G. H. Mead Espíritu, persona y sociedad



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LA HISTORIA DE NUESTRO TIEMPO:

UNA VISION OPTIMISTA

1 N iNA serie de conlerencias instituidas para mantener viva la memoria

de la inspirada y exitosa reformadora social Eleanor Rathbone, quizás

no sea inoportuno dedicar una conferencia a realizar una valoración

general, aunque tentativa, del problema de la reforma social ^n nuestro

tiempo. ¿Qué es lo que hemos logrado, si es que hemos logrado

algo? ¿Cuál es la posición de nuestra sociedad occidental comparada

con otras? Tales son las cuestiones que me propongo examinar.

He elegido como título de mi conferencia "La historia de nuestro

tiempo: una visión optimista'", y siento la necesidad de comenzar

¡x>r explicar este título.

Cuando digo "historia", me refiero particularmente a nuestra historia

social y política, pero también a nuestra historia moral e intelectual.

Con la palabra "nuestro" quiero significar el mundo libre tie

la Comunidad Atlántica, especialmente Inglaterra, los Estados Unidos,

los países Escandinavos, Suiza y las avanzatlas de este muntlo en el

Pacífico, Australia y Nueva Zelanda. Por "nuestro tiempo" quiero significar,

en particular, el período posterior a 1914. Pero también aludo

a los últimos cincuenta o sesenta años, vale decir, a la época posterior

a la guerra de los Bóers o época de Winston Churchill, como se la

podría llamar; a los últimos cien años, es decir, fundainentalmenie,

al período posterior a la abolición de la esclavitud y a John Smart

Mill; a los últimos doscientos años, esto es, fundamentalmente el

período posterior a la Revolución Americana y a Hume, Voltaire.

Kant y Burke; y en menor medida, a los últimos trescientos años, al

período posterior a la Reforma y posterior a Locke y Newton. Esto

basta en lo que respecta a la exjnesión "La historia de nuestro

tiempo".


Pasaré ahora a la palabra "optimista". Ante todo, permítaseme aclarar

que si bien me llamo a mí mismo un optimista, no quiero sugerir



Sexta conferencia "Eleitiior Rallibonc Memorial", ¡¡ronuniiiidii en In Universidad

de Bristol el 12 de octubre de 19^6. (\o ¡¡ublicadn müeriormenle.)

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(on ello que sé algo acerca del futuro. No deseo pasar por profeta, \

mucho menos por profeta histórico. Por el contrario, durante muchos

años he defendido la opinión de que la profecía histórica es una especie

de charlatanerismo. ^ Yo no creo en leyes históricas, ni creo, en cspeí

ial, en nada semejante a una ley de progreso. En realidad, creo que

es más probable, para nosotros, la regresión que el progreso.

A pesar de todo creo que puedo (onsiderarme con justicia un optimista.

Pues mi optimismo reside totalmente en mi interpretación del

presente y del pasado inmediato. Reside en mi visión altamente apreciativa

de nuestro propio tiemjjo. Y cualquiera sea vuestra opinión

acerca de este optimismo, deberé admitir tjuc tiene al menos el valor

de la rareza. En verdad, las lamentaciones de los pesimistas se han

convertido ya en algo monótono. Sin thida, hay en nuestro mundo

muchas cosas por las cuales ])odemos cjuejarnos con razcin, si damos

rienda suelta a nuestro ánimo; y sin duda, a veces es im|)ortante

descubrir que es lo que anda mal en nosotros. Pero creo que también

debe tomarse en consideracic')n el otro aspecto de la cuestión,

Así, mis opiniones optimistas se refieren al pasado inmediato y a

nuestro propio tiempo. Esto me lleva linalmente a considerar la palabra

"opinión". Lo que trataré de liacer en esta conferencia es esbozar

a muy grandes rasgos una especie de visión panorámica de nuestro

tiempo. Será, sin duda, una visicni muy personal, una interpretación

más que una descripción. Pero trataré de sustentarla mediante argumentos.

