Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5


CAPÍTULO XVII Análisis de la reproducción por Rodbertus



Yüklə 1,37 Mb.
səhifə17/37
tarix26.10.2017
ölçüsü1,37 Mb.
#13408
1   ...   13   14   15   16   17   18   19   20   ...   37

CAPÍTULO XVII Análisis de la reproducción por Rodbertus

Por consiguiente, ¿qué quiere decir Rodbertur, ante todo, cuando dice que la disminu­ción de la participación del trabajador haya de producir “en seguida” sobreproducción y crisis comerciales? Esta manera de ver sólo es comprensible si se presupone que Rodbertus se representa el “pro­ducto nacional” como compuesto de dos partes: la participación de los trabajadores y la de los capitalistas, esto es, v + p, cambiándose una parte contra otra. En efecto, Rodbertus habla, a veces, casi en este sentido, como cuando, por ejemplo, dice en la Primera Carta Social: “La pobreza de las clases trabajadoras no permite nunca que su renta sea una base para una producción incrementada. El exceso de productos, que en manos de los obreros no sólo mejoraría su posición, sino que al mismo tiempo constituiría un peso para hacer aumentar el valor del resto que les quedaba a los empresarios, colocando a éstos en condiciones de proseguir su explotación en las mis­mas dimensiones, baja tanto en poder de los empresarios, que hasta hace perder valor al producto entero y en el mejor caso abandona a los obreros a su conciencia habitual.”119 El “peso” que en manos de los obreros “aumenta el valor del resto que les queda a los empresarios”, no puede significar aquí más que demanda. Con esto habríamos lle­gado felizmente al famoso punto de von Kirchmann, en que los obre­ros realizan con los capitalistas un cambio de salario contra el plus­producto, y en el que por esta causa las crisis surgen porque el capital variable es pequeño y la plusvalía grande. De esta extraña represen­tación ya se ha hablado arriba. Sin embargo, en otros pasajes, Rod­bertus inserta una concepción distinta. En la Cuarta Carta Social in­terpreta su teoría en el sentido que el constante juego entre la proporción de la demanda, representada por la participación de la clase obrera, y la constituida por la participación de la clase capitalista, tiene que ser causa de una desproporción crónica entre produc­ción y consumo. “¿Y qué ocurriría si los empresarios tratasen de mantener constantemente dentro de sus límites aquellas participa­ciones, y si éstas fuesen disminuyendo constantemente poco a poco en los obreros que constituyen la mayoría de la sociedad de un modo imperceptible, pero irresistible? ¿Qué sucedería si disminuyesen en estas clases en la misma proporción en que aumentase su productivi­dad? ¿No sucedería que mientras los capitalistas organizaban y te­nían que organizar la producción, conforme a las dimensiones anterio­res de las participaciones para hacer general la riqueza, producían, no obstante, por encima de las participaciones existentes hasta entonces y causaban, así, una insatisfacción constante que terminaba en una paralización del mercado?”120


Según esto, tenemos que explicarnos la crisis del siguiente modo: el producto nacional consiste en un número de “mercancías ordina­rias”, como dice von Kirchmann, para los obreros, y mercancías más lujosas para los capitalistas. La cantidad de aquéllas está representada por la suma de los salarios; la de éstas, por la plusvalía total. Si los capita­listas organizan su producción conforme a este principio, y la pro­ductividad sigue aumentando, al momento siguiente tiene que resul­tar una desproporción. Pues la participación de los obreros de hoy, no es ya la de ayer, sino menor; si ayer la demanda de “mercancías ordi­narias” formaba las 6/7 partes del producto nacional, hoy sólo forma ya las 5/7 partes, y los empresarios que habían organizado su produc­ción contando con 6/7 partes de “mercancías ordinarias” tendrán que comprobar, con dolorosa sorpresa, que han elaborado una séptima parte de más. Pero si adoctrinados por esta experiencia, mañana dis­ponen de tal modo su producción que sólo elaboran mercancías ordi­narias por valor de los 5/7 del producto nacional total, van camino de un nuevo desengaño, pues mañana la participación del salario en el producto nacional no representará, seguramente, más que las 4/7 partes, etcétera.
