G. H. Mead Espíritu, persona y sociedad



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IV

La tesis de que el criterio propuesto en realidad ha regido el progreso

de la ciencia puede ser ilustrada fácilmente con ayuda de ejemplos

históricos. I^s teorías de Kepler y Galileo fueron unificadas y superadas

por la teoría de Newton, lógicamente más fuerte y más testable;

algo semejante ocurrió con las teorías de Fresnel y de Faraday, superadas

por la de Maxwell. L^s teorías de Newton y de Maxwell, a su vez,

fueron unificadas y superadas por la de Einstein. En todos estos casos

la línea que siguió el progreso fue hacia una teoría más informativa,

y, por lo tanto, lógicamente menos probable, hacia una teoría que

era más severamente testable porque hacía predicciones que, en un

sentido puramente lógico, eran más fácilmente refutables.

De una teoría que, de hecho, no está refutada al someter a prueba

* Véase especialmente el apéndice IX de mi L. Se. D.

269

a las nuevas, audaces e improbables predicciones que engendra puede



decirse que está corroborada por estos severos tests. A este respecto,

puedo recordaros el descubrimiento de Neptuno por Galle, el descubrimiento

de las ondas electromagnéticas por Hertz, las observaciones

hechas por Eddington del eclipse de 1919, la interpretación de Elsasser

de los máximos de Davisson como franjas de interferencia de ondas

de Broglie y las observaciones de Powell de los primeros mesones de

Yukawa.

Todos esos descubrimientos representan corroboraciones por tests



severos, por predicciones que eran sumamente improbables a la luz

del conocimiento anterior (anterior a la teoría testada y corroborada).

También se han hecho importantes descubrimientos en el proceso de

testar una teoría, aunque éstos no condujeran a su corroboración sino

a su refutacióin. Un caso reciente e importante es el de la refutación

de la paridad. Pero los clásicos experimentos de Lavoisier, que muestran

la disminución del volumen de aire mientras una vela arde en

un espacio cerrado, o que aumenta el peso de las limaduras de hierro

en ignición, no afirman la teoría de la combustión que atribuye ésta

al oxígeno, pero refutan la teoría del flogisto.

Lavoisier pensó cuidadosamente sus experimentos, pero hasta los

llamados "descubrimientos debidos al azar" tienen la misma estructura

lógica. Pues estos "descubrimientos debidos al azar" son, por lo general,

refutaciones de teorías defendidas consciente o inconscientemente: se

los hace cuando algunas de nuestras expectativas (basadas en esas teorías)

se ven inesperadamente frustradas. Así, ]a propiedad catalítica

del mercurio fue descubierta cuando se encontró accidentalmente que,

en presencia de ese elemento, se haliía acelerado una reacción química

a la que no se suponía influida por el mercurio. Pero ni los descubrimientos

de Oersted, ni los de Rontgen, ni los de Becquerel, ni los

de Fleming fueron realmente accidentales, aunque tuvieran componentes

accidentales: todos ellos buscaban un efecto como el que encontraron.

Hasta podemos decir que algunos descubrimientos, como el descubrimiento

de América por Colón, corroboran una teoría (la que afirma

la esfericidad de la tierra) a la par que refuta otra (la teoría

acerca del tamaño de la tierra, y con ella, la teoría acerca del camino

más directo a la India), y (jue fueron descubrimientos debidos al azar

en la medida en que comvatlecían todas las expectativas y no fueron

tests conscientemente emprendidos para poner a prueba a las teorías

que refutaban.

