El consumidor uruguayo en el espejo


La autorrealización como meta



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La autorrealización como meta
Cuando analizábamos los determinantes motivacionales del indivi­duo aparecía la autorrealización como uno de los mecanismos más complejos, y se encontraba ubicado al "tope" de la escala de necesidades. La autorrealización alude al sentimiento íntimo de expresión de las potencialidades pro­pias. Decimos que es un sentimiento íntimo porque sólo el indivi­duo puede experimentarlo: una persona podría tener muchos logros valorados por la sociedad, y aún así sentirse interiormente frus­trada o insatisfecha. La autorrealización tiene entonces que ver por un lado con el logro; está asociada con las sensaciones que se experimentan cuando se alcanza una meta, cuando se conquista algo deseado, cuando se concluye con éxito un emprendimiento.
Al mismo tiempo tiene que ver con la creati­vidad: se experimenta cuando se da lugar a una obra creativa, cuando se pone algo de uno mismo, cuando se expresan libre­mente los aspectos persona­les.
Muchas veces este sentimiento no va unido al reconocimiento social: podría ser el caso de artistas anónimos que se sienten plenamente desarrollados aún sin la valoración de sus contemporá­neos.
En la mayoría de las personas, en cambio, la autorrealización está unida al logro de metas que sí son valoradas y compartidas por la sociedad y que, aunque se expresen a través de logros personales, significan también un posicionamiento dentro del grupo.
Actualmente nuestra sociedad siente que la realización individual y plena, el logro en todas sus formas, es no sólo una meta individual sino también en cierta medida una exigencia que se impone al individuo. Esta imposición es vivida de manera muy fuerte por el hombre, pero también de manera crecien­te, y por ello cada vez más fuerte, por la mujer, que en otras generaciones se vio de algún modo "eximida" (o postergada) de logros extrafa­miliares, y hoy en cambio los siente, en algunos casos no sólo como una oportunidad sino como una exigente condición para ser valorada. Esta realización personal a la que nos referi­mos va acompañada de ciertos símbolos que expresan el éxito o el fraca­so, de algunos elementos tangibles que lo mues­tran a los demás. Así, vamos comprendiendo que una sensación última de logro ya no es tan individual, desde el momento en que muchos comparten esas metas, comparan estos símbolos, y por último pueden entrar en una carrera de exhibición de sus logros, traducida en elemen­tos materiales (éxito laboral, vivienda, objetos de consumo) pero también símbolos no tan materiales (familia organizada, esposa/o socialmente valorada/o, etc.)
Es fácil suponer que en la alimentación del fenómeno se encuen­tran los medios de comunicación, y la influencia de otras socie­dades que han alcanzado un máximo desarrollo en esta direc­ción. Pero aquí no intentamos investigar las raíces de los fenóme­nos sino más bien analizar cómo estas tendencias son vividas y percibidas en nuestro medio.
El discurso de los grupos muestra la transición entre las genera­ciones mayores y las generaciones en crecimiento. En las genera­ciones hoy mayores se destaca el credo de la disciplina personal, el culto del trabajo, las reglas morales compartidas y la abnega­ción en la mujer. Si en este contexto se alcanzaba la realización personal y la felicidad, bienvenidos. Pero se acepta­ba que el cumplimiento de una vida ordenada, y en el mejor de los casos con éxitos materiales, era una meta sufi­ciente­mente válida.
Las generaciones actuales, a partir de cuestionamientos persona­les y colectivos que no pueden evadir, sienten que eso ya no es suficiente. Es necesario más, y es necesario intentar, por todos los medios, ser uno mismo, desarrollarse como individuo, ser feliz. ¿Podría hablarse de la obligación de ser feliz? Hoy en día tener un trabajo en el que no se expresa la creatividad, vivir dentro de un matrimonio no satisfactorio, no llegar a la auto­rrealización, es vivido como una frustración, y tiene cierta connotación socialmente vergonzante. Sin embargo los grupos admiten que hace varias décadas ese mismo trabajo rutina­rio, esa misma vida familiar mediocre eran aceptados como parte de una realidad inapelable por la mayoría de la sociedad.
La sociedad, entonces, habría evolucionado en el sentido de hacer conscientes a sus miembros acerca de sus derechos como seres humanos, de sus necesidades y de sus potencialidades, cargándolos al mismo tiempo con nuevas responsabilidades: ahora que lo saben no pueden dejar de verlo, ahora que se hicieron cons­cientes están insertos en esa búsqueda permanente.
La propia sociedad estimula al cambio, a la búsqueda de la mejor alternativa en la diversidad cada vez mayor de estilos de vida, de actitudes permitidas. Pero, como no todos sus miembros son capaces de lograr esos trabajos creativos, esas familias armóni­cas e idealizadas, hay un sinnúmero de individuos frustrados, conscientes de que no han encontrado el camino: la autocrítica es severa, y la sociedad demanda ver los símbolos de la autorreali­zación.
Podría pensarse que este fenómeno es privativo de los niveles con mayor poder adquisitivo y que en los otros, preocupaciones más urgentes harían secundaria esta inquietud. Sin embar­go, traba­jando con diversos grupos vemos que éste es un fenómeno general, que por supuesto adquiere matices y perfiles diferentes en las diversas subculturas, y que se posterga momentáneamente mientras no están cubiertas las necesidades básicas y de seguri­dad, pero subyace y aparece apenas se dan las condiciones.
En las generaciones jóvenes queda claro que, además de la inquie­tud por una inserción laboral que se vive como difícil por lo limitado del medio, se experimenta la búsqueda de un espacio, laboral o no, para la expresión de sí mismo.
