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29¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas; que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mauso­leos de los justos, 30diciendo: «Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas»! 31 "Con esto atesti­guáis, en contra vuestra, que sois hijos de los que asesina­ron a los profetas. 32¡Pues colmad vosotros la medida de vuestros padres!

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I
vv. 27-28: ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas; que os parecéis a. los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre.; 28lo mismo vosotros: por fuera aparentáis ser hombres justos, pero por dentro estáis re­pletos de hipocresía y de iniquidad.

. Era costumbre encalar los sepulcros antes de Pascua, para que presentaran un aspecto agradable. Pero, a pesar de todo, su interior es repugnante. La denuncia repite la anterior, pero aña­de la idea de que ellos, los que blasonan de pureza, son causa de impureza para los que toman contacto con ellos.

vv. 29-33: ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas; que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mauso­leos de los justos, 30diciendo: «Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas»! 31 "Con esto atesti­guáis, en contra vuestra, que sois hijos de los que asesina­ron a los profetas. 32¡Pues colmad vosotros la medida de vuestros padres!

Con sus construcciones en honor de los grandes hom­bres del pasado quieren distanciarse de los que les dieron muerte, pero en realidad son sus herederos, pues sus crímenes son aún peores. Sus protestas de adhesión a los profetas y justos asesinados no son más que otra manifestación de su hipocresía. Mt pone en boca de Jesús la invectiva pronunciada por Juan Bautista contra fariseos y saduceos : son agentes de muerte, destinados a perecer.

II

Culminando la secuencia de remecedoras diatribas que Jesús lanzó en su momento contra escribas y fariseos, san Mateo recoge finalmente el gráfico apelativo de “sepulcros blanqueados” con que los motejó por la tremenda secuela de sus hipocresías, incluso criminales. La violencia de sus términos llama la atención, y es aplicable no sólo a los fariseos y escribas, sino a todos quienes conformarían después nuestras comunidades cristianas extendidas por el mundo. Jesús compara a escribas y fariseos con sepulcros blanqueados, hermosos por fuera y llenos de huesos y podredumbre por dentro. Se muestran profundamente religiosos, pero planean asesinarlo como sus antepasados hicieron con buena parte de los profetas. El cristiano no puede convertirse en simple actor de prácticas religiosas externas. Su justicia y caridad no pueden quedarse en las palabras sin afectar hasta las actividades más sencillas y domésticas del vivir cotidiano. Ser cristiano implica ser coherente no sólo en los momentos de la práctica religiosa. Ha de ser una forma de vida que impregne cada una de las actividades del creyente. Que nuestras palabras y obras broten de una profunda experiencia del Resucitado, y no de una mera confesión verbal de nuestro credo. El Señor es misericordioso con las debilidades humanas, pero no tolera la hipocresía.



Jueves 28 de agosto de 2008

Agustín de Hipona


EVANGELIO

Mateo 24, 42-51


42Por tanto, manteneos des­piertos, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor.

43Ya comprendéis que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se quedaría en vela y no lo dejaría abrir un boquete en su casa. 44Pues estad también vosotros preparados, que cuando menos lo pen­séis llegará el Hombre.

45¿Dónde está ese siervo fiel y sensato, encargado por señor de dar a su servidumbre la comida a sus horas?

46Dichoso el tal siervo si el señor, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su obligación. 47Os aseguro que le con­fiará la administración de todos sus bienes.

48Pero si el canalla del siervo, pensando que su señor tardara 49empieza a maltratar a sus compañeros y a comer y beber con los borrachos, 50el día que menos se lo espera y a la hora que no ha previsto, llegará el señor 51y cortará con él, asignándole la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

COMENTARIOS


I
vv. 42-44: Por tanto, manteneos des­piertos, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor. 43Ya comprendéis que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se quedaría en vela y no lo dejaría abrir un boquete en su casa. 44Pues estad también vosotros preparados, que cuando menos lo pen­séis llegará el Hombre.