El énfasis que coloco sobre el cambio en el conocimiento científico,

en su desarrollo o en su carácter progresivo puede ser contrastado, en

cierta medida, con el ideal corriente de la ciencia como sistema deductivo

axiomatizado. Este ideal ha dominado la epistemología europea

270

k'siit ].i cosmología platonizante de Euclides (pues creo que es csio,



1 cálmenle, lo que pretendían ser los Elementos de Euclides) hasta

1.) de Newton, y aun más allá, hasta los sistemas de Boscovic, Maxwell,

hinstein. Bohr, Schrodinger y Dirac. Es una epistemología para la cual

Ja tarta ) el objetivo finales de la actividad científica es la conslruciión

de im sistema de

En oposición a esa concepción creo que esos admirables sistemas

deductixos, en su mayoría, deben ser considerados como escalones

más íjue como fines", como etapas importantes en nuestro camim»

lia

C>onsi(lerados como medios o escalones, ciertamente son indispensal)

les, pues estamos obligados a desarrollar nuestras teorías en la forma

de sistemas deductivos. Esto es inevitable por la fuerza lógica, por el

mayor contenido informativo, que debemos exigir a nuestras teorías

para mejorarlas y hacerlas más testables. La riqueza de sus consecuencias

debe ser desplegada deductivamente; por lo general, no es posible

testar una teoría si no es mediante la testación, una por una, de algunas

de sus consecuencias más remotas, esto es, consecuencias que no es

posible captar inmediatamente en una inspección intuitiva.

Pero no es el maravilloso despliegue deductivo del sistema lo que

hace racional o empírica a una teoría, sino el hecho de que podamos

examinarla críticamente, es decir, someterla a intentos de refutación,

inclusive tests observacionales, y el hecho de que, en ciertos casos, una

teoría puede ser capaz de resistir esas críticas y esos tests, entre ellos,

tests ante los que fracasaron sus predecesores, y a veces tests más severos.

La racionalidad de la ciencia reside en la elección racional de la

nueva teoría, más que en el desarrollo deductivo de la teoría.

Por consiguiente, hay poco mérito en formalizar y elaborar un si.stema

deductivo no convencional más allá de las exigencias que plantea

la tarea de criticar y testar una teoría, y de compararla críticamente

con sus rivales. Aunque esta comparación crítica tiene, sin duda, algunos

aspectos menores y convencionales, es en gran parte no convencional,

gracias al criterio del prt^eso. Es este procedimiento crítico el

que contiene tanto los elementos racionales como los empíricos de la

ciencia. Contiene las elecciones, los rechazos y las decisiones que muestran

que hemos aprendido de nuestros errores y, con ello, hemos aumentado

nuestro conocimiento científico,



VI

Sin embargo, quizás ni siquiera esta imagen de la ciencia —como prot

edimiento cuya racionaliclad consiste en el hecho de que aprendemos

5 Al adoptar esta idea he sido influido por el Dr. J. Agassi, quien en una

discusión sostenida en 1956 me convenció de que la actitud die considerar los sistemas

deductivos acabados como un fin es un vestigio de la larga dominación de las

ideas newtonianas (y por ende, agregaría yo, de la tradición platónica y euclidea).

En la última nota de este capitulo se encontrará una opinión aún mis radical

del ])r. Agassi.

271

de nuestros errores— es suficientemente buena. En efecto, aun puede sugerir

que la ciencia progresa de teoría en teoría y que consiste en una

sucesión de sistemas deductivos cada vez mejores. Pero lo que yo quiero

sugerir realmente es que debemos ver la ciencia como progresando diproblemas

a problemas, a problemas de creciente profundidad.

Pues una teoría científica —una teoría explicativa— es, en todo caso.

un intento por resolver un problema científico, es decir, un problem,i

concerniente al descubrimiento de una explicación o vinculado con él.''

Sin duda, nuestras expectativas y, por consiguiente, nuestras teorías,

hasta pueden j>receder, históricamente, a nuestros problemas, l'ero



la ciencia sólo comienza con problemas. Los problemas surgen, especialmente,

cuantío nos vemos defraudados en nuestras expectativas o

cuando nuestras teorías nos enredan en dificultades, en contradicciones,

y éstas pueden surgir dentro de una teoría o entre dos teorías

diferentes o como resultado de un conflicto entre nuestras teorías y

nuestras observaciones. Además, sólo a través de un problema adquirimos

conciencia de que estamos sosteniendo una teoría. Es el problema

el que nos acicatea a aprender, a hacer avanzar nuestro conocimiento, a

experimentar y a observar.

