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La evolución ideo-política en la República Argentina



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La evolución ideo-política en la República Argentina
Es necesario, aunque sea en carácter de cita, referirnos a la génesis y
evolución histórica de las ideas políticas en la República Argentina, así co-
mo a su evolución social, porque no puede desconocerse la influencia pre-
ponderante que ejerce este tema en la problemática que tratamos.


La geopolítica se sustenta en dos elementos fundamentales, el espacio
geográfico y la política. La idea política y su consecuente instrumentación
estratégica sobre el espacio y sus componentes, generará determinada con-
cepción geopolítica. De ahí, entonces, que no podemos intentar tratar el te-
ma sin considerar en su esencia el proceso de las ideas dentro del contexto
histórico nacional.


Son múltiples los factores que se conjugan en los inicios de la vida de
l
os pueblos rioplantenses. En principio, el carácter colonizador del español,
sus ideas su ambiente socio-económico y su religión. El otro factor, no me-
nos importante, está dado por el ambiente geográfico de América, sus habi-
tantes indígenas y su gran distancia con la metrópoli.


El conquistador se movía dentro de una tesitura espiritual, alimentado
Por una gran aventura económica, transportaba un ideologismo autoritario,
jerárquico, con un gran formalismo religioso. Conquistaba tierras y tri-
bus en nombre de Dios y la Corona, las incorporaba a su propiedad particu-


lar, según las asignaciones establecidas, y las explotaba buscando un acele-
rado beneficio.


El extenso escenario geográfico, lo indómito de las poblaciones indígenas y la lucha por la supervivencia en zonas inhóspitas; así como la inevi-
table convivencia social con la población autóctona, fue transformando las
costumbres y los modos de vida, hacia una conformación más homogénea,
aunque no totalizadora.


La irregular radicación de las corrientes colonizadoras, influyó prepon-
derantemente en la formación espiritual y social de los núcleos. Los que se
establecieron en las ciudades y pueblos, se regían por ordenanzas y leyes que
regimentaban las actividades, las costumbres y el comercio. Los disemina-
dos en la campaña, asumieron una individualidad e independencia que poco
a poco entró en conflicto con los hombres de la ciudad. Asimismo, los ca-
racteres diferenciaban claramente a los ciudadanos de Buenos Aires, de los
que habitaban en los pueblos del interior.


La ubicación geográfica de Buenos Aires, el sistema político-
económico implantado y la consiguiente diferenciación sociológica entre és-
ta y el interior, fueron factores de gran influencia que otorgaron a lo largo
de la historia la preponderancia de la capital sobre el resto del país. El pre-
dominio político-económico signó todo el proceso rioplatense, con tal fuer-
za, que hasta hoy perdura, en razón que desde entonces hasta ahora las diri-
gencias no han sabido, o no han querido, modificar el sistema establecido.


La conquista se inicia con una España en proceso evolutivo de unidad
nacional, bajo el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se
fortifica con Carlos V y Felipe II y se transforma poco a poco con la ascen-
sión al trono de los Borbones. Esta nueva dinastía trajo un cambio radical
en las ideas políticas, en el usufructo y seguridad de las colonias y en la suer-
te del imperio hispánico.


El proceso social rioplatense generó tres grupos que fueron ocupando
el espectro político y económico, a la vez que se enfrentaron dirimiendo sus
influencias y poderes. Ninguno de estos grupos era compacto, pero opera-
ban acordes a un sentimiento particular que los iba enfrentando cada vez
más. El grupo español detentaba el poder, los privilegios, las profesiones
llamadas nobles, dirigían el comercio y la propiedad de la tierra. El grupo
criollo, conformado por los hijos de españoles nacidos en América, algunos
propietarios, otros funcionarios, militares o eclesiásticos, o bien pertene-
ciendo a profesiones liberales, fueron constituyendo una posición política,
una ubicación social y un sentimiento autóctono que los diferenciaba
progresivamente de los primeros. El tercer grupo estaba conformado por el
mestizaje de españoles, indios y negros, con las diferencias que marcaba el
tipo de mixturación, ocupaba el espectro social más bajo y era la mano de
obra barata en que se sustentaba el sistema económico colonial. Poco a po-
co, pese a las diferencias culturales y socio-económicas, el segundo y tercer
grupo fueron aproximándose en función del ideal independientista. Esta


clasificación social, poseía características peculiares, según fuera de la capi-
tal o del interior, y en éste, de acuerdo a la ciudad y al campo.