Este proceso adquiere matices diferentes en el hombre y en la mujer. En el hombre la autorrealización promueve en general símbolos muy tangibles y allí la carrera competitiva es fuerte y explícita. Aparece el culto del "entrepreneur", la empresa propia como máxima expresión del logro personal, y los símbolos tradi­cionales vinculados con el consumo, que abarcan tanto lo laboral como el tiempo libre, valorando socialmente el disfrutar, el ser permisivo consigo mismo, el perfil masculino exitoso pero no esclavo de su trabajo.
En cada nivel socio-económico varían las conductas y símbolos, pero se orientan en el mismo sentido. Transcribimos algunos comentarios dentro de los grupos de nivel socio-económico medio- bajo, que ejemplifican aspectos que se reiteran:
"Me parece que también hay algo de status, se nota que la gente quiere mantener cierto status. Dentro de su nivel, clase media o clase alta, pero como que, por ejemplo el hecho ahora de ir a jugar al padel, como que es el boom".
"He sentido como que en determinadas personas tanto el hecho de ir, como el de comprarse algo, o el de comentar sí, me fui de vacaciones a Brasil, como que es un poco eso de tener cierto status".
"Me llama la atención que en zonas que no son pudientes de repente encontrás en una esquina un club de padel con antena parabólica y con sombrillas como si allí fuera la playa, pintado de verde como si fuera césped. También creo que se hace no sólo para vender sino porque la gente después de trabajar tanto tanto, siente que además de trabajar obligatoriamente, vive. Otro tema aparte es que el trabajo no tiene que ser quitarte la vida, porque vos podés tener un trabajo que es vital, que te gusta, si podés, si ganás lo que elegiste, pero la mayoría de la gente trabaja en dos o tres lados y está obligada, tiene necesidad de esa dispersión, de estar en un lugar que lo haga sentir que él puede, o ella también puede".
"Conozco una muchacha que tiene un jardín de infantes que atiende mucho, nueve horas de bebitos, y ella me decía que cuando termina de trabajar en vez de irse a la casa, va a hacer gimnasia. No lo hace sólo por el cuerpo, sino porque necesita saber que hace algo por ella".
La autorrealización va unida a una mayor individuación. En este contexto se valora más lo particular de cada ser humano, se respetan más sus elecciones y se van generando personas cada vez más "diferenciadas" en la medida que cada vez menos tienen que responder a patrones preestablecidos de conducta. Por el contra­rio, en el nuevo contexto se valora positivamente una identidad clara, la asunción cabal y directa de lo que la persona realmente es.
Según Lipovetsky, que analiza otras sociedades y generaliza a toda una época, "así opera el proceso de personalización, nueva manera para la sociedad de organizarse y orientarse, nuevo modo de gestionar los comportamientos, no ya por la tiranía de los detalles sino por el mínimo de coacciones y el máximo de eleccio­nes privadas posibles, con el mínimo de austeridad y el máximo de deseo, con la menor represión y la mayor comprensión posible .... Ya nadie cree en el porvenir radiante de la revolu­ción y el progreso, la gente quiere vivir en seguida, aquí y ahora, conser­varse joven y no ya forjar el hombre nuevo".
En el nivel de las conductas de consumo el proceso de individuación, con la búsqueda de realización personal que subyace, tiene su apoyo en un fenómeno que analizábamos en otro capítulo y que continúa creciendo: la segmentación.
Segmentar, como veíamos, significa identificar dentro del conjun­to de la sociedad subgrupos de individuos proclives a actuar de una determinada manera, similar entre sí y diferente del resto de la sociedad. La segmentación es el proceso paralelo y concomitan­te de la valorización de la individualidad: en tanto existe más apertura para conductas diferentes, cada uno es más libre de realizar elecciones "de medida", y debe encontrar el objeto satisfactor (producto, servicio, etc.) que más se ajuste a su propio perfil.
Si la amplitud de la individuación permitiera el surgimiento de tantos perfiles como personas, se podría llegar al extremo de que cada persona fuera un "segmento": único, particular, incompara­ble. Sin llegar a esos límites, sin embargo, el marketing transi­ta en esa dirección; ya no es efectivo proponer alternativas válidas para todos, sino cada vez para un grupo más pequeño, que responde a un esquema de valores básico similar pero diferente del resto. Esto diversifica enormemente las alternativas y en ese universo complejo cada individuo tiene una mayor probabilidad de encontrar el producto que mejor se ajuste a su perfil, pero tiene que buscarlo.
La diversidad concomitante a la segmentación, unido a la limita­ción del recurso económico, hace que el consumidor deba ser más "estratégico" en sus decisiones: tiene más opciones, pero le es por lo tanto más difícil elegir, en tanto cada vez más buscará que esa elección lo represente realmente. Como consecuencia, aparece un aumento de la exigencia en la elección y, de manera esperable, un aumento de la satisfacción.

La mujer y sus desafíos
En el caso de la mujer, las exigencias de autorrealización se expresan con matices propios, intensos, y forman parte de una importante evolución a nivel de los roles.
La mujer se ha insertado progresivamente en el mercado laboral, y en nuestro medio se ha dado por necesidad en la mayoría de los casos. Sin embargo, una vez adaptada a los nuevos roles, estos comien­zan a ser fuente de gratificaciones que van más allá de lo económico: un mayor desarrollo social, un mayor nivel de indepen­dencia para el manejo del dinero, y un espacio para expresar, en ciertos tipos de trabajo, el potencial creativo.