Así, la ciencia parte de problemas, y no de observaciones, aunqiuí

éstas pueden dar origen a un problema, especialmente si son inesperiiidas,

vale decir, si chocan con nuestras expectativas o nuestras teorías.

La tarea consciente que se yergue ante el científico es siempre la solución

de un problema a través de la construcción de una teoría; por

ejemplo, explicando observaciones inesjieradas e inexplicadas. Pen>

toda nueva teoría realmente valiosa plantea nuevos problemas, problemas

de reconciliación, problemas de cómo realizar tests observacionales

nuevos y en los que anteriormente no se pensaba. Y es fecunda principalmente

a través de los nuevos problemas que plantea.

Podemos decir entonces que la contribución más perdurable al desarrollo

del conocimiento científico que puede hacer una nueva teoría

consiste en los nuevos problemas que plantea, lo que nos lleva nuevamente

a la concepción de la ciencia y del desarrollo del conocimiento

como partiendo de problemas y terminando siempre con ellos, problemas

de creciente profundidad y de creciente fertilidad en la sugestión

de nuevos problemas.

2. LA TEORÍA DE LA VERDAD OBJETIVA; LA CORRE.SPONDENC1A

CON LOS HECHOS



VII

Hasta ahora hemos hablado de la ciencia, y de su prc^eso y de su

criterio de progreso sin haber mencionado siquiera la verdad. Aunque

« Compárense este párrafo y los dos siguienteS^ con mi Poverty of historicism.

sección 28, págs. I2Í y sigs., y los caps. I y 16 de este volumen.

272


esto quizás sea sorprendente, es posible hacerlo sin caer en el pragmatismo

o el instrumentalismo. En realidad, hasta es posible argumentar

en favor de la satisfactoriedad intuitiva del criterio de progreso en la

ciencia sin hablar nunca acerca de la verdad de sus teorías. Antes de

conocer la teoría de la verdad de Tarski '', me parecía más seguro y

más económico discutir el criterio de progreso sin penetrar muy profundamente

en el controvertido problema vinculado con el uso de la

palabra "verdad".

Mi actitud por aquel entonces era la siguiente: aunque aceptaba

como casi todo el mundo la teoría objetiva, absoluta o de la correspondencia

acerca de la verdad —la verdad como correspondencia con

los hechos— prefería evitar la cuestión. Pues me parecía inútil tratar

de comprender clararrtente esta idea extrañamente esquiva de una correspondencia

entre un enunciado y un hecho.

Con el fin de recordar por qué la situación me parecía sin salida hasta

lal jjunto sólo recordaré, como un ejemplo entre muchos, el Tractatus

de Wittgenstein con su teoría —sorprendentemente ingenua— de la verdad

como un cuadro, o teoría de la proyección. En este libro, se

concebía una proposición como un cuadro o una proyección del hecho

que pretendía describir y de la misma estructura (o "forma") que éste,

así como un registro fonográfico es un cuadro o una proyección de un

sonido y comparte algunas de las propiedades estructurales de éste.'

Otro de estos vanos intentos por explicar esa correspondencia se

debió a Schlick, cjuien hizo una crítica' bellamente clara y realmente

devastadora de varias teorías de la correspondencia —inclusive de la

teoría del cuadro o proyección— pero que, infortunadamente, elaboró

a su vez otra que no era mejor. Interpretó la correspondencia en cuestión

como una correspondencia biunívoca entre nuestras designaciones

y los objetos designados, aunque abundan los contraejemplos (designaciones

que se aplican a muchos objetos, objetos designados por muchas

designaciones) que refutan esta interpretación.

Esa situación cambió con el advenimiento de la teoría de la verdad

y de la correspondencia de un enunciado con los hechos debida a

Tarski. La gran realización de Tarski y la verdadera importancia de

su teoría para la filosofía de las ciencias empíricas residen, creo, en el

hecho de que restableció una teoría de la correspondencia de la verdad

absoluta u objetiva, que se había vuelto sospechosa. Reivindicó

el libre uso de la idea intuitiva de la verdad como correspondencia

con los hechos. (La idea de cjue su teoría es aplicable solamente a lenguajes

formalizados es equivocada, según creo. Es aplicable a cualquier

lenguaje consistente e incluso a un lenguaje "natural", siempre y cuando

aprendamos a eludir sus inconsistencias a partir del análisis de

' Véase mi L. Se. D., especialmente la sección 84, y mi Open Soeiety, especialmente

págs. 369-374.

