G. H. Mead Espíritu, persona y sociedad



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IX

Mis últimas observaciones —acerca de (c)— indican la dirección en la

cual, quizás, pueda hallarse una respuesta a lo que considero el aspecto

más importante de nuestro multifacético problema. Pero no quiero

terminar este artículo sin dejar bien en claro mi creencia de que el

problema puede ser llevado más allá. Podemos preguntarnos: ¿por

6 Con respecto a estas cuestiones véase mi L.ScJD.

261


qué tenemos éxito a] hablar acerca de la realidad? ¿No es cierto que

la realidad debe tener una estructura definida para que podamos hablar

acerca de ella? ¿No podemos concebir una realidad que sea como

una niebla espesa y nada más, sin sólidos y sin movimiento? ¿O, quizás,

como una niebla en la que se producen ciertos cambios, por ejemplo,

indefinidos cambios de luz? Por supuesto, mi intento mismo por describir

tal mundo ha mostrado que puede ser descripto en nuestro lenguaje,

pero esto no quiere decir que sea posible describir cualquier

mundo semejante.

En su formulación anterior, no creo que la cuestión sea muy seria

pero tampoco creo que se la deba descartar muy rápidamente. En

verdad, creo que todos nosotros estamos muy íntimamente familiarizados

con un mundo que no es posible describir adecuadamente en

nuestro lenguaje, que se ha desarrollado principalmente como instrumento

para describir y tratar nuestro medio ambiente físico, más precisamente,

con cuerpos físicos de tamaño medio sujetos a movimientos

lentos. El mundo indescriptible que tengo en la mente es, por supuesto,

el mundo que yo tengo "en mi mente", el mundo que la mayoría

de los psicólogos (excepto los conductistas) tratan de describir, sin

mucho éxito, mediante lo que no es más que un montón de metáforas

tomadas del lenguaje de la física, la biología y la vida social.

Pero sea como fuere el mundo que querramos describir, y sean cuales

fueren los lenguajes que usemos y su estructura lógica, hay algo de

lo que podemos estar seguros: en tanto no cambie nuestro interés por

describir el mundo, estaremos interesados en descripciones verdaderas

y en inferencias; vale decir, en operaciones que conducen de premisas

verdaderas a conclusiones verdaderas. Por otro lado, ciertamente no

hay razón alguna para creer que nuestros lenguajes comunes sean los

medios mejores para la descripción de cualquier mundo. Por el contrario,

probablemente no sean siquiera los mejores medios posibles

para una descripción más fina de nuestro propio físico. El desarrollo

de la matemática, que es un resultado algo artificial de ciertas partes

de nuestros lenguajes ordinarios, muestra que con nuevos medios lingüísticos

es posible describir nuevos hechos. En un lenguaje que posea,

pongamos por caso, cinco números y la palabra "muchos", ni siquiera

es posible formular el hecho simple de que en el campo A hay 6

ovejas más cjue en el campo B. El uso de un Válculo aritmético nos

permite describir relaciones que sin él simplemente sería imposible describir.

Pero hay otros problemas, posiblemente más profundos, concernientes

a las relaciones entre los medios de descripción y los hechos descriptos.

Raramente se comprenden esas relaciones ele la manera correcta.

Los mismos filósofos que se oponen al realismo ingenuo con

respecto a las cosas a menudo son realistas ingenuos con respecto a los

hechos. Mientras que quizás crean que las cosas son construcciones

lógicas (la cual, estoy convencido, es una idea equivocada), creen al

mismo tiempo que los hechos forman parte del mundo, en un sentido

262

similar a aquél en el cual puede decirse que los procesos o las cosas



forman parte del mundo; que el mundo consiste de hechos, en el sentido

en el que puede decirse que consiste de procesos (tetradimensionalcs)

