Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5



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65 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 464.

66 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 436.

67 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 296.

68 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 296.

69 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, páginas 296-297-298.

70 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 298.

71 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 298.

72 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 299.

73 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 301.

74 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 308.

75 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 308.

76 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, páginas 308-309.

77 Max, Carlos, El Capital, FCE, México, 1972, página 311.

78 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, páginas 7, 8, 9 y 10.

79 El interesante documento se encuentra reproducido en el escrito Observations on the Injurius Consecuences of the Restrictions upon Foreign Commerce. By a Member of the late Parlament. Londres, 1820. Este escrito librecambista pinta en general con los colores más sombríos la situación de los obreros en Inglaterra. Aduce, entre otros, los siguientes hechos “... Las clases manufactureras de la Gran Bretaña han sido reducidas súbitamente de la abundancia y prosperidad a los ex­tremos de pobreza y miseria. En uno de los debates de la última sesión del Parlamento, se comprobó que los salarios de los tejedores de Glasgow y sus cercanías, que cuando estaban más altos habían ascendido a una media de 25 o 26 chelines semanales, se habían reducido a 10 chelines en 1816, y en 1819 a la negra pitanza de 5 con 6 peniques o 6 chelines. Desde entonces no han aumentado.” En Lancashire los jornales semanales de los tejedores oscilaban, según el propio testimonio, entre 6 y 12 chelines, con una jornada de 15 horas, mientras “niños medio hambrientos” trabajaban de 12 a 16 horas diarias por 2 o 3 chelines a la semana. La miseria en Yorkshire era incluso mayor en lo que cabe. Con respecto a la solicitud de los obreros de Nottingham, dice el autor que había estudiado personalmente su estado, llegando a la conclusión que las manifestaciones de los obreros no exageraban en lo más mínimo. (The Edimburgh Review, mayo, 1820, XLVI, páginas 331 y ss.)


80 Sismondi, J. C. L, Nouveaux principes d’économie politique.

81 “Al hacer esta operación, el cultivador cambiaba una parte de su renta en un capital; en efecto, éste es siempre el modo de formar un capital nuevo.” Nou­veaux principes, etc., 2ª edición página 88.


82 Vladimir Ilich, Estudios y artículos económicos, Petersburgo, 1899.

83 El artículo de la Edimburgh Review iba dirigido, en realidad, contra Owen. En 24 páginas impresas debate enérgicamente sobre los siguientes escritos: A New View of Society, or Essays on the Formation of Humen Character, Observations on the Effects of the Manufacturing System, Two Memorials on Behalf of the Working Classes, presented to the Governments of America and Europe, y, para acabar, Three Tracts and an Account of Public Proceedings relative to the Em­ployment of the Poor. El anónimo trata de hacer ver claramente a Owen que sus ideas de reforma en modo alguno aciertan con las verdaderas causas de la miseria del proletariado inglés, pues estas causas son; el tránsito al cultivo de terrenos improductivos (¡teoría ricardiana de la renta de la tierra!), los aranceles sobre los granos, y los grandes impuestos que pesan tanto sobre los colonos como sobre los fabricantes. Por consiguiente el librecambio y el laissez faire son el alfa y el omega. Si no se ponen obstáculos a la acumulación, cada aumento de la pro­ducción creará por sí solo un aumento de la demanda. Aquí se inculpa a Owen con referencias a Say y James Mill de “plena ignorancia”; “tanto en su razona­miento como en sus planes, Mr. Owen se muestra profundamente ignorante de todas las leyes que regulan la producción y distribución de la riqueza”. Y de Owen pasa también el autor a Sismondi, formulando la controversia en los siguientes términos: “... Él (Owen) cree que cuando la competencia no está obs­taculizada por normas artificiales y se permite a la industria fluir por sus canales naturales, el uso de maquinaria puede aumentar las existencias de algunos artículos de riqueza por encima de la demanda, y creando un exceso de todos los artículos, dejar sin trabajo a las clases obreras. Esta posición es para nosotros fundamentalmente falsa, y como el celebrado M. de Sismondi insiste vigorosa­mente sobre ella en sus Nouxeaux principes d’économie politique, tenemos que solicitar licencia de nuestros lectores para poner de manifiesto su falacia y de­mostrar que el poder de consumo aumenta necesariamente a medida que lo hace el poder productivo.” Edimburgh Review, octubre, 1819, página 470.