8 Cf. el Tractatus de Wittgenstein, especialmente 4.0141; y también 2.161, 2.17,

2.223 y 8.11.

9 Véase especialmente las págs. 56-7 tie su notable ErkenntnisUhre, 2', ed., 1925.

273


Tarski; lo que significa, lo admitimos, introducir cierto grado de "artificialidad",

o cautela, en su uso. Véase también el Apéndice 5.)

.\unqiie podría suponer en este auditorio cierta familiaridad con la

teoría de la verdad de Tarski, quizás sea conveniente explicar la maneiu

como se la puede considerar, desde un punto de vista intuitivo,

c:ual una simple dilucidación de la idea de correspondencia con ¡os



liedlos. Tendré que destacar este punto casi trivial jiorque, a pesar

de su trivialidad, será fundamental jjara mi argumentacicm.

Kl carácter altamente intuitivo de las ideas de Tarski se hace más

evidente (como he descubierto en la enseñanza) si decidimos primero

explícitamente tomar "verdad" como sinónimo de "correspondencia

con los hechos", y luego (olvidando todo lo referente a la "verdad")



procedemos a definir la idea de "correspondencia con los hechos".

Así, consideraremos primero las dos formulaciones siguientes, cada

una de las cuales formula.muy simplemente (en un metalenguaje) en

qué condiciones determinada afirmación (de un lenguaje objeto) co

rresponde con los hechos.

(1) El enunciado o la afirmación "7a nieve es blanca" corvespomle

con los hechos si, y sólo si, la nieve es realmente blanca.

(2) El enunciado o la afirmación "la hierba es roja" corresponde

con los hechos si, y sólo si, la hierba es realmente roja.

Estas formulaciones (en las cuales la palabra "realmente" sólo ha

sido insertada para dar mayor fluidez a las oraciones y puede ser omitida)

suenan, por supuesto totalmente triviales. Pero Tarski descubrió

c]ue, a pesar de su aparente trivialidad, contienen la solución del problema

de explicar la correspondencia con los hechos.

Lo básico es el descubrimiento de Tarski de que, para hablar de

correspondencia con los hechos, como se hace en (1) y (2), debt-mos

usar un metalenguaje en el que podemos hablar de dos cosas: de enunciados,

y de los hechos a que se refieren. (Tarski califica a un metalenguaje

de ese tipo de "semántico"; un metalenguaje en el que sea

posible hablar acerca del lenguaje objeto pero no de los hechos a que

se refiere sería llamado "sintáctico".) Una vez que se ha comprendido

la necesidad de un metalenguaje (semántico) todo se aclara. (Adviértase

que si bien (3) «"Juan llamó" es verdaderos, es en lo esencial un

enunciado que pertenece a un metalenguaje de ese tipo, (4) "Es verdad

que Juan llamó" puede pertenecer al mismo lenguaje que "Juan

llamó". Así la oración "Es verdad que" —^que, como la doble negación,

es lÓTÍcamente redundante—• difiere en gran medida del predicado

metalingüístico "es verdadero". Esta última es necesaria para observaciones

generales como "Si la conclusión no es verdadera, las premisas

no pueden ser verdaderas en todos y cada uno de los casos" o bien

"Juan pronunció antes un enunciado verdadero".)

He dicho que la teoría de Schlick era equivocada; sin embargo, creo

()ue ciertos comentarios que hizo (loe. cit.) acerca de su propia teoría

contribuyen a aclarar la de Tarski. Schlick dice que el problema de

la verdad comparte el destino de otros problemas cuyas soluciones

274


fueron difíciles de hallar porque se suponía equivocadamente que debían

estar en un nivel muy profundo, mientras que, en realidad, eran

muy sencillas y a primera vista muy poco impresionantes. También

la solución de Tarski puede parecer poco espectacular a primera vista,

pero su fertilidad y su poder son realmente impresionantes.

vm

Gracias a la obra de Tarski, la ¡dea de verdad objetiva o absoluta —



esto es, de la verdad como coi respondencia con los hechos— parece

ser aceptada con confianza en la actualidad por todos los que la comprenden.