A consecuencia de esto se producen otros fenómenos. A nivel familiar, la relación de poder hombre-mujer se ve alterada de sus esquemas clásicos: la mujer adquiere mayor poder en las decisio­nes conjuntas, y amplía el rango en el que toma decisiones por sí misma, apoyada esencialmente en dos pilares: aporta dinero al hogar (con lo cual el clásico símbolo de poder no es ya exclusi­vamente masculino), y es capaz de autosostenerse, lo cual la hace teóricamente libre para elegir si desea otro tipo de vida.
Transcribimos algunos comentarios que ejemplifican reiterados puntos de vista.
"Yo pienso que evolucionó, cambió por el aporte que tiene en la casa. Antes era como un mueble dentro de la casa, pero ahora aporta como el hombre y tiene derechos, voz y voto. Antes no, había que conformarse".
"Toma más decisiones, más compras sin consultar".
"La mujer también se arregla sola".
"La necesidad de que la mujer salga a trabajar a veces es econó­mica, y a veces es porque a la mujer no le gusta estar en su casa o hacer las cosas. Tiene su vida como ella la quiere".
"Como que la mujer tiene derechos, adentro de la casa quiere la liberación femenina, que lave un lavarropas, y salir a trabajar".
A nivel personal, todo ello deriva en un incremento de la auto­estima: la mujer que experimenta este proceso de crecimiento personal siente que es un camino sin vuelta atrás, que aumenta la seguridad en sí misma y la confianza en su potencial. Es así que a veces comienza con una actividad y luego busca otras, cada vez más afines con su personalidad, a medida que se va descubriendo a sí misma.
A nivel social, la apertura que significan los nuevos roles amplían el universo de contactos y el conocimiento de otras realidades y estilos de vida. Las mujeres transmiten que de este modo muchas veces se vuelven más permisivas hacia los demás y hacia sí mismas, en la medida en que hay una mayor comunicación con diferentes esquemas de valores y creencias.
¿Qué ocurre con la mujer que no trabaja? En muchos casos siente que el rol de ama de casa se encuentra devaluado por la propia sociedad.
"El trabajo de la casa no da nada como persona, no sabés lo que pasa afuera, no te relacionás con otras personas, no te preocupás tanto por la apariencia, como estás en tu casa ...".
"La mujer tiene que tener un lugar en la sociedad, no solamente por la parte económica sino para formarse y hacer algo que le guste".
"Es cierto que la misma sociedad desmejoró la figura del ama de casa. Hoy por hoy decir ama de casa nos llama la atención, como decir no hace nada, o se pasa lavando o planchando".
Muchas veces parte de este cuestionamiento proviene del propio núcleo familiar, donde el esposo puede hacer sentir a la mujer la carencia de un mayor desarrollo, o los hijos inquieren acerca de un rol que perciben como pasivo.
Existe una problemática particular a nivel de las mujeres que, llegando al entorno de los cuarenta años se divorcian, y muchas veces deben reinsertarse en un mundo laboral y social que habían descuidado en los últimos años. Este segmento atraviesa por una coyuntura difícil -que en otras generaciones era infrecuente-, y que muchas veces obliga a un replanteo de la propia identidad, la revisión de la autoestima, y la evaluación de las potencialidades para la autorrealización en el nuevo contexto.
Esta realidad es especialmente difícil porque involucra a una generación que en muchos casos no se había preparado para desen­volverse en forma autónoma y formaba parte de la transición entre los valores tradicionales y los de la juventud actual. Las respuestas ante esta problemática son diversas, y su resolución es a veces psicológicamente costosa. Sin embargo, muchas mujeres relatan que el haber transitado por esa crisis las obligó a una revisión general con resultados positivos, habiendo salido fortalecidas en la medida que redescubrieron potencialidades que estaban inexploradas, y reforzaron, aún con un costo emocional importante, su imagen como seres autónomos y creativos. A partir de ese punto, de ese proceso de maduración forzada, las nuevas elecciones suelen traducir una visión diferente y un cambio en el marco de valores.
Ahora bien, todo el proceso de crecimiento personal, la diversi­ficación de los roles en la mujer indudablemente ha traído consigo un nivel de exigencia mayor. Desde el punto de vista físico, en los niveles socio-económico medio y medio-bajo es frecuente que la mujer no se haya desprendido de las responsabi­lidades del hogar, y esté a cargo de una doble tarea, dentro y fuera. Al mismo tiempo se encuentra más exigida en cuanto a su cuidado personal: los nuevos roles la estimulan para una mejor presencia pero también la presionan, colocándola en un sistema mucho más competitivo que el esquema tradicional.
Por todas estas razones, actualmente la sociedad, especialmente la sociedad montevideana, ha desarrollado hacia la mujer expecta­tivas fuertes y difíciles de satisfacer en su conjunto. No la ha liberado de sus papeles tradicionales en cuanto a encargada de la alimentación familiar (por lo menos su dirección y responsabili­dad), del cuidado de la salud familiar, y de la coordinación de la educación y la organización del tiempo de los hijos. En las nuevas generaciones estas responsabilidades son muchas veces compartidas, pero aún representan una demanda.
Al mismo tiempo, le formula otras demandas: ser laboralmente activa y cuidar su presencia física y su inserción en un entorno competitivo. El crecimiento personal, el desarrollo de la auto­estima, va entonces acompañado del stress de la multiplicidad de roles, de la compatibilización de funciones y sus dilemas.
¿Cómo se traducen estos fenómenos sociales a nivel de conductas de consumo? En primer lugar, la mujer aparece cada vez más como agente de decisiones. Ha incrementado, en la medida de su poder económico, su poder en la toma de decisiones y su autonomía. Muchas veces esto origina compras por impulso, un mayor gasto discrecional, y es uno de los fenómenos que acompañan el creci­miento de la venta directa, donde la mujer actúa como principal cliente pero también como agente de la venta.