84 El título del artículo reza en el original; “Examen de cette question: le pouvoir de consommer s’accroit-il toujours dans la société avec le pouvoir de produire?” Nos ha sido imposible conseguir los Anales de Rossi, pero el artículo lo reproduce íntegro Sismondi en su segunda edición de los Nouveaux prin­cipes.

85 Ibídem, página 470.

86 Por lo demás, la feria de libros de Leipzig utilizada por Sismondi como micro­cosmos del mercado capitalista mundial celebró una gloriosa resurrección cin­cuenta y cinco años más tarde en el Sistema científico de Eugenio Dühring. Engels, en su crítica del infortunado genio universal, explica esta ocurrencia, di­ciendo que Dühring aparece en ella como “genuino literato alemán”, en cuanto que trata de aclarar crisis industriales efectivas con crisis imaginarias del mercado de libros de Leipzig, la tormenta en el mar con la tempestad en el vaso de agua; pero no sospecha que el gran pensador en este caso, como en otros muchos, por el comprobados, no ha hecho más que aprovecharse tranquilamente de lo de otro.



87 Es significativo el hecho de que Ricardo, que gozaba ya entonces del mayor prestigio por sus escritos económicos, escribiera a un amigo, cuando en 1819 se le eligió para el Parlamento: “Sabrá usted que me siento en la Cámara de los Co­munes. Temo que no serviré allí de mucho. He intentado dos veces hablar, pero lo hacía con gran azoramiento, y desespero de poder dominar alguna vez el miedo que me acomete al oír el sonido de mi voz.” Sin duda, semejantes “azoramientos” eran completamente desconocidos para el charlatán de Mac Culloch.


88 Sismondi nos cuenta a propósito de esta discusión: “Monsieur Ricardo, cuya muerte reciente ha afligido profundamente, no sólo a su familia y amigos, sino a todos los que ha ilustrado con su saber, a todos los que ha caldeado con sus nobles sentimientos, se detuvo algunos días en Ginebra el último año de su vida. Discutimos juntos, por dos o tres veces, acerca de esta cuestión fundamental sobre la que nos hallábamos en oposición. El aportó a su examen la urbanidad, la buena fe, el amor de la verdad que le distinguían, y una claridad que hubiera sorprendido a sus discípulos mismos, habituados a los esfuerzos de abstracción que exigía de ellos en el gabinete.” El artículo “Sur la balance” figura impreso en la segunda edición de los Nouveaux principes, tomo II, página 408.


89 Libro IV, capítulo IV: “La riqueza comercial sigue al aumento de la renta.”

90 Nouveaux principes, segunda edición, página 416.

91 Por tanto, cuando el señor Tugan-Baranowsky, en interés del punto de vista Say-Ricardo por él defendido, y al referirse a la controversia entre Sismondi y Ricardo, afirma que Sismondi se vio “forzado a reconocer la exactitud de la doc­trina por él combatida y a hacer a su adversario todas las concesiones necesarias”, que Sismondi “abandonó su propia teoría que ha hallado hasta ahora tantos parti­darios”, y que “el triunfo en esta controversia correspondió a Ricardo” (Estudios sobre la teoría e historia de las crisis comerciales en Inglaterra, 1901, página 176), incurre en una ligereza de juicio (llamémosla así) de la que no conocemos muchos ejemplos en obras científicas serias.

92 “El dinero no desempeña más que un oficio pasajero en este doble cambio. Terminados los cambios, se halla que se ha pagado productos con productos. Por consiguiente, cuando una nación tiene demasiados productos de una clase, el me­dio de darles salida es crear productos de otra clase.” (J. B. Say, Traité d’économie politique, París, 1803, Tomo I, página 154).

