Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5


CAPÍTULO XXI Las “terceras personas” y los tres imperios mundiales de Struve



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CAPÍTULO XXI Las “terceras personas” y los tres imperios mundiales de Struve

Vamos a ocuparnos ahora de la crítica que de las anteriores opiniones han hecho los marxistas rusos.


Struve, que en 1894 había publicado en la Hoja cen­tral político-social (año 3, número 1) bajo el título “Sobre la apreciación del desarrollo capitalista de Rusia”, un estudio detenido del libro de Nikolai-on, publicó en 1894 en lengua rusa un libro, Notas crí­ticas acerca de la cuestión del desarrollo económico de Rusia, en el cual somete a una crítica que abarca varios aspectos las teorías “populistas”. Pero en la cuestión que aquí nos preocupa, Stru­ve se limita a demostrar, tanto frente a Woronzof como a Niko­lai-on, que el capitalismo no reduce, sino que, al contrario, amplía su mercado interior. El error de Nikolai-on, que éste había tomado de Sismondi, es, en efecto, patente. Ambos se limitaban a describir el aspecto del proceso de la destrucción de las formas de produc­ción tradicionales de la pequeña industria por el capitalismo. Sólo veían la depresión del bienestar que de aquí resultaba, el empo­brecimiento de amplias capas productoras. No advertían lo que sig­nifica el otro aspecto del proceso económico: la abolición de la economía natural y su sustitución por la economía de mercado en el campo. Pero esto significa que el capitalismo incluye en su esfe­ra cada vez más círculos de productores antes independientes; que a cada paso transforma en compradoras de sus mercancías nuevas capas que antes no lo eran. Así, pues, la marcha de la evolución capitalista es, justamente, contraria de la que imaginaban los “po­pulistas” conformándose al modelo de Sismondi: el capitalismo no aniquila su mercado interior, sino que primeramente lo crea por la difusión de la economía del dinero.
En lo que atañe especialmente a la teoría de Woronzof, según la cual la plusvalía no es realizable en el mercado interior, Struve la refuta del siguiente modo: “La base de la teoría de Woronzof consiste en que una sociedad capitalista desarrollada se compone únicamente de empresarios y obreros. Nikolai-on opera igualmente todo el tiempo con este principio. Desde este punto de vista, no puede, en efecto, comprenderse la realización del producto total capitalista. La teoría de Woronzof es exacta en cuanto “demuestra el hecho de que la plusvalía no puede ser realizada ni por el consumo de los capitalistas ni por el de los obreros, sino que presupone el consumo de “terceras personas”.”148 Pero frente a esto hay que afirmar, que en toda sociedad capitalista existen tales “terceras personas”. El razonamiento de Woronzof y Nikolai-on no es más que una ficción “que no puede hacernos adelantar un paso en la comprensión de ningún proceso histórico”.149 No hay ninguna sociedad capitalista, por desarrollada que esté, que se componga exclusivamente de em­presarios y obreros. “Incluso en Inglaterra y Gales, de 1.000 habi­tantes que trabajan, corresponden 545 a la industria, 172 al comer­cio, 140 a la agricultura, 81 a trabajos asalariados indeterminados y variables y 72 a funcionarios del Estado, profesiones liberales, etcétera.” Por consiguiente, incluso en Inglaterra hay masas de “ter­ceras personas”, y éstas son las que, con su consumo, ayudan a reali­zar la plusvalía en la parte que no es consumida por los patronos. Struve deja abierta la cuestión de si el consumo de las “terceras personas” es suficiente para la realización de toda la plusvalía, di­ciendo, que en todo caso “habría que demostrar primero lo con­trario”.150 “Con referencia a Rusia, que es un gran país con una enorme población, seguramente no puede probarse. Rusia se halla pre­cisamente en la feliz situación de poder pasarse sin mercados exteriores, favorecida en esto [aquí Struve toma prestado del aco­pio de ideas de los profesores Wagner, Schaffle y Schmoller] por el mismo destino que los Estados Unidos de Norteamérica. Si el ejemplo de la Unión Norteamericana prueba algo, es el hecho de que, en ciertas condiciones, la industria capitalista puede alcanzar un gran desarrollo apoyándose, casi exclusivamente, en el merca­do interior.”151 Esta afirmación se ilustra aduciendo la escasa expor­tación industrial de los Estados Unidos en el año 1882. Como tesis general formula Struve el aserto: “Cuanto mayor sea el territorio y más numerosa la población de un país, tanto menos necesita­rá del mercado exterior para su desarrollo capitalista.” De este punto de vista deduce (a la inversa que los “populistas”) un porvenir más brillante para el capitalismo en Rusia que en otros países. “El desarrollo progresivo de la agricultura sobre la base de la pro­ducción de mercancías, tiene que crear un mercado en el que se apoyará el desarrollo del capitalismo industrial ruso. Este mercado puede crecer indefinidamente a medida que progrese la elevación económica y cultural del país, y venga con ella la eliminación de la economía natural. En este aspecto, el capitalismo se encuentra en Rusia en condiciones más favorables que en otros países.”152 Y Struve describe, con todo detalle, un cuadro magnífico de la aper­tura de nuevos mercados: en Siberia, gracias al ferrocarril transi­beriano; en el Asia central, en el Asia Menor, en Persia, en los países balcánicos. En el ardor de sus profecías, Struve no se ha dado cuenta que ha pasado del mercado interior “que crece in­definidamente” a mercados exteriores perfectamente definidos. Po­cos años después, se colocaba políticamente al lado de este ca­pitalismo ruso esperanzado, cuyo programa liberal de expansión imperialista había fundamentado ya, como “marxista”.
