Obras publicadas de ltdia cabrera



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OBRAS PUBLICADAS DE LTDIA CABRERA:

© Copyright 1979 by Lydia Cabrera All rights reserved

Library of Congress Catalog Card No.: 79-50627 I.S.B.N.: 0-89729-398-3 2da. edición, 1986



==EL MONTE (Igbo Finda/Ewe Orisha/Vititi Mfinda) ==CUENTOS NEGROS DE CUBA ==POR QUE (CUENTOS NEGROS) ==ANAGO / VOCABULARIO LUCUMI

(El Yoruba que se habla en Cuba) ==LA SOCIEDAD SECRETA ABAKUA ==REFRANES DE NEGROS VIEJOS ==OTAN IYEBIYE (LAS PIEDRAS PRECIOSAS) ==AYAPA (CUENTOS DE JICOTEA) ==ANAFORUANA(Ritual y símbolos de la iniciación

en la sociedad secreta Abakua) ==FRANCISCO Y FRANCISCA

(Chascarrillos de negros viejos) ==YEMAYA Y OCHUN (Kariocha,Iyalorichas y olorichas)

(Las diosas del agua) ==LA LAGUNA SAGRADA DE SAN JOAQUÍN ==REGLA KIMBISA DEL SANTO CRISTO DEL BUEN VIAJE ==REGLAS DE CONGO (PALO MONTE-MAYONBE) ==ITINERARIOS DEL INSOMNIO-TRINIDAD DE CUBA ==KOEKO IYAWO-APRENDE NOVICIA

(Pequeño tratado de Regla Lucumi)

==CUENTOS PARA ADULTOS NIÑOS Y RETRASADOS MENTALES ==LA ^MEDICINA POPULAR EN CUBA.

(Médicos de antaño. Curanderos de hogaño) ==SIETE CARTAS DE GABRIELA MISTRAL A LYDIA CABRERA ==VOCABULARIO CONGO (El Bantií que se habla en Cuba)

OBRAS POR LYDIA CABRERA DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN:

==VOCABÜLARIO ABAKUA



==EL CURANDERO. PALEROS Y SANTEROS.

==LOS ANIMALES EN EL FOLKLORE Y EN LA MAGIA DE CUBA

==SUPERSTICIONES Y BUENOS CONSEJOS

ALGUNAS OBRAS SOBRE LYDIA CABRERA:

==HOMENAJE A LYDIA CABRERA(estudios sobre Lydia Cabrera y otros temas afroamericanos) Reynaldo Sánchez y José. A. Madrigal, editores.

==IDAPO(sincretismo en los cuentos negros de Lydia Cabrera), Hilda Perera

==AYAPA Y OTRAS OTAN IYEBIYE DE LYDIA CABRERA (Notas y Comentarios), Josefina Inclan

A Robert Thompson, Mpangui.

CAPITULO I

LOS ESCLAVOS CONGOS EN EL SIGLO XIX CONTADOS POR SUS DESCENDIENTES

Un recorrido por la colonia

Al tratarse de las religiones africanas que arraigaron en Cuba, la atención sólo se concentra en la yoruba, pues ésta predominó sobre las de otros grupos étnicos importados por el comercio de esclavos y se impuso con tal fuerza, que hoy, de modo evidente, manteniendo sus caracteres originales, puede decirse sin exagerar, que constituye con el catolicismo y mezclado al catolicismo, la religión de la mayoría de nuestro pueblo.

En un plano secreto, poco estudiado por los que en nuestro país se han dedicado a la investigación de las culturas africanas introducidas por la trata, no son menos importantes en la actualidad, las prácticas de los numerosos grupos bantús, que desde muy atrás, desde el siglo XVI, fueron llevados a la Isla.

"Cuando yo nací había tantos congos como lucumf'1, nos aseguraban negros criollos que alcanzaron a vivir las postrimerías de la esclavitud en las haciendas y en las ciudades, y los congos que conocimos, ya escasos, nativos de Guiní2, como aquella conga de un lugar de la costa llamada Pachilanga, asombrosamente en el más claro disfrute de sus facultades mentales, que habitaba en la barriada del Cerro, en La Habana, donde murió el 1928, a los ciento quince años cumplidos; el "poeta congo" Ta Antón, de Cárdenas, que cumplido también el siglo, aún vivía el 1955, así como un veterano, "congo del Congo", con pensión del Estado y mujer joven, fallecido el 1946 en Marianao.

