El libro de la serenidad



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El enredador



Era un enredador por naturaleza. Sus aficiones eran calumniar, di­famar, censurar y criticar. Conoció a un hombre bueno, que im­partía enseñanzas místicas a los demás. Fue a escucharle una tarde y desde ese día se dedicó a desprestigiarle diciendo:

-No es que sea mala persona, no, pero carece de cualquier bri­llantez u originalidad. Al parecer, siempre repite lo mismo. Se li­mita a decir lo que tantos han dicho. Es un hombre muy medio­cre. Es un verdadero infeliz. De ése nada se puede aprender.

El maestro le hizo llegar una invitación, que el difamador acep­tó. Una vez estuvo cómodamente sentado, el mentor trajo una taza y le dio de beber al invitado. Cuando éste probó el líquido notó que tenía un sabor horrible y se le abrasaba el paladar. Resoplando, se quejó:

-Pero ¿qué maldita pócima es ésta? El mentor dijo:

-Es té.

-Pero ¿qué asquerosa clase de té? El maestro sosegadamente le explicó:

-Como tengo entendido que te gusta lo original y no las recetas repetidas, te he preparado un té especial, añadiéndole pimienta, chili y guindilla. Un té como el de siempre te hubiera resultado mediocre, ¿verdad?
Comentario
Una vez las palabras emergen de nuestros labios nos hacen sus presos. Ya no hay marcha atrás. Hemos puesto en funcionamiento una energía que puede ser muy benéfica y constructiva o muy ma­léfica y destructiva. La palabra puede inducir a error, mentir, adul­terar, difamar, calumniar, vejar, insultar, maltratar y sembrar mu­cha discordia y odio. Hay que tener mucho cuidado con la palabra. Crea tensión o distensión, desazón o sosiego, alegría o dolor. De­beríamos ser sumamente cuidadosos al hablar y hacerlo con más conciencia y precisión. La palabra puede ser suave, amistosa, tier­na, consoladora, pero también áspera, hostil, acre y desasosegante. El control sobre la lengua es necesario y viene dado en la medida en que hay mayor control sobre la mente. La palabra también se puede poner al servicio de la manipulación, la explotación, el en­gaño y la calumnia. Muchas vidas han sido malogradas o arruina­das por palabras insensatas o malévolas. Como señala el Dhamma­pada, «fácil es la vida de un sinvergüenza que, con la osadía de un cuervo, es calumniador, impertinente, arrogante e impuro».


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