Las dificultades para comprenderlas parecen tener dos fuentes:

primero, la combinación de una idea intuitiva sumamente simple

con un cierto grado de complejidail en la ejecución del programa

técnico al que da origen; segundo, el dogma difundido pero equivc»-

íado de que una teoría satisfactoria de la verdad debe ser una teoría

de la creencia verdadera, de la creencia bien fundada o racional. En realidad,

las tres rivales de la teoría de la correspondencia —a saber, la

teoría de la coherencia que confunde la consistencia con la verdad, la

teoría de la evidencia que confunde "verdadero" con "conocido como

verdadero" y la teoría pragmatista o instrumentalista que confunde la

utilidad con la verdad— son todas ellas teorías de la verdad subjetivas

(o "epistémicas"), en contraposición con la teoría objetiva (o "metalógica")

de Tarski. Son subjetivas en el sentido de que todas ellas

parten de la posición subjctivista fundamental que sólo puede concebir

el conocimientoi como uti tipo especial de estado mental, o como una

disposición, o como un tipo especial de creencia, caracterizada, por

ejemplo, por su historia o por su relación con otras creencias.

Si partimos de nuestra experiencia subjetiva del acto de creer y, así,

(onsideramos el conocimiento como un tipo especial de creencia, entonces

tendremos que considerar la verdad —esto es, el conocimiento

verdadero— como un tipo de creencia aún más especial: uno bien fundado

o bien justificado. Esto significaría que debe haber un criterio

más o menos efectivo, aunque sólo sea parcial, para establecer si una

creencia está o no bien fundada; algiin síntoma por el cual diferenciar

la experiencia de una creencia bien fundada de las otras experiencias

de creencias, Puede mostrarse que todas las teorías subjetivas

de la verdad aspiran a hallar tal criterio: tratan de definir la verdad

en función de las fuentes u orígenes de nuestras creencias "", o en función

de nuestras operaciones de verificación, o de algún conjunto de

reglas de aceptación, o simplemente en función de la calidad de nuestras

convicciones subjetivas. Todas ellas afirman, con mayor o menoi

énfasis, que la verdad es lo que se justifica que creamos o aceptemos,

de acuerdo con ciertas reglas o criterios acerca de los orígenes o las



10 Véase mi iiUroducióii a cslc liliro, "Sobre las fuentes del conotimietito y la

Ignorancia".

275


fuentes de nuestro conocimiento, o de la confiabilidad, o de la estabilidad,

o del éxito, o de la fuerza de convicción, o de la imposibilidad

para pensar de otra manera.

La teoría de la verdad objetiva da origen a una actitud muy diferente.

Esto puede verse en el hecho de que nos jjermite hacer afirmaciones

como las siguientes: una teoría puede ser verdadera aunque

nadie crea en ella y aunque no tengamos razón alguna para creer que

es verdadera; y otra teoría puede ser falsa aunque tengamos razones

relativamente buenas para aceptarla.

Evidentemente, esas afirmaciones parecerían contradictorias desde

el punto de vista de lualquier teoría subjetiva o epistémica de la verdad.

Pero ileiuro de ¡a teoría objetiva, no sólo son consistentes, sino

también obviamente verdaderas.

Una afirmación similar que se desprendía de manera natural de

la teoría objetiva de la correspondencia es ésta: aun cuando demos

con una teoría verdadera, por lo general sólo estaremos conjeturando

y bien puede sernos imposible saber que es verdadera. Jenóíanes ",

que vivió hace 2.500 años, fue el primero, según parece, que hizo una

afirmación semejante; lo cual muestra que la teoría objetiva de la

verdad es realmente muy antigua, anterior aun a Aristóteles, quien

también la sostuvo. Pero sólo la obra de Tarski ha permitido eliminar

la sospecha de que la teoría objetiva de la verdad como correspondencia

con los hechos puede ser contradictoria (debido a la paradoja

del mentiroso), o vacía (como sugería Ramsey), o estéril, o

al menos redundante, en el sentido de que podemos prescindir de

ella.