La clave de interpretación se encuentra en el verbo «estad en vela» (42), que aparece también en el episodio de Getsemaní (26, 38.40.41). Indica la solidaridad e identificación con la muerte de Jesús, cuya angustia experimenta en el huerto. Los discípulos han de estar siempre preparados a afrontarla (v. 44). Se ve que la lle­gada del Hombre se identifica con la hora de la persecución a muerte contra los suyos. Su llegada es salvación, pues viene a reunir a sus elegidos (v. 31). La actitud en la hora de la prueba depende de la que se haya tenido en la vida, y decidirá la suerte de cada uno, según lo dicho en v. 13: «el que resista hasta el fin ése se salvara». La llegada del Hombre es la ruina de un sistema opresor: ésa es su victoria; al mismo tiempo, es la salvación para los suyos que han dado la vida en la persecución y cuya actividad, proclamando el mensaje y dando su vida, ha provocado esa caída. Ellos no pueden participar de la inconsciencia general.

Resumiendo el discurso anterior, Jesús predice la destrucción de Jerusalén y del templo. Este acontecimiento, lejos de indicar el fin, significa el principio de una nueva época, en la que se irá realizando la humanidad nueva. Sus seguidores llegarán a su plena madurez y salvación afrontando la persecución y el odio y dando la vida, sin desanimarse por la maldad del mundo ni por las defec­ciones de otros.

La época que comienza con la destrucción de Jerusalén (el rei­nado del Hombre) verá la caída sucesiva de otros sistemas opre­sores, que significarán el triunfo del Hombre. Lo mismo que la primera fue efecto de la condena de Jesús, el Mesías pacífico, y de la elección del camino de la violencia (27, 20s), así la caída de los otros sistemas será efecto de la persecución y muerte de los dis­cípulos. Su obra irá produciendo la maduración de la humanidad.

vv. 45-47: ¿Dónde está ese siervo fiel y sensato, encargado por señor de dar a su servidumbre la comida a sus horas? 46Dichoso el tal siervo si el señor, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su obligación. 47Os aseguro que le con­fiará la administración de todos sus bienes.

Advierte Jesús a los suyos de la actitud de servicio que debe regir las relaciones en la comunidad. La responsabilidad confiada por Jesús a los suyos es continua, no se limita al momento de su llegada. La actitud que se tenga en este momento será el fruto de la que se ha tenido durante la vida. La llegada se refiere, como anteriormente, al momento de la prueba y de la persecución que lleva a la muerte. Entonces será el momento del éxito o de la frus­tración definitiva («el llanto y el rechinar de dientes»). Esta pará­bola puede estar en relación con el dicho anterior: «se enfriará el amor en la mayoría» (v. 12).

vv. 48-51: Pero si el canalla del siervo, pensando que su señor tardara 49empieza a maltratar a sus compañeros y a comer y beber con los borrachos, 50el día que menos se lo espera y a la hora que no ha previsto, llegará el señor 51y cortará con él, asignándole la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

«El canalla del siervo», lit. «el mal siervo aquel». «Aquel» no se refiere a nada anterior; la frase equivale a «si el siervo en cuestión (aquel) es malo». El griego kakós significa des­de «malo/malintencionado» hasta «criminal». Dada la conducta que se describe a continuación, «malo» es demasiado débil.

II

Hoy, como cristianos, hemos de llegar a reconocer a Jesús como la fuente de la que emerge nuestra vocación y servicio a la comunidad. Jesús viene constantemente a nuestra vida de una manera muy concreta, en aquéllos más necesitados de su misericordia; y no sólo en los pobres, marginados, excluidos y enfermos, sino también en aquéllos que buscan una palabra de comprensión, de ánimo, de esperanza, ser escuchados, valorados y respetados. No creamos que esperar a Jesús es simplemente asumir una actitud de santidad para consigo mismo, encerrándose y aislándose del mundo real, que nos necesita para ser un espacio mejor de convivencia. Jesús llega a nosotros constantemente en diversidad de realidades, y hemos de estar preparados desde la oración, desde una actitud de conversos siempre abierta al cambio, desde la justicia y la misericordia, para reconocerle vivo y presente. “Estén vigilantes” es estar buscando constantemente la construcción del reino de Dios, en nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro trabajo y otras tantas realidades que hacen parte de nuestro universo cotidiano. Dios llega en lo sencillo, por medio de lo que a veces no cuenta; en lo pequeño se muestra grande, en lo sencillo se revela increíble.



