El libro de la serenidad



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La taza de té



Era un gran erudito que tenía enormes conocimientos y había leí­do miles de tratados. Oyó hablar de un sabio y decidió, aunque fuera por curiosidad, ir a visitado.

-Perdone que le moleste. Tengo entendido que es usted un sa­bio. Necesitamos sabios en este mundo, sí. Yo soy un hombre cul­to, muy culto, excepcionalmente culto.

-¡Ah! -exclamó el sabio.

-Tengo títulos, distinciones, diplomas de numerosas universi­dades... He leído a los filósofos de todas las épocas; conozco todas las vías de la metafísica. Leo en varios idiomas, cotejo textos anti­guos, tomo innumerables notas...

-¡Ah! -volvió a exclamar el sabio.

-Como tengo una memoria prodigiosa -añadió el erudito-, re­cuerdo las fechas de nacimiento y muerte de los grandes filósofos, pensadores, poetas, inventores...

-Si me lo permite -dijo el sabio- vaya preparar una taza de té. El sabio volvió unos instantes después. Traía la tetera y dos ta­zas, una de las cuales colocó ante el invitado.

-He estudiado infinidad de doctrinas, religiones, métodos de autoconocimiento... Dispongo de una biblioteca fabulosa. Es raro el libro que no haya leído dos o tres veces.

-¡Ah!

El sabio comenzó a verter el té en la taza del visitante. Cuando el líquido llegó al borde de la taza, siguió echando más y más té, que se desparramó por toda la mesa.



-Pero ¿no ve lo que está haciendo, torpe? -preguntó visible­mente irritado el visitante-. La taza está llena y ya no puede con­tener más té.

Y el sabio repuso:

-Tú estás lleno de conceptos, opiniones, creencias, saberes li­brescos y erudición, y en ti no puede entrar ninguna sabiduría.
Comentario
La erudición no es sabiduría; el saber libresco no es conoci­miento que transforma y libera. La erudición es acumulación de datos e información, pero no procura una experiencia interior de paz profunda y autoconocimiento. Todos nos podemos pasar los unos a los otros estos datos. Tú me pasas tu información y yo te paso la mía. Pero tú no me puedes pasar tu sabiduría ni yo te pue­do pasar la mía, porque la sabiduría es personal e intransferible. El mundo está lleno de personas con grandes conocimientos que son irritables, o están atormentadas, o generan relaciones destructivas y conflictivas, o no pueden liberarse de sus emociones venenosas.

La erudición y la cultura se adquieren, vienen de afuera, pero la sabiduría hay que desarrollada y actualizada dentro de uno mismo. Es una lámpara para iluminar la senda de la vida. La sabiduría aporta equilibrio y armonía; nos permite saber cuándo injerir en el curso de los acontecimientos o cuándo abstenernos de hacerlo; procura confianza en uno mismo pero desde la humildad y no des­de la arrogancia; nos previene para que no nos precipitemos en la exaltación desmedida o el insuperable abatimiento (estabilizando el ánimo); nos ayuda a encontrar nuestro propio eje y a evitar el te­dio, los auto engaños y justificaciones; nos hace conscientes de nuestras limitaciones como seres humanos, sin atolondrarnos con falaces expectativas; mejora la relación con los demás y considera como lo más bello e importante la bondad y la amistad; nos ense­ña a navegar en el océano de la vida cotidiana y en el de nuestro universo interior; invita a una vida sencilla, sin artificios, natural y placentera, sin desear lo inalcanzable y gozando de lo que es posi­ble alcanzar, sin preocuparse de si nos elogian o insultan, libre siempre de envidia y celos, sin afán de acumular más de lo necesa­rio, valorando cada minuto de la vida para no despilfarrar innece­sariamente el tiempo; coopera para poder discernir entre lo esen­cial y lo superfluo, lo real y lo banal; abre el corazón y deja que fluya libremente el néctar de la compasión, pudiendo identificar­nos con el sufrimiento de otras criaturas y tratando de colaborar en su bienestar; nos ayuda a estar más autovigilantes y ocupamos me­jor de nosotros mismos y de los demás; es la luz del noble arte de vivir y nos otorga un saludable dominio sobre la mente, la palabra y los actos; resuelve conflictos y discordias; previene contra el ago­bio y la desesperación; convierte la soledad en fecunda y valora el autoconocimiento. Enseña a estar bien en soledad y en multitud; nos hace más veraces y próximos a los otros seres sintientes; pro­porciona sagacidad, renovado entusiasmo, sentido del humor, áni­mo apaciguado; presta vitalidad; ayuda a vivir y a morir. La sabi­duría es sosiego; el sosiego conlleva sabiduría. La sabiduría nos ayuda a percibir y conocer lo que no puede ser percibido ni cono­cido por la erudición.




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