Quizás podría prescindir de ella, hasta cierto punto, en mi teoría

acerca del progreso científico. Pero gracias a Tarski ya no veo razón

alguna por la cual tratar de evitarla. Y si deseamos dilucidar la diferencia

entre ciencia pura y ciencia aplicada, entre la búsqueda de

conocimientos y la búsqueda de poder o de instrumentos poderosos,

entonces no podemos prescindir de ella. Pues la diferencia es que, en

la búsqueda de conocimiento, tratamos de hallar teorías verdaderas

o, al menos, teorías que estén más cerca de la verdad que otras, que

correspondan mejor a los hechos; mientras que en la búsqueda de

teorías que sean meramente instrumentos poderosos para ciertos propósitos,

en muchos casos nos sirven muy bien teorías de las que sabemos

que son falsas. ^

De este modo, una gran ventaja de la teoría de la verdad objetiva

o absoluta es que nos permite afirmar, con Jenófanes, que buscamos

la vei iad, pero puede suceder que no sepamos si la hemos hallado

o no; que no tenemos ningún criterio para establecer la verdad, no

obstante lo cual nos dejamos guiar por la idea de la verdad como

11 Véase la introducción, pág. 35 y el cap. 5, págs. 178 y sig.

12 Ver la discusión de la "Segunda concepción" (llamada "Instrumcntalismo')

en el t a p . 3.

276

principio regulador (como habrían dicho Kant o Peirce) ; y que, aunque

no hay ningún criterio general mediante el cual reconocer la

verdad, excepto quizás la verdad tautológica, hay algo similar a criterios

de progreso hacia la verdad (como explicaré en breve) ,f

La situación de la verdad en el sentido objetivo, como correspondencia

con los hechos, y su papel como jjrincipio regulador pueden

ser comparados con un pico montañoso que está permanentemente, o

casi permanentemente, envuelto en nubes. El alpinista no solamente

puede tener dificultades para llegar a él, sino que puede no saber

cuándo llega a él, porque puede ser incapaz de distinguir, en medio

de las nubes, la cumbre principal de algún pico subsidiario. Pero esto

no altera el hecho de la existencia objetiva de la cumbre, y si el alpinista

nos dice: "Tengo algunas dudas acerca tie si llegué realmente

a la cumbre", entonces reconoce, por implicación, la existencia objetiva

de la cumbre. La idea misma de error o la de duda (en su normaJ

sentido directo) implican la idea de una verdad objetiva que

podemos no alcanzar.

Aunque pueda ser imposible que el alpinista llegue alguna vez a

icner la seguridatl de que ha alcanzado la cumbre, a menudo será fá-

< il para él darse cuenta de que no la ha alcanzado (o no la ha alcanyad(

» todavía) ; por ejemplo, cuando encuentra una pared sobresaliente.

De manera análoga, habrá casos en los que estaremos totalmente

seguros de que no hemos alcanzado la verdad. Así, aunque la coherencia,

o consistencia, no es un criterio de verdad, simplemente porijue

hasta los sistemas cuya consistencia es demostrable pueden ser

falsos de hecho, la incoherencia o inconsistencia permiten establecer

la falsedad; de este nirxlo, si tenemos suerte, podemos descubrir la

falsedad de algunas de nuestras teorías. ''

t n 1944, cuando Tarski publicó el primer esbozo en inglés de sus

investigaciones sobre la teoría de la verdad (que ya había publicado

en Polonia, en 1933), pocos filósofos se hubieran atrevido a hacer

afirmaciones como las de Jenófanes; y es interesante el hecho de que

el volumen en el cual se publicó el artículo de Tarski también contenía

dos artícidos subjetivistas .sobre la verdad. "

Aunque las cosas han mejorado desde entonces, el subjetivismo aún

(ampea en la filosofía de la ciencia, especialmente en el campo de la

teoría de la probabilidad. La teoría subjetivista de la probabilidad.