Viernes 29 de agosto de 2008

Martirio de Juan Bautista – Sabina


EVANGELIO

Marcos 6, 17-29


17Porque el tal Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, debido a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado. 18Porque Juan le decía a Herodes:

-No te está permitido tener como tuya la mujer de tu hermano.

19Herodias, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería quitarle vida, pero no podía; 20porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba perplejo, pero le gustaba escucharlo.

21Llegó el día oportuno cuando Herodes, por su ani­versario, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea. 22Entró la hija de la dicha Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a sus comen­sales. El rey le dijo a la muchacha:

-Pídeme lo que quieras, que te lo daré.

23y le juró repetidas veces:

-Te daré cualquier cosa que me pidas, incluso la mi­tad de mi reino.

24Salió ella y le preguntó a su madre:

-¿Qué le pido?

La madre le contestó:

-La cabeza de Juan Bautista.

25Entró ella enseguida, a toda prisa, adonde estaba el rey, y le pidió:

-Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26E1 rey se entristeció mucho, pero, debido a los jura­mentos y a los convidados, no quiso desairaría. 27E1 rey mandó inmediatamente un verdugo, con orden de que le llevara la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, 281e llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la dio a su madre.

29A1 enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadá­ver y lo pusieron en un sepulcro.

COMENTARIOS


I

v. 17 Porque el tal Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, debido a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado.

Herodes priva a Juan de su libertad, impidiéndole continuar su acti­vidad; la medida de Herodes no hace caso de la opinión del pueblo, que veía en Juan un enviado divino. Sin embargo, aunque es Herodes quien da la orden de encarcelar a Juan, otra persona lo ha instigado a hacerlo, Herodías, mujer de su hermano Filipo, a la que Herodes había tomado por esposa.
vv. 18-19 Porque Juan le decía a Herodes: «No te está permitido tener como tuya la mujer de tu hermano». Herodías, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería quitarle la vida, pero no podía...

Juan no era parcial con los poderosos y denunció esa injusticia. La frase no te está permitido apela a la Ley, que prohibe ese matrimonio (Ex 20,17; Lv 18,16; 20,21). La más sensible a esta denuncia es Herodías, la adúltera. La denuncia de Juan desacredita ante el pueblo al poder políti­co y puede crear una fuerte opinión popular contraria a Herodes que provoque la intervención romana o que decida a Herodes a despedir a Herodías. Esta teme por su posición y su poder; Juan es una amenaza para ella.


v. 20: porque Herodes sentía temor de Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba muy indeciso, pero le gustaba escucharlo.

Herodías se propone quitar la vida a Juan, pero hay un obstáculo a su propósito, el temor que siente Herodes por Juan, al que considera un hombre justo, es decir, de conducta agradable a Dios y aprobada por él, y santo o consagrado por Dios, un profeta. Conociendo la hostilidad de Herodías, Herodes protege a Juan de sus maquinaciones y no consiente darle muerte. Es más, se siente atraído por Juan, habla familiarmente con él y lo escucha con gusto, aunque no deje de exigirle que se separe de Herodías. Cogido entre el influjo de ésta y el discurso de Juan, Herodes queda irresoluto. El peligro para Herodías es extremo; ella no respeta al profeta, es el prototipo de la impiedad.

El episodio de la muerte de Juan tiene dos lecturas paralelas. Mc lo desarrolla en un plano narrativo, pero dejando ver a través de él un segundo plano, en el que los personajes adquieren un carácter represen­tativo. Los notables judíos de Galilea han renunciado a la idea de un Mesías enviado por Dios; tienen al pueblo sometido y lo utilizan para ganarse el favor del rey ilegítimo. Son ellos los principales responsables de la muerte de Juan Bautista.

v. 21 Llegó el día oportuno cuando Herodes, por su aniversario, dio un ban­quete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea.



El día oportuno es la ocasión propicia para que Herodías cumpla su designio de matar a Juan (6,19). Todo lo que sigue está, por consiguiente, preparado por ella. El banquete de cumpleaños era para los judíos una costumbre pagana (Gn 40,20; Est 1,3). Se celebra la vida de Herodes, el poder absoluto, y con él la celebran los representantes de todos los esta­mentos del poder. Los magnates son probablemente los gobernadores de distrito, poder político asociado y dependiente del de Herodes; los oficia­les son los jefes de las cohortes, poder militar al servicio de Herodes; los notables de Galilea son los miembros de la aristocracia judía, poder econó­mico aliado con Herodes.

