G. H. Mead Espíritu, persona y sociedad


El problema de las oportunidades educacionales



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El problema de las oportunidades educacionales es aún muy serio,

pero se lo ha abordado con sinceridad y energía.

Las diferencias de clase han disminuido enormemente en todas

panes. En Escandinavia, los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva

Zelandia se ha llegado, de hecho, a algo muy semejante a la sociedad

sin clases.

El octavo ¡)unto de la lista concierne a la guerra. Discutiré este

punto más detenitlamente. Qui/á sea más conveniente lornuilar mi

)>ensamiento st>bre este j>unvo como mi lerceya tesis.

Mi tercera tesis es que desde la época lie la guerra ile los Bóers,

ninguno de los gobiernos democráticos del mundo libre ha llevado

una guerra de agresión. Ningún gobierno democrático estaría unido

en tal caso, porque uo tendría detrás de sí la unidad de la nación.

La guerra agresiva se ha convertido casi en una imposibilidad moral. ^

La guerra de lo« Bóers jjrovocó una reacción en (irán Bretaila

que llevó a una conversión moral en favor de la pa/. Fue debido

a esta actitud por lo que Gran Bretaña vaciló en enfrenLuse al Kaiser

y sólo entró en la primera guerra munch'al des])ués de la violación

de la frontera belga. Fue también su influencia la (pie originó en

Gran Bretaña la disposición a hacer concesiones a Hiiler. Cuando el

ejército de Hitler ocujx) la rana del Rin, se trataba indudablemente

de un acto de agresión de su parte. Sin embargo; la opinión pública de

este país impidió al gobierno recoger el desafío, aiuicjuc ésta habría

sido la actitud más razonable, en esas circunstancias. Por otro lado,

el ataque abierto de Mussolini a Etiopía afectó hasta tal pimto a la

opinión pública británica que el plan Hoare-Laval, que tendía juiciosamente

a mantener separados a Mussolini y a Hitler, fue rechazado

por un estallido de indignación pública.

Pero un ejenq>lo aún más claro es la actitud pública frente al pro.

blema de la guerra preventiva contra Rusia. Recordaréis que, aproximadamente

en \ft50, hastA . Bertrand Russell estabaí en (v»v(>r tie unw

guerra preventiva y debe admitirse que había fuertes razones en favor

de ella. Rusia aún no poseía im arsenal atómico, y era la última

oportunidad para im}>ed.irle que fabricara la bomba de hidrógeno.

No envidio al presidente de los Estados Unidos ,su poder de decidií

entre aíternatiAas tan terribles. Una alternativa era comenzar una

guerra. La otra era permitir a Stalin que adquiriera el potler suficiente

jjara destruir el mundo; poder del cual él, ciertamente, no debía

poseer. Bertrand Russell tenía razón, sin duda, al sostener que, desde

un punto de vista puramente racional, la segunda alternativa era aún

peor que la primera. Pero la decisión recayó en la otra alternativa.

.\un en esas circunstancias cruciales y con la certidumbre jiráctica de la

victoria, una guerra agresiva se había hecho moralmente imposible.

El muntlo libre aún está dispuesto a ir a la guerra. Y está dispuesto

3 Esta conferencia fue pronunciada antes de la aventura de Suez. Creo (|ue l.i

(liste historia de esta aventura da apoyo a mis tres piimeras tesis.

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a ir a la guerra aun en circunstancias desfavorables, como ha sucedido

más de una vez en el pasado. Pero sólo lo hará frente a una manifiesta

agresión. .Vsi, en lo que concierne al mundo libre, la guerra ha sido

conquistada.

He examinado brevemente mi lista de ocho grandes males sociales.

O e o (pie es de la mayor importancia expresar cuáles son los logros

del mundo libre. Pues nos hemos hecho indebidamente escépticos

acerca de nosotros mismos. Se sospecha que estamos pagados de nuestra

propia reciitutl, y consideramos rechazante el autoclogio. Una de las

mayores enseñan/as que hemos aprendido es, no sólo a ser tolerantes

(on los demás, sino también a preguntarnos seriamente si el otro no

tendrá quizás razón y no será el mejor. Hemos aprendido la norma

moral íundamenial de que nadie debe ser juez en su propia causa.