Esta original teoría levanta en seguida una serie de dudas. Si nuestras crisis comerciales sólo proceden de que la “cuota del sa­lario” de la clase obrera, el capital variable, constituye una parte cada vez menor del valor total del producto nacional, la ley fatal lleva en sí misma el remedio del mal causado por ello, pues la so­breproducción se refiere a una parte cada vez menor del producto total. Rodbertus gusta, es cierto, de emplear las expresiones “enor­me mayoría” de los consumidores, “gran masa popular”, cuya participación es cada vez mayor, pero en la demanda lo que im­porta no es el número de las cabezas, sino el valor que represen­tan. Y este valor constituye, según el mismo Rodbertus, una parte cada vez menor del producto total. De este modo, la base económica de las crisis es cada vez más reducida y sólo queda la cuestión de saber cómo es posible que, a pesar de ello, las crisis sean, como Rod­bertus asegura, en primer lugar más generales, y en segundo lugar cada vez más violentas. Además, si la “cuota del salario” es una de las partes del producto nacional, la otra parte es, según Rodbertus, la plusvalía. Lo que pierde el poder de compra de la clase obrera lo gana el poder de compra de la clase capitalista; si v es cada vez menor, p es, en cambio, cada vez mayor. Según el mismo esquema de Rodbertus, esto no puede alterar el total del poder de compra de la sociedad. Pues él mismo dice: “Sé perfectamente que, en último término, la cantidad en que disminuye la participación de los obre­ros, acrecen las participaciones de los perceptores de rentas [en Rod­bertus ‘renta’ equivale a plusvalía]; que, por tanto, a la larga y en conjunto, el poder de compra permanece igual. Pero, con relación al producto llevado al mercado, ha sobrevenido ya la crisis siempre antes de que pueda ejercer efecto aquel incremento.”121 Por tanto, a lo sumo, puede tratarse de que así como en las “mercancías ordinarias” hay siempre un exceso, en las mercancías de lujo para los capitalistas surge siempre un defecto. Rodbertus viene aquí a parar, inesperada­mente, siguiendo el mismo camino de la teoría Say-Ricardo tan ar­dorosamente combatida por él: la de que la superproducción de un lado, corresponde siempre a la subproducción del otro. Y como las participaciones en el valor del producto nacional de la clase traba­jadora y de los capitalistas se desplazan constantemente en perjui­cio de los primeros, resultaría que nuestras crisis comerciales, en conjunto, tendrían, cada vez más, el carácter de subproducción pe­riódica y no de superproducción. Pero dejemos este enigma. Lo que resulta claro de todo eso es que Rodbertus se figura el producto na­cional, en cuanto a su valor, como compuesto únicamente de dos partes: v y p, compartiendo aquí totalmente la concepción y tradi­ción de la escuela clásica, a la que combate con tanto encono, embe­lleciéndola aún más con la idea que la plusvalía entera es consu­mida por los capitalistas. Esto lo declara con palabras precisas en varios pasajes, por ejemplo, en la Cuarta Carta Social: “Conforme a esto, para hallar primero precisamente el principio de la renta en general [de la plusvalía], el principio de la división del producto del trabajo en salario y renta, es menester abstraerse de los fundamentos que determinan la escisión de la renta en general en renta de la tierra y renta del capital”,’ y en la Tercera Carta Social: “Renta de la tierra, beneficio del capital y salario, lo repito, son rentas. Propietarios, ca­pitalistas y obreros quieren vivir de ellas, es decir, satisfacer con ellas sus necesidades humanas inmediatas. Por consiguiente, los bienes en que se perciben las rentas han de ser utilizables para este fin.” Nadie ha formulado en tales términos la falsificación de la economía capi­talista como una producción destinada a fines del consumo directo, y en este punto Rodbertus merece indudablemente la palma de la “prioridad”. No sólo frente a Marx, sino frente a todos los economis­tas vulgares. Para no dejar la menor duda en el ánimo del lector acerca de esta confusión, poco más adelante, en la misma carta, coloca la plusvalía capitalista como categoría económica a la misma altura que la renta del antiguo dueño de esclavos: “Al primer estado [la esclavitud] va unida la economía natural más simple; la parte del producto del trabajo que se ha quitado a la renta del obrero o esclavo, y que constituye la propiedad del señor o propietario se atribuirá íntegra como renta al propietario de la tierra, del capital, de los obreros y del producto del trabajo; conceptualmente, ni siquiera podrá distinguirse entre renta de la tierra y beneficio del capital. Con el segundo estado surge la economía monetaria más complicada; la par­te del producto del trabajo que se ha quitado ahora a la renta de los obreros libres, y que corresponde a la propiedad de la tierra y del capital, será repartida, a su vez, entre los propietarios del producto bruto y los del producto fabricado; finalmente, la renta única del estado anterior habrá de dividirse en renta de la tierra y beneficio del capital.”122 La diferencia económica más saliente entre la explo­tación bajo el régimen de la esclavitud y la moderna explotación capitalista, está, para Rodbertus, en la escisión de la plusvalía que se ha “quitado” a la “renta de los trabajadores” en renta de la tierra y beneficio del capital. El hecho decisivo de la producción capitalista no es la forma histórica específica de la distribución del nuevo valor entre capital y trabajo, sino el reparto de la plusvalía, indiferente para el proceso de producción entre sus diversos usufructuarios. Salvo este reparto, la plusvalía capitalista, en conjunto, continúa siendo lo mismo que la “renta única” del propietario de esclavos: ¡un fondo privado de consumo del explotador!
