El libro de la serenidad



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EL búfalo y la pantera
Había una pantera que acechaba a un manso pero inteligente bú­falo. Estaba a la espera de hallar el momento oportuno para lan­zarse sobre el mismo y matado, para luego saciarse con su carne. El búfalo presentía que cuando cruzase por determinada vereda, la pantera iba a saltar sobre su lomo. Pero el día en que tenía que pa­sar por el arriesgado paraje, el búfalo se sumergió en una charca. Todo su cuerpo estaba cubierto de barro, que al secarse formó una densa y dura capa. Cuando pasó por la vereda, de súbito la pante­ra saltó sobre el bovino y trató de clavarle repetidas veces los dien­tes en el cuello, pero no consiguió hacerle mella alguna, porque la espesa capa de barro seco lo protegía. Entonces, el búfalo se revol­vió y lanzó al suelo al felino, tras lo cual lo pateó y dejó semicons­ciente. Pudo seguir pateándolo hasta matado, pero sus buenos sen­timientos no se lo permitieron y prefirió dejado con vida, si bien le hizo prometer que no volvería a hacer daño a ningún animal de la jungla.
Comentario
El búfalo es un animal muy hermoso. Posee una fuerza colosal y una resistencia extraordinaria. Sabe ser resistente, paciente, man­so, pero nunca es débil. Es tan manso que los cuervos y otras aves suelen descansar en sus lomos. Difícilmente se altera; siempre está plácido y sosegado, con una magnífica capacidad para disfrutar, por ejemplo, cuando se sumerge en las charcas. El búfalo es, sin duda, un vivo ejemplo de lo que es la firmeza desde la manse­dumbre. El pacífico no tiene por ello que permitir que le dañen, lo hostiguen, lo menosprecien o lo hieran. Incluso cuando uno está sosegado, es más firme y seguro, más lúcido, sabe cómo mejor pro­ceder y lo hace más sagazmente que el ofuscado por la ira, el odio o el desasosiego.

La vida tiene sus dificultades. Debemos que ejercitamos en afrontar las yeso nos ayuda a desarrollamos y poner a prueba nues­tros recursos internos y constatar si realmente estamos evolucio­nando. Pero la firmeza puede comportar, asimismo, indulgencia, y no hay por qué dejar que, al ser firmes, la mente se sature de odio, rencor o afán de venganza, que son grandes ladrones de la se­renidad.




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