El libro de la serenidad



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El médico



Era el médico más visitado de la ciudad. Atendía a miles de per­sonas al año. Un día estaba esperando a un enfermo, pero el pa­ciente tenía que asistir a un juicio y le había pedido a su hermano que fuera al médico a decide que no podía acudir a la cita. El hom­bre llegó a la consulta del doctor y nada más entrar, el galeno le dijo desde la distancia:

-Tiene usted un cólico nefrítico y le vaya recetar...

-No, doctor, yo...

-Sí, se lo veo en la cara. Veo que le duele mucho, pero no se preocupe, porque le vaya recetar un medicamento que acaba de salir y...

-Pero doctor...

-Ya verá qué pronto se aliviará, ya lo verá. Pero no deje de to­marla. Tiene usted, efectivamente, muy mal aspecto. Sí, la expre­sión de rostro y el color de tez típicos de un cólico. Tome, tome la receta. Tres píldoras por día. Ya verá cómo enseguida se repone.

-Pero, doctor -insistió el hombre-, estoy perfectamente sano. Nunca he estado enfermo en mi vida ni me ha dolido jamás nada. Venía a decide a usted que tendrá que recibir otro día a mi herma­no porque hoy no podía venir.

El médico se quedó perplejo y avergonzado. Había visto tantos enfermos que ya no sabía reconocer a los sanos.


Comentario
Pocas personas escapan del fenómeno mental que se denomina «proyección». Los códigos, esquemas, prejuicios y creencias con­dicionan y velan la visión. Hay mentes que, mientras no se sanen a sí mismas, sólo percibirán insania en los demás. La tendencia a ver el lado feo o difícil de las personas impide la visión de su ver­tiente más hermosa y prometedora. De poner tanto énfasis en el lodo, se termina por no contemplar el hermoso y resplandeciente loto que se yergue en el aire. Aprender a ver el lado bello de las per­sonas es una medicina balsámica y calmante para la propia alma.

Había una gran mujer que había hallado la liberación de la mente. jamás podía encontrar ningún defecto en los demás. ¿Por qué? Ése era el misterio para los otros, pero en realidad la causa es que a través del bello paisaje de su mente sólo podía ver la belleza en las otras criaturas.





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