Al mismo tiempo, los nuevos roles requieren un mayor cuidado personal, estimulando la demanda de artículos y servicios en este sentido.
Por otro lado, aparecen múltiples emprendimientos empresariales femeninos: la mujer en la sociedad uruguaya no alcanza fácilmente posiciones destacadas dentro de la empresa, pero ha mostrado ser capaz de crear y desarrollar negocios propios, teniendo en muchos casos que acentuar su creatividad para lograr espacios en un medio que aún le cierra muchas puertas.
El otro gran factor de cambio en el consumo tiene que ver con la diferente asignación de sus tiempos que realiza la mujer. Esto la hace cada vez más receptiva ante todos los facilitadores de la tarea doméstica, ya sea aparatos de apoyo para cocina y limpieza, como también facilitadores de la alimentación. En este sentido el proceso es gradual, pero la mujer, especialmente joven, ha tenido que ir habituándose a ciertos alimentos congelados, semi-prepara­dos, etc., que generaron al principio inhibidores importantes. El punto no es solamente que la mujer "no tenga" tiempo para estas tareas, sino a qué actividades desea asignar su tiempo libre. En consecuencia también se ha convertido en una usuaria mucho más intensa de actividades de tiempo libre como gimnasios y otras opciones -aún dentro del nivel económico medio- con todas las conductas de consumo que traen aparejadas.
El otro aspecto que estaría en crecimiento es el número de mujeres que poseen vehículo propio. Esto también influye en sus conductas de consumo, no sólo por convertirla en decisora en un rubro tradicionalmente masculino, sino por facilitar un papel más activo en todo lo que tiene que ver con los desplazamientos independientes.
Los cambios traen aparejados otros costos sociales y afectivos. Veamos al respecto un análisis de Prost y Vincent realizado en la sociedad francesa, que puede alertar sobre posibles consecuen­cias.
"La ascención de la mujer hasta los puestos claves de la sociedad no tenía forzosamente que poner en cuestión las relaciones conyugales. A la incontestable inferioridad del marido en térmi­nos de longevidad, a sus plausibles debilidades en el campo sexual, vienen posiblemente a añadirse contrarresultados en su estrategia profesional. Los estudios realizados por Andrée Michel muestran que las mujeres activas mejor tituladas son las que se declaran menos satisfechas de su matrimonio y que su autono­mía -mucho mayor respecto a su marido- hace necesaria una nueva definición de la vida conyugal, un nuevo reparto de las funciones y los papeles, no solamente dentro de la familia, sino también fuera de ella. [...] Hace algunas décadas, en los casos en que una mujer había seguido estudios superiores, no era raro que renun­ciase a toda actividad profesional en el momento del matri­monio. Utilizaba su capital cultural para ayudar a su marido en su carrera y para educar a sus hijos. [...] Hoy en día, las cosas han cambiado: la tensión -si no la ruptura- puede sobrevenir cuando la mujer alcanza resultados universitarios superiores a los de su marido. Así nace en la pareja una nueva forma de celos, pues la persistencia de las ideas convencionales corre el riesgo de hacer insoportable para el marido unos logros profesionales superiores a los suyos. Esta rivalidad profesional aún no estu­diada -es demasiado pronto- plantea en nuevos términos las relaciones entre padres e hijos, ¿cómo percibirán éstos los "papeles"...? Por lo que hace a los celos entre mujeres, tradi­cionalmente fundamenta­dos sobre rivalidades en el plano físico o sobre asuntos relacio­nados con sus papeles como "ama de casa", ¿no empezarán a reposar sobre nuevas comparaciones, por ejemplo, sobre las respectivas carreras? Esto ya es un hecho".
Estas reflexiones sobre la sociedad francesa, ¿son aplicables a nuestro medio? Aún no podemos anticipar el curso que tomará la historia. Lo cierto es que la mujer, en función de su crecimien­to, afronta cada vez nuevos desafíos.

Los niños enfrentados al mañana
Hay una coincidencia en todos los sectores sociales con respecto a que los niños, cada vez más temprano, se ven sometidos a múltiples exigencias, tanto a nivel de estudiantes como de consumidores.
Existe en los grupos un recuerdo idealizado de la infancia de varias décadas atrás, en la que el niño tenía un ritmo de vida más distendido, con juegos en la calle o la plaza, con tiempo para observar la naturaleza y la sociedad, que de algún modo transcurría a su alrededor pero no lo involucraba activamente. Ese niño experimentaba con materiales poco estructurados, explo­raba los jardines vecinos, construía juegos en base a elementos que encontraba disponibles, y vivía la sensación de un tiempo "largo", hasta encarar las elecciones de la adolescencia.
Más allá de la cuota de idealización presente en esas imágenes, todos los grupos transmiten hoy un ritmo de vida muy diferente, que ha condicionado los tiempos y las exigencias de la infancia.
En primer lugar, se señala que la vida urbana, con sus calles cada vez más transitadas y peligrosas, así como el hecho de vivir en apartamentos, hace cada vez más difícil para los niños experi­mentar la libertad de las calles y jardines, y dificulta el contacto con la naturaleza. Al mismo tiempo los espacios pequeños no ponen al alcance del niño materiales para investigar, cons­truir, y aún romper y desechar (disponibles en general en las casas grandes y jardines), sino que llevan a tener que manejarse con juguetes más estructurados, que dan menos espacio a la imaginación y destreza manual. La presencia de la televisión cumple muchas veces la función de ocupar un tiempo libre que pudo haberse dedicado a actividades más creativas. Otro factor que incide decisivamente es el trabajo de la mujer, que hace que muchas madres tengan que definir cómo y dónde sus hijos van a pasar las horas de su propio trabajo, llevando a una estructura­ción del tiempo del niño en función del suyo propio.
