Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5



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CAPÍTULO XIV Malthus

Contemporáneamente con Sismondi, Malthus sostenía a su vez una lucha parcial contra la escuela de Ricardo. Tanto en la segunda edición de su obra como en su polémica, Sismondi se refiere repe­tidas veces a Malthus como testimonio. En la Revue Encyclopédique invoca a menudo a Malthus como a su testigo fundamental.


Por otra parte, Malthus en Inglaterra ha sostenido (contra Ri­cardo y Say), como yo he intentado hacerlo en el continente, que el consumo no es la consecuencia necesaria de la producción, que las necesidades y los deseos de los hombres son ciertamente ilimitados; pero estas necesidades y estos deseos sólo pueden ser satisfechos en cuanto van unidos a medios de cambio. Hemos afirmado que no basta crear estos medios de cambio para que pasen a manos de los que tie­nen estos deseos o necesidades; que incluso es frecuente el caso de que crezcan en la sociedad los medios de cambio mientras disminuye la demanda de trabajo, el salario, y que entonces los deseos y nece­sidades de una parte de la población no pueden ser satisfechos y el consumo baja igualmente. Finalmente, hemos sostenido que el signo indudable del bienestar de la sociedad no es la producción creciente de riquezas, sino la demanda creciente de trabajo, o la oferta creciente del salario que se paga como compensación al trabajo, Ricardo y Say no han negado que la demanda creciente de trabajo sea un signo de bienestar, pero han sostenido que la demanda tenía que nacer con seguridad del crecimiento de la producción.
“Malthus y yo negamos esto. Afirmamos que estos dos aumentos son consecuencias de causas independientes entre sí, e incluso en oca­siones, opuestas. En nuestra opinión, el mercado se encuentra excesi­vamente lleno cuando no ha precedido una demanda de trabajo a la producción y no le ha seguido; en tal caso, una nueva producción es causa de su carencia y no de un goce.”
Estas manifestaciones hacen pensar en una amplia coincidencia y hermandad de armas entre Sismondi y Malthus, al menos en su oposición frente a Ricardo y su escuela. Marx considera como un plagio de los Nouveaux principes, publicados un año antes, o sea, en 1820 los Principes of Political Economy de Malthus. Sin embargo, en la cuestión que nos interesa existe entre ambos, en muchos casos, una verdadera oposición.
Sismondi critica la producción capitalista, arremete impetuosa­mente contra ella, es su acusador. Malthus es su apologista y no porque como Mac Culloch o Say niegue sus contradicciones, sino por­que las eleva brutalmente al rango de ley natural, declarando ade­más que son sagradas. El punto de vista que guía a Sismondi son los intereses de los trabajadores, el fin a que se encamina, aunque en forma general y vaga, es a una reforma radical de la distribución. Malthus es el ideólogo de los intereses de aquella capa de parásitos de la explotación capitalista, que se alimentan de la renta de la tierra y del Estado, y el fin que defiende es la atribución de la mayor cantidad posible de plusvalía a estos “consumidores improductivos”. El punto de vista general de Sismondi es predominantemente ético, de reforma social. “Corrige” a los clásicos, haciendo resaltar frente a ellos que “el único fin de la acumulación es el consumo” y propugna que se atenúe la acumulación. Malthus, por el contrario, declara ru­damente que la acumulación es el único fin de la producción y defiende la acumulación sin límites por parte de los capitalistas, que quiere ver completada y asegurada por el consumo ilimitado de sus parásitos. Finalmente, el punto de partida de Sismondi era el análisis del proceso de reproducción, la relación entre el capital y la renta con una medida social.
Malthus parte en su oposición a Ricardo de una absurda teoría del valor y de una teoría vulgar de la plusvalía de ella derivada, que quiere explicar el beneficio capitalista por el sobreprecio sobre el valor de las mercancías.98 Malthus combate en una crítica detenida el principio de la iden­tidad entre oferta y demanda en el capítulo VI de sus Definitions in Political Economy, que dedica a James Mill. Mill decía en sus Elements of Political Economy, página 233: “¿Qué se piensa necesa­riamente cuando decimos que oferta y demanda se acomodan una a otra? Decimos que bienes elaborados con una gran cantidad de tra­bajo se cambian por bienes elaborados con la misma cantidad de trabajo. Si se acepta este supuesto, todo lo demás es claro. Así, si un par de zapatos se elabora con la misma cantidad de trabajo que un sombrero, al cambiar entre sí el sombrero y los zapatos se aco­modarán una a otra la oferta y la demanda. Si ocurriese que los zapatos caen, en comparación con el sombrero, eso significaría que habían sido llevados al mercado más zapatos que sombreros. En tal caso, existirían los zapatos con una abundancia más que necesaria. ¿Por qué? Porque una cierta cantidad de trabajo en zapatos no po­dría ya cambiarse contra la misma cantidad de trabajo en otros pro­ductos. Pero por la misma razón habría una cantidad insuficiente de sombreros, porque se cambiarían una cierta suma de trabajo en som­breros contra una suma mayor del trabajo en zapatos.”
Contra estas banales tautologías, Malthus emplea dos argumentos. En primer término, hace observar a Mill que su construcción está montada en el aire. Puede ocurrir, de hecho, que manteniéndose inal­terable la proporción de cambio entre sombreros y zapatos puedan existir, no obstante, ambos en una cantidad excesiva en comparación con la demanda. Y esto se manifestará en que ambos se venderán en precios que estén debajo de los costos de producción (con un bene­ficio prudencial). “¿Puede decirse en este caso [pregunta], que la oferta de sombreros corresponde a la demanda de sombreros, o la oferta de zapatos a la demanda de los mismos, si tanto unos como otros existen en cantidades excesivas, ya que no pueden cambiarse bajo las condiciones que aseguren su oferta constante?”99
Por consiguiente, Malthus contrapone aquí a Mill la posibilidad de una superproducción general: “En comparación con los costos de producción pueden subir o bajar todas las mercancías (en la oferta) al mismo tiempo.”100
En segundo lugar, protesta contra la manera tan en uso, tanto en Mill como en Ricardo y sus epígonos, de acomodar sus tesis al cambio directo de productos. “El cultivador de lúpulo [dice] que lleva, por ejemplo, al mercado 100 sacos de lúpulo, piensa tanto en la oferta de sombreros y zapatos como en las manchas del Sol. ¿En qué piensa entonces? ¿Y qué quiere percibir a cambio de su lúpulo? Mr. Mill parece creer que revelaría la mayor ignorancia de la economía política quien supusiera que quería dinero. No obstante, no tengo inconveniente, aun con el peligro de que se me acuse de esa igno­rancia, de declarar, que es justamente dinero lo que él (el cultivador) necesita.”
Pues tanto la renta que tiene que pagar el dueño de la tierra, como los jornales de los trabajadores, como finalmente las materias primas e instrumentos que necesita para cultivar sus plantaciones, sólo pueden ser cubiertos con dinero. En esto insiste Malthus con gran detenimiento. Incluso encuentra “asombroso” que economistas de fama prefieran acudir a los ejemplos más osados e imposibles, que aceptar el cambio en dinero.101

