en un mundo "virtual", dentro de sí mismos, como producto abstracto de sus íntimas creaciones. Dicen más, que el cielo y el infierno están exclusivamente identificados en la entidad de cada ser y que no constituye una felicidad que pueda tener relación con los fenó­menos de un ambiente externo. ¿No podéis aclarar algo a ese respecto?

Atanagildo: Indudablemente, nosotros mismos creamos nues­tro mundo exterior, y eso, tanto lo hacemos en el plano astral como estando reencarnado en el plano físico. Pero, debéis conve­nir que esa creación al ser un producto de nuestra voluntad, tan­to se manifiesta en el mundo exterior como en cualquier ambiente que quisiéramos vivir. ¡Sin duda que edificamos el cielo nosotros mismos, cuando nuestros sentimientos superiores reaccionan pla­centeramente, como también construimos el infierno como conse­cuencia de las creaciones bárbaras que mantenemos peligrosa­mente en nuestro campo mental! Pero, todo lo que se produce en la intimidad de nuestro espíritu y que sucede en un campo vibratorio diferente al de la materia, es un fenómeno que se rela­ciona con el mundo astral que nos rodea, es un proceso de rela­ciones, algo semejante al que se realiza en los mundos materiales, variando solamente los recursos, que en las regiones más deli­cadas se obtiene fundamentalmente a través de nuestras fuerzas mentales. Por lo tanto, no usamos guadañas, trituradoras, exca­vadoras en los ambientes de fluidos sutilísimos, pues el extraor­dinario poder de la mente actúa con éxito y se vuelve capaz de aglutinar las energías del medio para construir las formas de­seadas.

Cuando alcanzamos a armonizar en nuestro actual curso educativo, mantenemos contactos con las formas y de ellas nos ser­vimos para extraer enseñanzas más avanzadas, mientras que en las zonas inferiores, en donde la sustancia astral es agresiva, rígida, pútrida y letárgica, se anulan los heroicos esfuerzos men­tales de sus edificadores. Hay regiones astrales inferiores al plano de la superficie terrestre, que debido a su vigorosa densidad nos obliga a construir poderosos instrumentos, que confeccionamos con la misma sustancia repulsiva del medio en donde pretendemos actuar. Entonces, nuestros esfuerzos se centuplican dinámica­mente, ultrapasando las aflicciones y las fatigas de los rudos operarios que, al igual que en el mundo terreno, trabajan en el interior de las minas de plomo, sofocados por la emanación de gases opresivos. Si nosotros viviésemos una exclusiva vida de abstracción mental, si nos apoyáramos en relieves exteriores que nos sirviesen de sustentación personal, entonces nuestros queridos entes desencarnados no dejarían de ser imágenes "virtuales" o falsas creaciones, para terminar siendo materializadas por nos­otros, en un amoroso coloquio íntimo con nuestras almas.



Pregunta: Los citados hermanos espiritualistas insisten en afirmar que las formas o figuras que nos son transmitidas mediúmnicamente son el producto de los acondicionamientos psico­lógicos de la Tierra, como las colonias espirituales y sus depar­tamentos tan disciplinados no dejan de ser sueños fantasiosos, pues la vida de los desencarnados es exclusivamente "interior". ¿Cuál es vuestra opinión?

Atanagildo: Nosotros no somos bandadas de mariposas o en­jambres de abejas que volamos sin rumbo de aquí para allá, dis­pensando del apoyo, muy natural, que podemos encontrar con el contacto con las formas. Mantenemos relación de simpatía o anti­patía con las formas exteriores, que producimos y sintonizamos con las relaciones ajenas.

La ausencia de montañas, edificaciones, florestas, pájaros, tra­bajo, diversiones y cuidados para nuestro periespíritu, en el mun­do astral, implicaría considerar que nuestros amigos guías y simpatizantes que están en el astral, no pasan de ser fantasmas que ambulan por un mundo irreal, constituido por el "éter-inte­rior" de nuestra alma!... También deberíais considerarme a mí en la misma forma, suponiendo que en lugar de ser un espíritu que se comunica con vosotros estáis oyendo una producción alucinatoria del médium que os escribe, la que luego de ser una imagen fugaz, pasaría a desvanecerse una vez que se dejara de pensar en mí.



