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Sobre el GAL

WOODWORTH, PADDY, Guerra sucia, manos limpias. ETA, el GAL y la democracia española, Barcelona, Crítica, 2001-2002, 527 págs. ISBN: 84-8432-339-0.


El tema de la violencia del Estado español en Euskadi se ha visto sujeto a una falta de revisión o de admisión explícita de la misma que ha condicionado su percepción real. El libro del periodista irlandés Paddy Woodworth trata de tocarlo con esa solvencia anglosajona hacia el dato firmemente comprobado. Esta moderación de perspectiva, que no es óbice para que el autor exprese su propia opinión, resulta de agradecer.
La borrascosa transición entre el régimen franquista y el de democracia representativa del que actualmente disponemos constituye el proemio a su tema principal. Woodworth plantea el hecho indubitable de que, a fines del franquismo, se van gestando, dentro de los propios cuerpos policiales franquistas, una serie de unidades especiales de intervención tanto para hacer frente a ETA como a la militancia antifranquista. La policía colabora con militantes de extrema derecha provenientes de todos los rincones del mundo que encuentran en esta circunstancia el campo de cultivo para poner en práctica sus convicciones por medio de la violencia: “La represión ya no cumplía con su cometido. La actividad convencional de la policía no podía yugular las innumerables huelgas y manifestaciones ni los ataques de ETA en el País Vasco. En estas circunstancias, fue, al parecer, Carrero Blanco quien tomó la decisión de que eran necesarias dos cosas: unos servicios de inteligencia que coordinaran la información sobre la “subversión”, y que se erigieran en el núcleo que controlara y dirigiera la violencia “incontrolada” de la derecha, convirtiéndola así en una coherente arma de terrorismo de Estado” (p. 33). Pese a que este proceso encuentra un repliegue tras los acontecimientos de Montejurra, la falta de reforma democrática de las fuerzas policiales, y de sus modalidades de acción provenientes de la etapa franquista, sostienen el apoyo a ETA en Euskadi hasta bien entrada la transición política (p. 38).
La guerra sucia del Batallón Vasco Español (que causó al menos diez atentados mortales) y otros grupos parapoliciales cesa durante el mandato del presidente Calvo Sotelo (p. 49). Este libro es la crónica de la ocasión perdida por parte de los socialistas de reformar el entramado policial y construir unas fuerzas policiales a la altura de un verdadero Estado de Derecho europeo. Para Woodworth lo peor de todo es que, mientras en el caso de la “primera guerra sucia” existía la excusa del tránsito de un sistema de gobierno dictatorial a otro democrático (y también un mecanismo higiénico por el cual las acciones de estos grupos parapoliciales no llegaban hasta la cúpula del poder y, por tanto, no lo podían impregnar), en el caso del GAL la imbricación entre gobierno y fuerzas policiales ilegales era absoluta. Resulta sonrojante, como cuenta el autor, la necesidad que sentían los socialistas de plantear un aval de legitimidad frente a las fuerzas armadas y policiales, cuando de lo que se trataba era de lo contrario: de que estas se adaptaran al nuevo ordenamiento democrático (p. 397). No es de extrañar que el autor afirme: “en los años 80, no hubo mejor justificación que el GAL para ingresar en ETA” (p. 77). La acción conjunta de un gobierno democrático y unas fuerzas policiales no reformadas empañó gravemente el proceso de democratización del Estado y dio fuerzas a aquellos que negaban la existencia de una democracia: “El fenómeno del GAL consiguió lo que ETA pretendía pero no podía hacer ella sola: introducir un interrogante corrosivo en el éxito que, al decir de todos, fue la transición española a la democracia” (p. 396).
En este libro fundamentalmente narrativo Woodworth nos cuenta la vida cotidiana regalada de los militantes de ETA durante los primeros 80 en Euskadi Norte, la actitud ambigua del gobierno francés frente a los atentados del GAL, las justificaciones de los detenidos por el GAL en los juicios que se les hicieron, entre los cuales se contaba un viejo conocido del autor como Julian Sancristobal, la trama de mercenarios extranjeros contratada por la policía y las diversas acciones del GAL. También cuenta la inhibición, cuando no el secreto aplauso, de la mayoría de la opinión pública, de la prensa y de los creadores de opinión españoles acerca del GAL (p. 398). Afirma, asimismo, en contra de la opinión que se ha tratado de difundir al respecto, que el hecho del GAL es excepcional entre los gobiernos democráticos. Finalmente, redunda en la ayuda que se dio a ETA y la función pedagógica del GAL para toda una generación de jóvenes vascos que pudieron confirmar el diagnóstico político de esta organización acerca del sistema democrático español (p. 414).
No debemos olvidar el rostro humano de todo este desaguisado: Segundo Marey secuestrado y marcado de por vida, condenado a una muerte lenta por las secuelas; los atentados en bares atestados, donde la propia dirección parapolicial obviaba la presencia de mujeres y niños, algunos de los cuales resultaron víctimas; los huesos desenterrados de Lasa y Zabala y la descripción de una de las sesiones de tortura más sanguinarias de las que se tiene noticia; los asesinatos políticos de Santi Brouard, de Mikel Goikoetxea y de Galdeano, el asesinato del insumiso García Goena, las secuelas de todo ello en familiares y allegados.. Y, sin embargo, Woodworth concluye, “la guerra sucia fue un cáncer para la democracia española pero, al llevar a sus protagonistas ante la justicia, España ha dado una lección de práctica democrática en todo el mundo”.