1

Por supuesto, no es posible saber el número exacto de lucumís que fueron a Cuba, teniendo en cuenta que el mercado —lo que no ignoran sus descen­dientes— se llenó de ellos a comienzos y mediados del siglo pasado; como tampoco el de congos, siempre presentes en la Isla, ni las procedencias regionales de ambos, sobre las que arrojan más luz los nombres de los desaparecidos Cabildos, las escrituras de fundación o disolución de los mismos —generalmente por mala administración de los fondos—, que los inventarios de ingenios, ventas, cartas de libertad y otros papeles oficiales. Mayor y más sabrosa información se obtenía de la memoria envidiable de los negros viejos que conocían sus orígenes, los nombres de las "naciones" a que pertenecían sus progenitores; unos directamente por sus padres y abuelos, otros, los más jóvenes, por tradición familiar.

"Un negro americano", nos comentaba no hace mucho en Miami un exiliado de color, "no sabe de dónde salió. Allá en Cuba, en mi pueblo, lo raro era que un negro no lo supiese". Y que al declararse de origen congo, lucumí, carabalí o arará, que eran nombres genéricos, ignorase, como he­mos comprobado en tantos casos, si su progenitor era lucumí yesa, egbado u oyó, congo loango, angola o benguela, carabalí olugo, isuamo u otamo, arará magino, kuébano o sabalú.

Lo que los viejos contaban de África, de la vida, de las costumbres, de las poblaciones, parece exacto a lo que puede leerse, sobre la Costa, en libros de viajeros contemporáneos de la trata. Recuerdo una villaclareña que al referirse al pasado nunca decía como otros, "en tiempos de Espa­ña", en tiempos de María Castaña o de la Nana Siré, sino "en los tiempos del Rey Camí". ¿Quién sería ese Rey Camí que según ella había existido en la tierra de su abuelo cuando lo trajeron a Cuba? Salakó sabía los nombres de los reyes de Dahomey. Bamboche nos hablaba, como oído a sus padres y a contemporáneos de éste, de extrañas costumbres africanas —por ejemplo: inmolar, "darle un vivo a un muerto rico" en su entierro, que como era lógico no podían continuarse en Cuba.

Cesaron los contactos con el continente, pero los hijos criollos no per­dieron la memoria de lo que habían oído y aprendido de los padres africa­nos. Digo que cesaron los contactos directos con África cuando cesó el comercio de carne humana, porque del escaso número de los que regresa­ron a su país y no volvieron a Cuba, los que allá quedaron, según se nos ha dicho, no se comunicaron más con los que dejaron en la Isla.

¡Cuántos datos interesantes podían recogerse cuando aún vivían los que podían darlos! Pero entonces era absurdo prestarle atención a esas "cosas de salvajes, de negros".

"A Abeokuta, tierra de Yemayá", nos dirá otra viejita, volvió por los años ochenta un tío suyo, tabaquero, "muy inteligente", cuando se liber-

tó. "Pero, ¡que va! a los pocos años volvió a Cuba. Ya se había acostum­brado a esto. Dijo que mejor se estaba aquí"'.

Lo que recuerda la historia de otra africana que relata el Capitán Ca-not:3 "Un viaje de cuarenta y dos días me trajo otra vez a Nuevo Sestros, acompañado por un par de mujeres que pagaron su pasaje y fueron instala­das confortablemente en la bodega. La mayor de las dos, sumamente cor­pulenta, contaría alrededor de cuarenta años; su compañera era más joven y bonita.