93 En realidad, tampoco le pertenecía aquí a Say más que la fijación pretenciosa y dogmática del pensamiento expresado por otros. Como hace notar Berg­mann en su Historia de las teorías de las crisis (Stuttgart, 1895), ya en Josiah Tucker (1752), Turgot (en sus notas a la edición francesa del libelo de Tucker). Quesnay, Dupont de Nemours y en otros, se encuentran manifestaciones comple­tamente análogas acerca de la identidad entre oferta y demanda, así como del equilibrio natural entre ambas. No obstante, el “lamentable” Say, como le llama Marx en una ocasión, reclama para sí, como superarmónico, la honra del gran descubrimiento de la théorie des debouchés (la teoría de los mercados) y modestamente, compara su obra con el descubrimiento de la teoría del calor, de la palanca y del plano inclinado. (Véase su introducción y su in dice de materia en la 6ª edición de su Traité, 1841: “La teoría de los cambios y de los mercados (tal como se desarrolla en esta obra) es la que transformará la política del mundo”, páginas 51 y 616.) James Mili desarrolla el mismo punto de vista en su Commerce defended, publicado en 1808. Marx le llama el verdadero padre de la teoría del equilibrio natural entre producción y venta.

94Revue Éncyclopédique, tomo XXIII, julio se 1824, página 20.

95 Revue Encyclopédique, página 121.

96 Say acusa a Sismondi, en el siguiente lance patético. de ser el enemigo mortal de la sociedad burguesa “contra la organización moderna de la sociedad, organización que, despojando al hombre que trabaja de toda propiedad, salvo la de sus brazos, no le da garantía alguna contra una competencia dirigida en su perjuicio. ¡Cómo! ¡Porque la sociedad garantiza a todo género de empre­sarios la libre disposición de sus capitales, es decir, de su propiedad, ha de des­pojar al hombre que trabaja! Lo repito; nada más peligroso que las ideas que conducen a regular el empleo de la propiedad.” Porque (dice Say) “los brazos y las facultades […] ¡son también propiedad'”.


97 Marx, al historiar la oposición contra la escuela de Ricardo y su descomposi­ción, roza sólo brevemente a Sismondi. En un pasaje dice: “Excluyo aquí a Sis­mondi de mi ojeada histórica, porque la critica de sus opiniones corresponde a una parte que sólo podré tratar después de este escrito, al movimiento real del capital (competencia y crédito).” (Teorías sobre la plusvalía, tomo III, página 52.) No obstante, algo más allá, con motivo de Malthus. Marx le dedica también a Sismondi un pasaje que en sus grandes rasgos es completo: “Sismondi tiene el sentimiento intimo de que la producción capitalista está en contradicción consigo misma; de que, por una parte, sus formas, sus relaciones de producción estimulan el desarrollo desenfrenado de la fuerza productiva y de la riqueza; de que, por otra parte, estas relaciones se hallan condicionadas; de que las contradicciones entre valor de uso y valor de cambio, mercancía y dinero, compra y venta, producción y consumo, capital y trabajo asalariado, etc., asuman proporciones tanto mayores cuanto más se desarrolla la fuerza productiva. Siente sobre todo la contradicción fundamental; de una parte, desarrollo desencadenado de la fuerza productiva y aumento de la riqueza, que, consistente en mercancías. ha de reducirse a dinero; de otra parte, como fundamento, limitación de la masa de productores a los medios de subsistencia necesarios. Por eso, para él las crisis no obedecen, como para Ricardo, al azar, sino que son el estallido esencial en gran escala y en períodos determinados, de contradicciones inmanentes. Pero Sismondi vacila constante­mente. ¿Debe el Estado encadenar las fuerzas productivas para adecuarlas a las condiciones de la producción, o bien adaptar las condiciones de la producción a las fuerzas productivas? En el aprieto, se refugia a menudo en el pasado, convir­tiéndose en laudator temporis acti, y para conjurar las contradicciones le agra­daría también regular de otro modo la renta en relación al capital o la distribu­ción en relación a la producción, sin comprender que las relaciones de distribución son sólo las de producción sub alia specie. Juzga resueltamente las contradicciones de la producción burguesa, pero no las comprende y tampoco, por tanto. el proceso de su descomposición. [¿Cómo podía comprenderlo cuando esta producción se estaba apenas formando? R. L.] Pero lo que hay en el fondo de su doctrina es, de hecho, el presentimiento de que a las fuerzas productivas desarrolladas en el seno de la sociedad capitalista deben corresponder condiciones materiales y sociales de creación de la riqueza y nuevas formas de apropiación de esta riqueza; que las formas burguesas de esa apropiación son sólo transitorias y contradictorias y que en ellas la riqueza sólo recibe una existencia antitética, y aparece siempre simultáneamente a su contrario. Es una riqueza que tiene siempre como condición la pobreza y que sólo se desarrolla usando a ésta.”