o de cosas (tridimensionales). Creen que, así como ciertos sustantivos

son nombres tie cosas, las oraciones son nombres de hechos. Y

a veces hasta creen que las oraciones son algo así como cuadros de hechos,

o proyecciones de hechos.'' Pero todo esto es equivocado. El hecho

de quq no haya ningún elefante en mi habitación no es uno de los

procesos o partes del mundo; ni lo es el hecho de que una granizada

en Newfoundland ocurriera exactamente 111 años después de que se

cayera un árbol en el bosque de Nueva Zelanda. Los hechos son algo

así como im producto común del lenguaje y la realidad; son la realidad

fijada mediante enimdados descriptivos. .Son como resúmenes tie un

libro, hechos en un lenguaje diferente del lenguaje original y determinados

no solamente por el libro original, sino tanibién —tasi en

igual medida— por los principios de selección y otros métodos ¡)ara

resumir, y por los medios de que dispone el nuevo lenguaje. Lo>

nuevos medios lingüísticos no sólo nos avudan a destribir nuevos tipos

de hechos, sino que, en cierto modo, hasta los crean. En cierto sentido,

estos hechos existen, obviamente antes de crearse los nuevos medios

indispensables para su descripción; digo "obviamente" porque

un cálculo, por ejemplo, de los movimientos del planeta Mercurio

de hace 100 años realizado actualmente mediante los medios matemáticos

de la teoría de la relativiilad puede ser una descripción verdadera

de los hechos aludidos, aunque la teoría aún no se hubiera inventado

cuando sucedieron esos hechos. Pero en otro sentido, podemos

decir que tales hechos no existen corno hechos antes de ser destacados

del continuo de sucesos y fijados mediante enunciados, vale decir, las

teorías que los. describen. Estas cuestiones, sin embargo, aunque estrechamente

vinculadas con nuestro problema, deben ser postergadas

para otro examen. Sólo las hemos mencionado para aclarar que, aunque

las soluciones que he propuesto sean más o menos correctas, aún

quedarán problemas en este campo.

' Yo aludía al Traclalus de VVittgcnsltin. Obscrvcsc que este artículo fue

;sci\to en 1946.

263

10

LA VERDAD, LA RACIONALIDAD

Y EL DESARROLLO

DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

1. EL DESARROLLO DEL CONOCIMIENTO: TEORÍAS Y PROBLEM^VS

MI PROPÓSITO en esta conferencia es destacar la importancia ile un

aspecto particular de la ciencia: su necesidad de desarrollarse o, si gustáis,

su necesidad de progreso. No me refiero a la importancia práctica

o social de esta necesidad. Lo que deseo examinar es, más bien, su importancia

intelectual. Sostengo que el desarrollo continuo es esencial para

el carácter racional y empírico del conocimiento científico, que si la

ciencia cesa de desarrollarse pierde este carácter. Es la forma de su

desarrollo lo que íiace a la ciencia racional y empírica; esto es, la for

ma en que el científico discrimina entre las teorías disponibles y elige

la mejor, o (en ausencia de una teoría satisfactoria) la manera en que

ofrece razones para rechazar todas las teorías disponibles, con lo cual

sugiere algunas de las condiciones que debe cumplir una teoría satisfactoria.

Se habrá observado a través de mi formulación que, cuando hablo

del desarrollo del conocimiento científico, lo que tengo in mente no

es la acumulación de observaciones, sino el repetido derrocamiento de

teorías científicas y su reemplazo por otras mejores o más satisfactorias.

Dicho sea de paso, éste es un procedimiento que puede ser considerado

digno de atención hasta por aquellos que ven el aspecto más imfx>rtante

del desarrollo del conocimiento científico en nuevos experimentos

y nuevas observaciones. Pues el examen critico de nuestras teorías nos

Esta conferencia nunca se dio ni se publicó antes. Estaba destinada al Congreso

Internacional de Filosofía de la Ciencia realizado en Stanford en agosto de 1960,

pero debido a su extensión, sólo pude presentar en él una pequeña parte de la

misma. Otra parte de ella constituyó mi Disertación Presidencial ante la Sociedad

llrilúuica de Filosofía de la Ciencia, en la reunión realizada en enero de 1961. Creo

que esta conferencia contiene (especialmente en las partes 3 a ^) algunos desarrollos

esenciales de las ideas expuestas en mi Logic of Scientific Discovery.

264


lleva a tratar de testarlas y derrocarlas, lo cual nos conduce, aún más

allá, a experimentos y observaciones en los que nadie habría soñado

sin el estimulo y la guía tanto de nuestras teorías como de nuestras

críticas a ellas. Pues, en realidad, planeamos los experimentos y observaciones

más interesantes con el fin de testar nuestras teorías, especialmente

nuestras teorías nuevas.

