LOS ATAQUES CORSARIOS EN LA MAR DEL EBRO S. XVI
Jordi Gilabert Tomàs
Profesor de Historia
Durante el siglo XVI, el corso musulmán procedente del norte de África aumentó considerablemente hasta convertirse en una amenaza constante para las costas mediterráneas de la península Ibérica. Este peligro fue muy importante para el delta del Ebro que, con el puerto natural de los Alfacs muy desprotegido, era utilizado por los piratas como base logística de primer nivel. Aquí podían coger agua dulce, reparar las embarcaciones y preparar nuevos ataques por el litoral catalán y valenciano. Por esto, Cristobal Antonelli, ingeniero real encargado de la construcción de las torres de defensa de los Alfacs, informaba en el año 1580, después de haber sufrido un ataque que había destruido la torre del Aluet: “Este sitio es como estar junto a Argel y quantas vezes se dará principio, tantas lo desbaratarán porque las conviene a ellos mucho este puesto que lo llaman Cabo de Oro”. Este corso, procedente de Argel, Túnez, Trípoli, Djerba y otros núcleos menores, se nutría, desde el final del siglo XV, de los musulmanes expulsados de la Península por los Reyes Católicos tras la conquista de Granada. También acudían renegados de varios países europeos que convertirían estos pequeños estados en una clase de repúblicas multiétnicas que vivían del saqueo. Además, a partir de 1518, el estado argelino y todo el corso norte-africano quedarían bajo la protección directa del imperio otomano. Este sería un elemento muy importante en el durísimo enfrentamiento por el control del Mediterráneo entre el emperador y el sultán turco. Dicho de otra manera, entre el cristianismo y el Islam. Este enfrentamiento entre los dos imperios no solía sobrepasar la línea de Nápoles, Sicilia y Malta. En cambio, las acciones en el Mediterráneo occidental quedaban reservadas para los corsarios norte-africanos que, des de una posición mucho más próxima, y con una guerra de “segunda clase” asolaban nuestras costas y aterrorizaban a la gente del Delta. El primer ataque corsario del siglo XVI del cual tenemos noticia sucedió en 1521. Cuatro galeotes musulmanes remontaron el Ebro, sorprendieron a la gente de Amposta y capturaron a muchas personas. Empezaba un periodo muy difícil para la gente del Delta. Unos años después, en 1539, cinco naves corsarias entraban en los Alfacs y asaltaban “toda la Ribera y pesquerías de aquella haciendo muchos naufragios”. Al tener noticia del ataque, la ciudad de Tortosa movilizó 200 hombres armados y los envió hacia la bahía. Los asaltantes huyeron mar adentro, pero dos días más tarde, cuando la gente ya había vuelto a la ciudad, entraron de nuevo al puerto, bajaron a tierra y atacaron “una aldea que se dice los Ferreginals”. Sólo pudieron capturar dos o tres vecinos puesto que la mayor parte de los habitantes habían marchado a refugiarse a Ulldecona. Al año siguiente, a final de febrero de 1540, el pueblo d’Amposta padeció otro incidente muy grave con los corsarios, “...de alta mar són arribats que negú no ha pogut haver notícia dells y donant proha a terra han caminat dos llegües y són arribats a la vila de Amposta la qual han barregat, que en tota ella no han restat set o vuyt ànimes dels qui trobaren en dita vila”. Desde Tortosa se enviaron compañías de arcabuceros y ballesteros, pero su presencia no preocupó demasiado a los corsarios, que se situaron con sus naves en medio de los Alfacs y estuvieron 21 días negociando rescates. Después se marcharon llevándose 23 cautivos, no pudiendo ser recuperados por la falta de recursos económicos de sus familias, que se venderían en los mercados de esclavos del norte de África. Como consecuencia de esta agresión, en 1541 la villa de Amposta recibió una autorización para imponer tasas destinadas al levantamiento de unas murallas protectoras. La obra no se pudo realizar puesto que el lugar había padecido un grave descenso demográfico y la poca gente que quedaba estaba muy endeudada por los rescates