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Lilia Cisneros Luján

prensa@cocuac.org.mx


Admitiendo que no hay nada nuevo bajo el sol y que la memoria del humano común y corriente siempre es magra, vale la pena considerar la influencia de los bárbaros del norte en el devenir de la humanidad. Quizá el más emblemático, lo fue el líder de un pueblo nómada, de cazadores y ganaderos, no afectos a la agricultura, reacios a usar la escritura y a documentar su historia. Por supuesto que no estamos hablando de ningún chucho, mucho menos nos referimos a delegados casi analfabetas en la capital, como el de Tlalpan y, menos aun a oriundos de Guanajuato, Coahuila, Chihuahua, y otras entidades de la república; hablamos de Atila, figura legendaria en Europa recordado por su inclinación a la rapiña y la destrucción. Este personaje, retratado por sus afines como el rey más grande y noble de los hunos, amasó una gran fortuna y puso en jaque al imperio. Fueron los romanos –sus acérrimos adversarios– quienes más aportaron datos acerca de la vida y andanzas del caudillo de una tribu probablemente asiática, cuyos dominios se extendieron desde el río Danubio hasta el mar Báltico.

Parte del éxito de los enemigos de un imperio es la propia división interna de éste. Al igual que ahora ocurre con republicanos y demócratas y el ingrediente emergente del Tea Party, las huestes de Atila aprovecharon las tensiones entre Constantinopla –imperio romano de oriente– y Roma –ídem de occidente– para invadir los Balcanes, marchar a través de Francia y sitiar lo que hoy se llama Estambul. Si a esto agregamos un ejército carente de líderes capaces, sin la disciplina táctica y militar de las legiones que le permitieron a Roma su expansión; integrado, al final de sus días, mayoritariamente por soldados identificados con las estrategias bárbaras y al mando de generales incompetentes; se explica por qué les vencieron vándalos, lusitanos, visigodos y hasta grupos musulmanes que por siglos se aposentaron en la península ibérica, luego de saquear y matar indiscriminadamente. El abandono de Britania por la tropas romanas ocurrió al tiempo que contingentes bárbaros invadían la Galia en un escenario donde la autoridad romana se desmoronaba, como consecuencia de sus propios excesos, casi siempre resultado de la incontrolada popularidad que, los convertía en víctima de las envidias internas o simplemente les hacía perder el piso de una realidad demandante de justicia y paz.

A siglos de distancia las cosas no han cambiado mucho en términos de actitudes. En el imperio parece no haber una mente preclara que distinga la barbarie de “los buenos” y la de “los malos” muriendo miles de civiles por la balas de los rebeldes o el fuego de los aviones de la OTAN. Muchas similitudes podríamos encontrar entre los generales de la decadente Roma y los que hoy ponderan la guerra sin más diferencia que los avances tecnológicos.

Son bastantes los países del mundo moderno que pueden dar cuenta de sus bárbaros locales. Basta escuchar en México las bravatas de líderes oriundos de Chihuahua y Coahuila para corroborar que es muy poco lo avanzado en términos de auténtica civilización. El fuego amigo entre aspirantes al poder se asemeja mucho a las intrigas, asesinatos y hasta suicidios de Roma y, la inclinación a la notoriedad no es como muchos piensan una invención de revistas del jet set como Hola o Quién; pues llama la atención el éxito de Justiniano I El grande (Flavius Petrus Sabbatius Justinianus, emperador bizantino sobrino de Justino I quién no tuvo descendencia y lo designó como sucesor), quien apoyado por su esposa Teodora –exactriz con cualidades intelectuales notables– logró darle vitalidad al imperio romano de oriente del 527 al 548.

Para lograrlo centralizó el poder, reforzó el absolutismo monárquico y el ceremonial cortesano, reformó la Administración, sometió a la jerarquía eclesiástica convirtiéndola en instrumento del poder imperial y emprendió grandes construcciones. La basílica de Santa Sofía de Constantinopla es sólo un ejemplo.

En este paralelismo, los pueblos tienen derecho a preguntarse: ¿En qué beneficia a los mexicanos la pasarela de siete precandidatos panistas –todos muy ordenaditos, bañados y perfumados– arreglados para la foto shick, pero sin comunicar cual es su programa de gobierno? ¿Quiénes son los bárbaros en una sociedad que vocifera “¡Ya basta no más sangre!”? ¿Son auténticas y serán permanentes las manifestaciones de unidad de tribus amarillas o grupos tricolores? ¿Cuál será la opinión de los expresidentes? ¿Fox se empeñará en impulsar a su Marthita? ¿Qué tanto pesa la intervención de Salinas, Cárdenas o AMLO? Y lo fundamental para un territorio sometido al imperio ¿Qué dice “el César”?

Aunque hoy la figura de los cónsules y procónsules se ha sustituido por la del presidente o del primer ministro, es importante conocer el estado de ánimo del emperador. Un emperador cuya campaña de reelección se ha revitalizado –cuando menos por el momento– como resultado del ingrediente Osama. ¿Quién movió esta pieza en el ajedrez imperial? ¿Cuántos billones le ha reportado a las finanzas transnacionales la muerte de Bin Laden? ¿Qué tanto harán mella las “huestes bárbaras” de los musulmanes extremistas en las filas del ejército imperial? ¿Las tiene todas consigo Hussein Obama?

Así son estas repetitivas historias de bárbaros, vándalos, senadores, emperadores, cónsules, gobernadores, guerrilleros, terroristas, monarcas, presidentes, cortesanos, legisladores y pueblos víctimas de todos ellos.

Razones de la agresión contra la UACM


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