El factor telúrico tuvo una influencia decisiva en la conformación polí-
tica y sociológica, así como el sistema implantado, condicionó la economía
de los pueblos.


La aparición de los pensadores del siglo XVII y del siglo XVIII, la in-
corporación de las ideas liberales y la fuerte asimilación cultural europea
por parte de las clases dirigentes de Buenos Aires, así como el reformismo
de los Borbones, fueron creando un iluminismo rioplatense, una "élite"
criolla, que comenzó a regir el pensamiento de los hombres de los pueblos
del interior. Poco a poco la "clase culta", como se la identificó, fue confor-
mándose regida por ideas libertarias, pero con sentimiento de superioridad
intelectual, independentistas aunque autoritarias, en el sentido de la prima-
cía de la capital del Virreinato. Los hombres de la campaña, o la "clase in-
culta" acuñada en la vida real, sin contacto con el conglomerado urbano,
primitivos en lo material, pero enriquecidos espiritualmente por lo telúrico,
desembarazados de jerarquías, vasallajes y connivencias con los grupos de
poder, fueron agregando al sentimiento libertario, proporcionado por su
modo de vida, su ubicación socio-económica y su número.


La imposición de la política liberal de los Borbones, fue asimilada con
gran satisfacción por los grupos criollos ilustrados, que terminaron asu-
miéndola para la concientización libertaria e institucionándola en la dirigen-
cia del país. Nació así, simultáneamente a la aspiración independentista, la
idea implícita de la creación de un sistema político liberal, que rigiera la vida
de los pueblos coloniales.


Las invasiones inglesas, por sobre consideraciones políticas —y sobre
todo económicas, cuya influencia ha sido detectada— han tenido una doble
significación de acentuada preponderancia como antecedente de los aconte-
cimientos producidos en el año 1810. En primer término, el carácter de la
defensa y reconquista significó para los criollos, ilustrados o no, una cre-
ciente noción de nacionalidad; por otra parte, elevó política y socialmente al
grupo dirigente de Buenos Aires.


El 25 de mayo de 1810 encuentra a la colonia, políticamente hablando,
con un régimen autocrático en descomposición, una dirigencia política
criolla sustentada en los principios del liberalismo ilustrado y un interior en
marcado contraste social, sólo parcialmente consciente del proceso político
que se vivía.


La historia testimonia la importancia fundamental del factor militar en
la vida del Estado Argentino.


El nacimiento de la Patria, de características complejas, evidencia con
claridad la influencia decisiva que le cupo a los militares en tan magna ges-
ta. A pesar de la conciencia y el valor de la dirigencia civil nativa, sin la pre-
sencia del militar revolucionario, lo sucedido el 25 de Mayo de 1810, podría
haberse dilatado con suertes diversas.


Durante toda la campaña independentista, así como en la lucha fratici-
da, el Ejército fue el fundamental instrumento para la Unidad Nacional
Desde la génesis, el Ejército Argentino ha recibido el mandato y la respon-
sabilidad de luchar por la heredad, en aras de ideales superiores. Esto ha
quedado demostrado por los actos en que el Ejército tuvo que actuar, tanto
en el pasado como en lo contemporáneo (guerra subversiva), donde al mar-
gen de las situaciones políticas coyunturales, siempre supo demostrar su efi-
ciencia, abnegación y valor.


El proceso argentino, también señala una deficiencia formativa en lo
que se refiere a la doctrina política del Ejército, causa por la cual en repeti-
das oportunidades, los sectores liberales cosmopolitas, ante su falencia de
poder de convocatoria, han recurrido al Ejército para neutralizar o distor-
sionar los movimientos nacionales. Cuanto menores en números y en con-
ciencia, más han persistido los grupúsculos en usar a la Institución Armada
para sus fines inconfesables, aunque conocidos.


Pero también es cierto que para el Ejército, la Patria Grande siempre
estuvo presente; que tiene plena conciencia de que la fuente de toda sobera-
nía, es el pueblo, de donde proviene el mandato, el poder legítimo y sin cuya
aprobación nada es válido en el tiempo.


El Ejército tiene perfectamente individualizados a los enemigos, reco-
noce que la lucha a lo largo de la historia siempre fue la misma, y los opo-
nentes también.


A esta altura del conocimiento nadie puede desconocer que lo táctico
deba oscurecer lo estratégico, o lo circunstancial lo político. El factor mili-
tar, parte integrante de los factores nacionales, está comprendido en la ley
de la inexorabilidad histórica.