pagados a los corsarios. Pocos años después, en 1545, la villa del Perelló pedía socorro a la ciudad de Tortosa ante los ataques de los corsarios que habían desembarcado en sus costas. Dos años más tarde, a final de 1547, el poblado de Fullola —entre el Perelló y el Delta— padeció una de las acometidas más graves del siglo XVI. En una de sus incursiones, los piratas musulmanes sorprendieron a los vecinos y consiguieron capturar muchos niños y niñas. Los parientes y amigos intentaron la recuperación de algunos de los cautivos puesto que las embarcaciones corsarias habían levantado pabellón de rescate, y su capitán, Ali Amat, había fijado la recuperación de los capturados en 1.700 coronas. Los jurados del Perelló, que no disponían de esta enorme cifra, tuvieron que pedir ayuda al Consejo de la ciudad de Tortosa. Éste acordó adelantarles el dinero argumentando que la mayoría de los cautivos eran niños con poca formación religiosa y que, en caso de llevárselos a Berbería, se produciría la “perdisió manifiesta de XXVII ànimes de deu anys en avall”. Los años siguientes la situación no mejoró nada. Así, en una carta remitida al rey Carlos I fachada en febrero de 1549, los procuradores de la ciudad de Tortosa explicaban que la mayor parte de los pueblos de la zona, en especial los más próximos a la costa, se encontraban en un grave estado de pobreza y de pérdida demográfica a causa de los continuos ataques corsarios sufridos en los últimos tres o cuatro años. En otra carta de octubre del mismo año notificaban al marqués de Aguilar, capitán general del Principat, que: “havem quatre o cinc vegades en dos mesos passats de fer eixides contra fustes de turchs que quiscun dia inquieten esta marina”. Un de estos enfrentamientos tuvo lugar en los Alfacs, dónde una galera corsaria había entrado a hacer reparaciones. Desde Tortosa se enviaron 100 arcabuceros y ballesteros que se situaron en la punta del Aluet, que era la parte más meridional del puerto. La embarcación estaba situada muy cerca de tierra, dónde había algunos moros vigilando un grupo de 22 cautivos cristianos que estaban reparando unas velas. La orden de ataque se dio de madrugada, y los corsarios que estaban en tierra tuvieron que correr a refugiarse a la galera y abandonaron los cautivos, que pudieron ser liberados. La nave no se pudo capturar y marchó hacia aguas más profundas. El balance del enfrentamiento fue de dos muertos y cinco heridos en las fuerzas tortosinas y de una quincena de víctimas entre “maltractats e morts” en el bando de los corsarios. Nuevos ataques de una extrema dureza se produjeron en 1575, mientras se estaba construyendo la torre del Àngel Custodi, en la boca principal del río. Los corsarios, procedentes de Argel, se presentaron ante el bastión al amanecer, a bordo de varios galeotes y fragatas. Los obreros y soldados se tuvieron que refugiar en la parte superior de la fortificación desde donde lucharon durante horas ” acometiendo los moros muchas vezes la escalada, y Dios fue servido que los de la guarda de ella, aunque pocos, hizieron retirada a los moros, que fueron más de dozientos, y muchos muy mal tratados, y mal heridos, y muchissimos muertos...”. Lo mismo sucedió en 1580, en el momento en qué se estaba edificando la torre del Aluet en los Alfacs, cuando tres galeras tomaron y destruyeron la edificación que sólo tenía, todavía, cuatro o cinco metros de altura. En los dos casos, el objetivo de los corsarios era impedir la construcción de defensas de gran valor estratégico por la costa del Delta. A partir de la década de los años ochenta, con la mejora del sistema defensivo del Delta mediante la edificación de las torres de los Alfacs y del Àngel Custodi, los ataques se trasladaron hacia la zona de Cap Roig. Entre estos destaca el que tuvo lugar el día 6 de octubre de 1586 cuando la gente del Perelló y de Tivissa salieron juntos a enfrentarse con los moros que habían acabado de desembarcar. Algunos de los vecinos fueron capturados y los