En este artículo, pues, quiero destacar la importancia de este aspecto

de la ciencia y resolver algunos de los problemas, tanto viejos como

nuevos, vinculados con las nociones de progreso científico y de discriminación

entre teorías rivales. Los nuevos problemas cjue deseo discutir,

son, principalmente, los vinculados con las nociones de verdad objetiva

y de mayor acercamiento a la verdad, nociones que me parecen de gran

utilidad para analizar el desarrollo del con

Aunque limitaré mi examen al desarrollo del conocimiento científico,

mis observaciones son también aplicables sin mucho cambio, creo, al

desarrollo del conocimiento precientífico, es decir, a la manera general

como los hombres, y hasta los animales, adquieren nuevo conocimiento

fáctico acerca del mundo. El método de aprendizaje por el ensayo y

el error - d e aprender de nuestros errores— parece ser fundamentalmente

el mismo, lo practiquen los animales inferiores o los superiores,

los chimpancés o los hombres de ciencia. No estoy interesado solamente

en Ja teoría del conocimiento científico, sino más bien en la teoría del

conocimiento en general. Pero creo que el estudio del desarrollo del

conocimiento científico es la manera más fructífera de estudiar el desarrollo

del con

del conocimiento científico es el desarrollo del conocimiento humano

común en sentido amplio (como he señalado en el prefacio de

1958 a mi Lógica de In Irwestigación Científica).

Pero, ¿hay algún peligro de que nuestra necesidad de progreso quede

insatisfecha y de que el desarrollo del conocimiento científico se interrumpa?

En particular, ¿hay algún peligro de que el avance de la

ciencia llegue a un punto final porque la ciencia haya completado su

tarea? Creo que no, debido a la infinita magnitud de nuestra ignorancia.

Entre los peligros reales que pueden acechar al progreso de la

ciencia no se cuenta la posibilidad de que sea comj)letada, sino situaciones

como la falta de imaginación (que a veces es una consecuencia

tie la falta de interés real) o una fe equivocada en la formación y la

precisión (problema que discutiremos más adelante, en la sección v)

o el autoritarismo en cualquiera de sus numerosas formas.

Dado que he usado varias veces la palabra "progreso", al llegar a

este punto deseo asegurarme de que no seré tomado equivocadamente

por un creyente en alguna ley histórica del progreso. En realidad, ya

antes he descargado varios goI{>es contra la creencia en una ley de)

progreso i, y sostengo que ni siquiera la ciencia está sujeta a la acción

i Véase especialmente mi Poverty of Hislnrici^m (2» ed., 1960) y el cap. 16

de este volumen.

265

de nada que se asemeje a tal ley. La liistoria de la ciencia, como la de



todas las ideas humanas, es una historia de sueños irresponsables, de

obstinación y de errores. Pero la ciencia es ima de las pocas actividades

liumanas — quizás la ijnicaí— en la cual los errores son criticados sistemáticamente

y muy a menudo, con el tiempo, corregidos. Es por

esto por lo que poilemos decir que, en la ciencia, a menudo aprendemos

de nuestros errores y ¡)or lo que podemos hablar, con claridad y

sensatez, de reali/ar progresos en ella. En la mayoría de los otros campos

de la actividad humana hay cambio, pero raramente progreso (a

menos que adoptemos una concepción muy estrecha de nuestros posibles

objetivos en la vida), pues casi toda ganancia es compensada, o

más cjvie ;compensada, por alguna pérdida. Y en la mayoría de los campos

ni siquiera sabemos cómo evaluar el cambio.

Dentro de la ciencia, en cambio, tenemos un criterio di? progrese^:

inclusive antes de someter una teoría a un test empírico podemos

decir si, en caso de (jue resista ciertos tests específicos, será o no ini

avance con resjjecto a otras teorías con las que estamos lamiliari/ados.

Esta es lui jjrimera tesis.

Para decirlo de una manera im j)Oco ditcrente, sostengo que sabemos

cómo tendría cpie ser una buena teoría científica y —aun antes de .ser

testada— qué tipo de teoría sería aún mejor, siempre que resista ciertos

tests cruciales. Y es ese concxrimiento (metacientífico) el que permite

hablar de progreso en la ciencia y de elección racional entre teorías.

Asi, mi primera tesis es que ]>fKÍemos saber con respecto a una teoría,

y aún antes de haber sido testada, que, si resiste ciertos tests, será mejor

que otra. Esta primera tesis implica que jioseemos lui criterio para

establecer el polenrial carácter satisfactorio relativo, o el carácter potencial

progresista, de una teoría, ciiterio (jue puede ser aplicado aun

antes de que sepamos si, al resistir algunos tests decisivos, esa teoría

será o no satisfactoria de liecho.