Pregunta: Los espíritus que viven en planos más elevados, ¿se congregan en la misma forma en colonias o ciudades seme­jantes a la que nos describisteis?

Atanagildo: Sin duda. Aunque ellos se encuentren más ínti­mamente ligados a la causa de la vida cósmica y traten con energías más sutiles, se relacionan con las formas, inconcebibles para vosotros, pero tan reales para ello como la piedra lo es para vosotros en la Tierra.

Nuestras metrópolis os parecen fantasías y aún tenéis dudas por sus configuraciones; mientras tanto, los espíritus más eleva­dos, cuando nos visitan, se quejan de que aún estamos demasiado materializados y por eso sufren la opresión de nuestro medio astral. Se angustian con las reminiscencias subjetivas de sus pro­pios moradores cuando éstos se dejan envolver por los recuerdos terrenos. Nuestras agrupaciones son más sensatas y más diná­micas que las de la Tierra, porque no estamos sujetos a las ince­santes destrucciones causadas por catástrofes, ocasionadas por los elementos físicos y, además, estamos alejados del espíritu belicoso de las guerras fratricidas.

En vez de encontrarnos en un mundo virtual, sin relaciones exteriores, actuamos exactamente en las "causas" de nuestra vida material. Ésta, en verdad, es bastante ilusoria, porque segundo a segundo se transforma y envejece, modificándose y perdiendo su razón de existir. Cada colectividad espiritual que se intercala entre la Tierra y las regiones superiores divinas, que se sitúa en la corona sutilísima de los fluidos astrales, significa una nueva compuerta que se abre hacia la verdadera vida del espíritu, a fin de liberarlo con más facilidad de las pasiones animales que separan al hombre del ángel.

Pregunta! En vuestro modo de vida astral, ¿existe el meta­bolismo apropiado, que garantice la vida del periespíritu en el medio que se encuentra a semejanza de lo que sucede con nos­otros, cuya vida es sustentada por el aire atmosférico a través de nuestros pulmones?



Atanagildo: Sin duda alguna, aunque estamos situados en planos de sustancias quintaesenciadas del astral, vivimos relacionados con el mundo exterior, a pesar de todas vuestras dudas. Así como respiráis el aire, que es un producto químico del oxígeno, hidrógeno y ázoe, nosotros también respiramos un elemento nu­tritivo, en afinidad con nuestro estado de almas desencarnadas. Vivimos en un ambiente de magnetismo sutilísimo, de una vitalidad distinta a la atmósfera terrestre, que fluye principalmente de la cuota de amor y simpatía que se intercambia entre los moradores de esta región. Aquí todo se influencia recíprocamente; seres y cosas están impregnados de la sustancia en que habitamos, por cuyo motivo insisto en afirmaros que nuestro ambiente parece una prolongación viva de nosotros mismos.

Se trata de una influencia muy vigorosa del medio, en un intercambio armónico con nosotros, apropiada a nuestra sensibi­lidad espiritual y fácil de ser modificada por la acción vigorosa del pensamiento. Cuando estamos mentalmente entrenados para rea­lizar conclusiones técnicas en el medio en que vivimos, podemos hasta valorizar la emotividad y percibir los raciocinios de los espíritus situados en las esferas más bajas, cuando visitan nuestra comunidad. Casi todo en el astral exhala un olor áurico, carac­terístico, producido por las emociones espirituales y por las ideas de las criaturas, a causa de su intercambio constante con las emanaciones del magnetismo nutritivo del medio.

