Fisiología del Alma


MOTIVOS DE LA REAPARICIÓN DEL CÁNCER



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MOTIVOS DE LA REAPARICIÓN DEL CÁNCER
Pregunta: ¿Podréis informarnos cómo se produce la nueva incursión cancerígena en los tejidos sanos adyacentes a los tumores extirpados, o en los miembros amputados? Ciertos médicos
aseguran que es suficiente el ingreso de algunas células cancerosas en la circulación de los tejidos circunvecinos, para que se manifieste nuevamente el cáncer. ¿Es así?

Ramatís: Aunque algunas veces hayamos subordinado estas consideraciones a la disciplina de la etiología, de la patología y de la terapéutica médicas de vuestro mundo, deseamos hacer constar que nuestro principal objetivo es el de examinar la parte kármica y psíquica del cáncer, insistiendo en deciros que su cura­ción definitiva sólo es posible por la integración absoluta del hombre a los postulados crísticos de la vida espiritual. Conse­cuentemente, no podemos defender cualquier tesis de contribu­ción académica para la curación definitiva del cáncer, que se sitúe bajo las exigencias de la minuciosidad de la nomenclatura médica, por cuanto el propio "médium" que recibe nuestro pen­samiento, no es médico, y su facultad es intuitiva, bastándonos que explique razonablemente la acción de la Ley Kármica, dis­ciplinando la manifestación cancerosa.

Aunque no se pueda probar el contagio frontal del cáncer entre los seres humanos, bajo visible observación de laboratorio, es capaz de ser trasplantado o de contagiar al propio huésped en el que ya se hubiera manifestado anteriormente. Es por eso que algunos cancerólogos argumentan que no es conveniente practicar cualquier incisión quirúrgica en los neoplasmas, ni aun en el caso de la biopsia, para poder comprobar el diagnóstico de su malignidad, pues aseguran que las células cancerosas se pueden irritar, propagándose morbosamente por el organismo del paciente.

No obstante, sabemos que la recidiva de la rebelión celular, sólo se efectúa cuando continúa la alimentación mórbida oculta en el periespíritu, pues la energía letal mínima que algunas cé­lulas puedan cargar en su núcleo, afectando la intimidad de los tejidos sanos circunvecinos o distantes, pero no es suficiente para producir nuevo foco canceroso secundario. En este caso, es el propio individuo (que todavía se encuentra contaminado astralmente), el que nutre el terreno mórbido para que pueda surgir un nuevo brote de cáncer.

Los individuos que ya están exentos de cualquier residuo mórbido, no son capaces de nutrir el terreno para que se produz­can nuevos neoplasmas malignos y, por tanto, no serán conta­giados, aun cuando fueran inoculados con el contenido de cualquier tumor canceroso. Tampoco existe hereditariedad de padres a hijos, en el sentido de la transmisión física, específica, de los genes mórbidos del cáncer; pero, a veces, puede suceder que participen de la misma familia de descendientes consanguí­neos con mucha afinidad psíquica, y ser electivos para el mismo tipo de enfermedades. El cancerólogo se sorprende cuando, al estudiar los ascendientes biológicos hereditarios del canceroso, comprueba que uno de sus progenitores sucumbió de cáncer, lo cual fortalece en él la convicción de que existe la transmisión infecciosa bajo las leyes físicas.

En general, las células cancerosas no transportan virus as­trales suficientes para desencadenar otra acción infecciosa, cuando se transfieren por la vía sanguínea o por la linfática después de la operación o de la radioterapia. En verdad, es el mismo agente oculto; el elemental primario subvertido causante de la primera tumefacción, el que, actuando en el mundo astral, desciende de la contextura del periespíritu y, a través del "doble etérico", con­verge hacia la carne y provoca la recidiva cuando se le ofrece una nueva oportunidad mórbida.

El cáncer sólo se estaciona o se extingue, en su curso des­tructor, cuando se halla agotado totalmente para el cuerpo físico el contenido tóxico astralino o volatizado del periespíritu, me­diante fuerza mental de alto nivel espiritual. Al haber sido ver­tido todo el veneno psíquico en la carne, al extirpar el cirujano el órgano o el miembro contaminado, elimina, con la tumoración, la última carga mórbida oculta, desapareciendo, así, cualquier posibilidad de recidiva cancerosa.



Pregunta: ¿Podríais darnos algún ejemplo algo material, que pudiese aclararnos mejor este asunto?