Sin duda, se trata de un síntoma de cierta madurez moral. Pero también

se puede a]jrender una lección demasiado bien. Después de haber

descubierto el pecado de la suficiencia por la propia rectitud, hemos

(aído en su oj)ucsto estereotipado: en una pose estereotipada de autodepreciación,

lie afectación invertida. Después de aprender que no se

tIebe ser juez en la propia causa, nos sentimos tentados a convertirnos

en abogados de nuestros adversarios. De este modo, nos hacemos ciegos

para nuestras propias realizaciones. Pero es necesario oponerse a esta

tendencia.

Cuando Krushchev en gira por la India condenó el colonialismo

británico, indutlablemente estaba convencido de la verdad de todo

lo que decía. No sé si tenía conciencia de que sus acusaciones derivaban,

a través de Lenin, principalmente de fuentes británicas. Si lo

hubiera sabido, probablemente lo hubiera considerado como una

razón adicional jiara creer en lo que decía. Pero se hubiera equivocado;

pues este tipo de autoacusaciones es una virtud peculiarmente británica,

así como un vicio peculiarmente británico. La verdad es que la

idea de la libertad de la India nació en Gran Bretaña, al igual que

la idea general de libertad política en los tiempos modernos. Y esos

británicos que suministraron a Lenin y Krushchev sus proyectiles morales

estaban íntiinamente vinculados o eran los mismos que los británicos

que dieron a la India la idea de libertad.

Siempre lamentaré que el gran estadista británico que respondió a

Krushchev tuviera tan pcKo que decir en defensa de sí mismo y de

nuestro modo de vida diferente. Estoy seguro que no hizo ninguna impresión

sobre Krushchev. Pero creo que podría haberla hecho. Si hubiera

señalado la diferencia entre nuestro inundo libre y el mundo comunista

mediante el siguiente ejemplo, estoy seguro que Krushchev lo

habría comprendido. Nuestro estadista podría haber hablado así;

"La diferencia entre su país y el mío puede explicarse del siguiente

modo. Supóngase que mi jefe, Sir Anthony, muriera repentinamente.

Puedo asegurarle (jue en nuestro país ninguna persona sensata [tensaría

ni siquiera por un momento en la posibilidad de que yo hubiera

asesinado a Sir Anthony. Ni siquiera a un comunista británico se le

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ocurriría. Esto ilustra la simple diferencia entre nuestras respectivas

maneras de conducir nuestros asuntos. No se trata de una diferencia

racial, con seguridad, pues f>odemos ver leyendo a Shakespeare que

no hace mucho tiempo también nosotros teníamos prácticas similares

a las de ustedes."

Creo en la importancia de resjxjnder a todas esas absuixias pero

terribles acusaciones contra Gran Bretaña, a menudo provenientes de

fuentes británicas y que son corrientes actualmente en el mundo. Pues

creo en el poder de las ideas, inclusive en el poder de las ideas falsas

y perniciosas. Y creo en lo que yo llamaría la guerra de las ideas.

La guerra de las ideas es una invención griega. Es una de las invenciones

más importantes que se hayan hecho nunca. En realidad, la

posibilidad de luchar con palabras en lugar de luchar coft espadas

constituye la base misma de nuestra civilización, especialmente de todas

sus instituciones legales y parlamentarias. Este hábito de luchar con

palabras e ideas es uno de los pocos vínculos que aún unen los mundos

de ambos lados de la Cortina de Hierro (aunque del otro lado las

palabras sólo han reemplazado parcialmente las espadas, y a veces se

usa las primeras para preparar el asesinato). Para comprender cuan

poderosas han llegado a ser las ideas desde los días de los griegos,

sólo debemos recordar que todas las guerras religiosas fueron guerras

de ideas y que todas las revoluciones fueron revoluciones de ideas. Aunque

esas ideas fueron falsas y perniciosas con más frecuencia que verdaderas

y benéficas, algunas de las mejores tienen quizás una cierta

tendencia a sobrevivir, siempre que encuentren un apoyo suficientemente

poderoso e inteligente.