¡Aquí se hace difícil pretender esconder algo, hasta el propio pensamiento de los espíritus superiores! Esa influencia magnética que reina en nuestro medio se asemeja a un poderoso revelador fotográfico, imponderable, derramado sobre el fluido mental, que expone a los más entendidos todos nuestros pensamientos íntimos.

Pregunta: ¿Nos podríais dar algún ejemplo tipo terreno para poder comprender la naturaleza de esa influencia que mencio­nasteis?

Atanagildo: Cuando los faros de los automóviles enfocan sobre los carteles comerciales pintados con tintas fosforescentes y que se encuentran colocados a lo largo de las calles, su luz actúa vigorosamente en la tinta mencionada, volviéndolos luminosos durante algún tiempo. Esa ocurrencia me hace memorizar que el medio o la atmósfera astral en que vivimos se aviva o lan­guidece acorde a nuestros pensamientos y sentimientos. Influyen en los vegetales, en los animales, en los seres, en los objetos y hasta en las edificaciones de la ciudad; algunas flores, por ejemplo, se reavivan, dinamizan sus colores y se vuelven bulliciosas cuando se aproximan a ellas espíritus de sentimientos elevados y particularmente aficionados a las expresiones de la vida angé­lica. Un halo misterioso, que emana del magnetismo delicado de nuestro medio astral, amplía el campo de nuestras emociones, afinándolo inmediatamente a todo lo que vibra en sintonía con nuestros pensamientos.

Pregunta: Creo que se justifican nuestras dificultades para valorar el panorama del Más Allá, pues estamos habituados a la visión exterior que nos proporciona el mundo material a través de los ojos de la carne, de ahí que nos parece imposible concebir una idea sobre ese plano "etéreo-astral", por carecer de la vista adecuada que nos permita observar lo que pasa en otros planos de vida. ¿No es verdad?

Atanagildo: Vosotros depositáis toda vuestra confianza en aquello que vuestros ojos físicos ven, pero olvidáis que hay una gran diferencia entre las miradas del hombre normal y las del miope. Por eso, el miope precisa ayudarse con lentes apropiados para aclarar imágenes distantes, mientras que el hombre de vista normal observa con claridad las configuraciones exactas. En vues­tro propio mundo, ningún científico se arriesgaría a afirmar que los colores y formas percibidos por vuestros ojos son exacta­mente como los justipreciáis. Desconfían de la realidad, a pesar de la visión ofrecida por los ojos físicos, porque puede ser muy diferente a los padrones comunes que han sido consagrados por la visión humana.

Los antiguos chinos pintaban el cielo de color amarillo opaco, porque su visión rudimentaria aún no percibía el azul, que hoy es común para la humanidad. ¿Ese azul será, por casualidad, el color exacto y perfecto del cielo? ¿O será una consecuencia de la deficiencia visual del hombre del siglo XX? Para el campesino inculto es una verdadera provocación decirle que en la punta de un alfiler existen vidas microbianas, tan agitadas como las de algunos millares de rebaños de carneros sueltos por la campiña verde.

En base a la precariedad de vuestra visión física, no debéis imaginar a nuestro mundo semejante a vuestra morada, pues los ojos físicos sólo pueden fotografiar aquello que se sitúa en el exterior. Por eso falláis lamentablemente cuando deseáis basaros en lo que ellos ven, con relación a la visión del mundo interno del espíritu, que es el origen y no el efecto de la vida material.

Pregunta: Jesús, cuando nos visitó, recomendó la necesidad que teníamos de renunciar al mundo de las formas, cuando afir­mó: "Mi reino no es de este mundo". Por eso quedamos confusos cuando los espíritus dicen que en los planos de elevación espiri­tual, como la esfera astral en que habitáis, se cultivan las cos­tumbres y formas terrenas. ¿En donde reside el motivo de esa contradicción?

