El libro de la serenidad



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Un buen negocio



Aunque era un joven con una intensa motivación y gozaba de una firme determinación por hallar la paz interior, no sentía que avan­zara espiritualmente lo suficiente y se desesperaba. Era discípulo de un mentor realizado, pero a pesar de todo no lograba dar el sal­to definitivo hacia la liberación.

-Maestro -dijo sintiéndose desfallecer-, daría lo que fuera, in­cluso mi mano derecha, por obtener la paz interior anhelada tras tantos años de esfuerzos. Estoy por abandonar la búsqueda.

El maestro supo al momento que había que tomar una resolu­ción drástica. Sentía gran amor hacia el joven, pero efectivamente no avanzaba lo suficiente y el desánimo se apoderaba de él día a día. Era cierto el riesgo de que abandonara la búsqueda.

Dos días después, al atardecer, maestro y discípulo iban pa­seando. El discípulo dijo:

-Vaya dejar la búsqueda, amado mentor. Estoy estancado, deses­peradamente estancado. No puedo más.

El maestro guardó unos instantes de silencio. De repente pre­guntó:

-¿Dónde está el sol?

El discípulo, con el índice de la mano derecha, señaló al sol ana­ranjado diciendo:

-Allí, maestro.

En ese instante, el mentor, sirviéndose de una afilada navaja, cortó el dedo índice del discípulo. A continuación dio una orden atronadora:

-¿Dónde está el sol? ¡Señálalo!

El discípulo, obediente a pesar del terrible dolor, trató de se­ñalar el sol con el dedo índice, pero encontró el vacío al intentar hacerla. En ese momento obtuvo la iluminación definitiva. Se abra­zó al maestro con lágrimas en los ojos. Había comprendido.

Sonriente, el mentor dijo:

-Has hecho un buen negocio. Estabas dispuesto a dar tu mano y ha bastado con un dedo.


Comentario
Estamos tan aprisionados por los moldes ordinarios de pensa­mientos y los condicionamientos psíquicos, que no es fácil tener una visión más panorámica y abrir la mente a otras realidades o perspectivas. Nuestra percepción, con su tendencia a prejuzgar y juzgar, interpretar y reaccionar, distorsiona lo percibido, y enton­ces no hay una percepción que conduzca a la sabiduría. Es necesa­rio girar la mente, sacada de su abotargamiento y mover su petri­ficado eje. A veces tan sólo cuando la mente se enfrenta, como un acróbata, con el vacío, saca sus mejores recursos de lucidez y com­prensión, liberándose de lastres, filtros y trabas. Cuando la mente se encuentra «contra las cuerdas», desencadena a veces otro tipo de comprensión que no sigue los ordinarios procesos de deducción, sino que provoca un vislumbre o golpe de luz muy diferente a la comprensión intelectual.

Lo que es irreductible al pensamiento no puede captarse por medio del pensamiento; lo que no está sometido a las dualidades no puede percibirse mediante los ordinarios procesos mentales que se basan en los denominados opuestos (frío-calor, amargo-dulce, blanco-negro).





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