"Tan respetable señora, después de una ausencia de veinticuatro años volvía a su país natal, Gallinas, a visitar a su padre el rey Shiakar. A la edad de quince años la hicieron prisionera y la enviaron a La Habana. La com­pró un dulcero cubano que durante muchos años la empleó como vendedo­ra de sus pastelillos y panetelas, pregonando por la calle. Andando el tiempo, se convirtió, por sus dulces, en la vendedora predilecta de aquella ciudad y pudo comprar su libertad. Años de frugalidad y economía la hicieron propietaria de una casa en La Habana y de una huevería, cuando la casualidad puso en su camino a un pariente recién importado de África que le dio noticias de la familia de sus padres. Un cuarto de siglo no habían extinguido el amor patrio en el corazón de la negra e inmediatamente resolvió cruzar el Atlántico para ver una vez más al salvaje a quien debía la vida.

"Envié a estas mujeres emprendedoras a las Gallinas, en el primer buque que zarpó para Sestros y supe que fueron muy bien recibidas por los isleños con las ceremonias acostumbradas en tales ocasiones. Varias canoas con banderas, cuernos y tambores fueron a recibirlas junto al barco. En la orilla se formó una procesión y un novillo le fue entregado al capitán en prueba de gratitud por las atenciones que les había dispensado.

"Cuando su hermano mayor se presentó ante la huevera retirada y


extendió los brazos para estrecharla entre ellos, aquella lo esquivó, conten­
tándose con ofrecerle una mano, y le hizo saber que rechazaría toda de­
mostración de afecto hasta que su hermano no se presentase ante ella
vestido con más decencia. Aquel desaire, por supuesto, detuvo en la orilla a
toda la parentela, ya que era lamentable la escasez de pantalones en todos
los del grupo, y la ausencia de esta prenda de vestir indispensable lo que
había motivado una acogida tan poco fraternal. La hija de Shiakar, a pesar
de su viaje, no pudo instaurar la moda de los pantalones, ni reformar su
pueblo, y al cabo de una estancia de sólo diez días, dio un eterno adiós a
los suyos y volvió a La Habana, muy contrariada por los modales y cos­
tumbres de su país". -.

La misma reacción tuvieron otros africanos.

"Se largaron de aquí muy contentos y cuando llegaron allá no se sintie-

ron bien viviendo como salvajes". Baró y otros recordaban que al darse en principio por abolida la esclavitud, el año en que se promulga la ley que convierte a los esclavos en patrocinados, un Ño Antonio, apodado el Obis­po de Guinea, que vivía en la desaparecida Plaza habanera del Vapor, construida por Tacón y torpemente destruida poco antes de la toma del poder por los comunistas, intentó mediante una colecta entre las gentes de nación ya libres, llevarse a un grupo de compatriotas suyos al África, y fracasó. Ninguno aceptó la proposición.

"A mi madre también la quiso enganchar el Obispo de Guinea, que hacía una recolecta entre los africanos y los criollos del barrio de Jesús María, para llevarla a Sierra Leona. ¿Salir de Cuba? ¡No hombre, tá soñan­do!, le dijo, yo soy cubana, criolla reyoya... civilizada. ¡Como si aquello fuese Jauja! Mejor estamos en Cuba".

El caso es que al revés de lo que ocurrió en Brasil, de acuerdo con mis informantes, fueron muy pocos los negros que retornaron. Y no por desa­mor al país natal, que continuaba viviendo en ellos con fuerza tan entraña­ble que convirtieron a Cuba en tierra africana. Saibeke tiene oído que muchos, después de la liberación, volvieron a África, pero no pudieron llegar a sus pueblos, porque los ingleses -"buenas pécoras eran"- les hacían creer a los reyes que los negros que volvían de Cuba estaban muy "resabiados" y no convenían. Muchos se quedaron en Liberia. Con Ernesto el arará, un "hijo de Nana Bulukú", se marcharon como cinco y regresaron enseguida porque no pudieron desembarcar. De aquellos que se readapta­ron mejor al medio o no pudieron regresar, no se volvió a saber más. Es decir, que libres, entregados a sí mismos y dueños de sus destinos, no pensaron en volver a África.

El clima cubano les sentaba a las mil maravillas, el sol era pariente cercano de su sol africano, y adaptable, poroso a lo que tenía de amable la cultura del hombre blanco, encajaba perfectamente en un medio que, no sólo en lo físico, en lo espiritual, le era favorable, pues en la tierra de adopción, saturada por siglos de africanía, gracias a la actitud simpática de los blancos, a su tolerancia, a su indiferencia o a su curiosidad supersticio­sa, no tuvo que renunciar a lo que era para él su más preciosa herencia: su religión, ni del todo a sus tradiciones, hábitos y comidas.