En el plano representativo, al adulterio público de Herodes y Herodías corresponde la infidelidad a Dios de los dirigentes judíos, llamada «adulterio» en el lenguaje de los profetas: los notables de Galilea están en el banquete de Herodes, perseguidor de Juan, reconociéndolo por rey legitimo. Estos son «los herodianos» (3,6; 8,15; 12,13). La figura de Herodías, la adúltera, representa a estos dirigentes.

vv. 22-23 Entró la hija de la dicha Herodías y danzó, gustando mucho a Hero­des y a sus comensales. El rey le dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró repetidas veces: «Te daré cualquier cosa que me pidas, incluso la mitad de mi reino».

Aparece otro personaje, la hija de Herodías, sin nombre, que se defi­ne por su madre: no tiene personalidad propia. El oficio de bailarina en un banquete era propio de esclavas y la hija de Herodías se presta a actuar como tal; danza para divertir a Herodes y a sus invitados; humi­llante adulación al poder. La muchacha está en edad de casarse. Represen­ta al pueblo sin voluntad propia y juguete en manos de los dirigentes (los paralelos con la hija de Jairo: 5,35 y 6,22: hija; 5,41.42 y 6,28: muchacha, muestran que la madre representa a la clase dirigente y la hija al pueblo sometido).

Herodes, muy complacido, se compromete solemnemente a dar un premio a la muchacha, dejándolo a su arbitrio. De aquí en adelante des­aparecen los nombres propios: Herodes es el rey; Herodías, la madre, subrayando el carácter representativo de los personajes. El rey se consi­dera dueño de todo y con poder para todo (cualquier cosa que me pidas); aunque sea la mitad de mi reino (cf. Est 5,3.6), promesa desmesurada.

v. 24: Salió ella y le preguntó a su madre: «¿Qué le pido?» La madre le con­testó: «La cabeza de Juan Bautista».

La muchacha no tiene voluntad propia; mostrando su total depen­dencia, va a preguntar a su madre, que ha urdido toda la trama. La pro­mesa se hizo a la hija, pero decide la madre, que busca sólo su propio interés: eliminar a Juan. Su adúltera participación en el poder vale más que la vida del profeta. Por medio de su hija, somete a Herodes. No quiere la mitad del reino, quiere todo el reino.

v. 25: Entró ella en seguida, a toda prisa, adonde estaba el rey, y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

Mc subraya la inmadurez de la joven: entra en seguida, a toda prisa, sin criticar ni juzgar la decisión de la madre ni considerar si era o no favora­ble para ella: es una esclava de su madre. Exige (quiero) que se cumpla su petición sin tardar (inmediatamente). El banquete de aniversario, que pre­tendía celebrar la vida, se convierte en un banquete de muerte (en una bandeja).

vv. 26-28: El rey se entristeció mucho, pero, debido a los juramentos hechos ante los convidados, no quiso desairaría. El rey mandó inmediatamente un ver­dugo, con orden de que le llevara la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, le llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la dio a su madre.

En el poder civil hay un resto de humanidad; Herodes estimaba a Juan y sabe que lo que le piden no es sólo una injusticia, sino un desprecio a Dios (6,20: «justo y santo»); pero un rey no puede quedar en mal lugar, perdería su prestigio. Por encima de lo humano están los intereses del poder. Ninguna reacción por parte de los invitados: al rey le está per­mitido todo, es dueño de la vida de sus súbditos. La joven da la cabeza a la madre, quedándose sin nada. La madre consigue su propósito, acallar definitivamente la voz del Bautista.

Se deduce que Juan no había denunciado solamente el adulterio per­sonal de Herodes, sino también el connubio entre los dirigentes judíos y el poder del tetrarca. La muerte de Juan a manos del poder civil, por ins­tigación del poder judío (Herodías), preludia la muerte de Jesús.

v. 29: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

Los discípulos de Juan entierran el cadáver: todo ha terminado, inclu­so para sus discípulos; un cadáver no tiene vida ni futuro. No habrá con­tinuación. Como los discípulos de Juan no siguen a Jesús, no pueden hacer más que dar testimonio del fin de su maestro.