Y aunque los pesimistas tendrán la impresic)» de cjue m¡

\ isi()n es superficial, trataré de |>resentarla de tal manera (¡ue sea ini

desafío para ellos.

Comienzo, pues, con un desafío. Desafío cierta.s creencias cpie parecen

estar muy difundidas, y difundidas en sectores muy diferentes; no scMo

entre muchos eclesiásticos cuya sinceridad cjueda fuera de duda, sino

también por algunos racionalistas como Bertrand Russell, a quien

admiro profundamente como hombre y como filósofo..

Rusise'll ha expresado más de una ve/ la opinicm que cjuiero desafiar,

pues se ha quejado de que nuestro desarrollo intelectual ha superado

a nuestro desarrollo moral. Nos hemos vuelto muy inteligentes; segi'ni

Russell, demasiado inteligentes. Podemos hacer montones de cosas maravillosas:

cohetes de.altas velocidades y bombas atcímicas, o bombas

termonucleares, si preferís. Pero no hemos logrado alcanzar ese desarrollo

y esa madurez en el plano moral y político que son los únicos

que pueden dirigir y controlar con seguridad las aplicaciones que

damos a nuestros enormes poderes intelectuales. Esta es la razón por

la cual nos encontramos ahora en peligro mortal. Nuestro equivocado

orgullo nacional nos ha iraj>edido realizar oportunamente el Estado

mundial. Para resumir: somos inteligentes, quizá demasiado inteligentes,

pero también somos perversos; y esta mezcla de inteligencia

y perversidad es la raíz de nuestros inconvenientes.

1 Véase The Poverty of Hisloriristii, 1957; y c-l cap. l(i áv este volumen.

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En contra de la opinión anterior, sostendré precisamente la opinión



opuesta. Mi primera tesis es la siguiente: somos buenos, quizás demasiado

buenos, pero también somos un poco estúpidos; y es esta mezcla

de bondad y estupidez la que se encuentra en la raíz de nuestros

inconvenientes.

Para evitar malentendidos, debo subrayar que cuando uso la palabra

"somos" en esta tesis, me incluyo a mí mismo.

Quizás os preguntéis cómo es que mi primera tesis es parte de una

visión optimista. Hay varias razones de ello. Una es que la perversidad

es aún más difícil de combatir que un grado limitado de estupidez,

porque los hombres buenos que no son muy inteligentes habitualmente

tienen muchos deseos de aprender.

Otra razón es que, según creo, no somos irremediablemente estúpidos,

y ésta es sin duda una visión optimista. Lo malo con nosotros

es que nos engañamos muy fácilmente y que otros nos conducen muy

fácilmente "de la nariz", como dice Samuel Butler en Erewhon. Permitidme

que cite uno de mis pasajes favoritos: "Se verá... que los

erewhonianos son un pueblo manso y muy sufrido, fácil de llevar de

las narices y dispuesto a inmolar el sentido común en el altar de

la lógica, cuando surge entre ellos un filósofo que los seduce... convenciéndolos

de que sus instituciones existentes no se basan en los

más estrictos principios de moralidad."

Como veis, mi primera tesis, aunque se opone directamente a una

autoridad como la de Bertrand Russell, está lejos de ser original. Samuel

Butler parece haber pensado según carriles semejantes.

Tanto la formulación de Butler de esta tesis como la mía propia

tienen una forma un tanto petulante. Pero es posible expresarla más

seriamente del siguiente modo. Las principales perturbaciones de nuestro

tiempo —y no niego que vivimos en tiempos perturbados— no se

deben a nuestra perversidad moral, sino, por el contrario, a nuestro

entusiasmo moral a menudo mal dirigido: a nuestra ansiedad por

mejorar el mundo en el que vivimos. Nuestras guerras son, fundamentalmente,

guerras religiosas; son guerras entre teorías rivales acerca de

la manera de establecer un mundo mejor. Y nuestro entusiasmo moral

se halla a menudo mal dirigido porque nos damos cuenta de que

nuestros principios morales, sin duda muy simples, son con frecuencia

difíciles de aplicar a las complejas situaciones humanas y políticas a

las que nos sentimos obligados a aplicarlos-

Ciertamente, no espero que estéis de acuerdo inmediatamente con

mi tesis o con la de Butler. Y aunque simpaticéis con la de Butler,

difícilmente simpatizaréis con la mía. Butler, podríais decir, era Victoriano.