No en balde hace muchos años, paseando con un africanista francés por el barrio de Pogolotti, éste me decía: "Los negros en Cuba me impresionan por su belleza y afabilidad, ¡qué contraste con los negros de aspecto desgraciado y triste que veo temblar de frío en Chicago!"

Buen clima y buen trato humano, además del cuidado que tuvieron los esclavistas en seleccionar sus negradas, explican de sobra el contraste que dondequiera ofrecían en Cuba los descendientes de africanos, de rostros

sonrientes que recorren la gama que va del chocolate espeso al café con leche o al caramelo.

Retrocediendo en el tiempo (1845), la autora sueca y abolicionista Frederika Bremer,4 después de su bien aprovechada estancia en Cuba, pudo escribirle objetivamente a su reina el resultado de sus observaciones en Estados Unidos y en Cuba: "Los negros libres de Cuba son los seres más felices del mundo. Están protegidos por las leyes del país, de aquella violencia y ataques hostiles de tribus enemigas que en su propia tierra los amenazan. Confieso a V.M., que ha sido para mí asombroso y al mismo tiempo desolador constatar que el sentido de libertad y de justicia en la legislación esclavista de los Estados Unidos estén muy por debajo de la española, y me es difícil explicarme cómo la noble disposición y el orgullo nacional del pueblo americano puede soportar y consiente que, en lo que respecta a la libertad de sus leyes, lo eclipse una nación que considera inferior en humanidad, lo cual es cierto en muchos aspectos. Los españoles de Cuba no están equivocados cuando desprecian a los americanos y les llaman bárbaros. Hay en Cuba probablemente más negros felices que blan­cos". Y había también entonces más negros que blancos...

Fue la Bremer quien llamó a la Isla "paraíso de los negros libres". Prosiguiendo sus observaciones no pierde ocasión, hospedada en aquellos días en el ingenio modelo de la época, el Ariadna, de visitar e interrogar a los negros de aquella zona.

Acompañémosla en su paseo matinal un hermoso día de marzo de hace más de un siglo. Esta viva estampa nos devuelve la honda sensación de paz de alguna mañana realmente paradisiaca, atemporal, que vivimos entre los negros en el campo matancero.

"Cada casita en el sol de la mañana parece enclavada en un paraíso terrenal. Estas finquitas con sus chozas de palma, son en su mayoría, hogares de negros libres. Hasta hoy no estaba muy segura de que lo fuesen. En un cercado a mano derecha, me atrajeron algunos árboles y frutos de un aspecto excepcional y me decidieron a hacer una visita. La entrada era lo más destartalada de este mundo, pero a la vez parecía la mejor dispuesta a dejarnos pasar. Entré y seguí un senderillo estrecho que doblaba en redondo a la izquierda, y que me condujo a un bohío techado de guano. Un poco más abajo había un bosquecillo de plátanos, un mango y un árbol de ramas flexibles llenas de frutos redondos y blancos. Cerca del bohío crecían otros árboles muy altos parecidos a las palmeras, que llamaron mi atención; eran cactus y árboles con flores. Lo que más me asombraba era la apariencia de un orden y de un cuidado que es tan raro hallar en las casas de los hijos del África; la choza estaba bien construida, y en torno a ella, los árboles habían sido plantados con un amor evidente. La puerta estaba