Todos estos factores son señalados con preocupación por padres actuales y futuros, que perciben cambios en los estilos de vida que no siempre tienen un valor positivo en relación a la infan­cia, pero que involucran secundariamente al niño.
La otra gran tendencia que la sociedad observa tiene que ver directamente con el aumento de la competitividad para la supervi­vencia, y ello influye directamente sobre el niño. Cada vez el adulto tiene más dificultades para insertarse en un mundo laboral de oportunidades muy competidas, cada vez se requieren más habilidades para desempeñarse socialmente, para lograr una posición satisfactoria dentro del universo interpersonal. Esta exigencia hace que el padre perciba que debe dotar a su hijo, cada vez más tempranamente, de las destrezas y aún de los marcos de valor que le van a permitir moverse en ese difícil mundo.
En consecuencia, ya no es suficiente para el niño cumplir con su escolaridad correctamente, y dedicar el resto del tiempo a sus juegos. Hoy es necesario que domine otro idioma, que aprenda computación, que asista a un club deportivo, y mucha veces que refuerce su escolaridad con clases de apoyo. Para el padre esto significa organizar una agenda compleja y costosa, con la convic­ción de que está facilitando de algún modo las perspectivas de éxito futuras de su hijo.
Para el niño, supone muchas veces tener toda la jornada organiza­da en actividades estructuradas, con sus reglas, evaluaciones, logros y fracasos; significa también la necesidad de disponer de materiales, recursos y aún vestimenta predeterminada, dado que desde que se inserta en ese mundo organizado, también pasa a vivir sus exigencias.
En otro capítulo mencionábamos la aceleración del proceso de cambio, con la incertidumbre que conlleva en cuanto a cuáles serán las habilidades que determinarán el éxito en las próximas décadas, cuáles serán las reglas de juego futuras. Este mismo proceso crea en los padres actuales y futuros un gran sentimiento de responsabilidad con respecto a cómo proveer a sus hijos del máximo de recursos posibles, sin estar seguros ellos mismos de cuál es el mejor camino. Las generaciones mayores relatan haber sentido una convicción mayor acerca de cuáles eran los caminos correctos, qué valores debían inculcar. Equivocados o no, su certeza subjetiva obraba de manera tranquilizadora. Hoy, en cambio, se cuestionan valores, marcos de referencia que pare­cían intocables se derrumban. ¿Cuáles son los puntos de apoyo, cuáles las carreras de éxito futuro, cuáles los rasgos de perso­nalidad más adaptativos para la próxima generación?
Como consecuencia de esa incertidumbre se trata de dotarlos de aptitudes en general utilitarias (inglés, computación, etc.), reemplazando otras actividades que en algún momento fueron mucho más valoradas, como expresión plástica o manual, música, etc. Los padres señalan que, con recursos siempre limitados, deben optar, y optan por lo práctico en cuanto a aprendizaje, y por aquella actividad deportiva que lo socialice y lo ayude a adqui­rir seguridad en el futuro desempeño grupal.
Los problemas que enfrenta la enseñanza pública y el consiguiente crecimiento de la educación privada han determinado un mundo de consumo mucho más exigente en relación a la educación, y esto no se limita al nivel de mayor poder adquisitivo sino que se trasla­da a niveles económicos medio y medio-bajo que están sometidos a presiones similares.
La misma elección del centro educativo es una decisión donde entran en juego muchos factores. Por un lado, cuál es el máximo de actividades que pueden centralizarse en el horario escolar, y a cambio de qué costo. Por otro lado, cuál es el marco de valores que propone la institución, y en qué grupo social lo inserta: ¿puede el niño sentirse integrado en esos valores? ¿puede el padre afrontar las demandas que el grupo social va a imponer al niño? ¿cuáles son los factores motivacionales que esa institu­ción privilegia: la estima, el prestigio social, la realización intelectual, la inserción en el mundo del poder?
Así, la carrera competitiva de las instituciones educativas es cada vez más fuerte, creando paquetes de "oferta", determinando modas, haciendo cada vez más complejas las decisiones en las que hay muchos factores que sopesar.
En este contexto, el niño es a la vez exigido y exigente. Se ve exigido por todas las reglas, formales e informales que debe cumplir, por las modas que le imponen los grupos, por los recur­sos de los que debe disponer, tanto para asimilarse a otros niños (por ejemplo manejar video juegos) como para cumplir con sus actividades (uniformes, calzado deportivo, computadora, etc.). Se convierte por lo tanto en exigente hacia sus padres, sometido a la presión competitiva impuesta tanto por su actividad social como por la televisión, que ocupa en general horas de su tiempo libre estimulando conductas de consumo.
Muchos adultos sienten por todo esto que el niño es cada vez más "consumista": desde la edad escolar exige marcas, diferencia símbolos de status, de alguna manera necesita emular para ocupar su lugar en la sociedad: ¿es esto justo?. Para muchos padres todo esto constituye un motivo de preocupación, sintiendo que están educando una generación sofocada por sus propias exigencias competitivas, con menor valoración de lo no utilitario, con menor espacio para la creatividad, ya que aún las actividades recreati­vas están siendo estructuradas.