Sobre Navarra

DE MIGUEL, AMANDO E IÑAKI, La sociedad navarra, entre la escisión y la esperanza, Madrid, Laocoonte-Sociedad de Estudios Navarros, 2002, 222 págs, ISBN: 84-95643-07-3.


Nadie puede negar a Navarra su carácter de sujeto particular. La historia política de la transición hacia la actual democracia representativa culminó en un ordenamiento peculiar para el viejo Reino, basado en el Amejoramiento Foral Navarro. La ordenación de fuerzas dentro de la nueva comunidad navarra es sensiblemente diferente a la que se da dentro de la Comunidad Autónoma Vasca. La preponderancia de lo que Juan Cruz Allí denomina un “navarrismo constitucional”, cuya identidad, pese a tener raíces anteriores, se fragua principalmente a partir de 1978, afecta tanto a la izquierda como a la derecha navarra, que han elegido mayoritariamente ese marco de referencia para posicionarse políticamente. La presencia del nacionalismo vasco y la hegemonía del MLNV dentro del ámbito vasco de Navarra, así como su presencia importante en otras zonas (por ejemplo Pamplona) son otras tantas peculiaridades.
El prólogo de un político e historiador navarro tan destacado como Jaime Ignacio del Burgo plantea con toda su crudeza el objetivo del trabajo. “Navarra es una sociedad económicamente próspera, socialmente integrada y políticamente escindida. Esta conclusión de Amando de Miguel ha motivado este proemio. Entre la escisión y la esperanza” (p. 20). La escisión política aludida es la que se establece entre “las dos concepciones sobre la identidad de Navarra” (p. 18), entre aquella que plantea la unicidad institucional e histórica de Navarra y la otra que propugna su adhesión a una entidad más amplia que se llama Euskal Herria.
El libro de los sociólogos Amando e Iñaki de Miguel es un intento de proponer esa dos imágenes contrapuestas de Navarra: la de una sociedad integrada, plena de bienestar, regalada por la autoconfianza que destilan sus ciudadanos respecto a la misma, con un presente y un futuro económico boyantes; y, por otro lado, la anomalía política vasquista que conjura con corroer esos pilares del bienestar mediante una disputa político-existencial respecto a la identidad navarra.
La cuestión paradójica surge cuando vemos que la propia definición de lo navarro tiene que apelar, de manera constante, a los referentes que el propio estudio rechaza: siempre hay una importante minoría (alrededor de un 20% de los encuestados) que se pone al margen de los valores dominantes de la sociedad navarra en lo que respecta al euskara y su difusión, la referencialidad positiva de lo vasco (incluyendo el Gobierno Vasco), la deseabilidad de una futura articulación con el conjunto de Euskal Herria, etc. Gracias a este estudio, sabemos que los más pesimistas respecto al futuro económico de la región “para no apuntar implícitamente el tanto de ese éxito al partido gobernante (UPN)” (p. 197), los más fumadores y bebedores, los que tienen menos práctica religiosa y los que se encuentran más en contacto con las provincias vascas o pertenecen a las zonas vascófonas, y votan a partidos nacionalistas o al MLNV, pertenecen a aquella minoría anómala que tiene sobre sus espaldas el peso de posibilitar una escisión dentro de la propia sociedad navarra.
El factor de la violencia, y su apoyo o admisión, pone colofón denigratorio a este colectivo, sin cuyas respuestas el estudio sociológico presente reflejaría una sociedad poco menos que paradisíaca. El estudio, en un alarde de sectarismo, plantea la relación, efectiva, entre ver positivamente al Gobierno Vasco y el apoyo de la Kale Borroka (p. 143), concluyendo también en que “existe un parentesco entre la justificación de una conducta incívica tan liviana como las fiestas ruidosas por la noche y la kale borroka. El 49% de las personas que consideran aceptables la kale borroka son permisivos respecto a las fiestas nocturnas ruidosas. La proporción baja al 27% para los que condenan la kale borroka”.