Pero ¿cómo puedo sostener yo la idea de que no vivimos en

un mundo de perversidad? ¿.\caso he olvidado a Hitler y a Stalin? No,

Pero no me dejo impresionar demasiado por ellos. A pesar de ellos,

y con mis ojos bien abiertos, sigo siendo un optimista. Tanto ellos

como sus adeptos inmediatos pueden ser dejados de lado en este contexto.

Lo más interesante es el hecho de que los grandes dictadores

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tienen un séquito muy grande. Pero sostengo que mi primera tesis o,



si lo preferís, la tesis de Butler se aplica a la mayoría de sus s^uidores.

Los que siguieron a Hitler y Stalin, en su mayoría, lo hicieron

precisamente porque fueron "conducidos fácilmente de las narices",

para; usar la frase de Butler. Indudablemente, los grandes dictadores

apelaron a todo género de temores y esperanzas, de prejuicios y de

envidias, y hasta al odio. Pero su principal atractivo fue una especie

de moralidad. Tenían un mensaje y exigían sacrificios. Es triste ver

cuan fácilmente puede ser mal utilizada una apelación a la moralidad.

Pero es un hecho el que los dictadores siempre trataron de convencer

a su pueblo de que conocían el camino hacia una moralidad superior.

Para ilustrar lo que quiero decir, os recordaré un notable folleto

publicado en una fecha tan reciente como 1942. En él, quien era por

entonces obispo de Bradford atacaba determinadas formas de sociedad

a las que describía como "inmoral" y "anticristiana", y de las cuales decía:

"Cuando algo es tan manifiestamente la obra del mal... nada puede

excusar a un ministro de la Iglesia de trabajar para su destrucción".

La sociedad que, en opinión del obispo, era obra del mal no era la

Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin; era nuestra propia sociedad

occidental, el mundo libre de la Comunidad Atlántica. Y el obispo

decía tales cosas en un planfleto escrito con el propósito de defender

el sistema verdaderamente satánico de Stalin. Estoy totalmente convencido

de que la condena moral del obispo era sincera. Pero el

fervor moral lo cegaba, como a muchos otros, para hechos que otros

podían ver fácilmente; por ejemplo, para el hecho de que innumerables

personalidades eran torturadas en las prisiones de Stalih. ^

Aquí tenéis, me temo, un ejemplo de una negativa típica a ver los

hechos, aunque sean hechos obvios; de una típica ausencia de crítica;

de una típica disposición a ser "conducido por las narices" (para usar

otra vez las palabras de Butler); a ser conducido por las narices por

cualquiera que pretenda que nuestras "instituciones existentes no se

basan en los más estrictos principios de moralidad". Aquí tenéis un

ejemplo de cuan peligrosa puede ser la bondad si una porción demasiado

grande de ella se combina con una porción demasiado escasa

de crítica racional.

Pero el obispo no era el único. Algunos de ustedes quizás recuerden

un informe no desmentido, proveniente de Praga y publicado en The



Times hace unos cuatro o cinco años, en el cual se decía que un famoso

físico británico había llamado a Stalin el más grande de todos los

científicos. Cabe preguntarse qué dirá este físico famoso ahora que

la doctrina del satanismo de Stalin se ha convertido, aunque sólo sea

transitoriamente, en un componente esencial de la línea del partido.

Todo esto muestra cuan asombrosamente propensos somos a ser con-



2 El folleto se titula Christians in the Class Struggle, de Gilbert Cope, con un

Prólogo del Obispo de Bradford, 1942. Cf. mi Sociedad abierta (1950 y ed. posteriores)

, notas 3 del capítulo I y 12 del capitulo 9.

