el reflejo del reino nazarí en la obra de Ibn al-Yayyāb
Mientras que el primer rey nazarí celebra la victoria, en una culta familia granadina cumple su primer año el futuro poeta Ibn al-Yayyāb. Su niñez está marcada por una educación esmerada. Como él mismo declara en un poema suyo (anexo I, n 4), su padre le enseñaba el Corán y ese amor a la religión no ha decrecido durante toda su vida. En este poema describe sus antepasados como alfaquíes. Recuerda en él, el aprendizaje del Corán, al que al final pudo leer completo y hasta aprenderlo de memoria. Siguiendo sus estudios de las ciencias coránicas bajo los mejores maestros (que en aquel entonces gozaban de la protección del emir Muhammad II, por su gran apego al arte llamado «el alfaquí»), con tan sólo veintiún años (1295) llega a ingresar en los servicios del soberano nazarí en la Secretaría real.47
Precisamente en el año de la muerte del rey Sancho IV de Castilla y de la victoria de los árabes sobre los Meriníes, empieza a desempeñar su papel primordial, o sea, el oficio de versificador real. En el año 1301, a pesar de su poca experiencia, le hacen encargado de componer un treno oficial a la muerte de Muhammad II a quién lo recuerda sobretodo como un «muyahid» o sea persona que hace «Yihád». Componiendo esta casida «sultāniyya» (primera de las cincuenta y siete casidas, que se conservaron enteras), celebra el comienzo del «Yihád» o Guerra Santa. La guerra se desencadena con el ataque de la frontera en el norte, en la región de Jaén.
El poema en sus cuarenta y siete versos refleja el fenómeno más habitual de sus poemas: el odio infinito a los cristianos (anexo I, n 5). El rencor hacia el enemigo cristiano o el sentido de satisfacción de alcanzar su derrota, imprescindibles para un poema sobre «Yihád», se percibe en la mención a las mujeres cristianas, en que el poeta destaca su belleza y la pone en el contraste con la humillación y el miedo de ser violadas por los soldados árabes. Mediante la comparación con las huríes que representan lo bello, puro y divino, se intensifica la impresión de la derrota absoluta, no solo del ejército, sino del cristianismo como tal. Así lo expone también la parte de «Se sienten heridos en su propio país» que claramente expresa el pensamiento de los musulmanes nazaríes para los que al-Andaluz (al contrario para los cristianos) no era solo un término geográfico, sino un concepto político-histórico. En este poema son evidentes todas las consecuencias bárbaras de la guerra. La expresión «ídolos e imágenes» no es nada más que cierta metáfora del cristianismo, ya que en Islam, como se sabe, es prohibida la representación de las figuras de los seres vivos.
Otro de los poemas que destacan, lo compone después de la subida al trono Muhammad III («El constructor»), el hijo homónimo de Muhammad II. Es un poema de carácter muy extraño porque predice el futuro del nuevo monarca: o sea arte y guerra. El arte porque el rey pronto muestra su gran afán por la literatura (dicen que trasnochaba leyendo libros o componiendo poemas), y la guerra por ser una persona muy cruel y llevar con gran entusiasmo «Yihád», fuente de finanzas con las cuales Muhammed II edificó la Alhambra con los palacios más bellos.48
Sin embargo, el rey en el año 1303 se queda ciego y llega al poder Ibn al-Hakīm que, después de la muerte de Al-Dānī, visir de Muhammad II, lo sustituye en su cargo y llega a ser el primer y único ministro de la dinastía.49 Bajo su potestad el emirato nazarí goza de estabilidad política y de un gran apogeo cultural. Después de retirarse el sultán del gobierno, Ibn al-Hakīm junta un grupo de escritores ilustrados y los emplea en la secretaría de estado. Entre ellos está también Ben al-Yayyāb quien al omnipotente primer ministro dedica muchas de sus casidas.
A pesar de ser Ibn al-Yayyāb un gran simpatizante de «Yihád» y por eso un poco desilusionado por el pacifismo del primer ministro, le compone un poema bastante hiperbólico en que realza sus aptitudes en el campo político. Muestra al Ibn al-Hakīm como un hombre más bien diplomático que «no marcha en una dirección, sino que da rodeos» reforzando la idea al compararlo con un pez de increíble facilidad para nadar «entre una multitud de nadadores». La imagen metafórica de su reino, visto como el sistema del ajedrez, advierte los juegos imprevisibles que resultan victoriosos a favor de Ibn al-Hakīm: «La victoria en todo lo que pretendes está asegurada; siempre que te encargas de un asunto es feliz» (anexo I, n 6).
La posición del poeta cambia en 1309 (el año del asesino del vizir), y en sus 34 años se convierte en el jefe de la cancillería y el arráez del « Diwān al-Inšá».