Como respuesta a estas inquietudes, algunos padres de la nueva generación consideran la opción del interior del país, con sus calles seguras, su vida al aire libre, la imagen de una infancia más volcada al pasado, con menores presiones y mayor libertad de movimiento. Sin embargo ante ésto la pregunta es si no le están así condicionando las oportunidades futuras, y cuando tenga que insertarse en el mundo adulto se encuentre menos preparado.
A la vez, como contrapartida positiva destacan la ampliación de alternativas que todo esto supone, creando posibilidades múlti­ples, pudiendo elegir por comparación de las ofertas. En este sentido, se estarían formando generaciones con un mayor nivel educacional, con una mayor apertura al mundo dada por el creci­miento de las comunicaciones, generaciones que se mueven con comodidad en el mundo tecnológico, que enfrentan el desafío de aprendizajes complejos, que tempranamente se socializan en un medio extrafamiliar adquiriendo por lo tanto una madurez más precoz, una independencia que los habilita para tomar sus propias decisiones.
La respuesta no parece clara. Aún cuando estas macrotendencias provoquen una gran preocupación, para muchos padres es difícil oponerse a ellas sintiendo que todas las decisiones que hoy toman, en el entorno de un mundo cada vez más incierto, están comprometiendo en uno u otro sentido las posibilidades futuras de sus hijos.

El trabajo en conflicto

La problemática de la nueva generación
En el ámbito laboral también se expresan modalidades del cambio: cómo se elige el trabajo, cuánto se permanece en él, qué espera el individuo de su rol laboral.
Los grupos coinciden en afirmar que se han cambiado algunas perspectivas, a raíz de dos fenómenos primordiales: el mayor nivel educacional de las personas y sus mayores expectativas de autorrealización, que ya analizáramos.
Las generaciones más jóvenes han buscado cada vez una mayor profesionalización, se han aumentado los años dedicados al aprendizaje, con la consecuencia de que hay cada vez un mayor número de personas con un nivel de formación que les permitiría acceder a puestos tecnificados. Al mismo tiempo, se ha incremen­tado el número de profesionales universitarios, que buscan su desarrollo en un contexto de opciones limitadas, donde muchas veces la misma profesión que una o dos generaciones atrás signi­ficó una alta expectativa de éxito social o económico, hoy ocasiona dificultades de inserción y demanda una larga trayecto­ria para lograr consolidarse económicamente.
Aún sin orientarse a profesiones universitarias, muchos jóvenes realizan cursos que los habilitan para tareas administrativas, manejo de computadoras, y otras habilidades que esperan aplicar. Sin embargo, cuando se enfrentan a la realidad de la oferta de trabajo, muchas veces descubren que la plaza está superpoblada de aspirantes con similares calificaciones y tienen que aceptar puestos (en el mejor de los casos estables) para tareas operarias muy alejadas de sus metas originales.
A nivel social, aún en los sectores de mediano nivel cultural se observa una cierta desvalorización de la tarea operaria y una aspiración, con algo de idealización, hacia las tareas adminis­trativas, especialmente si involucran el uso de computadoras. De este modo se crea una población numéricamente importante de jóvenes que se insertan por necesidad en posiciones laborales que no valorizan, y mantienen mientras tanto la expectativa de acceder a otras tareas. Con el paso del tiempo, esta aspiración se ve en la mayoría de los casos frustrada, con lo cual encontra­mos muchos jóvenes desarrollando tareas que consideran por debajo de su potencial, o por debajo de su formación, determinando en algunos casos una importante frustración o problemas de adapta­ción. Esta situación podría verse como expresión de un desfasaje entre una sociedad que estimula la formación pero luego no ofrece oportunidades laborales en la medida necesaria.
Al mismo tiempo encontramos, dentro del nivel de tareas adminis­trativas, de ventas y otras, un gran número de personas que poseen una carrera universitaria (completa o avanzada) que no es afín con esa ocupación, la cual aceptan como modo de superviven­cia. En este sector también surgen las desavenencias entre las expectativas y la realidad y el conflicto puede resolverse de varias maneras: o la aceptación pasiva de esa realidad, con la concomi­tante frustración y resentimiento, o la aceptación transi­toria, con esfuerzos a veces muy exigentes para insertarse en el medio deseado (trabajos honorarios, horarios desmedidos, etc.) o, en último caso, la renuncia a la proyección de futuro dentro del país con la consiguiente partida.
Esto se acentúa en el Interior, donde no sólo es difícil acceder a la formación, sino que luego el individuo capacitado que desea volver a su localidad encuentra cerradas las posibili­dades. Se da así, en muchos casos contra el deseo del individuo, la necesidad de emigrar hacia la capital. Por lo tanto, la migración interna o hacia afuera son las dos caras de un mismo fenómeno, muchas veces no voluntario.
Por todo esto los grupos más jóvenes transmiten hoy una importan­te inquietud. Son impulsados desde la niñez para adquirir forma­ción, son estimulados culturalmente con una visión del mundo cada vez más amplia, forman parte de la nueva escala de valores, con el énfasis en la individuación. Luego, cuando enfrentan el mundo laboral, lo encuentran estrecho y poco versátil, proporcionando un espacio limitado para la manifestación de esas individualida­des.
El adolescente transmite hoy en nuestra sociedad el stress ante el futuro que percibe con un alto grado de incertidumbre. Desde el momento de elegir las opciones de formación, sabe que no puede estar seguro de que eso posibilite el desarrollo esperado. Los nuevos valores estimulan las elecciones vocacionales pero muchas veces esa elección forzará a buscar horizontes afuera.
Las alternativas no son fáciles. Los grupos más jóvenes enfrentan hoy el resultado de haber ampliado su perspectiva, de haber abierto su mundo y en contrapartida han perdido la fortaleza de creencias que animaba a las generaciones anteriores: equivocados o no, limitados o no, sentían una mayor claridad en sus eleccio­nes.