jurados pidieron urgentemente ayuda militar a Tortosa y también “un cirurgià per sagnar alguns homens que han acampat de la pelea”. Finalmente, el último ataque del siglo XVI del cual tenemos constancia tuvo lugar también sobre el Perelló, el día 11 de septiembre de 1598. Un renegado del mismo pueblo, “Andreuet”, guió a los corsarios y el asalto acabó con la muerte de uno de ellos y la captura de una docena de vecinos. Poco después, la construcción de las torres de defensa de Cap Roig, la del Àguila y la de la Ametlla, a partir de 1599, supuso una evidente mejora en la protección de esta zona. Todo el territorio de la mar del Ebro dependía de las compañías de defensa de la ciudad de Tortosa que entraban en acción al tener aviso de algún ataque. Normalmente iban comandadas por el procurador jefe de la ciudad y, en caso de que tuvieran que formar diversas compañías, podían ir dirigidas por otros procuradores o por capitanes elegidos entre un grupo de demostrada solvencia. La importancia del reclutamiento dependía de la evaluación del peligro, pero podía oscilar entre 25 y 300 arcabuceros y ballesteros que disponían de un armamento de “trescents y tants arcabussos y ab quatrecentes y tantes ballestes”. Normalmente, ante el aviso de un ataque se hacían dos llamamientos. La primera para salir inmediatamente con un número determinado de hombres, de acuerdo con las informaciones recibidas sobre la gravedad del lance. Si estas informaciones no eran de suficiente garantía, se enviaban unos espías que tenían que traer un informe fiable de la situación antes de partir. El segundo llamamiento se hacía generalmente con el doble de hombres que la primera y restaba en reserva en el caso que fuera necesaria. Las compañías eran un excelente elemento de disuasión para evitar una agresión directa sobre Tortosa y también para conseguir que los asaltantes se marcharan deprisa, pero en absoluto impedían los ataques; eran una respuesta a posteriori, que casi siempre llegaba tarde. El tiempo que costaba a los corsarios perpetrar su ataque era más o menos el mismo que se tardaba en hacer llegar la noticia a la ciudad, formar la compañía y marchar hacia el lugar. Cuando se llegaba, los atacantes hacía ya tiempo que se habían marchado y como mínimo estaban en sus naves en medio de los Alfacs, levantando pabellón de rescate. Debemos aclarar que en este lugar se sentían completamente seguros, puesto que la fuerza naval tortosina era nula y las posibilidades de encontrarse con naves de la armada real, muy reducidas. De hecho, de las cuatro armadas de galeras que disponía la monarquía hispánica, las de España, Génova, Nápoles y Sicilia, ninguna se ocupaba de la defensa del litoral catalán. Éste estuvo desprotegido hasta que en las Cortes de 1599 se acordó la construcción de una escuadra de cuatro galeras a cargo de la Generalitat para oponerse al corso musulmán. La cuestión de la defensa era prioritaria hasta el punto que, en el supuesto de que el “clavari” de la ciudad (tesorero responsable de las finanzas) no dispusiera de lo suficiente dinero para hacer frente al gasto que generaba la movilización, el Consejo autorizaba que, excepcionalmente, se pudiera coger dinero de la mesa de cambio, hasta un máximo de 200 libras, con el compromiso de devolverlas con la mayor brevedad posible. Las remuneraciones económicas estaban perfectamente definidas y los soldados cobraban, puntualmente, cuatro sueldos diarios mientras duraba la salida. También, en el caso bien extraño que capturaran alguna nave corsaria, tenían derecho a una parte del botín. Además, en cada salida contra el moro se ponía en marcha toda la intendencia; se contrataban panaderos, se compraban arrobas de harina, algarrobas, paja para las caballerías, legumbres, vino, aceite, pescado adobado y fresco. A veces, estos suministros se preparaban con demasiada abundancia como en el año 1575, con motivo del ataque a la torre del Àngel Custodi. Se fabricó mucho más pan del que finalmente se