Cierto que Rodbertus vuelve a contradecirse en otros pasajes y se acuerda del capital constante, así como de la necesidad de reno­vación en el proceso de reproducción. Toma, pues, en vez de la divi­sión del producto total en v + p, la división en c + v + p. En su Tercera Carta Social dice, acerca de las formas de reproducción de la eco­nomía de la esclavitud: “Como el dueño habrá de cuidarse de que una parte del trabajo de los esclavos se destine a mantener en el mismo estado o a mejorar los campos, rebaños e instrumentos en la agricultura y fabricación, lo que hoy se llama “sustitución del capital” se realizará de modo que una parte del producto nacional se aplique inmediatamente a la economía sin intervención del cambio e incluso ni siquiera del valor de cambio para mantener en su estado anterior el patrimonio.”123 Y pasando a la reproducción capitalista: “Por tanto, se emplea ahora una parte del valor del producto del trabajo en mantener el estado actual del patrimonio o en “sustituir el capital”; se destina una parte de valor representada por el dinero que reciben los trabajadores como salario para su sustento y, finalmente, quedará una parte de valor en manos de los propietarios de la tierra, capital y producto del trabajo como ingreso o renta de éstos.”124
Tenemos aquí claramente formulada la división tripartita: capi­tal constante, capital variable y plusvalía; e igualmente la fórmula cada vez más clara en esta tercera carta como peculiaridad de su “nueva” teoría: “Así, pues, según esta teoría, siendo suficiente la productividad del trabajo, aquella parte del valor del producto que queda como renta, realizada la sustitución del capital, se ha distri­buido, a causa de la propiedad del suelo y del capital, entre obreros y propietarios como salario y renta”,125 etcétera. En este punto Rod­bertus ha hecho, al parecer, un franco progreso en el análisis del valor del producto total sobre la escuela clásica, pues, en efecto, más adelante critica directamente el “dogma” de Smith. Causa asombro a este respecto que los sabios admiradores de Rodbertus, los señores Wagner, Dietzel, Diehl y compañía, no hayan hecho notar la “priori­dad” de su favorito con respecto a Marx en un punto tan importante de la teoría económica. En realidad, esta prioridad es tan aparente como la de la teoría del valor. Incluso donde Rodbertus llega, al parecer, a un conocimiento verdadero, no puede sostenerse ni un ins­tante, pues inmediatamente suelta una mala interpretación o, al me­nos, una deformación. Por lo demás, se ve bien claro que Rodbertus no sabía qué hacer con la división tripartita del producto nacional, a la que había llegado a tientas, precisamente por su crítica del dogma de Smith, y dice: “Usted sabe que todos los economistas, ya desde Adam Smith, dividen el valor del producto en salario, renta de la tierra y beneficio del capital, y que, por tanto, la idea de fundar la renta de las diversas clases y, particularmente, las partes de la renta en una división del producto, no es nueva. Pero los economistas pierden en seguida el rumbo. Todos ellos (sin exceptuar siquiera la escuela de Ricardo) cometen, ante todo, la falta de no concebir como unidad al producto entero, al bien terminado, al producto nacional total del que participan obreros, propietarios y capitalistas, conside­rando la división del producto bruto como una división particular en que toman parte sólo dos copartícipes. Así, estos sistemas van al mero producto bruto y al mero producto fabricado, aislados entre sí, como bienes particulares de renta. Yerran, en segundo lugar (con excepción de Ricardo y Smith en este caso), al tomar el hecho na­tural de la colaboración imprescindible entre el trabajo y la materia, es decir, el suelo, por un hecho económico. Yerran también al tomar el hecho social de que en la división del trabajo se emplee el capital en el sentido actual de la palabra, por un hecho originario. Así fingen una relación económica fundamental, en la cual, habida cuenta de la división de la propiedad del suelo, del capital y del trabajo, se concibe también las participaciones de estos distintos propietarios de tal modo que la renta de la tierra salga de la colaboración del suelo (que el propietario territorial presta para la producción), el beneficio del capital de la colaboración del capital empleado en ella por el capi­talista y, finalmente, el salario de la colaboración del trabajo. La es­cuela de Say, que es la que más refinadamente ha tejido este error, ha elaborado incluso el concepto de un servicio productivo del suelo, del capital y del trabajo, para explicar con semejante principio produc­tivo la participación en el producto. Con esto va ligada, finalmente, en tercer lugar, la incongruencia de que, mientras el salario y las participaciones de la renta se deducen del valor del producto, a su vez el valor del producto se deduce del salario y de las participaciones de la renta, basándose así recíprocamente uno en otro. En algunos esta incongruencia se manifiesta tan claramente que se pone de relieve en dos capítulos sucesivos: “El influjo de las rentas sobre los precios de producción” y “El influjo de los precios de producción sobre la renta”.126
Tras estas excelentes observaciones críticas, la última de las cuales es particularmente aguda y, en cierto sentido, anticipa la crítica correspondiente del tomo II de El Capital de Marx, Rodbertus acepta tranquilamente el error fundamental de la escuela clásica y sus ser­vidores vulgares: el total olvido de la parte del valor del producto total necesaria para la sustitución del capital constante de la socie­dad. Esta confusión fue también la que le allanó el camino para empeñarse en una extraña crítica contra la “cuota decreciente del salario”.