Todo lo anterior puede ser formulado en mi cuarta tesis. Es la siguiente:

El poder de las ideas, y especialmente de las ¡deas morales y religiosas,

es al menos tan importante como el de los recursos físicos.

Sé muy bien que ayunos estudiosos de la política se oponen enérgicamente

a esta tesis; que hay una influyente escuela de los llamados

realistas políticos para quienes las "ideologías", como ellos las llaman,

tienen poca influencia sobre la realidad política y que cualquier influencia

que puedan tener, ella es perniciosa. Pero no creo que este

sea un punto de vista defendible. Si fuera cierto, el cristianismo no

hubiera tenido ninguna influencia en la historia, y los Estados Unidos

serían inexplicables, o simplemente, el resultado de un pernicioso error.

Mi cuarta tesis, la doctrina que exalta el poder de las ideas, es característica

del pensamiento liberal y racionalista de los siglos xviu y xix.

Pero el movimiento liberal no creyó solamente en el poder de las

ideas. También sostuvo una concepción que considero equivocada. Creyó

que no se necesitan ideas rivales que libraran batallas. Esto se debió

a que se suponía que la verdad, una vez expuesta, siempre es reconocida.

El liberalismo creía en la teoría de que la verdad es manifiesta,

de que no se la puede dejar de ver una vez destruidos los

poderes interesados eri su supresión y perversión.

Esta importante e influyente idea —la de que la verdad es manifiesta—

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es un tipo de optimismo que no puedo apoyar. Estoy convencido de

que es equivocada y de que, por el contrario, es difícil y a menudo

penoso llegar a la verdad. Esta es, pues, mi quinta tesis: es difícil

llegar a la verdad.

Esta tesis explica, hasta cierto punto, las guerras de religión. Y aunque

es un problema epistemológico, puede arrojar mucha luz sobre

la historia de Europa desde el Renacimiento y aun desde la Antigüe

dad Clásica.

Permitidme que en el tiempo que me queda trate de ofrecer una

ojeada de esta historia, de la historia de nuestro tiempo, especialmente

desde el Renacimiento y la Reforma.

El Renacimiento y la Reforma pueden ser considerados como resultados

del conflicto entre la idea de que la verdad es manifiesta —de

que es un libro abierto, que puede ser leído por cualquier persona de

buena' voluntad— y la idea de que la verdad está oculta, de que sólo

es discernible por el elegido, de que el libro sólo debe ser descifi"ado

por el ministro de la Iglesia, e interpretado sólo por su autoridad.

Aunque en un principio "el libro" era la Biblia, luego pasó a ser

el libro de la naturaleía. Bacon creía que este libro de la naturaleza

era un libro abierto. Quienes lo leían mal eran extraviados por el

prejuicio, la impaciencia y la "anticipación". Si se lo lee sin prejuicio,

pacientemente y sin anticiparse al texto, no hay posibilidad de equivocarse.

El error es siempre nuestra propia falta. Es nuestra perversa

y pecadora negativa a ver la verdad que está ante nosotros.

Esta idea ingenua y, según creo, equivocada se convirtió en la fuente

de inspiración para el avance del saber de los tiempos modernos. Se

convirtió en la base del racionalismo moderno, en oposición al racionalismo

clásico, más escéptico, de los griegos.

En el campo de las ideas sociales, la doctrina de que la verdad es

manifiesta conduce a las doctrinas de la responsabilidad moral e intelectual

del individuo y de la libertad; conduce al individualismo y al

liberalismo racionalista. Esta doctrina convierte a la autoridad espiritual

de la Iglesia y a su interpretación de la verdad en algo superfino

y hasta pernicioso.

Una actitud más escéptica hacia la verdad, por otro lado, lleva

a dar énfasis a la autoridad de la Iglesia y a otras formas de autoritarismo.

Pues si la verdad no es manifiesta, entonces su interpretación

no puede quedar a cargo de cada persona, pues esto llevaría necesariamente

al caos, a la desintegración social, al cisma religioso y a las

guerras de religión. Así, el libro debe ser interpretado por una autoridad

suprema.