(|ue interpreta los grados de probabilidad como grados de creencia

racional, surge directamente del enfoque subjetivista de la verdad, en

especial de la teoría de la coherencia. Sin embargo, aún es defendida

por filósofos que han aceptado la teoría de la verdad de Tarski. So.sjHícho

que algunos de ellos, al menos, se han vuelto a la teoría de la

probabilidad con la esperanza de hallar en ella lo que habían espeja

Ver d artículo (le Tarski '"1 he Semantic Conception of Truth", en Pliilosophv

find Phenon. Research, 4, 1943-4, págs. 341 y sigs, (Cf. esi>ec-ialmente la sección 21.)

i< Véase el volumen aludido en la nota precedente, especialmente págs. 279 y 336

277

rado originalmente de una teoría subjetivista o epistemológica del



logro de la verdad a través de la verificación; esto es, una teoría de

la creencia racional y justificable basada en los casos observados, i*

Un aspecto difícil de todas estas teorías subjetivas es que son irrefutables

(en el sentido de que pueden eludir cualquier crítica muy

fácilmente). Pues siempre es posible defender la idea de que todo lo

que decimos acerca del mundo o todo lo que publicamos acerca de

logaritmos debe ser reemplazado por un enunciado de creencia. Así.

podemos reemplazar el enunciado "la nieve es blanca" por "yo creo

que la nieve es blanca" o, quizás, hasta por "a la luz de todos los

elementos de juicio disponibles creo que es racional creer que la nieve

es blanca". Que podemos (en cierto modo) reemplazar afirmaciones acerca

del mundo objetivo por uno de estos circunloquios subjetivistas es

rrivial, aunque en el caso de las afimiaciones contenidas en las tablas

de logaritmos —que pueden ser elaboradas por máquinas— sea poco

tonvincente. (Podemos mencionar de paso que la interpretación subjetiva

de la probabilidad lógica vincula estos reemplazos subjetivistas,

exactamente como en el caso de la teoría de la coherencia acerca de

la verdad, con un enfoque que, en un análisis más detallado, resulta

ser esencialmente "sintáctico" y no "semántico", aunque puede presentarse

dentro del marco de un "sistema semántico".)

Puede resultar útil resumir las relaciones entre las teorías objetivas

y las subjetivas del conocimiento científico con la ayuda de un pequeño

cuadro:

TEORIAS OBJET1VA.S. LÓGICAS TEORÍAS SUBJETIVAS. PSICX)I.()-



U ONTOLOGICAS GICAS O E P I . S T E M 0 I . 0 C K ; AS

la verdad como correspon- la verdad como propiedad det

dencia con los hechos estado de nuestra mente,

conocimiento o creencia

probabilidad obi'eliva probabilidad subjetiva

(inherente a la situación y (grado de creencia racional basado

testable mediante tests en nuestro conocimiento t,>l.al)

estadísticos)

azar objetivo

(estadísticamente testable)

equipTobabilidad

(simetría física o situacional)

En todos estos casos, no .solamente me inclino a afirmar que es

menester distinguir los dos enfoques, sino también que el enfoque

subjetivista debe ser descartado como un lapsus, como basado en un

error, aunque quizás sea un error atractivo. Sin embargo, hay un cuadro

similar en el cual el lado epistemológico (el de la derecha) no

se basa en un error:

''> Cf. Carnap, Logical Foundations of Probability, 19.50, pig. 177. Cf. mi l..Sr.D..

especialmente la sección 84.

278

nuestro conocimiento

falta

falta

de

de

conocimiento

conocimiento

tierdad

testabilidad

poder explicativo o predirtivo

"verosimilitud"

conjetura

test eniphico

grado de corroboración

(esto es, informe de loi

resultados de ¡os tests)

3. VERDAD Y CONTENIDO: VEROSIMILITUD VERSUS PROBABILIDAD



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