Fisiología del Alma



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Pregunta: ¿Cómo se producen las úlceras gástricas o duode­nales, que en la actualidad se multiplican epidémicamente bajo esa acción del psiquismo alterado?

Ramatís: Toda preocupación, descontrol emotivo o inquie­tud mental, cuando son muy frecuentes, terminan por causar irritación en la mucosa del estómago, la inflamación o la estrechez del duodeno. Bajo una carga emotiva constante y opresora, el segmento muy sensible del intestino delgado, que es el duodeno, se ve obligado a mantenerse bajo incómodo y tensa contracción espasmódica, que terminan aglutinándose las células sustitutivas en una conformación anatómica deformada. Así, la perturbación funcional que el desequilibrio psíquico y las emociones mórbidas provocan en el hígado, repercuten también en la vesícula, impi­diéndola verter a tiempo los ácidos biliares que deben acti­var el fermento del páncreas sobre el bolo alimenticio, después de atravesar el píloro. Entonces, se perturba la armonía y la seguridad protectora del proceso químico, debido a las alteracio­nes de las sustancias y de las hormonas digestivas, dando por resultado las irritaciones comunes en la mucosa duodenal. Con el tiempo, el médico radiólogo comprueba el proverbial diag­nóstico de la "duodenitis" y, en lo futuro, la formación de los "nichos" que confirman la existencia de la indeseable úlcera.

Muchos médicos modernos, ya no ponen en duda el hecho de que la mayoría de las úlceras del aparato digestivo se deben al producto mórbido de la neurastenia y de las predisposiciones neurovegetativas. Consideran que la úlcera es el resultado de un conflicto generado por la dependencia al deseo de posesión, de amor, de gloria y de poder, y que después de frustrado, provoca mayor secreción de jugo gástrico por la contracción espasmódica de las paredes del estómago y la consecuente irritación de las mucosas internas. Aluden a los traumas psíquicos y a las emo­ciones de cualquier procedencia pesimista, que se pueden trans­formar en elementos que tanto pueden favorecer o agravar la enfermedad, como pueden detenerla bajo la acción de un estado bastante optimista. Cuando el psiquismo no se muestra favo­rable y sostiene los espasmos de la mucosa, el recurso médico, por tanto, consistirá únicamente en prescribir los anestésicos, los antiespasmódicos o sustancias neutralizadoras de los ácidos ofen­sivos al estómago y al duodeno.

Pero el hecho, en síntesis, consiste en las ondas desordena­das de la carga mental o emotiva que el espíritu descuidado lanza en .su cuerpo físico a través del sistema vagosimpático que lo perjudican y que más tarde se concretizan en la forma de perturbaciones orgánicas. Muchas personas a las que se conside­ra enfermas físicas, en realidad no son otra cosa que enfermos psicopáticos. Hay fobias, histerismos, depresiones o manías que producen también los cuadros típicos de las úlceras. Cuando el clínico no consigue el diagnóstico plausible con la prueba ma­terial de la placa radiográfica que revela los nichos ulcerosos, raramente comete equívoco si prefiere considerar el caso como evidente "úlcera nerviosa”.

El organismo carnal —ya lo hemos dicho muchas veces— es un verdadero "papel secante" del periespíritu, pues absorbe toda la carga mórbida producida por la desarmonía mental y por los descontroles emotivos del alma, para luego intoxicarse por los fluidos psíquicos enfermizos. La situación del cuerpo físico se hace más aflictiva si el médico, en vez de ayudarlo a expurgar los venenos endógenos, lo satura con el quimismo agresivo de las drogas tóxicas de la farmacología pesada. ¡He ahí por qué crece actualmente el número de las enfermedades del aparato digestivo, a medida que más se perturba el espíritu del hombre que, viviendo su hora apocalíptica tan profetizada por los vi­dentes bíblicos, se desinteresa de conseguir su salud espiritual a través de las enseñanzas terapéuticas de Jesús!

Como las alteraciones psíquicas y emotivas de las criaturas se parecen mucho en ciertas épocas, regiones o latitudes geo­gráficas, es por lo que se da la frecuencia de propagación de enfermedades semejantes, toda vez que la mayoría de las perso­nas contagiadas o enfermas, sufren las mismas causas de des­orientación mental y emotiva. No os es extraño que en las épocas de revoluciones o de guerras, en las que los individuos de cierto país se hallan bajo una misma emoción colectiva de odio, de venganza o de miedo, se produzcan las condiciones apropiadas para que surjan determinadas enfermedades que, en época nor­mal, sólo se producen de modo aislado. Aunque se alegue que en épocas belicosas la mala nutrición, la falta de higiene o el medio insalubre son los responsables de las enfermedades epi­démicas, se sabe, por ejemplo, que la neurosis de guerra con su cortejo mórbido, ocurre independientemente de cualquier acción nociva del medio y solamente debida al estado de espíritu de los individuos dominados por el miedo o por la angustia.

De ahí, también, que en ciertos períodos se imponga la mo­da de la apendicitis, de la amigdalitis, de las úlceras gástricas o pépsicas, de las vesículas lentas, de las colitis, amebas, giardias, estrongiloides, o, como sucede actualmente, ¡un aumento ate­rrador del cáncer! Se observa que esas anomalías parecen corres­ponder exactamente a un "momento psíquico" mórbido, afinando con cierto tipo de preocupación, angustia, tensión nerviosa o acontecimientos aflictivos del mundo. Las estadísticas médicas llegan a señalar ciertos tipos de enfermedades generalizadas que se avienen, perfectamente, al modo de vida y al temperamento de determinadas razas y pueblos.

Pero es evidente que la mansedumbre, el perdón, el amor, la ternura, la humildad, la paciencia y el renunciamiento en­señados por Jesús, no alteran la armonía mental ni fustigan el periespíritu, ni bombardean el sistema vagosimpático. La fami­liaridad cristiana y el culto salvador del Evangelio, dinamizan la energía nerviosa y angelizan el psiquismo del hombre, así como la oración eleva el "quantum" vibratorio de la defensa del alma.


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