La especialidad de los dos sociólogos es relacionar de modo interesado temas que no tendrían que marchar necesariamente juntos. Cuando, al señalar las familias políticas navarras, crean la categoría de “críticos y despolitizados”, metiendo en la misma categoría a la izquierda navarra (los críticos) y a los “que se abstienen de votar” (p. 173), categoría que califica al 43% de la sociedad navarra. Otro ejemplo es el que nos ofrece el apartado denominado “El rechazo de la asimilación de Navarra al País Vasco”, uniendo el rechazo a la integración o articulación con la CAV y la posibilidad de que el euskera sea un idioma obligatorio para los niños: “lo fundamental es que más de la mitad de los consultados rechazan abiertamente tanto la “normalización” lingüística como la “asimilación” política” (p. 204).
El objetivo de este libro, que airea con evidente sinceridad las ideas del prologuista, es indudable: otorgar un aval a la política que actualmente lleva el gobierno de UPN en Navarra. Para ello, es necesario presentar una sociedad navarra con dos rasgos contradictorios pero complementarios: una sociedad estable y satisfecha que encuentra en la escisión política su máximo riesgo: una escisión promovida por un grupo político violento, por una comunidad política que pretende la asimilación de Navarra a otro territorio, que pretende imponer una lengua que es minoritaria y que, encima, es la más crítica con la situación actual. Que la cuestión del euskara haya sido tocado de refilón, sin dedicarle un apartado, como se hace con temas menos importantes, resulta significativo.
El estudio se afana en igualar a los nacionalistas que apoyan la violencia y los que no la apoyan –y no explora la sutil correspondencia que se da, a veces, entre votantes de UPN y de Batasuna. Digamos que el peso del MLNV en el conjunto de Navarra es proporcionalmente mayor al que tiene en la Comunidad Autónoma Vasca (es el tercer partido navarro, frente al cuarto de la CAV), es la segunda opción política más votada de Pamplona y tiene un ingrediente de alternativa de izquierda global que no posee con tanto peso en la otra comunidad. Además de que el estudio prescinde del hecho histórico de la absorción por parte del MLNV de las fuerzas de extrema izquierda surgidas a fines del franquismo, que en Navarra tuvieran tanta importancia.
Dice Del Burgo: “el riesgo de escisión viene provocado por la difusión de las ideas del nacionalismo vasco” (p. 15). Cabría también decir que el riesgo de escisión puede provenir de políticas basadas en estudios como este donde se trata de ningunear a aquello que se considera la máxima amenaza: “resulta imposible hablar de Navarra sin referirse continuamente al País Vasco” (p. 209), afirman los sociólogos. Esta es la perspectiva paradójica que permea el actual estudio: hablar constantemente de lo que se rechaza. Mencionaba el político navarro Juan Cruz Allí de la existencia, por parte de la derecha navarra de UPN, de una “actitud de rechazo a cualquier elemento o aproximación a lo vasco en general –lengua, cultura, folklore, etc.-, incluso respecto a los elementos que forman parte de la propia identidad de Navarra, como comunidad pluricultural. Es paradójico que la actitud de miedo y de defensa se pretenda justificar como una reacción defensiva de la identidad Navarra ante el riesgo de la “rápida desaparición de nuestra memoria nacional”, que resulta contradictoria en quienes no la potencian, sino que tratan de diluirla en otro proyecto nacional”. ¿No es este el escenario que se perfila tras la ruptura unilateral de UPN del consenso en una materia como la del euskara, logrado en 1986 por parte de la mayoría de los partidos navarros? ¿No son estos elementos, inexplorados por este estudio, una aportación también al peligro de una posible escisión política de la sociedad navarra?



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