En Miseria de la Filosofía, Marx contrapone en algunos pasajes Sismondi a Proudhon. pero sólo se expresa sobre él en el breve párrafo siguiente: “Los que, como Sismondi, quieren volver a proporciones adecuadas de la producción, con­servando al mismo tiempo los fundamentos actuales de la sociedad, son reaccio­narios, pues, para ser consecuentes, deben aspirar también al retorno de todas las demás condiciones de la industria de épocas anteriores” En la Critica de la economía política se menciona dos veces brevemente a Sismondi: una de ellas se le juzga como el último clásico de la economía burguesa de Francia, parango­nándosele a Ricardo en Inglaterra; el otro pasaje destaca que Sismondi acentuó contra Ricardo el carácter social específico del trabajo que crea valor. Final­mente. en el Manifiesto Comunista, se cita a Sismondi como el jefe del socia­lismo pequeñoburgués.





98 Marx, Carlos, Teorías sobre la plusvalía, Tomo III, páginas 1-29, donde se analiza detenidamente la teoría del valor y el beneficio de Malthus.

99 Malthus, Denitions in Political Economy, 1823, página 51.

100 Malthus, Definitions in Political Economy, 1823, página 64.

101 “Supongo que temen a que se les inculpe de pensar, que la riqueza consistía en dinero. Pero si es verdad que la riqueza no consiste en dinero, también es verdad que el dinero es el agente más poderoso de distribución de la riqueza, y todos los que en un país donde la totalidad de los cambios se realizan práctica­mente con dinero, continúen tratando de explicar los principios de la demanda y la oferta y las variaciones de salarios y beneficios, refiriéndose principalmente a sombreros, zapatos, grano, vestidos, etc., tienen que fracasar necesariamente,” (Lugar citado, página 60, nota)


102 Rodbertus cita, literalmente, con gran extensión los argumentos de Kirchmann. Según manifestación del editor, no se puede encontrar un ejemplar com­pleto de las Demokratische Blätter (Hojas democráticas) con el artículo original.


103Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo III, páginas 172-174, 184.

104 Ibídem, Tomo II, páginas 104-103.

105 Ibídem, Tomo I, página 99.

106 Ibídem, Tomo I, página 175.

107 Ibídem, Tomo I, página 176.

108 Ibídem, Tomo II, página 65.

109 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo I, páginas 182-184.

110 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo II, página 72.

111 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo III, páginas 110-111.