necesitó y el Consejo de la ciudad de Tortosa acordó que se dieran tres arrobas a los frailes de Jesús y dos a los de la Trinidad. El resto se repartirían entre los “poblados de la ciudad” a razón de media pieza por casa. Por otro lado, si algunos de los defensores resultaban heridos en el enfrentamiento, el Consejo de la ciudad ofrecía una clase de asistencia social a los afectados. Así les garantizaba el sueldo mientras las heridas les impidieran trabajar y se les enviaba médicos a cargo de la ciudad que, además, informaban periódicamente a los procuradores sobre la evolución de los enfermos. En resumen, al margen de la obligatoriedad de acudir a la demanda de formación de compañía, hacía falta que se compensaran los inconvenientes personales de pérdida en el trabajo y el riesgo de todo aquel que participaba, con sueldo, mantenimiento, asistencia en caso de accidente y parte del posible botín. Si no se hubiera hecho así, pronto habría habido problemas para encontrar gente dispuesta a salir a combatir al moro. Los ataques corsarios en la costa del Ebro a lo largo del siglo XVI supusieron una amenaza continuada para aquella gente que por su dedicación profesional —salineros, pescadores, ganaderos, etc.— se movía en el ámbito del Delta. Este peligro se extendía a los viajeros que utilizaban el camino de Barcelona en el tramo entre Amposta y Cambrils. También los barcos comerciales, al llegar a esta zona, veían aumentar considerablemente las posibilidades de un ataque, dadas las particularidades de la costa y la escasa defensa marítima. Este fenómeno incidió muy negativamente sobre el crecimiento económico y demográfico de este territorio del Ebro. Especialmente sobre determinadas poblaciones como Amposta, Freginals, Ventalles, Fullola, el Perelló, etc., que estaban más expuestas a los ataques corsarios. Estos núcleos reunían determinadas condiciones que favorecían los ataques; estaban situados muy cerca de la costa y, por lo tanto, eran fáciles de sorprender y de hacer una rápida retirada. Eran poblaciones pequeñas que no podían presentar una gran resistencia hasta que no llegaran las compañías tortosinas. Además, en la mayor parte de los casos, estaban sin amurallar, lo cual todavía facilitaba más los ataques. Ante esta situación, Tortosa, una de las ciudades más importantes de la Catalunya del siglo XVI, y cabeza de la veguería, asumió la defensa del territorio de la mar del Ebro que se extiende desde Alcanar hasta la colina de Balaguer. Su actitud resuelta se explica por varios motivos, al margen de sus responsabilidades como capital del territorio. Por una lado, el Delta era una fuente de recursos muy importante para los vecinos de la ciudad: pesca, ganadería, sal, sosa y trigo eran algunas de las explotaciones que se realizaban. Y por otro lado, el mismo río y los puertos de los Alfacs y de la Ampolla eran esenciales para el comercio tortosino. Además, el control de la zona, entre el Perelló y la colina de Balaguer, era fundamental para mantener las comunicaciones con Barcelona. La pérdida de todos estos puntos suponía la incomunicación y ahogamiento de la ciudad. A esta situación hemos de añadir la cuestión humanitaria y de solidaridad que se producía cuando la gente de algún pueblo bajo la protección de la ciudad corría peligro que se llevaran cautiva a un país “de infieles” más allá del mar.
Fuentes Documentales:
-Archivo Histórico Comarcal de les Terres de l’Ebre: Correspondencia. Clavari. Rúbriques. Privilegis. Consolat i Fira. Provisions. Cartas Reales.
-Arxiu de la Corona d’Aragó: Consejo de Aragón. Generalitatd de Catalunya. Archivo General de Simancas: Sección Guerra y Marina. Secretaría de Guerra. Secretaría de Marina.
Bibliografía básica:
ALCOBERRO, A (1998): Pirates, Corsaris y torres de moros, Girona. BENASSAR, B (1989): Los cristianos de Alá, Madrid.
BRAUDEL, F (1966): La Méditerranée te le monde méditerranéen à l’èpoque de Philippe II, París.
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