Atanagildo: No hay contradicción alguna. Lo que pasa es que al hombre le falta crecimiento espiritual para poder liberarse completamente de las formas tradicionales de los mundos sub-angélicos. Ese aspecto terreno de nuestro mundo, a que os refe­risteis, es el resultado de las necesidades psicológicas de nuestras almas, pues las formas que mencionáis van desapareciendo gra­dualmente a medida que ascendemos hacia las regiones superio­res. Por eso, en nuestra metrópoli austral, aunque tenga seme­janza a las terrenas, ya se relaciona con cosas más elevadas y que en su estado de transitoriedad nos prepara para las regiones de exclusiva abstracción mental, es decir, en la esfera que los ocultistas de vuestro mundo denominan "plano mental abstracto".

Esa liberación del mundo de las formas, a que se refirió Je­sús, no se debe interpretar para el mundo que habitáis, pero sí para vosotros mismos. ¿De qué modo podréis alcanzar las esferas del espíritu puro, en donde "pensar es vivir", si partís de la Tierra, fuertemente esclavizados por vuestras propias creaciones mate­riales? Normalmente, en vuestro mundo, cuando el cortejo fúnebre conduce al difunto hacia el cementerio, su espíritu se encuentra terriblemente embarazado en los hilos de su propia tela, cual mosca que cae de improviso. A través de su exagerado senti­mentalismo queda preso vigorosamente a los consanguíneos, recor­dando a los amigos leales y desencantado con sus detractores; en su mente angustiada se diseña la figura del hogar que había creado y que en ese momento debe abandonar obligatoriamente, en donde se destacan los sillones agradables, los libros encuader­nados al "gusto personal", sus queridos trajes, el jardín con sus flores predilectas, el automóvil de la marca y línea preferidas, la pipa importada, la tradicional caña de pescar o la parrilla eléctrica en donde disfrutaba del churrasco epicurístico!

Todo eso recuerda el panorama amigable, dócil y servil, un entretenimiento tan agradable para el desencarnado, que aun se estremece al recordar la costosa vivienda que edificara para "dis­frutar en la vejez" en el ambiente de la ciudad natal, entre los rostros amigos y lisonjeros, los ambientes nocturnos tan acogedo­res, las risas fingidas de las mujeres... No se había preparado para ese "otro mundo" que le parecía inexistente, fantasmagó­rico e ingenuo; la forma era su reino, su gloria y su motivo de ser y vivir.

¿Encontráis por ventura que un hombre terreno, como el que cité por ejemplo, podría ser lanzado intempestivamente en un ambiente saturado del más augusto silencio, en donde vibra una vida puramente introspectiva y para la cual no se preparó? Dios, infinitamente bueno, cuando solicita al hombre su liberación de las cosas materiales, lo hace de modo suave, bondadoso y per­suasivo.

Realmente, Jesús nos advirtió que "su reino no era de este mundo; pero, ¿cuántos de vosotros estáis en condiciones de des­encarnar sin que os encontréis fuertemente adheridos a las cosas prosaicas de la Tierra? Si aún no podéis abandonar la influencia que ejerce sobre vosotros el beber, el fumar, el comer el excitante bife con cebolla, entonces es obvio que será más difícil vivir en la esencia más pura del Espíritu y apartaos definitivamente de las formas.

También es verdad que en nuestra metrópoli no habitan almas del quilate de un Buda, Francisco de Asís, Krisna o Jesús, pues sería paradójico que tales almas habitaran un plano de vida espi­ritual semejante al de la Tierra, pues ya se habían desprendido de las cosas materiales cuando vivían en el cuerpo carnal.

Al contacto gradual con las formas planetarias, cada vez más sublimadas, el espíritu va desarrollando el sentido psicológico y el entendimiento mental, haciéndolo pasar de las formas rudi­mentarias a las más elevadas, y cambiar las expresiones groseras por otras superiores. Aunque sean formas, ellas siempre tienden hacia el sentido estético, que varía de un alma con otra, pues, como sabéis, entre dos hombres de la misma edad material, uno se deleitará oyendo música agitada, mientras que el otro sentirá verdadero placer ante la ejecución de la "Pastoral" de Beethoven o los "Preludios" de Liszt.


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