Este criterio de satisfactoriedad potencial relativa (que formulé hace

algún tiempo^ y que, digamos de paso, nos permite graduar las

teorías de acuerdo con su grado de satisfactoriedad |X)tenc¡al relativa) es

sumamente simple e intuitivo. Considera ]>referible la teoría que nos

dice más; o sea, la teoría que contiene mayor cantidad de información

o contenido empíricos; que es lógicamente más fuerte; que tiene mayor

poder explicativo y predictivo; y que, por ende, puede ser testada

2 Véase la discusión sob:e grados de tcstabilidad, contenido empírico, corroborabílidad

y coirohoracióii de mi I. Se. I)., especialmente secciones .ti a 4fi, 82 a 85.

nuevo apéndice IX y también la discusión sobre los grados de poder explicativo

que se oMicuentra en este apéndice, especialmente la comparación entre la

teoría de Einstein y la de Newton (en la nota 7 de la pág. 401, ed. inglesa) . En

lo que sigue, me referiré a la testabilidad, etc., como al "criterio de progreso"

sin entrar en ias distinciones más detalladas de mi libro citado.

266


más severamente comparando los hechos predichos con las observaciones.

En resumen, preferimos una teoría interesante, audaz e informativa

en alto grado a una teoría trivial.

Puede mostrarse que todas esas propiedades que, al parecer, deseamos

en una teoría equivalen a una sola cosa: al mayor grado de contenido

empírico o de testabilidad.



III

Mi estudio del contenido de una teoría (o de un enunciado cualquiera)

se basó en la idea simple y obvia de que el contenido informativo

de la conjunción, ab, de dos enunciados cualesquiera a y b,

será siempre mayor, o al menos igual, que el de cualquiera de sus

componentes.

Sea a el enunciado "el viernes lloverá", b el enunciado "el sábado

hará buen tiempo" y ab el enunciado "el viernes lloverá y el sábado

hará buen tiempo": es obvio, entonces, que el contenido informativo

de este último enunciadp, la conjunción ab, será mayor que el de su

componente a y que el de su componente b. También es obvio que la

probabilidad de ab (o, lo que equivale a lo mismo, la probabilidad de

que ab sea verdadera) será menor que la de cualquiera de sus componentes.

Si escribimos Ct (a) para significar "el contenido del enunciado a",

y Ct (ab) para significar "el contenido de la conjunción a y b", tenemos

(1) Ct (a) ^ Ct (ab) ^ Ct (b)

Esta expresión se contrapone a la ley correspondiente del cálculo de

probabilidades,

(2) p(a) ^ p ( a b ) ^ p (b)

donde los signos de desigualdad de (1) están invertidos. Estas dos leyes

juntas expresan que si aumenta el contenidoi, disminuye la probabilidad,

y viceversa; en otras palabras, que el contenido aumenta

con el aumento de la improbabilidad. (Este análisis concuerda plenamente,

por supuesto, con la idea general de que el contenido lógico de

un enunciado es la clase de todos los enunciados lógicamente implicados

por él. Podemos decir también que un enunciado a es lógicamente

más fuerte que un enunciado b, si su contenido es mayor que el de

b, vale decir, si tiene más implicaciones que b.)

Ese hecho trivial tiene las siguientes consecuencias ineludibles: si desarrollo

del conocimiento significa que operamos con teorías de contenido

creciente, ello debe significar también que operamos con teorías

de probabilidad decreciente (en el sentido del cálculo de probabilidades)

. Así, si nuestro objetivo es el avance o desarrollo del conocimiento,

entonces no puede ser también nuestro objetivo lograr una elevada

probabilidad (en el sentido del cálculo de probabilidad): esos dos



objetivos son incompatibles.

Llegué a ese resultado trivial, aunque fundamental, hace treinta

años, y lo he estado predicando desde entonces. Sin embargo, el pre-

267


juicio de que una alta probabilidad es algo sumamente deseable se

encuentra tan profundamente arraigado que muchos todavía consideran

"paradójico" ese resultado trivial. ^ A pesar de este resultado

simple, la ¡dea de que un alto grado de probabilidad (en el sentido

dei cálculo de probabilidades) es algo sumamente deseable parece tan

obvia a mucha gente que no están dispuestos a considerarla críticamente.