Si la minoría ilustrada de Buenos Aires fue el motor de la Semana de
Mayo, no es menos cierto que el vasto complejo social del interior ocupó, a
partir de entonces y en forma creciente, un lugar preponderante en el proce-
so político de la Nación. Y esto es así porque desde un principio y hasta
nuestros días, el interior fue, y es, el recipientario del ser nacional, tanto por
su conformación social como por su pensamiento político, por su influencia
telúrica, como por sus ideales patrióticos.


Caracterológicamente, Mayo alumbra con una clase dirigente porteña,
consciente de su superioridad intelectual-económica y una población interior
celosa de su individualismo. La primera con sentido político hegemonista,
la segunda, con profundo acervo localista.


Estas singularidades persistirán a lo largo de la historia y signarán las
tendencias políticas argentinas. De estas realidades devendrán los unitarios
y federales, el centralismo porteño y la postura de los caudillos, la lucha in-
testina, el triunfo liberal, el modelo de país diagramado por la generación
del 80, el nacimiento del movimiento de masas y la actual encrucijada na-
cional.


A partir del 25 de Mayo el criollismo, representado por la minoría porteña

y las masas del interior, comenzará a adquirir un sentimiento de sobre-
estimación y de orgullo, una rara conciencia de sus posibilidades y de su
sentido de poder.


El grupo ilustrado de Buenos Aires, europeizado, minoritario, influ-
yente, preñado de una doctrina liberal muy peculiar, se manifestó desde el
principio pretendiendo instaurar un sistema político-económico hegemóni-
co y centralizado por el puerto capitalino.


La población del interior, mayoritaria, sin experiencia política ni
doctrina, aunque con fuerte sentimiento regionalista, se dividió en dos zo-
nas: la del litoral y la mediterránea. A los primeros, aunque geográficamen-
te más ligados a Buenos Aires, los distanciaba de ésta el problema del régi-
men económico, la aduana y las características de vida. La población medi-
terránea y andina estaba separada del porteñismo cultural y económicamen-
te. Había sido zona de influencia del Perú, en ella confluían y finalizaban
"los caminos del Inca", mantenía una cultura autóctona que repudiaba el
europeísmo de Buenos Aires y se encerraba en un profundo tradicionalis-
mo. El común denominador era que ambas zonas poseían un sentimiento
adverso, manifiesto algunas veces, latente siempre, contra la ex-capital del
Virreinato.


El grupo ilustrado proclamó un modelo de patria según sus convic-
ciones, su desarrollo económico y su cultura. El interior se encerró en su
"habitat", defendió la virginidad de sus sentimientos, su producción y su
patrimonio espiritual. La hostilidad nació casi espontánamente entre esas
dos concepciones, dos mundos, que inicialmente no se comprendieron ni su-
pieron compatibilizarse. Los porteños querían dirigir e imponer sus ideas, a
fuerza de sentirse "civilizados" y de poseer una doctrina política, amén de
ser los iniciadores del proceso libertario. Las masas del interior no acepta-
ron más ideólogos que el pragmatismo de sus caudillos y la fuerza de su lo-
calismo. Buenos Aires no conocía el interior y el interior no entendía a
Buenos Aires. Aunque unidos por el común ideal libertario, disentían
diametralmente en el sistema político a implementar. Los porteños pensa-
ban según las ideas liberales europeas, los provincianos pensaban sobre la
base de la realidad del país.


Dos concepciones políticas, dos modelos diferentes de Patria, basadas
en la realidad de unos y en la intransigencia de los otros. Ambos grupos,
productos de una formación diferente, defendieron con pasión y autentici-
dad sus convicciones. Ambos fueron honestos, ambos estuvieron equivoca-
dos, aunque la mayor responsabilidad le cabe al grupo porteño que, por ser
intelectualizado no supo asumir correctamente como clase dirigente la reali-
dad del país y comprender la situación imperante.
Esta responsabilidad se
acrecienta con la generación de la Constituyente, reviste un nivel acentuado
en el 80 y culmina en grave soberbia durante el siglo actual.


La disparidad de pensamiento en la estructuración del Estado Argentino,
crea consecuentemente divergencias en la concepción de la geopolítica


nacional. Este fenómeno perdura hasta nuestros días.