El valor del producto total social en la forma de producción capi­talista se divide en tres partes, una de las cuales corresponde al valor del capital constante; la otra, a la suma de salarios, esto es, al capital variable, y la tercera, a la plusvalía total de la clase capitalista. Ahora bien, dentro de esta composición del valor, la parte que co­rresponde al capital variable se hace cada vez relativamente menor, y ello por dos razones. Primero, la relación de c con (v+p), es decir del capital constante con el nuevo valor, cambia en el interior de c+v+p, en este sentido c no deja de crecer relativamente mientras que (v+p) no deja de disminuir. Esta es una expresión sencilla de la productividad creciente del trabajo humano, que tiene validez para todas las sociedades económicamente progre­sivas con independencia de sus formas históricas, y sólo significa que el trabajo vivo está en situación de elaborar, cada vez más, medios de producción en un tiempo cada vez más breve, convirtiéndolos en objetos de uso. Como (v + p) desciende con relación al valor total del producto, desciende también v como parte del valor del producto total. Resistirse, querer contener este descenso, equivale, en otras pa­labras, a oponerse al progreso de la productividad del trabajo y sus efectos generales. Al mismo tiempo, se produce dentro de (v + p) un desplazamiento en el sentido de que v se va haciendo relativa­mente menor y p relativamente mayor, esto es, que del valor nuevo creado corresponde a los salarios una parte cada vez menor, y los capitalistas se apropian de una parte cada vez mayor como plusvalía. Esta es la expresión capitalista específica de la productividad cre­ciente del trabajo, la cual dentro de las condiciones capitalistas de producción tiene la misma validez absoluta que aquella primera ley. Pretender impedir por medios estatales que v sea cada vez menor que p, equivale a prohibir que la productividad creciente del traba­jo, que disminuye los costos de producción de todas las mercancías, se refiera también a la mercancía fundamental, fuerza de trabajo; sig­nifica querer exceptuar a esta mercancía de los efectos económicos del progreso técnico. Más aún: la “cuota decreciente del salario” no es más que otra expresión de la cuota creciente de plusvalía que representa el medio más fuerte y efectivo para contener el descenso del coeficiente de beneficio, y representa, por eso, el motivo impul­sor de la producción capitalista en general, como del progreso téc­nico dentro de esta producción. Suprimir, por consiguiente, la “cuota decreciente del salario” por medios de legislación equivale a eliminar el motivo impulsor de la economía capitalista, privarla de su prin­cipio de vida. Pero presentémonos la cosa concretamente. El capita­lista individual, la propiedad capitalista no considera el valor del producto como una suma de trabajo social necesario, y no está en situación de aceptarlo así. El capitalista lo considera como una forma derivada y exasperada por la competencia de los costos de producción. Mientras el valor del producto se divide en las partes de valor c+v+p, los costos de producción en la conciencia del capitalista se componen a la inversa de c+v+p. Y en esta forma transmutada y derivada se le aparecen: 1º, como desgaste de su capital fijo; 2º, como la suma de sus gastos de capital circulante más los de los salarios de los obreros; 3º, como la cuota media “corriente”, esto es, media de beneficio de su capital total. Ahora bien, supongamos que el capitalista sea forzado por una ley de las que elabora Rodbertus a sostener una “cuota fija de salario frente al valor total del pro­ducto”. La ocurrencia sería tan ingeniosa como si se pretendiese fijar, por una ley, que en la elaboración de todas las mercancías la materia prima no debía variar nunca de un 1/3 del precio total de las mercancías. Es evidente que la idea fundamental de Rodbertus, de la que estaba tan orgulloso y sobre la que edificaba como sobre un nuevo descubrimiento de Arquímedes, y con la que quería curar radical­mente la producción capitalista, considerada en su terreno y en todos sus aspectos, es un contrasentido patente, al que sólo se puede llegar merced a aquella confusión sobre la teoría del valor que culmina en Rodbertus en el incomparable aserto: “El producto debe tener ahora [en la sociedad capitalista] valor de cambio, como debía haber tenido valor de uso en la antigua economía.”127 ¡En la antigua sociedad había que comer pan y carne para poder vivir, pero ahora se sacia uno con saber el precio de la carne y el pan! Pero lo que con más claridad se manifiesta en la idea persistente de la “cuota de sala­rio fija” de Rodbertus, es su incapacidad para comprender la acu­mulación capitalista.