El conflicto aludido puede ser descripto como el conflicto entre el

racionalismo individualista y el tradicionalismo autoritario. A su vez,

éste también puede ser descripto como el conflicto entre la fe en el

hombre, en la bondad y en la razón humanas, por un lado, y la desconfianza

hacia el hombre, hacia su bondad y su razón, por la otra.

Confieso que en el conflicto entre la fe en el hombre y la des-

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confianza hacia él mis sentimientos están totalmente de parte de los

optimistas liberales e ingenuos, aunque mi razón me dice que su epistemologia

era totalmente equivocada y que, de hecho, es difícil llegar

a la verdad. Me repugna la idea de mantener a los hombres bajo

la tutela y la autoridad. Pero debo admitir, por otro lado, que los

pesimistas que temían la declinación de la autoridad y la tradición

eran hombres juiciosos. La terrible experiencia de las grandes guerras

religiosas y de las revoluciones francesa y rusa prueban su sabiduría

y su visión.

Pero aunque esas guerras y revoluciones prueban que los pesimistas

cautos eran sabios, no prueban que tuvieran razón. Por el contrario,

creo que el veredicto de la historia —me refiero, por supuesto, a la

historia de nuestro tiempo— está totalmente en favor de quienes sostienen

la fe en el hombre y en la razón humana.

Pues en la sociedad de nuestro mundo libre se ha producido desde

la Reforma una declinación de la autoridad sin paralelo en ninguna

otra época. Es una sociedad sin autoridad o, por decirlo así, una sociedad

sin padre.

Al destacar la conciencia del individuo, la Reforma destronó a

Dios como gobernante responsable del mundo del Hombre: Dios sólo

puede gobernar en nuestros corazones y a través de ellos. El protestante

cree que es a través de su propia conciencia humana como Dios

gobierna al mundo. La responsabilidad del mundo es mía y vuestra:

tal es la fe protestante. Y el obispo de Bradford hablaba como un

buen protestante cuando instaba a sus ministros a destruir un mundo

social que era obra del demonio.

Pero los autoritarios y los tradicionalistas estaban convencidos de

que una sociedad no autoritaria o sin padre debía provocar la destrucción

de todos los valores humanos. Ellos eran sabios, como he

dicho, y en cierto sentido eran los mejores epistemólogos. Sin embargo,

estaban equivocados. Pues hubo también otras revoluciones, la Revolución

Gloriosa y la Revolución Americana. Y existe nuestro actual

mundo libre, nuestra Comunidad Atlántica. Es una sociedad sin padre

gobernada por nuestras conciencias individuales. Y es la mejor sociedad

que ha existido, como he tratado de convenceros.

¿Cuál era el error de los autoritaristas? ¿Por qué es necesario rechazar

su sabiduría? Creo que en nuestro mundo libre hay tres elementos

que han reemplazado exitosamente a la autoridad destronada.

El primero es nuestro respeto a la autoridad de la verdad: de una

verdad impersonal, interpersonal y objetiva, que es nuestra tarea hallar

y que no podemos alterar o interpretar a nuestro gusto.

El segundo es una lección aprendida en las guerras religiosas. Pues

creo que en esas guerras la humanidad aprendió una lección: aprendemos

de nuestros errores (aunque en el campo social y político esto

parece raro y difícil). Aprendimos que la fe religiosa y otras convicciones

sólo pueden tener valor cuando se las sostiene libre y sinceramente,

y que el intento de obligar a los hombres a aceptarlas es

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absurdo porque quienes se resisten son los mejores y, en realidad, los

únicos cuya adhesión vale la pena tener. Así, no sólo aprendimos a

tolerar las creencias que difieren de las nuestras, sino también a respetarlas

y a respetar a los hombres que sinceramente adhieren a ellas.

Pero esto significa que comenzamos lentamente a distinguir entre la

sinceridad y Ja tosudez o la pereza dogmática, y a admitir la gran

verdad de que la verdad es manifiesta, no es claramente visible para

todos los que desean ardientemente verla, sino que es difícil llegar

a ella. Y aprendimos que no debemos extraer conclusiones autoritarias

de esta gran verdad, sino, por el contrario, sospechar de todos aquellos

que se pretenden autorizados a enseñar la verdad.