112 Ibídem, Tomo III, página 108.

113 Ibídem, Tomo I, página 62.

114 Ibídem, Tomo III, página 108.

115 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo I, página 236. Es interesante ver cómo Rod­bertus, no obstante sus lamentaciones éticas sobre la suerte de las infelices clases trabajadoras, en la práctica se presentaba como un profeta extraordinariamente frío y realista de la política colonial capitalista en el sentido y espíritu de los actuales “pangermanistas”. “Desde este punto de vista”, escribe en una nota al pasaje citado, “puede arrojarse una rápida ojeada sobre la importancia de la apertura de Asía y principalmente de China y Japón, los mercados más ricos del mundo, así como del mantenimiento de la India bajo el dominio inglés. La cuestión social gana, así, tiempo [el tonante vengador de los explotados descubre aquí ingenuamente a los usufructuarios de la explotación el medio de conservar el mayor tiempo posible su “insensato y criminal error”, su concepción “inmoral”, su “injusticia clamorosa”], pues [esta resignación filosófica es incomparable] los tiempos presentes carecen para resolver este problema, no sólo de desinterés y seriedad moral, sino también de penetración. Es cierto que una ventaja económico-política no es un título jurídico bastante para justificar invasiones violentas. Pero, por otra parte, es insostenible la estricta aplicación del moderno derecho natural e internacional a todas las naciones de la Tierra, cualquiera que sea el grado de cultura a que pertenezcan, [¿Quién no piensa en las palabras de Dorina en el Tartufo de Moliere? “Le ciel défend, de vraie, certains contentements, mais il y a avec lui des accomodements...”] Nuestro derecho internacional es un producto de la cultura ético-cristiana; por eso, ya que todo derecho se basa en la reciprocidad, sólo puede constituir una medida para las relaciones entre naciones que perte­necen a esta misma cultura. Su aplicación más allá de estos límites es sentimen­talismo natural e internacional del que los horrores indios debieran habernos curado. La Europa cristiana debiera más bien asimilar algo del sentimiento que movió a los griegos y romanos a considerar como bárbaros a todos los otros pueblos de la Tierra. Entonces despertaría en las modernas naciones europeas aquel impulso universal que llevaba a los antiguos a difundir su cultura por el orbis terrarum. Reconquistarían Asia por medio de una acción común. A esta comunidad irían ligados los mayores progresos sociales, la sólida fundamentación de la paz europea, la reducción de los ejércitos, una colonización de Asia en el estilo de la antigua Roma; en otras palabras, una verdadera solidaridad de los intereses en todos los campos de la vida social.” El profeta de los explotados y oprimidos se convierte casi en un poeta ante la visión de la expansión colonial capitalista. Y este ímpetu poético es tanto más digno de aprecio cuanto que la “cultura ético-cristiana” se cubría justamente, en ese entonces, de gloria con hechos como la guerra del opio contra China y los “horrores chinos”, es decir, las matanzas perpetradas por los ingleses durante la sofocación sangrienta del alza­miento de los cipayos. En su Segunda Carta Social del año 1850, Rodbertus, decía, es cierto, la sociedad carecía de “la fuerza moral” para resolver la cuestión so­cial, es decir, para modificar la distribución de la riqueza, la historia “tendría que volver a blandir sobre ella el látigo de la revolución” (lugar citado, página 83). Ocho años más tarde prefiere, como buen cristiano, blandir el látigo de la política colonial ético-cristiana sobre los indígenas de esos países. Es también congruente que el “verdadero fundador del socialismo científico en Alemania” fuese asimismo un fervoroso partidario del militarismo y su frase acerca de la “reducción de los ejércitos” sólo hubo de tomarse como una licencia poética en el fragor de la elocuencia. En su Para el esclarecimiento de la cuestión social, Segunda parte, tercer cuaderno, ex­pone que “el peso de los impuestos nacionales gravita constantemente hacia aba­jo; tan pronto aumentando el precio de los bienes comprados con el salario, tan pronto haciendo presión sobre el dinero con que el salario se paga”, por lo cual, el servicio militar obligatorio, “considerado desde el punto de vista de un grava­men del Estado, no es ni siquiera un impuesto, sino que equivale a la confiscación por varios años de toda la renta”. A lo que se apresura a añadir: “Para no dar lugar a malas interpretaciones advierto que soy un partidario decisivo de nuestra constitución actual militar [esto es, de la constitución militar prusiana de la contrarrevolución] por mucho que se pueda oprimir a las clases trabajado­ras y por elevados que parezcan los sacrificios económicos que se piden en com­pensación a las clases acomodadas,” (Lugar citado Tomo III, página 34.) No, Schmock no es, decididamente, un león.



116 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo III, página 182.

117 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo III, página 231.

118 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo I, página 59.

119 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo III, Página 176.

120 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo I, páginas 53, 57.

121 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo I, página 206.

122 Dr Karl Rodbertus-Jagetzow, Schriften, Berlín, 1899, Tomo II, página 144.

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