De las citas hechas hasta aquí puede ya deducirse que Rodbertus, de acuerdo con su conclusión errónea de que el fin de la producción capitalista es la elaboración de objetos de consumo para satisfacer “necesidades humanas”, tiene exclusivamente a la vista la repro­ducción simple. De aquí que hable siempre tan sólo de la “sustitución del capital” y de la necesidad de capacitar a los capitalistas para proseguir “sus explotaciones en el mismo grado que hasta aquí”. Pero su idea fundamental va directamente contra la acumulación del capital. Fijar la cuota de plusvalía, impedir su crecimiento, equivale a paralizar la acumulación del capital. De hecho, para Sismondi como para von Kirchmann, la cuestión del equilibrio entre producción y con­sumo era una cuestión de acumulación, esto es, de reproducción capi­talista ampliada, cuya posibilidad negaban los dos. Ambos derivaban de la acumulación los trastornos que se producen en el equilibrio de la reproducción. Sólo que uno recomendaba, como remedio, la ate­nuación de las fuerzas productivas en general, y el otro, su aplica­ción creciente a la producción de lujo: el consumo completo de la plusvalía. Rodbertus sigue aquí sus propios caminos. Mientras aqué­llos tratan de explicarse, con más o menos éxito, el fenómeno de la acumulación capitalista, Rodbertus lucha contra el concepto.
“Los economistas han repetido desde Smith, formulando como verdad general y absoluta, que el capital sólo surge por ahorro y acumulación.”128 Rodbertus sale ahora a batallar contra este “error” y en 60 páginas demuestra detalladamente que el capital no surge por ahorro, sino por trabajo; que el “error” de los economistas en lo referente al ahorro provenía de que creían equivocadamente que la productividad era condición del capital, y este error provenía de otro: a saber que el capital es capital.
Von Kirchmann, por su parte, comprendía muy bien qué es lo que hay detrás del “ahorro” capitalista. Muy claramente explica: “La acumulación de capital no consiste, como es sabido, en el mero amontonamiento de provisiones o en la colección de metales y dinero para tenerlos inaprovechados luego en los sótanos del propietario, sino que quien quiere ahorrar lo hace para aplicar de nuevo, con provecho, por sí mismo o por intermedio de otros, la suma aho­rrada como capital, para sacar de ella rentas. Estas rentas sólo son posibles si estos capitales se emplean en nuevas empresas capaces de rendir, por medio de sus productos, aquellos intereses indispensables. Uno construye un barco; otro edifica un granero; el de más allá cul­tiva un pastizal; el cuarto encarga una nueva máquina de hilar; el quinto compra más cuero y toma más oficiales para ampliar su taller de zapatería, etc. Sólo en esta aplicación puede reportar intereses el capital ahorrado [equivale a beneficios], lo que constituye el fin último de todo ahorro.”129 Lo que describe aquí von Kirchmann con palabras torpes, pero, en general, con exactitud, no es más que el proceso de la capitalización de la plusvalía, de la acumulación capi­talista, que constituye el sentido entero del “ahorro” propagado con certero instinto por la economía clásica “de Adam Smith”. Desde su punto de vista, es perfectamente consecuente atacando a la acumula­ción, al “ahorro”, ya que, según su concepción (igual que la de Sismondi), las crisis resultan directamente de la acumulación. Rod­bertus es, también aquí, el “más profundo”. Para desdicha suya, ha sacado de la teoría del valor de Ricardo la idea de que el trabajo es la única fuente del valor, y por tanto también del capital. Y este saber elemental le basta plenamente para deslumbrarle, no dejándole ver las relaciones complicadas de la producción del capital y de los movimientos del capital. Como el capital surge por el trabajo, la acumulación del capital, es decir, “el ahorro”, es capitalización de plusvalía.