El siguiente reinado de Nasr (1309 – 1314), que violentamente sube al trono, se nos presenta como una página vacía en la mitad de un libro con solo una pobre nota sobre la muerte de Muhammad III (1310) en forma de un epitafio. Esto se debe, sin la menor duda, a la censura posterior del propio Ibn al-Yayyāb o de su discípulo Ibn al-Jatīb.50 No obstante, los acontecimientos de esta época quedan relatados en Al-Iháta fi Ajbār Garnáta de la cual nos enteramos de que Nasr, hermano de Muhammad III, era un gran enemigo de la dinastía nazarí, y además de ser acusado de cristianizante, era un fratricida.51
No hay que extrañarse entonces que en su corte pronto se creó un grupo de conspiradores, con Ibn al-Yayyāb entre ellos, que deseaban su destronamiento. Al final decidieron pedir a Abú-l-Walīd Ismā´īl que tomara el poder y su padre52, en Málaga el año 1312, lo proclamó emir.53 Así comienza la guerra civil de la cual el enérgico príncipe sale victorioso. Dos años después entra en el Albaicín, donde negocia con Nasr y cambia la Alhambra por Guadix.
Durante esta guerra civil, la censura de Ibn al-Yayyāb atañe también a los «guzāt», las tropas norteafricanas del ejército nazarí, que bajo el capitán Utmán (nieto del sultán Abd al-Haqq) ayudaron a Isma´il I llegar al trono. Su existencia jamás mencionada, aunque desempeñaban un papel muy importante en todos los hechos militares desde Muhammad I.54 La razón era, sin la menor duda, una venganza por la aspiración de los mismos al poder político. Ibn al-Yayyāb, siendo uno de los funcionarios de la pluma, con el privilegio de escribir en «los papeles rojos» de la administración nazarí, tuvo el poder de que con un solo «plumazo» terminar con todo el ejército. 55
Su silencio poético temporal se rompe en ocasión de la proclamación de Ismā´īl I, para cuya celebración compone una casida con que presagia el triunfo del Islam sobre el politeísmo, a que podemos añadir solamente que adelanta acontecimientos.56 Los combates continúan cuando Nasr en 1315 otra vez inicia la guerra. Al sufrir una época de hambre pide ayuda al Infante Don Pedro (tutor de Alfonso XI), que junto con el infante Don Juan intenta conquistar a Granada. En la batalla de la Vega (1319) son derrotados. A esta época datan varios poemas, entre las cuales caben mencionar precisamente dos. Uno que adorna el palacio del Generalife, que se levanta para conmemorar la batalla de la Vega de Granada y otro monumental en que se celebra su victoria (anexo I, n 7).57
Otro silencio poético de Ibn al-Yayyāb llega con la subida al trono de Muhammad IV (1325 – 1333) tal vez causado por cierto ostracismo debido al intento de Ridwān, preceptor de Muhammad IV, y el primer ministro Ibn Mahrūq que procuraban alejar al joven rey de otra influencia que no fuese la suya y mantenerse así en el mando. Entonces, desde que se le quita a Ben al-Yayyāb la función de escribir los panegíricos reales, se dedica exclusivamente a los asuntos de la administración, a escribir cartas. A su cargo de versificador real vuelve durante el reinado de Yūsuf I (que pronto reemplaza en el trono a su hermano asesinado en su vuelta del recién conquistado Gibraltar).
Con el cambio del monarca llegan unos años de tranquilidad. Se firma una tregua con Castilla y el joven rey queda bajo la tutela de su abuela Fātima.58 Ibn al-Yayyāb en esta época celebra las fiestas del emir y cuando terminan las treguas con Castilla recuerda también las grandes batallas: en Carcabuey y Guadiana Menor (anexo I, n 8).59 Sobre la gran derrota del ejército musulmán en la batalla de Tarifa o el Salado (octubre de 1340) Ibn al-Yayyāb, según la costumbre, en sus versos no dice nada. Extraoficialmente la recuerda luego en un poema dedicado a Ibn al-Jatīb quien en la batalla de Salado pierde a su padre y a su hermano (anexo I, n 9).60
Después de perder el territorio de Algeciras, emir firma con Alfonso IX una tregua de diez años (1344) y se inicia el período del gran auge arquitectónico del emirato nazarí. En estas fechas se amplifica el conjunto palaciego de la Alhambra, en cuyas paredes Ibn al-Yayyāb, aunque ya muy anciano, deja tallar sus poemas epigráficos. En su última casida «sultāniyya» (745) piensa en la «Yihád» y menciona la más grande victoria sobre los cristianos en su época: la batalla de Vega (anexo I, n 10).
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