Buenos Aires se lanza, soberbia y altiva, a una imposición de sus prin-
cipios, sustentada por la validez de su doctrina y las falencias políticas del
interior. Pretende estructurar una organicidad institucional dominada y
conducida desde la Capital. Las provincias no ceden sus posiciones, los
caudillos enarbolan sus ideas federalistas y la Nación del Plata transita lar-
gos años por la violencia, el odio y la inorganicidad nacional.


Cuando los sacrificios colman el proceso, el sufrimiento y el sentimien-
to patriótico concientizan a las "élites", éstas y los caudillos intentan, poco
a poco, la elaboración de un sistema que compatibilice ambas posturas, ce-
diendo los unos y los otros. Como siempre sucede en toda tratativa, alguien
tiene que ceder más. En este caso es el federalismo, quien adhiere después de
Caseros a una Constitución liberal, que reconoce a las provincias, pero ins-
titucionaliza la hegemonía portuaria.


La lucha intestina había arraigado en las clases cultas una reacción an-
tipopular que con el tiempo adoptó dos posturas. Una reaccionaria y con-
servadora y la otra elitista y moderada.


El peligro de la disgregación nacional ayudó para que la última se en-
tendiera con los hombres ilustrados del interior e intentaran una fórmula de
conciliación. El modelo de 1853 es una fórmula necesaria, pero artificiosa
que sirvió para superar antinomias coyunturales, agotadas por la lucha
fratricida, pero también que no se ajusta a la realidad del país. Si duró tanto
tiempo en su formalidad institucional, lo ha sido por la defensa a ultranza
que los grupos dirigentes liberales han hecho de ella, a través de la organiza-
ción del Estado, de la fuerza psicológica electoral y del dominio del poder
económico nacional.


En el orden internacional, la etapa previa a la organización estuvo sig-
nada por la lucha contra los imperialismos europeos (inglés - francés - lusi-
tano) y por la segregación territorial de los pueblos del viejo Virreinato.


La etapa de la organización fue teñida por la adherencia a las influen-
cias de los imperalismos de Europa y a la intromisión lusitana en el Río de la
Plata, facilitada por los organizadores.


Entre 1860 y 1880 se organiza un país alineado al imperio inglés, colo-
nia floreciente, oligarquía poderosa y hegemonismo porteño.


El modelo del 80 ubicó a la Nación Argentina dentro del imperio britá-
nico, abastecedora de Europa y nación privilegiada de América del Sur. Es-
ta situación permitió un desarrollo condicionado selectivo, de base agraria,
estructuró el país en la dicotomía capital-interior, con rasgos más pronun-
ciados aún y otorgó ventajas a la oligarquía, asegurando su poder sobre los
resortes del Estado y la economía nacional. La centralización porteña pro-
dujo la asfixia del interior; el espíritu de Buenos Aires fue la dominación y
significó el macrocefalismo argentino. Las "élites" ilustradas de turno se
relevaban entre ellas en el gobierno, puesto que las diferencias eran sólo de
grupos, y de hombres. Del patriciado emancipador, honesto y auténtico, se


había pasado al clasisismo privilegiado, aristocratizante, antesala de la oli-
garquía del siglo XX.


El proyecto de la generación del 80 fue una realización pragmática, ma-
terialista, que cumplió con sus objetivos y sin duda hizo crecer al país, aun-


sectorialmente en el campo agropecuario y anuló las posibilidades de la
Nación para ser potencia industrial. Si la generación que sucedió a la del 80
hubiera comprendido la verdadera situación de la Argentina y hubiera apro-
vechado las ventajas que le produjo la finalización de la Primera Guerra
Mundial, para modelar la Nación acorde al panorama internacional, así co-
mo estructurando la industrialización necesaria, la situación hubiera sido
otra.


Pero no fue así y las ventajas del crecimiento logrado a caballo de los
dos siglos, sólo sirvió para robustecer a la minoría.


Durante este período la Nación Argentina no sólo cede elementos de su
soberanía, sino que además pierde territorios litigiosos, continuando su des-
membración geográfica.


Pero es también en esta etapa donde se sucede un fenómeno que hará
cambiar fundamentalmente la balanza de poder. Se inicia a fines del siglo
pasado y a principios del presente, la fuerte inmigración, preponderante-
mente europea, que se difunde en los vastos espacios, se incorpora y tiñe a
la vez con sus valores al criollo, introduce nuevas ideas, oficios y ocupa-
ciones, llena los barrios urbanos e inicia la mixturación de sangres. El
chorro humano, aluvional, poderoso, fuerte, comprimido en tiempo y espa-
cio, comienza a transformar rápidamente a la sociedad, se proyecta en el
campo político, estructura el sector industrial, empresario y obrero, y
trastoca el modelo conservador ideado e implementado a partir del año
1880.