Por lo demás, Malthus se conforma con describir el mecanismo, en virtud del cual una oferta demasiado grande origina una limi­tación de la producción, y a la inversa, por la caída de los precios por debajo del costo de producción. “Pero esta tendencia a liquidar, por el curso natural de las cosas, la superproducción o la in­fraproducción, no prueba que no existan estos males.”


Se ve que Malthus, a pesar de su punto de vista, opuesto en la cuestión de las crisis, se mueve en el mismo círculo que Ricardo, Mill Say y Mac Culloch: para él sólo existe igualmente el cambio de mer­cancías. El proceso reproductivo de la sociedad en sus grandes cate­gorías y relaciones, que ocupaba completamente la atención de Sis­mondi, no se tiene aquí para nada en cuenta.
Dadas tantas oposiciones en la concepción fundamental, lo co­mún entre la crítica de Sismondi y la de Malthus consistía, simple­mente, en lo que sigue:
1.- Ambos rechazan contra los ricardianos y Say el principio del equilibrio preestablecido entre consumo y producción. 2.- Ambos sos­tienen la posibilidad de crisis no sólo parciales, sino generales.
Aquí se acaba el acuerdo. Si Sismondi busca la causa de la cri­sis en el bajo nivel de los salarios y en la limitada capacidad de con­sumo de los capitalistas, Malthus, por el contrario, convierte los salarios bajos en una ley natural del movimiento de población, pero encuentra sustitución para el consumo limitado de los capitalistas en el consumo de los parásitos de la plusvalía, como la nobleza terri­torial y el clero, cuya capacidad de absorción de riqueza y lujo no tiene límite: la Iglesia tiene buen estómago.
Y si ambos, Malthus y Sismondi, por la salud de la acumulación capitalista y para salvarla del aprieto, buscan una categoría de con­sumidores que compran sin vender, Sismondi la busca para dar sa­lida al sobrante del producto social sobre el consumo de los obreros y de los capitalistas, esto es, a la parte capitalizada de la plusvalía, y Malthus para que se produzca el beneficio. Por lo demás, cómo los perceptores de rentas y los beneficiarios del Estado, que tienen que recibir sus medios de compra principalmente de manos de los capi­talistas, han de ayudar a éstos a la apropiación del beneficio por la adquisición de mercancías con un sobreprecio, es, naturalmente, un secreto de Malthus. Dadas oposiciones tan considerables, la comuni­dad de armas entre Malthus y Sismondi ha sido bastante superficial. Y si como dice Marx, Malthus ha convertido en caricatura malthu­siana los Nouveax principes de Sismondi, Sismondi sismondiza dema­siado las críticas de Malthus contra Ricardo, no haciendo resaltar más que lo que hay de común entre ellos. Por otra parte, en ocasio­nes, sucumbe a la influencia de Malthus, como cuando hace suya, en parte, la teoría malthusiana del gasto del Estado, como un remedio de la acumulación; aquí contradice abiertamente a su propio punto de partida.
En resumen, Malthus no dice nada original con respecto al pro­blema de la reproducción, ni lo ha comprendido; en su controversia con los ricardianos gira, como éstos en su controversia con Sismondi, en torno a los conceptos de la circulación simple de mercancías. En la contienda entre él y la escuela de Ricardo tratábase del consumo im­productivo de los parásitos de la plusvalía; era una querella por el reparto de la plusvalía, no una lucha sobre los fundamentos sociales de la reproducción capitalista. La construcción de Malthus se viene abajo tan pronto como descubrimos sus errores en la teoría del beneficio. La crítica de Sismondi se mantiene, pero, incluso aceptando la teoría del valor ricardiano con todas sus consecuencias, su problema queda sin resolver.

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