El fin de Juan se narra cuando Jesús va a manifestarse como Mesías y, para eso, ya no hace falta más preparación. Los Doce, por su parte, están preparando al pueblo para un proyecto vano, pues Jesús no va a restaurar a Israel.

II

Hoy la Iglesia celebra en su liturgia la memoria del martirio de san Juan Bautista, y el evangelista san Marcos nos presenta los hechos por los cuales el rey Herodes llegó a tomar la decisión de quitarle la vida. Juan el Bautista es la figura del profeta por excelencia que abre el Nuevo Testamento con la Buena Noticia del Mesías que ya está en medio de su pueblo; y dice de sí mismo que sólo es una voz que clama en el desierto, como ya profetizara Isaías. Fiel a su ministerio como profeta, coherente en sus palabras y obras con la acción de Dios en su vida, Juan no calla ante la injusticia y el pecado de los poderosos de su momento histórico. La condena que se lanza sobre él obedece a la forma tan antigua como actual de acallar a quienes denuncian la mentira, la injusticia y el mal presentes en aquéllos que tienen el papel de dirigir, el poder de gobernar y la autoridad de llevar a cabo la justicia. El martirio de Juan el Bautista nos ha de llevar a reflexionar y cuestionarnos sobre nuestro papel profético desde nuestra realidad como cristianos.



Sábado 30 de agosto de 2008

Rosa de Lima (en Latinoamérica) - Félix


EVANGELIO

Mateo 13, 44-46


44Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél.

45Se parece también el reino de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas; 46al encontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la compró.

COMENTARIOS


I
vv. 44-46: Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél.

45Se parece también el reino de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas; 46al encontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la compró.

. Las parábolas del tesoro y de la perla contienen una misma enseñanza: que el compromiso total que exige el reino no se hace por un esfuerzo de voluntad, sino llevados por la alegría de haber descubierto un valor insospechado e incomparable. La renuncia a todo lo que se posee no es, por tanto, un acto ascético, sino espontáneo. El mensaje y la experiencia del reino relativizan todo valor hasta entonces conocido. Ambas parábolas se inspiran en el lenguaje sapiencial (cf. Prov 2,4; 3,14s; 8,18s; Job 28,18; Is 33,6).

El reinado de Dios está escondido en el mensaje y la actividad de Jesús; en ellos anuncia su cercanía; quien los comprende en­trega a ese mensaje su entera existencia, porque descubre en él el tesoro que puede enriquecer toda su vida.

Estas dos parábolas proponen de nuevo la opción por la po­breza expresada en 5,3, como lo muestra ]a frase repetida «va a vender todo lo que tiene» (vv. 44.46; cf. 19,21); el tesoro y la perla son la experiencia del amor de Dios (5,3: «ésos tienen a Dios por rey»; cf. 6,20; 19,21), que causa una profunda alegría.

II

Mateo narra las parábolas del tesoro y la perla de gran valor. El énfasis no está tanto en el valor costosísimo del tesoro o la perla, sino en la actitud de quien los compra. Es incomparable el valor del reino. Ningún bien, ninguna riqueza puede equiparársele. Todo queda relativizado ante la grandeza del reino de Dios. Probablemente nosotros no alcancemos a comprender lo que significa el reino, puesto que en nuestro medio este sistema de gobierno ya no existe tal y como existía en los tiempos de Jesús. En pocas palabras, el reino de Dios tiene que ver con el señorío; la soberanía de Dios sobre la humanidad. Una soberanía que no se edifica sobre el poder de dominio, la acumulación de riquezas o la fuerza de las armas. El reino de Dios es abundancia de vida, de amor, de paz y de justicia. Así lo han entendido los mártires y santos de todas las épocas. Así lo entendió santa Rosa de Lima, quien fue capaz de renunciar a todos los bienes con tal de adquirir la riqueza incomparable del reino. Así debemos entenderlo y vivirlo nosotros. Abramos nuestro corazón a la soberanía de Dios.


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