La argumentación de Struve sólo respira, en efecto, un fuerte optimismo con respecto a la capacidad ilimitada de desarrollo de la producción capitalista. En cambio, la fundamentación de este optimismo es bastante floja. Los principales sostenes de la acumu­lación son, para Struve, las “terceras personas”. No ha expuesto con suficiente claridad qué entiende por terceras personas, pero sus referencias a las estadísticas de profesiones inglesas muestra que se refiere a los funcionarios privados y públicos, a las profe­siones liberales; en suma, al famoso “gran público” al que suelen aludir los economistas vulgares burgueses con gesto vago, cuando no saben por dónde salir, y que fue definido por Marx, quien dijo que había prestado a los economistas “el servicio de explicarles cosas para las que ellos no encontraban ninguna explicación”. Es claro que cuando se habla del consumo de los capitalistas y de los obreros en sentido categórico, no se piensa en los empresarios como personas individuales, sino en la clase capitalista en conjunto, con sus anejos de empleados, funcionarios públicos, profesiones libera­les, etc. Todas estas “terceras personas” que, en efecto, no faltan en ninguna sociedad capitalista, son, en su mayoría, copartícipes de la plusvalía, cuando no se manifiestan copartícipes del salario. Estas capas sólo pueden obtener sus medios de compra: o del sala­rio del proletario, o de la plusvalía, o de ambas cosas a la vez; pero, en conjunto, han de ser consideradas como copartícipes en el consumo de la plusvalía. Por ello, su consumo está incluido en el consumo de la clase capitalista, y si Struve los hace volver a la escena por una puerta trasera y los presenta al capitalista como “terceras personas” para sacarle del apuro y ayudarle a realizar la plusvalía, el beneficiario avisado reconocerá, a primera vista, en este “gran público” a la mesnada de parásitos que le sacan primero el dinero del bolsillo, para comprar después con este dinero sus mercancías. Nada puede hacerse, por consiguiente, con las “terce­ras personas” de Struve.
Igualmente insostenible es su teoría del mercado exterior y su significación para la producción capitalista. Struve sigue aquí es­trictamente a los “populistas” en su concepción mecánica conforme a la cual un país capitalista, con arreglo al esquema de un manual de profesor, esquilma, primero, lo mejor que puede, el “mercado interior” para buscar luego, cuando éste está agotado o casi agotado, mercados exteriores. Partiendo de aquí, Struve camina siguien­do las huellas de Wagner, Schiiffle y Schmoller, y llega a la con­clusión que un país con “gran territorio” y mucha población puede constituir, en su producción capitalista un “todo cerrado”, y bastarse a sí mismo por un “tiempo indeterminado” con el merca­do interior solo.153 La producción capitalista es, de hecho, desde el comienzo una producción mundial, y a la inversa de la receta pedante de la sabiduría de los catedráticos alemanes, empieza a producir ya desde su infancia para el mercado mundial. Sus prin­cipales ramas como la industria textil, la industria metalúrgica y del carbón en Inglaterra buscaron mercados en todos los países del mundo cuando todavía no se había terminado, ni con mucho, en el interior, el proceso de descomposición de la propiedad campesina, la ruina del oficio y de la antigua producción doméstica. Váyase, por ejemplo, a la industria química alemana y a la electrotécnica alemana con el consejo de que en vez de trabajar, como en efecto lo han hecho desde su aparición, para las cinco partes del mundo, débense limitar, por ahora, al mercado interior alemán, que en mu­chas otras ramas no está agotado todavía por la industria nacional, a pesar de lo cual es aprovisionado desde afuera con toda variedad de productos. O aconséjese a la industria de maquinaria alemana que no debe recurrir todavía a los mercados extranjeros, porque, como demuestra claramente la estadística de la importación alema­na, una gran parte de la demanda de productos de esta rama se satisface con suministros extranjeros en la misma Alemania. Desde el punto de vista de este esquema del “comercio exterior” no pue­den percibirse tales relaciones del mercado mundial con sus miles de ramificaciones y sus matices de división de trabajo. El desarrollo industrial de los Estados Unidos (que son hoy un competidor peligroso de Inglaterra en el mercado mundial, y hasta en su mis­mo suelo), venciendo en la electrotécnica a la competencia alemana en el mercado mundial y en Alemania misma, ha demostrado la falsedad de las deducciones de Struve, que, por lo demás, resulta­ban ya anticuadas cuando las escribía.
Struve acepta también la grosera concepción de los populistas rusos, conforme a la cual se reducen, en lo fundamental, a preocu­paciones ordinarias del comerciante por el “mercado” las relaciones internacionales de la economía capitalista mundial con su tendencia histórica a formar un organismo vivo, unitario con división del trabajo social, que se apoye en toda la variedad de la riqueza natural y de las condiciones de producción del planeta. El papel fundamental del aprovisionamiento ilimitado de las industrias capitalistas con substancias alimenticias, materias primas y auxilia­res y obreros, calculado sobre el mercado mundial, lo mismo que la venta de las mercancías elaboradas, desaparece o se reduce artificialmente con la visión de los tres imperios mundiales que para Wagner y Schmoller se bastan a sí mismos: Inglaterra y sus colonias, Rusia y los Estados Unidos, que Struve recoge. Sólo la historia de la indus­tria inglesa algodonera, que encierra la síntesis del desarrollo del capitalismo, y cuyo campo de acción durante todo el siglo XIX fue­ron las cinco partes del mundo, es, a cada paso, una burla contra esta teoría infantil de profesores, cuyo único sentido real está en que suministra la justificación teórica del sistema de protección aduanera.

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