Para desembrollar esta complicada red de errores “de los eco­nomistas desde Adam Smith” recurre, como era de esperar, a un “hombre aislado” y, en una larga vivisección de la desgraciada cria­tura, averigua todo lo que le hace falta. Así encuentra ya aquí el “capital”, es decir, el famoso “primer bastón”, con el que la eco­nomía política “desde Adam Smith” coge del árbol del conocimiento los frutos de su teoría del capital. ¿Acaso el bastón surge del “aho­rro”?, pregunta Rodbertus. Y como todo hombre normal comprende que del “ahorro” no sale ningún bastón, sino que Robinson tiene que hacerse el bastón de madera, queda también probado que la “teoría del ahorro” es completamente falsa. Sigamos: el “hombre aislado” tira con el bastón un fruto del árbol, este fruto es su “ren­ta”. “Si el capital fuese la fuente de la renta, esta relación debía manifestarse ya en este primer proceso originario y el más simple. ¿Pero cabe, sin forzar cosas y conceptos, llamar al bastón la fuente de la renta o de una parte de la renta que consiste en el fruto tirado al suelo?, ¿cabe referir esta renta en todo o en parte al bastón como a su causa, considerarla en todo o en parte como producto del bas­tón?”130 Seguramente, no; y como el fruto no es el producto “del bastón” con que ha sido arrojado al suelo, sino del árbol en que se ha criado, Rodbertus ha demostrado que todos los economistas “desde Adam Smith” se habían equivocado groseramente al afirmar que la renta provenía del capital. Una vez que se han esclarecido, dentro de la “economía” de Robinson, todos los conceptos fundamentales de la economía política, Rodbertus traslada la verdad así adquirida pri­meramente a una sociedad supuesta “sin capital ni propiedad de la tierra”, es decir, con propiedad comunista, luego a la sociedad “con capital y propiedad de la tierra”, esto es, a la sociedad actual y, lo que son las cosas, todas las leyes de la economía de Robinson se cumplen también punto por punto en estas dos formas de sociedad. Aquí formula Rodbertus una teoría del capital y de la renta en la que culmina su fantasía utópica. Como ha descubierto que en Ro­binson “el capital” está constituido sencillamente por los medios de producción, identifica también, en la economía capitalista, capital y medios de producción y una vez reducido así, con un ademán, el capital a capital constante, protesta en nombre de la justicia y de la moral de que los medios de subsistencia de los obreros, sus sala­rios, sean considerados como capital. Contra el concepto de capital variable lucha ardorosamente, pues este concepto es el culpable de todo el mal. “¡Ojalá los economistas [implora] me presten atención en este punto y examinen desapasionadamente quién tiene razón, si ellos o yo! Aquí está el núcleo de todos los errores del sistema vi­gente sobre el capital, aquí el último fundamento de la injusticia, tanto teórica como práctica, de que son víctimas las clases trabaja­doras.”131 La “justicia” pide que los “bienes reales de salario” de los trabajadores no se consideren como capital, sino que se inserten en la categoría de las rentas. Cierto que Rodbertus sabe muy bien que, para los capitalistas, una parte de los salarios “adelantados por ellos”, son una parte de su capital, exactamente lo mismo que la otra parte adelantada en medios de producción coagulados. Pero, según Rodbertus, esto se refiere únicamente al capital individual. Tan pron­to como tiene a la vista el producto total social y la producción total, declara que las categorías capitalistas de la producción son ilusión, mentira perversa e “injusticia”. “Algo completamente distinto que el capital en sí, los objetos de capital, el capital, desde el punto de vista de la nación, es el capital privado, el capital patrimonio, el capital propiedad, lo que hoy se comprende ordinariamente por “capital”.”132 Los capitalistas individuales producen en forma capitalista, pero la sociedad total produce como Robinson, esto es, como un propietario único, en forma comunista: “Que ahora el producto nacional total en todos los diversos grados de la producción, pertenezca en partes mayores o menores a personas privadas, que no pueden contarse entre los productores propiamente dichos; que los productores propia­mente dichos elaboren este producto nacional al servicio de estos pocos propietarios, sin ser copropietarios de su propio producto, no constituye diferencia alguna desde este punto de vista general y na­cional.” Ciertamente, resultan, de aquí, ciertas particularidades de la relación, incluso para la sociedad en conjunto, en primer término “el cambio” con sus intermediarios, y en segundo lugar, la desigual distribución del producto. “Pero así como estas consecuencias no impiden que, antes y después, el movimiento de la producción nacio­nal y la conformación del producto nacional sea, en general, el mismo [que bajo el régimen del comunismo], tampoco alteran desde el punto de vista nacional, en ningún sentido, la oposición anteriormente formulada entre capital y