El inmigrante traído por los hombres del 80 no funcionó en la medida
de lo esperado
porque no pobló el campo; como el régimen de la pro-
piedad rural permaneció inmutable, el "gringo" pasó a las ciudades, engro-
sando la población urbana (ver censo de 1914) y dando origen a un proleta-
riado de tipo industrial a la vez que crecían grupos con mentalidad empresa-
ria. Una incipiente industria, que crece explosivamente con la guerra de
1914 cambia la estructura social del Proyecto del 80 y la conduce lentamente
al colapso, mediante crisis sucesivas que implican una creciente politización
de las masas (1890, 1905, 1916).


La idea geopolítica del 80 es la de una Argentina europeísta indiferente
Para con sus hermanas americanas, deseosa y conciente de sacarles venta-
jas, diferenciada por su riqueza, su cultura europeizada y su floreciente ur-
be capitalina, adherida a un contexto extracontinental, poseedora del título
Primus inter pares" y del bautizado "granero del mundo". Las "élites"
Pensaron que habían tocado el cielo con las manos. Pero en política la so-
berbia se paga caro, así como toda concepción geopolítica asentada sobre
bases falsas, termina en descalabro.


Las clases dominantes comienzan a observar frente a ellas a una masa
que manifiesta una multiplicidad de problemas, un polifacetismo raro de
comprender, difusa pero existente, inorgánica pero real.


La mutación del país después del 80 es rápida; el elemento inmigratoria.
se introduce profundamente y cala hondo en la sociedad política argentina
La revolución de 1890 congrega a las masas con una nueva clase de dirigentes, que sustenta una idea política diferenciada de la oligarquía. Para ésta
última, el nuevo conglomerado se erige como un peligro a sus privilegios.
De hecho se sucede un nuevo divorcio entre las minorías y las masas, que
produce consecuencias perdurables hasta nuestros días.


El sistema institucional, estructurado por la dirigencia liberal, no pudo
aguantar la enorme presión que presentaba la nueva situación política. Resultó imperfecto e irreal para equilibrar el juego de un monopolio y la aparición de una masa que entró a la lid con creciente aspiración. La Ley Saenz
Peña resultó así un paliativo que aseguró tiempo a la "élite" que se avino a
ceder un poco ante lo inevitable. A partir de entonces, la clase dominante
fue cristalizando un carácter conservador y un estilo aristocratizante,
mientras que la masa poseía una tendencia popular, democrática, coincidente en parte con el juego liberal, pero reivindicatoría de sus derechos.


Este panorama general se mantiene hasta nuestros días, sólo han cambiado los hombres y los nombres partidarios, pero la lucha, entablada en
principio en los términos de representatividad democrática, persiste en función de la irrealidad e imperfección del sistema económico; la línea conservadora o defensora del "statu quo", persiste en su idea política tradicional y concibe a la nación según la perspectiva geopolítica del imperialismo de turno; la masa decanta un sentimiento nacional y aspira a alcanzar el control político-económico a fin de ejecutar un cambio en las actuales estructuras, desgastadas, vetustas e injustas, que aún persisten en el panorama argentino.


La conformación de la Argentina en el presente siglo, política, económica y socialmente, indica la tradicional persistencia de la línea liberal, condicionadora del futuro nacional, condicionada a su vez por la evolución del panorama internacional y nacional y jaqueada constantemente por la creciente influencia de las masas, sostenedoras de la línea nacional. Esta situación, afectada por el notorio desfasaje del sistema con la realidad argéntina, ha signado el momento histórico por una permanente inestabilidad, contradicción y frustración política. Las grandes crisis han sido paliada con respuestas aleatorias, que emparchan pero no construyen, que salvan la coyuntura pero ahondan los problemas. Los partidos políticos han entrado en grave estado deficitario, las instituciones han pretendido llenar el vacío político producido por éstos, pero al tener que regirse por las reglas de juego del sistema —que se perfila cada vez más como un persistente impostor- han entrado repetidamente en crisis, sin poder dar un rumbo cierto al proceso. Han surgido así un poder militar y un poder sindical, hasta el momento

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