Expectativas y conducta laboral
Parte de ese fenómeno se inicia en los cambios en las expectati­vas que cada generación ha depositado en su carrera laboral. Analicemos el concepto de expectativa y sus influencias en la inserción en el trabajo.
Existen pocos conceptos que influyan tanto en la vida social, determinando modos de conducta individual y grupal como las siempre vigentes "expectativas". Significan un modo de proyección hacia el futuro, ya que implican una cierta "imagen" de futuro, deseado o temido, pero en todos los casos algo en lo que se cree. La importancia de esto es clave: dos individuos frente a la misma circunstancia y contexto probablemente actúen en forma diferente porque "esperan" una diferente respuesta del entorno, porque perciben el futuro de manera diferente. El delicado equilibrio de las expectativas con la realidad incide decisivamente en la vida de las personas: a nivel individual, haciendo que un individuo se proyecte en forma satisfactoria o frustrante y obtenga respuestas de "éxito" o "fracaso".
A nivel grupal, por ejemplo empresarial, hacen que un grupo de individuos compartan una cierta convicción del futuro conjunto que incide en su motivación y en su desempeño. A nivel de la comunidad las expectativas compartidas promueven o distorsionan fenómenos económicos y políticos con visibles consecuencias.
El individuo elabora un proyecto de vida en el que se ubica a sí mismo en relación al entorno, adjudicándose valores, posibilida­des, determinando metas. El ajuste de esas proyecciones con las posibilidades reales es muy difícil de lograr, y a menudo surgen dos distorsiones claras. Si el individuo sobredimensiona sus posibilidades, es posible que haga un esfuerzo muy grande por lograrlas y en el camino obtenga resultados interesantes. Sin embargo, desde el momento que su expectativa es más alta esos resultados, aunque ellos estén por encima del promedio, le resultarán insatisfactorios. El sentimiento no será de "éxito" sino de frustración. Muchas personas que tienen un elevado nivel de exigencia hacia sí mismos incurren en esta situación, y son personas que nunca logran estar conformes, aunque sus logros objetivos demuestren lo contrario.
El caso opuesto es frecuente, y se vincula con la inseguridad personal. Un individuo puede fijarse metas que están por debajo de sus reales posibilidades, buscando evitar por todos los medios el sentimiento de fracaso. Sin embargo, los logros obtenidos en este caso tampoco serán percibidos subjetivamente como "valiosos" y aunque objetivamente haya un resultado "exitoso", no será satisfactorio desde el punto de vista personal. Estos desajustes son especialmente evidentes en el terreno laboral, y ambos parten del mismo propósito: evitar el fracaso. La confrontación con la realidad exige un difícil juego de ajustes y equilibrio.
La sociedad hoy, como veíamos, propone la autorrealización como meta. En otros momentos tal vez la seguridad haya sido suficien­te, o por lo menos haya tenido un mayor valor relativo. Es así como se premiaba más la permanencia que la performance, se adjudicaban "medallas a los 25 años" y otros símbolos que comuni­caban los esquemas de valor de un macrogrupo.
Hoy en día esos valores han cambiado. Lo importante es la perfor­mance, no sólo en tanto significa un mejor desempeño para la empresa, sino porque permite desarrollar otras necesidades individuales. Sin embargo no todos acceden a puestos creativos, donde expresarse y marcar su impronta. Muchos transitan, tensos y frustrados, por esos lugares "seguros" sin lograr salir. Otros luchan, con un alto costo de esfuerzo personal, por la autorrea­lización.
En la base de todo este fenómeno se halla un concepto muy intere­sante llamado "control de destino", es decir el grado en que la persona percibe subjetivamente que sus acciones pueden variar los resultados futuros. Si las aspiraciones son mayores que los logros, y la persona siente que tiene un alto grado de "control de destino", es decir, siente que él puede hacer algo para cambiarlo, es posible que su insatisfacción lo lleve a luchar por mayores logros.
Si, en cambio, percibe que su grado de "control de destino" es bajo, es decir, que puede hacer muy poco para cambiarlo, es posible que la insatisfacción derive en resignación, inacción y resenti­miento. Este concepto es decisivo: explica por qué frente a una misma situación adversa, alguien actúa luchando y otro se resigna a su posición. Explica también la conducta de muchos individuos que saben que las condiciones objetivas no son modifi­cables con ninguna acción personal; algunos responden canalizando sus energías para lograr macrocambios (bregando por un mayor "control de destino" grupal), otros aceptando con más o menos pasividad su posición.
El proceso de confrontación entre ilusión y realidad es siempre complicado, pero inevitable; siempre habrá una cuota subjetiva de optimismo-pesimismo en la base de todo. La realidad nunca se percibe tal cual es, sino influida por todo el "paquete" de experiencias anteriores, temores, nivel de autoestima. El grado de control de destino tiene algo de realidad inapelable, pero también una cuota de creencia: se cree o no en la fuerza de las acciones personales. Por algo las "recetas" del management hablan de que donde alguien percibe una dificultad, otro encuentra una oportunidad: ¿será eso cierto?.

La obsolescencia de las habilida­des
Como respuesta a todas estas realidades, el individuo en general ya no se inserta en un puesto de trabajo con la idea de permane­cer en él toda su vida. Cada vez se acorta más el ciclo del cambio, y ésto también se traduce en rotaciones más rápidas en busca de mejores oportunidades reales o fantaseadas.