abierta y en el suelo ardía un fuego, indicio de que estaba habitada por un africano. El interior era espacioso y limpio. A la izquierda, un negro con un gorro de lana, vestido de un género azul, sentado en una cama baja, los codos apoyados en las rodillas y la cabeza en las manos, vuelto hacia el fuego y evidentemente medio dormido. No me vio y pude mirar a mi alrededor sin que nada me lo impidiese. Un pote de hierro encima del fuego, frente al fuego un gato color de concha de tortuga, y junto al gato un pollo blanco, sosteniéndose en una sola pata. El fuego, el pote de hierro, el gato y el pollo, todo dormitaba en la luz del sol que los bañaba. En aquel instante me miró el gato, guiñó los ojos y los fijó en el fuego. Era una naturaleza muerta tropical. Doradas mazorcas, frutas, tasajo, herra­mientas, colgaban de las paredes oscuras del bohío. Al poco rato el hombre se levantó y se volvió de espaldas para arreglar las escasas sábanas que poseía la cama. Las plegó y extendió a la par que una esterilla pequeña que le servía de alfombra; lo colocó todo a un lado cuidadosamente y volvió soñoliento a sentarse en la cama, a contemplar el fuego. Advirtió mi pre­sencia y me preguntó, ¿café?, y a manera de saludo me lanzó una mirada amistosa. No sabía yo si me invitaba a beber café con él o si me lo estaba pidiendo. El gato y el pollo parecían guluzmear el desayuno ya a punto en el fuego, y empezaron a moverse; supuse que había llegado la hora de tomarlo y dije al viejo, al gato y al pollo, Buen Dios, retorneró" (sic).

Este viejo que sorprende la Bremer en la intimidad de su bohío, es un liberto llamado Pedro, conocido en la comarca por su bondad y su honra­dez intachable. Un negro viejo como tantos que he tratadoV estimado, y que antes del 1959 aún vivían como les daba su real gana en cada pueblo, sonriendo con la misma dulzura y ofreciendo amistosamente una taza de café.

"A petición mía", continúa la Bremer, "la Señora C. (los Chartrand eran los dueños del Ariadna), me acompañó una tarde como intérprete a hacer otras visitas. Fuimos a varias casas de negros, la mayoría inferiores a la de Pedro, y cuyos dueños no se parecían a él, por ladrones y perezosos como tantos otros del Limonar. Yo les preguntaba si querían volver a África, y riendo contestaban que: ¡No!, porque se hallaban muy bien aquí. Muchos de ellos fueron robados de África pasada la niñez. Volvimos de prisa a casa dei viejo Pedro. Me había provisto de café y de algunas frases en español para cambiarlas con las personas que lo cuidan y que están con él en el bohío. El trapiche le había triturado el brazo y no quedó más remedio que amputárselo por encima del codo. Después de este accidente compró su libertad por $200 y la de su mujer por el mismo precio. Les pregunté si querían regresar a África. ¡No! ¿Qué vamos a hacer allá? ¡Aquí somos tan felices!"

Parece extraño, ¿verdad? que retornar al país donde se ha nacido no fuese lo que más anhelase un esclavo africano al obtener su libertad. Los testimonios de propios y de tantos extranjeros hostiles a España, desechan­do siempre los alegatos inaceptables de los que veían en el color de los negros "las tinieblas que anuncian las tinieblas de su alma" y defendían la trata —indefendible— como un bien para los africanos, así como las histo­rias, tan esclarecedoras algunas, trasmitidas oralmente de padres a hijos, no permiten dudar que el modo de ser de españoles y criollos, sobretodo, contribuyó muy temprano, naturalmente a suavizar la triste condición de los esclavos. La legislación española, que en todo tiempo ordenaba que se les tratase humanamente, —léase el Real Bando de Buen Gobierno de 1789—, les ofrecía protección creando funcionarios destinados a recoger las acusaciones y testimonios que presentaba el esclavo cuando era maltra­tado o se le negaba la libertad que tenía el derecho de exigir mediante el pago de una cantidad convenida. "La ley obliga al propietario a liberar a su esclavo, no solamente cuando éste reembolsa la cantidad que ha costado, sino cuando la abona en varios pagos sucesivos". (X. Marmier. Lettres sur l'Amerique.)



