Fisiología del Alma



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Pregunta: Creemos que tal paciente, habiendo fracasado en el tratamiento alópata, tampoco será curado por la Homeopatía. ¿No es así?

Ramatís: La curación dependerá del propio paciente, como consecuencia de su celo, perseverancia, paciencia y confianza en el tratamiento prescrito por el médico homeópata, pues es evidente que no debe considerarlo un mago o un ser milagroso y sí, un científico que opera obedeciendo las leyes inmutables del gobierno espiritual de su alma sobre el cuerpo físico. En vista de la inmutabilidad de los principios homeopáticos, y a los me­dicamentos que continúan con la misma eficiencia comproba­da hace más de un siglo, la medicina homeopática podrá curar también ciertos enfermos desengañados por la ciencia médica alópata, toda vez que el homeópata consiga identificar su tipo psicofísico exacto y, prescribirle el medicamento constitucional. Para probar esa eficiencia secular de la medicamentación ho­meópata, basta recordar que los mismos tipos de enfermos que hace casi dos siglos, Hahnemann curaba con China, Thuya o Natrum Muriaticum, continúan siendo curados todavía, actual­mente, por los mismos medicamentos, siempre que esos enfer­mos presenten idénticos cuadros psicofísicos que son individua­lizados para la prescripción de tales remedios. El mismo dolor de cabeza producido por el reumatismo blenorrágico, que Hah­nemann curaba con Thuya Occidentalis cuando se manifestaba en individuos impacientes, de hablar rápido, que se irritaban o excitaban con facilidad, los homeópatas modernos continúan curándolos actualmente con la misma Thuya, siempre que sean los mismos tipos psicofísicos, aunque la terminología médica pueda clasificarlos modernamente como casos de cefalalgia ner­viosa, jaqueca crónica o con cualquier otra designación patogé­nica.

Lo que importa realmente al homeópata, no es el nombre o la terminología que oriente el diagnóstico de las enfermeda­des, pero sí saber cuál es el tipo del enfermo, valorado en su todo psicosomático. En el ejemplo que precede, el homeópata lleva en cuenta que, además del dolor de cabeza oriundo del reumatismo gonocócico, el enfermo presenta la característica psicológica de ser fácilmente excitable o irritable, impaciente y nervioso por cualquier bagatela, y teniendo a la vista ese cuadro psicofísico, prescribe la Thuya Occidentalis. Además de tener en cuenta el aspecto enfermo del organismo del individuo, la sabiduría homeopática funda la prescripción de cada reme­dio bajo el mismo paño de fondo mental, psíquico y emotivo del enfermo en cualquier época, por eso permanece siempre estable su farmacología tradicional. La técnica homeopática, que es un proceso definitivo y científicamente comprobado por la experiencia, no cambia en su forma consagrada en el tiempo, puesto que, como ya os lo hemos dicho, ¡cambian las enferme­dades pero no cambian los enfermos!



Pregunta: Nos agradaría comprender mejor por qué motivo ciertos enfermos pueden dificultar el diagnóstico y la selección del medicamento homeopático electivo a su tipo psicofísico, sólo porque están saturados de remedios compactos alópatas o porque se sometieran a prolongado tratamiento médico antagónico con la Homeopatía. ¿No es suficiente al médico homeópata conocer la constitución temperamental o la característica fundamental del enfermo, para hacer con éxito la prescripción?

Ramatís: En nuestras consideraciones, hemos aludido las alteraciones secundarias que pueden ocurrir en el enfermo cuan­do por fuerza de las circunstancias se modifica su temperamen­to acostumbrado o cuando, debido a cualquier perturbación emo­tiva demorada, haya algún trastorno en su patrón mental congénito, dificultando al homeópata el reconocimiento exacto de su verdadero tipo psíquico. Hemos dicho que existen ciertas drogas entorpecedoras o productos tóxicos, algunos usados en la farmacología alópata, que pueden influir en la mente del individuo y establecer condiciones desarmónicas, tales como el alcohol, el opio, la morfina, la quina y la belladona, los cuales, aplicados en exceso, provocan perturbaciones visibles y orgánicas. Hay en­fermos, pues, que en virtud de cierta saturación medicamentosa, se contradicen en su real individualidad y difieren en su psico­logía fundamental o en su tipo original psicofísico. Algunos traen cierto artificialismo mórbido, como si un nuevo tempera­mento secundario se sobrepusiese a su real identidad. El enfermo que peregrina mucho tiempo por los consultorios médicos sin lograr la curación tan deseada, se somete continuamente a toda clase de exámenes radiográficos, sueros, tubos, radioterapias, operaciones, anestesias, cauterios, inyecciones, etc. Termina vol­viéndose una criatura violentada en su temperamento normal y excesivamente irritado o melancólico. Viviendo bajo afirma­ciones llenas de esperanzas e incesantes desengaños, y perspecti­vas animadoras cuando "descubren" la enfermedad, angustias desalentadoras por el fracaso, perplejidad o vacilaciones médicas, ¡cada día se fortalece en la mórbida convicción de su caso incurable! Entonces, su temperamento fundamental sufre alte­raciones, dominado por incontrolable pesimismo. El enfermo procura nuevos facultativos, variando más y más veces sus tonos emotivos, así como sus esperanzas y desengaños. Se somete a otros diferentes métodos psicológicos de indagación médica; re­cibe renovado trato terapéutico y colecciona nuevas opiniones y puntos de vista particulares. Algunos médicos son extremada­mente severos o rudos, con el propósito de impresionar y dominar a su paciente, mientras otros son dóciles y afables. Hay médicos optimistas que alientan al enfermo y los hay pesimistas que optan por la fría realidad y se despreocupan de velar el diag­nóstico.

Cuando el caso se hace difícil de resolver y el organismo del enfermo se agrava, éste se vuelve cada día más dudoso del poder de las drogas milagrosas de la farmacopea moderna; inde­ciso en cuanto a optar por ésta o aquella prescripción, afligiéndose entre la sugestión de operarse o de confiar exclusivamente en su clínico, poco a poco se va convirtiendo en un pesimista, en un hipocondríaco, muchas veces desconfiado e Incrédulo hasta de los propósitos sabios y educadores de la vida humana. Amargado por su melodrama interior, por su "enfermedad" considerada bajo los más variados rótulos profesionales y terminología médica, siente recrudecer aun más su estado enfermizo, mientras se descontrolan sus nervios y se intoxica su mente afligida. Él desáni­mo, la melancolía y la incredulidad en la ciencia humana, llevan a ese paciente a la extrema neurastenia, pudiendo hasta pertur­barlo en sus juicios y ponerlo siempre de mala voluntad con todo y para todos.

El recuerdo de sus padecimientos y la inutilidad de los diagnósticos sentenciosos sobre su mal, bastan para producirle perturbaciones mentales o modificaciones emotivas en su tempe­ramento común. Es un estado mórbido que lo lleva a profunda depresión moral y que en algunos casos le impone hasta la incredulidad espiritual y un estado de rebelión fría contra cual­quier sugestión superior. El verdadero temperamento funda­mental y congénito de ese enfermo, que es torturado y modifi­cado por fuerza del clima angustioso que vive en el silencio de su alma, el médico homeópata tendrá que descubrir y exhu­mar su coraza pesimista, de su melancolía y rebelión que son las manifestaciones accidentales provenientes del fracaso médico anterior. De ahí, pues, la necesidad que tiene la terapéutica homeopática moderna, de abrir el camino y desintoxicar ciertos enfermos, a fin de auscultarles la realidad temperamental y psí­quica exactas, para poder prescribir con éxito las altas dosis constitucionales.


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