La aceleración del proceso de cambio, que analizábamos en otro punto, también involucra las habilidades para el trabajo y las aptitudes que la sociedad valora. La persona siente que sus conocimientos pierden vigencia cada vez más rápido, que le resulta necesario reciclarse permanentemente, dado que de otro modo puede quedar obsoleto y ser reemplazado por nuevas genera­ciones. Esto provoca un importante stress en el individuo de edad mediana, que compite con nuevas generaciones, forma­das con los últimos modelos técnicos, y cada vez más numerosas. La persona de formación media, muchas veces adquirida empíricamente, debe competir con jóvenes que tienen una mayor formación curricular. El valor de la experiencia, tan fuerte cuando la profesio­naliza­ción era menor, está perdiendo vigencia frente a lo curricular. El mensaje sería: la experiencia se adquiere después, la profe­siona­lización no.
Esto ha llevado a una depreciación de todo un sector menos profesionalizado o idóneo, que atraviesa o supera la mitad de su vida, y que siente tambalearse los marcos de referencia que antes lo sostuvieron laboralmente. A la vez, sabe que a mediana edad es difícil reinsertarse, y que las empresas prefieren en general profesionales o técnicos jóvenes a los cuales "moldear" dentro de su propia cultura.
Para muchos el camino está en la creación de la empresa propia, a veces de dimensiones muy pequeñas, que permite la indepen­dencia de ese individuo y la capitalización de sus habili­dades. La sociedad valora el "entrepreneurship", y se encuentra dispues­ta a estimular las iniciativas individuales, que a su vez liberan a la persona de la carrera competitiva por puestos escasos.
El problema está en que muchas veces un buen técnico no es un buen empresario. Si bien existen diversas iniciativas de apoyo a la pequeña empresa, no todos acceden a ellas y el empresario muchas veces ve tambalear su proyecto no tanto por problemas intrínsecos a su producto o servicio, sino por carencias adminis­trativas, de marketing o de gestión. Aquí identificamos un punto que la sociedad debe fortalecer, para que exista una coincidencia efectiva entre la valoración a los emprendimientos propios y su viabilización.
¿Qué ocurrirá en el futuro? ¿Se consolidarán estas tendencias, sobrevendrá una revalorización de la experiencia? ¿Se darán las condiciones para la consolidación de la pequeña empresa? Es aún difícil predecirlo. Lo cierto es que en este momento y por diferentes razones, jóvenes y mayores están enfrentando diferen­tes problemáticas en el orden laboral, y no resulta fácil decidir cuáles son los caminos más promisorios.

El stress de la diversidad de opciones
¿Qué significa la palabra stress? El Dr. Hans Seyle fue el primero en utilizar este término, que toma de la física, y se refiere al interjuego entre una fuerza y la resistencia que se produce. Desde nuestro punto de vista hace referencia a la respuesta que produce el organismo ante cualquier situación de exigencia, sea agradable o desagradable. Esto significa que no solamente experimentamos stress ante estímulos negativos, sino que también las emociones positivas, son generadoras de stress.
Hoy en día el término ha pasado a formar parte del vocabu­lario cotidiano, asociándose en general a sus consecuencias negativas: problemas somáticos, depresión, ansiedad, causadas por las exigencias múltiples, la vida en las ciuda­des, etc. Sin embargo, el stress no es un mecanismo exclusivo de la vida actual y urbana; existe desde el principio de la humanidad, e involucra causas y consecuencias positivas y negativas. Cada vez que el organismo se siente sometido a una exigencia (física o emocio­nal), reacciona generando stress, y sus consecuencias son tanto fisiológicas como psicológicas. Si la intensidad del estímulo y de la respuesta es adecuada, produce efectos positivos: sensación de excitación, desafío, entusiasmo, rendimiento físico y mental. Si se exceden ciertos límites, las consecuencias pueden ser disfun­cionales: trastornos físicos o psicológicos, sensaciones de inquietud, malestares variados.
En nuestra sociedad las personas sienten que cada vez más se acen­túan los factores de exigencia, de presión, de lucha competi­tiva, cada vez las decisiones son más difíciles, en parte porque existe mayor diversidad de alternativas, y ello obliga al ser humano a un esfuerzo adaptativo. A causa de ésto, se habrían generado múltiples stressores que otras generaciones vivieron en menor medida: paradójicamente, cada nueva posibilidad de elec­ción, que involucra una oportunidad, encierra al mismo tiempo un factor de ansiedad.
Veamos algunas de esas situaciones, tal como son percibidas por los grupos.

La necesidad de consumo "estratégico"
Una de las tendencias que la sociedad uruguaya compartiría con otras es la valoración del consumo "inteligente", el orgullo de ser estratégico en las decisiones, la preocupación por considerar la mejor alternativa. Esta preocupación puede acentuarse en nuestro caso por algunos factores condicionantes.
Como ya habíamos analizado, la sociedad transmite acerca de sí misma una imagen de valores conservadores, que se traducen en un consumo racional, práctico, con el cuidado de la relación cali­dad-precio. Al aumentar las alternativas posibles, en cualquier orden, el individuo se ve obligado a ser más cuidadoso en sus elecciones, con la inquietud de no cometer errores. Al mismo tiempo, la limitación del poder adquisitivo acentúa la preocupa­ción por el acierto en las elecciones, ya que en muchos casos no existe posibilidad de reparar el error. La multiplicidad de alternativas de elección genera un entorno en el que es cada vez más difícil manejarse por intuición: no se conocen las marcas, el punto de venta no siempre ofrece seguridad. El consumidor ya no está cautivo pero esto le crea a su vez la necesidad de buscar más información para la toma de decisiones. Las consecuencias se ven en varios órdenes:
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