Por eso el Dr. Bruce Brooke-Wavell me ha sugerido que deje

de hablar de "probabilidad" en este contexto y base mis argumentos

en un "cálculo de contenidos" y de "contenido relativo"; en otras palabras,

que no debo decir que la ciencia tiende a la improbabilidad,

sino decir simplemente que tiende a un máximo de contenido. He

reflexionado mucho sobre esta sugestión, pero no creo que sea conveniente:

para aclarar realmente la cuestión parece inevitable un choque

frontal con el prejuicio probabilístico ampliamente aceptado y profundamente

arraigado. Aunque yo basara mí teoría en el cálculo de

contenidos, o de fuerza lógica, lo cual sería bastante fácil, ai'in seria

necesario explicar que el cálculo de probabilidades, en su aplicación

("lógica") a proposiciones o enunciados, no es más que un cálculo



de la debilidad lógica o la jaita de contenido de estos enunciados (sea

de la debilidad lógica absoluta o de la debilidad lógica relativa).

Quizás podría evitarse nn choque frontal si la gente no estuviera tan

•nclinada, en general, a suponer acríticamente que el alto grado de

probabilidad clebe ser un objetivo de la ciencia y que, por lo tanto,

la teoría de la inducción debe explicarnos cómo alcanzar un alto grado

de probabilidad para nuestras teorías (y se hace necesario, entonces,

señalar que hay algo más —una "semejanza con la verdad ' [truthlikencss]



o "verosimilitud"-- con un cálculo totalmente diferente del

cálculo de probabilidades y con el cual parece haber sido confundido.)

Para evitar estos resultados simples se han concebido teorías más o

menos complicadas de todo tipo. Creo haber demostrado que ninguna

de ellas tiene éxito. Pero lo más importante es que son totalmente

innecesarias. Simplemente es menester reconocer que la propiedad que

apreciamos en las teorías y a la cual quizás podríamos llamar "verosimilitud"

o "semejanza con la verdad" (ver sección xi^, más adelante)



no es una probabilidad en el sentido del cálculo de probabilidades,

del cual (2) es un teorema ineludible.

Debe observarse que el problema que tenemos ante nosotros no es

un mero problema verbal. No mé interesa a qué llamáis "probabilidad"

ni me interesa si usáis algún otro nombre para designar esos grados

para los cuales es válido el Uamdo "cálculo de probabilidades". Personalmente,

creo que es más conveniente reservar el término "probabilidad"

para todo lo que pueda satisfacer a las conocidas reglas

» Véase, por ejemplo, ] . C. Harsanyi, "Popper's Improbability Criterion for the

Choice of Scientific Hypotheses", Philosophy, 3.5, 1960, págs. 332 y sigs. Dicho sea de

paso, no propongo ningún criterio para la elección de hipótesis científicas: toda

elección es una conjetura riesgosa. Además, la elección del teórico es la hipótesi»

más digna de ulterior discusión critica (más que de aceptación).

268


de este cálculo (que han formulado Laplace, Keynes, Jeffreys y muchos

otros, y para el cual he ideado diversos sistemas axiomáticos formales).

Si (y sólo si) aceptamos esta terminología, entonces no puede haber

duda alguna de que la probabilidad absoluta de un enunciado a es

simplemente el grado de su debilidad lógica, o falta de contenido informativo,

y que la probabilidad relativa de un enunciado a, dado

otro enunciado b, es simplemente el grado de debilidad relativa, o

falta relativa de nuevo contenido informativo, del enunciado a, suponiendo

que ya poseemos la información b.

Así, si aspiramos a un alto contenido informativo en la ciencia —si

el desarrollo del conocimiento significa que sabemos más, que sabemos

a y f», y no solamente a, y que el contenido de nuestras teorías aumenta

de este modo—, entonces tenemos que admitir que también aspiramos

a una baja probabilidad, en el sentido del cálculo de probabilidades.

Y puesto que una baja probabilidad significa una alta probabilidad

de ser refutado, se desprende de esto que un alto grado de refutabilidad,

o testabilidad, es uno de los objetivos de la ciencia; en verdad,

se trata precisamente del mismo objetivo q\ie el del elevado contenido

informativo.

El criterio de la satisfactoriedaid ix>tencial es, pues, la testabilidad

o improbabilidad: sólo es digna de ser testada una teoría altamente

testable o improbable, y es realmente (y no sólo potencialmente)

satisfactoria si resiste los tests severos, en particular esos tests que

podemos señalar como cruciales para la teoría aun antes de que se los

lleve a cabo.

En muchos casos es posible comparar objetivamente la severidad de

los tests. Hasta es posible, si hallamos que vaJe la pena, definir una

medida de la severidad de los tests. (Ver los Apéndices a este volumen.)

Mediante el mismo métcxlo podemos definir el poder explicativo y el

grado de corroboración de ima teoría. ••


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