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ducidos por las narices por cualquiera que pretenda conocer el camino

a una moralidad superior.

Los creyentes en Stalin actualmente ofrecen un triste espectáculo.

Pero si admiramos los mártires de la cristiandad, no podemos negar

totalmente una admiración hacia aquellos que conservaron su fe en

Stalin mientras eran torturados en las prisiones rusas.- La de ellos era

una fe en una causa que sabemos mala; hoy, hasta los miembros del

partido lo saben. Pero creían en ella con toda sinceridad.

Vemos cuan importante es este aspecto de nuestras perturbaciones

si recordamos que todos los grandes dictadores se vieron obligados

a rendir homenaje a la bondad del hombre. Se vieron obligados a

rendir homenaje puramente verbal a una moralidad en la que no

creían. Se cree en el comunismo y en el nacionalismo como en morales

y religiones. En esto reside toda su fuerza. Intelectualmente, lindan

con el absurdo.

El absurdo de la fe comunista es manifiesto. Después de apelar a

la creencia en. la libertad humana, ha creado un sistema de opresión

sin paralelo en la historia.

Pero la fe nacionalista es igualmente absurda. No aludo aquí al

mito racial de Hitler, sino más bien a un presunto derecho natural

del hombre: al presunto derecho de autodeterminación de las naciones.

El hecho de que aun un gran humanista y liberal como Masaryk

haya sostenido este absurdo como uno de los derechos naturales del

hombre es algo que insta a la reflexión moderadora. Basta para conmover

la fe de cualquiera en la sabiduría de un rey filósofo y debe

ser considerado por todos los que creen que somos inteligentes pero

perversos, y no buenos pero estúpidos. Pues el supremo absurdo del

principio de la autodeterminación nacional es evidente para todo el

que dedique un momento a reflexionar en él. Ese principio equivale

a sostener que cada Estado debe ser una nación-Estado: que debe estar

limitado dentro de unai frontera natural, y que esta frontera debe

coincidir con la ubicación de un grupo étnico; de modo que debe ser

el grupo étnico, la "nación", el que determine y proteja los límites

naturales del Estado.

Pero las naciones-Estados de esta especie no existen. Aun Islandia,

la única excepción en la que puedo pensar, ¡sólo es una excepción

aparente. Pues sus límites están determinados, no por su grupo étnico,

sino por el Atlántico Norte, así como están protegidos, no por la nación

islandesa, sino por el Tratado del Atlántico Norte. Las naciones-Estados

no existen, simplemente porque no existen las llamadas "naciones"

o "pueblos" en los que sueñan los nacionalistas. No hay ningún, o casi

ningún, grupo étnico homogéneo asentado desde hace largo tiempo

en países con fronteras naturales. Los grupos étnicos y lingüísticos

(los dialectos a menudo son barreras lingüísticas) están entremezclados

inextricablemente en todas partes. La Checoslovaquia de Masaryk

se fundó en el principio de la autodeterminación nacional. Pero tan

pronto como fue fundada, los eslovacos exigieron, en nombre de ese

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principio, la liberación de la dominación checa; y finalmente fue



destruida por su minoría alemana, en nombre del mismo principio.

Situaciones similares han surgido prácticamente en todos los casos en

los que se ha usado el principio de autodeterminación para fijar los

límites de un nuevo Estado: en Irlanda, en la India, en Israel, en

Yugoslavia, etc. Hay minorías étnicas en tocias partes. "Liberarlas" a

todas ellas no puede constituir un objetivo adecuado; más bien, el

propósito debe ser protegerlas a totlas. IM opresión de los grirpos nacionales

es un gran nial; pero la autodeterminación nacional no es un

remedio factible. Además, Gran Bretaña, los Estados Unidos, Canadá

y Suiza son cuatro ejemplos obvios de Estados que violan, en muchos

aspectos, el principio de las nacionalidades. En lugar de determinar

sus límites por grupos étnicos, cada uno de esos países se las ha arreglado

jjara unir varios grupos étnicos. De mcKlo que el problema no

parece insoluble.