renta.” Sismondi se esforzó, como Smith y otros muchos, en desembrollar, con el sudor de su frente, los conceptos de capital y renta sacándolos de las contradicciones de la producción capitalista; Rodbertus simplifica la cosa; prescinde, dentro de la sociedad, de todas las determinaciones formales de la producción capitalista y llama “capital” a los medios de producción y “renta”, a los medios de consumo; con esto basta. “La propiedad de la tierra y del capital sólo tiene un influjo esencial con relación a los individuos que comercian. Si se considera, pues, la nación corno una unidad, desaparecen sus efectos sobre los individuos.”133 Se ve que tan pronto como Rodbertus llega al verdadero problema de la producción total capitalista y su movimiento, muestra el tímido me­nosprecio del utopista por las particularidades históricas de la pro­ducción. A él le va, como anillo al dedo, la observación que hace Marx a propósito de Proudhon, reprochándole que tan pronto como habla de la sociedad en conjunto, hace como si dejase de ser capitalista. En el ejemplo de Rodbertus se ve, por otra parte, una vez más, cuán torpemente se movía la economía política anterior a Marx, en sus esfuerzos para armonizar puntos de vista materia­les del proceso de trabajo con puntos de vista valorativos de la producción capitalista; formas de movimiento del capital individual, con las del capital total. Estos esfuerzos oscilan, de ordinario, entre dos extremos: la concepción vulgar al estilo de Say y Mac Culloch, para la que no hay más que puntos de vista del capital individual; la concepción utópica al estilo de Proudhon y Rodbertus, para la que no hay más que puntos de vista del proceso de trabajo. Sólo así se aprecia qué enorme luz arrojó Marx sobre el asunto con el esquema de la reproducción simple, donde se conciertan todos los puntos de vista en sus armonías y sus contradicciones, y donde la confusión irremediable de incontables tomos se resuelve en dos series numéricas de desconcertante sencillez.
Fácilmente se comprende que, con semejante concepción de capi­tal y renta, la apropiación capitalista resulta inexplicable. Rodbertus la declara sencillamente “robo” y la acusa ante el foro del derecho de propiedad cuya radical vulneración representa. “Pues bien, esta libertad personal (del trabajador) que jurídicamente envuelve la pro­piedad del valor y el producto del trabajo, a consecuencia de la pre­sión ejercida sobre los trabajadores por la propiedad de la tierra y del capital (que en la práctica conduce, a su vez, a la enajenación de aquella pretensión de propiedad), es como si un temor instintivo a que la historia pudiera deducir de aquí sus severos silogismos im­placables impidiese a los propietarios confesar esta grande y general injusticia.”134 “Por eso, finalmente, esta teoría [la de Rodbertus] es, en todas sus particularidades, una prueba plena de que aquellos pa­negiristas del actual régimen de propiedad, que por otra parte no pueden por menos que fundar la propiedad sobre el trabajo, se hallan en plena contradicción con su propio principio. Ella demuestra que el régimen actual de propiedad descansa justamente sobre una vio­lación general de este principio y que aquellos grandes patrimonios individuales que se acumulan hoy en la sociedad, aumentan, con cada nuevo trabajador, el latrocinio acumulado de antiguo en la socie­dad.”135 Y si de esta manera se declara como un “robo” la plusvalía, la cuota creciente de plusvalía aparece como “una grave falta en la actual organización económica nacional”. Proudhon ha tejido al me­nos la frase paradójica y brutal, pero de resonancia revolucionaria, de Brissot: la propiedad es un robo. Rodbertus demuestra que el capital es un robo a la propiedad. Compárese con esto, en el primer tomo de El Capital de Marx, el capítulo sobre la transformación de las leyes de propiedad en leyes de la apropiación capitalista que cons­tituye una obra maestra de dialéctica histórica, y se comprobará una vez más la “prioridad” de Rodbertus. En todo caso, Rodbertus, con sus declamaciones contra la apropiación capitalista, desde el punto de vista del “derecho de propiedad”, se ha cerrado la comprensión del nacimiento de la plusvalía por obra del capital, como anterior­mente, con sus declamaciones contra el “ahorro”, se había cerrado la comprensión del origen del capital procedente de la plusvalía. Así, Rodbertus pierde todos los supuestos para la comprensión de la acumulación capitalista y logra incluso quedar en este punto por debajo de von Kirchmann.
En suma, Rodbertus quiere una ampliación limitada de la pro­ducción pero sin “ahorro” alguno, es decir, sin acumulación capi­talista. Quiere un aumento ilimitado de las fuerzas productivas, y que las leyes del Estado fijen un coeficiente de plusvalía. En una palabra, muestra que no comprende en absoluto los fundamentos propiamente dichos de la producción capitalista que quiere refor­mar, ni los resultados más importantes de la economía política clá­sica, contra la cual se dirige su crítica.