¿Eran respetadas estas buenas disposiciones? La pregunta se impone, y los que sistemáticamente acumulan sobre los hacendados criollos —las ha­ciendas estaban en su mayoría en manos de los cubanos—, todo tipo de atrocidades, pretenden que no, que los síndicos y los veniales tribunales de justicia, los abogados, estaban a las órdenes de los dueños de esclavos. Pero si no siempre, como es de suponer, se cumplieron esas leyes, en muchos casos conocidos funcionaron. El 1831 el esclavo Benito Creagh, le pone pleito a su amo, D. Manuel de Jesús Alemán, porque éste se resiste a extenderle su carta de libertad que ha pagado. Alemán pierde el pleito y como el esclavo guardó prisión, se condena a Don Manuel de Jesús a pagar las costas y los alimentos que el negro Benito consumió en la cárcel. En el mismo año, en enero, le fue concedida la libertad a otro esclavo que apeló al Ayuntamiento. El 18 de marzo de 1865, el gobernador, General Domin­go Dulce, remite al limo. Regente de la Real Audiencia, "a fin de que la Sala Sentenciadora informe lo que se le ofrezca y parezca en calidad de devolución la adjunta instancia que a S.M. la Reina (Q.D.G.), eleva la negra Gabriela Lincheta", documento interesante que conserva en su archivo el Comandante Marciano Gajate. Al amo cruel se le procesaba —como ocurrió con muchos negros libres dueños de esclavos, que en opinión de los mismos negros, como veremos, se caracterizaban por su crueldad-, y si los condenados desobedecían, multa de doscientos pesos. Un americano del norte, digno de crédito, Woermaftn, llegó a la conclusión que: "Con todo lo que pueda decirse de la crueldad con que los españoles tratan a los

esclavos, y lo que se cuenta es muy exagerado, éstos nos brindan en institu­ciones que protegen a los negros enfermos, un ejemplo que debía imitarse en nuestros estados del Sur". Que los esclavos de Cuba vivían mejor que los campesinos de Europa, se ha dicho muchas veces. Recuérdese el juicio deHumboldt(1825).

"En ninguna parte del mundo en que existe la esclavitud es tan frecuen­te la manumisión como en la Isla de Cuba, porque la legislación española, al contrario de la francesa y la inglesa, favorece extraordinariamente la obtención de la libertad, no haciéndola onerosa ni obstaculizando su cami­no. El derecho que asiste a todo esclavo de buscar un nuevo dueño o de comprar su libertad, si puede pagar la suma que costó, el sentimiento religioso que induce a muchas personas en buena posición a conceder por su voluntad la libertad a algunos de sus esclavos; la costumbre de retener un número de ellos de ambos sexos, para el servicio doméstico" — en algunas casas tenían hasta sesenta esclavos, como el legendario Conde Ba-rreto — "y el afecto que despertaba en ellos el intercambio familiar con los blancos; las facilidades permitidas al negro que trabajaba por su cuenta, pagando una suma estipulada a su dueño, son las causas principales que explican por qué tantos negros requieren su libertad en las ciudades.

La posición de los negros libres en Cuba es mucho mejor que en cualquier otra parte, aun entre aquellas naciones que se han jactado duran­te siglos de ser las de civilización más avanzada. Hallamos que no existen aquí esas leyes bárbaras que aún son invocadas en nuestros días, y por las cuales se les prohibe a los negros libres recibir donativos de los blancos, se les puede privar de su libertad y se autoriza a que sean vendidos en bene­ficio del Estado, si son culpables de facilitar asilo a los negros que se huyan".

Veamos las diferencias que contemporáneamente, marcan los juicios de un francés, por ejemplo, con los de muchos norteamericanos e ingleses. He aquí como se expresan dos abolicionistas. Dice el francés Arthur Morelet5, refiriéndose a la trata, que era el tema más candente con todo lo que envolvía, en la fecha en que emiten sus opiniones ambos autores: "Impre­siona al viajero leer en un periódico: Venta de esclavos. Se vende en 600 piastras una negra y su hija de cuatro años. Sana, sin tachas, buena plan­chadora, ágil y muy sumisa, dirigirse.... Se vende al precio de 400 piastras una negra de diecisiete años, parida desde hace 18 días, es muy dulce y posee conocimientos de costura. Estos artículos se encuentran metódica­mente clasificados en las ventas inmobiliarias; sigue las de animales, coches y objetos. Se experimenta una conmiseración profunda por estos seres sin nombre y sin patria que ya no pertenecen a la humanidad, que han caído en el rango de valores inmobiliarios y se cotizan en el mercado; miserables

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