Sin embargo, pese a todos estos hechos obvios, se sigue aceptando

el principio de la autodeterminación nacional como si fuera un artículo

de nuestra fe moral; raramente se lo desafía de manera abierta. En

una carta a Tlie Times, un chipriota apeló recientemente a este principio.

Lo calificó de principio moral universalmente aceptado. Los

defensores de este principio, sostenía orgullosamente, defienden los

sagrados valores humanos y los derechos naturales del hombre (al

parecer, también cuando aterrorizan a sus ¡propios compatriotas en

desacuerdo). El hecho de que esa carta no mencionara a la minoría

étnica de Chipre, el hecho de que fuera impresa y el hecho de que

sus doctrinas morales quedaran totalmente sin respuesta en una larga

serie de cartas sobre este tema prueban en buena medida mi primera

tesis. Realmente me parece cierto que se mata más gente por un sentido

estúpido de la justicia que por maldad.

La religión nacionalista es fuerte. Muchos están dis¡>uestos a morir

por ella, con la creencia ferviente de qiie es moralmente buena y

tácticamente verdadera. Pero están equivocados; tan equivocados como

sus análogos comunistas. Pocos credos han engendrado más odio,

crueldad y sufrimientos innecesarios que la creencia en la justicia del

principio nacionalista; sin embargo, todavía se cree que este principio

ayudará a aliviar la desdicha de la opresión nacional. Admito que mi

optimismo se siente un tanto conmovido cuando contemplo la casi

unanimidad con la cual se acepta este principio todavía hoy, sin ninguna

vacilación, sin ninguna duda, hasta por aquellos cuyos intereses

políticos se oponen claramente a él. Pero me niego a abandonar la

esperanza de que el absurdo y la crueldad de este presunto principio

moral sean reconocidos ]Jor todos los hombres reflexivos.

Pero dejemos ahora estas tristes historias de entusiasmo moral mal

dirigido y volvamos a nuestro mundo libre. Resistiré la tentación de

ofrecer más argumentos en apoyo de mi primera tesis y pasaré a la

segunda.

He dicho que soy un optimista. Como credo filosófico, el optimismo

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es conocido como la famosa doctrina, elaboradamente defendida por



Leibniz, de que nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles.

No creo que esta tesis de Leibniz sea verdadera. Pero estoy seguro

de que me concederéis el grato título de optimista cuando oigáis mi

segunda tesis, que se refiere a nuestro mundo libre: la Sociedad de la

Comunidad Atlántica. Mi segunda tesis es la siguiente.

A pesar de nuestros grandes y serios problemas, y a pesar de que

la nuestra no es seguramente la mejor sociedad posible, sostengo que

nuestro mundo libre es, con mucho, la mejor sociedad que haya existido

en todo el curso de la historia humana.

Yo no afirmo, como Leibniz, que nuestro mundo es el mejor posible.

Ni afirmo que nuestro mundo social sea el mejor de los mundos

sociales posibles. Mi tesis es, simplemente, que nuestro mundo social

es el mejor que ha existido, al menos el mejor de los que tengamos

algún conocimiento histórico.

Supongo que ahora me concederéis el derecho de calificarme de

optimista. Pero quizás sospechéis que soy un materialista, que considero

a, nuestra sociedad la mejor porque es la más rica que se haya

conocido en la historia.

Pero puedo aseguraros que no es ésta la razón por la cual considero

que nuestra sociedad es la mejor. Sin duda, creo que es una gran

cosa haber logrado la abolición del hambre y la miseria, o estar a

punto de lograrlo. Pero no es el nylon, la nutrición, el terilene ni

la televisión lo que más admiro. Cuando digo que nuestro mundo

social es "el mejor" aludo a lc« mismos valores que llevaron al anterior

obispo de Bradford a calificarlo de obra del mal, hace sólo catorce

años; aludo a las normas y valores que han llegado hasta nosotros,

a través del cristianismo, desde Grecia y desde la Tierra Sagrada; desde

Sócrates y desde el Viejo y Nuevo Testamento.