Por eso, naturalmente, dice el profesor Diehl, que Rodbertus ha hecho época en la economía política teórica con su “nueva teoría de la renta” y con la distinción de las categorías lógicas e históri­cas del capital (de aquel “capital en sí” consciente en contraposi­ción al capital individual). Y por eso, naturalmente, Adolfo Wagner le llama “el Ricardo del socialismo económico”, para probar, así, de un solo golpe, su propia ignorancia con respecto a Ricardo, Rod­bertus y el socialismo. Y por su parte, Lexis encuentra que Rodber­tus es, por lo menos, igual “a su rival británico” en la fuerza del pensamiento abstracto, pero que le supera, ampliamente, en el “virtuosismo del descubrimiento de las conexiones más profundas de los fenómenos”, en la “viveza de la fantasía” y, ante todo, en su “punto de vista ético frente a la vida económica”. En cambio, lo que realmente ha hecho Rodbertus en economía teórica, aparte de su crítica de la renta de Ricardo (su distinción a veces com­pletamente clara entre plusvalía y beneficio del capital; tratar la plusvalía como un todo, distinguiéndola conscientemente de sus manifestaciones parciales; su crítica, excelente en parte, del dogma de Smith sobre la conexión de valor de las mercancías; su formu­lación precisa de la periodicidad de las crisis y el análisis de las formas en que se presentan valiosos puntos de arranque para sobrepasar en el análisis a Smith-Ricardo, que hubieron de fracasar por la confusión de los conceptos fundamentales), todo esto queda desconocido por la mayoría de los admiradores oficiales de Rod­bertus. Franz Mehring ha aludido ya a la curiosa suerte que le ha cabido a Rodbertus: la de haber sido alzado a las nubes por sus supuestos merecimientos en economía política, mientras las mis­mas gentes le trataban, por sus méritos políticos efectivos, “como a un pobre muchacho”. Pero, en nuestro caso, no se trata siquiera de la oposición entre su obra económica y política. En el campo mismo de la economía política teórica, allí donde trabajaba con el entusiasmo inútil de un utopista, sus panegiristas le han levantado un gran monumento sobre arena, mientras los modestos trozos de terreno en que había dejado algunas semillas fecundas, se han llenado de maleza y han sido dados al olvido.136
En general, no puede afirmarse que el problema de la acumu­lación haya adelantado desde la primera controversia en la discusión prusiano-pomerania. Si la doctrina de la armonía económica había caído, entre tanto, de la altura de Ricardo hasta Bastiat-Schulze, también la crítica social ha bajado de Sismondi a Rodbertus. Y si la crítica de Sismondi en el año 1819 era un acto histórico, las ideas de reforma emitidas por Rodbertus eran un lamentable retroceso ya en su primera forma y mucho más en sus posteriores repeticiones.
En la polémica entre Sismondi y Say-Ricardo, una de las partes probó la imposibilidad de la acumulación a consecuencia de las crisis y advirtió el peligro del desarrollo de las fuerzas productivas. La otra demostró la imposibilidad de las crisis y propugnó por el desarrollo ilimitado de la acumulación. Cada una de ellas era con­secuente, a su modo, no obstante lo absurdo del punto de partida. Kirchmann y Rodbertus parten ambos, no era posible de otro modo, del hecho de las crisis. Pero a pesar que en ese entonces, tras la experiencia histórica de medio siglo, las crisis, justamente por su periodicidad, habían mostrado claramente que no eran sino for­mas de movimiento de la reproducción capitalista, identificaron también plenamente el problema de la reproducción ampliada del capital total, de la acumulación, con el problema de las crisis y fueron a parar así a la vía muerta del descubrimiento de un remedio contra las crisis. Una parte ve el remedio en el consumo total de la plusvalía por los capitalistas, esto es, en la renuncia a la acumu­lación; la otra, en la fijación legal de la cuota de plusvalía, esto es, igualmente, en la renuncia a la acumulación. Aquí, la manía espe­cial de Rodbertus consiste en esperar que sin acumulación capita­lista se produzca un aumento ilimitado capitalista de las fuerzas productivas, y lo recomienda así. En una época en que el elevado grado de madurez de la producción capitalista haría pronto posible su análisis fundamental por Marx, el último intento de la economía burguesa de resolver el problema de la reproducción acababa en una utopía infantil de mal gusto.

Yüklə 1,37 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   13   14   15   16   17   18   19   20   ...   37




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©muhaz.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

gir | qeydiyyatdan keç
    Ana səhifə


yükləyin