Ramatís: Repetimos: la recidiva cancerosa sólo ocurre cuan­do todavía continúa circulando en el periespíritu del operado, el elemental virulento capaz de nutrir una nueva tumoración. Cuan­do el cirujano opera, apenas elimina el "punto de apoyo" físico en que se afirmaba subrepticiamente el "miasma" invisible y responsable de la desarmonía en la base cohesiva de las células, ya que es perfectamente lógico que los hierros quirúrgicos no pueden exterminar el proceso mórbido del periespíritu. ¿Es pre­ciso considerar que se agote por completo el agua contenida en un depósito, por el hecho de que se haya retirado del mismo una vasija llena del líquido? Es fuera de duda que, abierta de nuevo la llave que le daba salida, el líquido volverá a vaciarse. En analogía rudimentaria, podríamos deciros que la simple ex­tirpación de los tumores cancerosos, no significa la retirada del último balde de agua del depósito mórbido del periespíritu, por cuyo motivo, la mutilación quirúrgica no proporciona la curación definitiva del enfermo.

Los espiritistas, los esoteristas, los teósofos y los rosacruces, saben que, entre el cuerpo carnal y el periespíritu, el hombre posee otro vehículo energético llamado "doble etéreo", el cual es portador de los centros de fuerzas etéricas o "chakras", responsa­bles de las relaciones mutuas entre los dos mundos. Cuando el individuo "muere" o desencarna, el cuerpo etéreo, que es provi­sional y sólo presta servicio al encarnado, se disuelve en el aire, en la superficie del túmulo. En las noches de verano seco, du­rante las cuales hay exceso de magnetismo en la atmósfera, algunos individuos sensibles llegan a notar la disolución del "doble etéreo", sobre las sepulturas de los cementerios. Su luminosidad etérea queda fosforescente —debido al roce entre otras energías circulantes y la descomposición cadavérica— lo que hace al vulgo crear la historia de los "fuegos fatuos" y otras leyendas.

El doble etéreo, situado entre el cuerpo físico y el periespí­ritu en el hombre, sirve de canal para el "descenso" del residuo canceroso, que se transfiere nuevamente a la carne después de la ablación de cualquier órgano o de la amputación de algún miembro canceroso. A veces, esa nueva incursión es todavía más virulenta e irritada al formar de nuevo el neoplasma maligno, desanimando al más abnegado cirujano que se haya dedicado con la mayor devoción y habilidad, a eliminar el menor resquicio del tejido enfermo.

Pregunta: ¿Podríais configurarnos, por hipótesis, algún ejem­plo más objetivo, de cualquier órgano o miembro del cuerpo físico que después de haber sido operado se vuelva canceroso debido a nueva incidencia del elemental primario mórbido, que según decís actúa por medio del periespíritu?

Ramatís: Suponed a un individuo que, por hipótesis, presen­te una formación cancerosa en el dedo anular de la mano iz­quierda. Después de haber sido hábilmente amputado el dedo canceroso, he ahí que el cáncer lo ataca ocultamente, alcanzando también los tejidos de la mano. Es indudable que el cirujano especialista en el género, previendo una nueva incursión cance­rosa, no duda en cortar la mano afectada, pretendiendo evitar, así, que el brazo del paciente sea alcanzado. Pero, realmente, la insidiosa enfermedad persiste disimuladamente. Amputada la mano, he ahí que el antebrazo se muestra también infectado y, siendo cortado éste, será necesario después amputar el resto del brazo, ya irremediablemente contaminado, cuando el morbo pro­sigue en su excursión despiadada, hasta llevar fatalmente el enfermo a la sepultura, aunque la Medicina movilice todos sus más eficientes recursos. Bajo nuestra vista espiritual, observamos que ese fenómeno mórbido de recidiva cancerosa, se procesa independientemente del contagio propiamente físico o de la in­cursión de las células infectadas en la circulación de la red san­guínea o linfática.

El tóxico subversivo, actúa a través del doble etéreo inter­mediario entre el periespíritu y el cuerpo físico, y se concentra nuevamente sobre los órganos o sobre los miembros que sean más vulnerables, después de las extirpaciones quirúrgicas. Cuando el médico corta el dedo afectado a su paciente, apenas interrumpe por algún tiempo el "descenso" del morbo canceroso, al haber extirpado la zona de vertencia morbosa hacia la carne, la cual prosigue luego por el brazo del periespíritu, desciende más ade­lante convergiendo en la mano y, sucesivamente, por el ante­brazo y por el brazo, que van siendo respectivamente amputados, como medida desesperada de salvación. Abatiéndose el enfermo por los consecutivos choques anesté­sicos y operatorios, que le envenenan el hígado o el páncreas, es amargado psíquicamente por las constantes mutilaciones, convir­tiéndose en un campo más favorable para la reincidencia tóxica, en forma de una nueva tumoración, recordando una detestable vasija viva, de veneno.




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