En ninguna otra época y en ninguna otra parte los hombres han

sido más respetados, como hombres, que en nuestra sociedad. Antes

nunca los derechos humanos y la dignidad humana han sido tan respetados,

y antes nunca ha habido tantas personas dispuestas a realizar

grandes sacrificios por otros, especialmente por aquellos menos afortunados

que si mismos.

Creo que se trata de hechos indiscutibles.

Pero antes de examinar estos hechos más detenidamente, quiero destacar

que también soy sensible a otros hechos. El poder aún corrompe

a la gente, aún en nuestro mundo. Los funcionarios públicos aún se

comportan, a veces, como amos incivilizados. Aún abundan los dictadores

de bolsillo, y un hombre normalmente inteligente que busca

consejo médico debe prepararse a que lo traten más bien como a un

imbécil fastidioso, si manifiesta un interés inteligente —esto es, un

interés crítico— en su condición física.

Pero todo esto no se debe tanto a falta de buenos intenciones como

a la ichapucería y la pura incompetencia. Y hay muchas cosas que

suministran una compensación. Por ejemplo, en algunos países perte-

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necientes al mundo libre (pienso en Bélgica), se están reorganizando



muy exitosamente los servicios hospitalarios con el propósito obvio

de convertirlos en lugares agradables y no deprimentes, en los que

se presta la debida consideración a las personas sensibles y a aquellas

cuyo autorrespeto puede sentirse lastimado por las prácticas prevalecientes

en la actualidad. Y se comprende en ellos cuan importante es

establecer una cooperación genuina e inteligente entre el médico y

el paciente, y asegurar que un hombre, aunque sea un hombre

enfermo, no será estimulado nunca a ceder su responsabilidad final

jx>r sí mismo.

Pero volvamos a problemas más vastos. Nuestro mundo casi ha

logrado abolir, si no todos, al menos los mayores males que han

acosado hasta ahora a la vida social del hombre.

Permitidme que os dé una lista de los que considero algunos de

los mayores males que pueden ser remediados o aliviados por la cooperación

social. Ellos son:

La miseria.

La desocupación y otras formas de inseguridad social.

Las enfermedades y el dolor.

La crueldad en las cárceles.

La esclavitud y otras formas de servidumbre.

Las discriminaciones religiosas y raciales.

La falta de oportunidades educacionales.

Las rígidas diferencias de clase.

La guerra.

Veamos lo que se ha logrado, no solamente en Gran Bretaña, a través

del Estado del Bienestar, sino también por cualquier otro método en

cualquier otra parte del mundo libre.

La miseria abyecta ha sido prácticamente abolida. En lugar de un

fenómeno de masas, el problema se ha convertido en el de establecer

los casos aislados que aún persisten.

Los problemas de la desocupación y de otras formas de inseguridad

han cambiado completamente. Nos enfrentamos ahora con nuevos problemas

creados por el hecho de que el problema de la ocupación

masiva ha sido resuelto en gran medida.

Se hacen continuos progresos para resolver los problemas de las

enfermedades y el dolor.

La reforma penal ha abolido la crueldad, en gran medida, dentro

de este campo.

La historia de la lucha exitosa contra la esclavitud se ha convertido

en el perdurable motivo de orgullo de este país y de los Estados Unidos.

La discriminación religiosa prácticamente ha desaparecido. La discriminación

racial ha disminuido en un grado que supera las esperanzas

de los más optimistas. Lo que hace aún más asombrosas estas dos

conquistas es el hecho de que los prejuicios religiosos, y aún más los

prejuicios raciales, probablemente se hallan tan difundidos como hacfcincuenta

años, o poco más o menos.

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