El tercero es que también aprendimos a acercarnos a la verdad

escuchándonos unos a otros y criticándonos mutuamente.

Creo que esta forma crítica del racionalismo y, sobre todo, esta

creencia en la autoridad de la verdad objetiva son indispensables para

una sociedad libre basada en el respeto mutuo. (Y esta es la razón

por la cual tiene tanta importancia no permitir sobre nuestro pensamiento

la influencia seria de malentendidos intelectuales como el irracionalismo,

resultados comprensibles del desengaño del dogmatismo

y el autoritarismo.)

Pero este enfoque crítico permite, al mismo tiempo, la reconciliación

del racionalismo con el tradicionalismo. El racionalismo crítico puede

apreciar las tradiciones, pues aunque cree en la verdad, no se considera

en la posesión segura de ella. Puede considerar todo paso, toda

aproximación hacia ella, como valioso y hasta como inapreciable; y

puede ver que nuestras tradiciones a menudo estimulan tales pasos

y que sin una tradición intelectual el individuo no podría dar un

solo paso hacia la verdad. Así, es el enfoque crítico del racionalismo,

el compromiso entre el racionalismo y el escepticismo, el que durante

largo tiempo ha constituido la base del camino intermedio británico:

el respeto de las tradiciones, y al mismo tiempo, el reconocimiento de

la necesidad de reformarlas.

No sabemos qué nos depara el futuro. Pero las realizaciones del

pasado y de nuestra propia época nos muestran qué es lo humanamente

posible. Y pueden enseñarnos que, si bien las ideas son peligrosas,

podemos aprender de nuestros errores la manera de manejarlas,

de abordarlas críticamente, de domesticarlas y de usarlas en nuestras

luchas, inclusive en nuestra lucha por acercamos un poco más a la

verdad oculta.

449


20

HUMANISMO Y RAZÓN

HA APARECIDO el primero de una serie de libros, Studia Humanitatis,

publicado en Suiza y escrito en alemán por dos amigos, Ernesto Grassi

—sabio italiano dedicado a los escritores "humanistas" del Renacimiento—

y Thure von Uexküll, hijo del biólogo alemán Jakob von

UexküU, famoso por su Biología teórica. El libro ^, que trata de El



origen de los limites de las ciencias del espíritu y las ciencias naturales,

es parte de un movimiento muy interesante que trata de revivir el

espíritu de los humanistas. Este movimiento neohumanista es típicamente

centro-europeo, nacido de los desastres sufridos por el Continente

en este siglo; y aunque el libro no sólo es erudito sino también sereno,

parte de su espíritu y algunas de sus conclusiones pueden ser difíciles

de apreciar para quienes no tienen un conocimiento personal de la

devastadora experiencia de desintegración social por la que tuvieron

que pasar estos pensadores europeos. El movimiento neohumanista se

inspira en la convicción (compartida con muchos otros movimientos)

de que conoce las causas y el remedio de la difundida depravación

y perversión de todos los valores humanos que debió presenciar la

Europa Central. Su mensaje es que sólo la comprensión del hombre

y de su "naturaleza esencial" —su capacidad creadora cultural— puede

aliviar nuestros males; e intenta, como lo aclara la "Observación Introductoria"

de Grassi, retomar la tarea de elaborar una filosofía

del hombre y de esa importante actividad humana del hombre que

es la ciencia. La ciencia, de acuerdo con esta filosofía, debe ser reinterpretada

como parte del "humanismo"; por consiguiente, se rechaza

por considerárselo demasiado estrecho un significado de "humanismo"

y de "humanístico" que limite el humanismo a las "humanidades",

esto es, a los estudios históricos, filológicos y literarios.

Puede decirse, pues, que el libro apunta a una nueva filosofía del

hombre que coloca en su lugar apropiado a las humanidades y a las

1 Von Ursprung und Grenzen der Geistesxvissenschaften und Naturwissenschaften,

de E. Grassi y T. von Uexküll, Berna, 1950.



Esta reseña bibliográfica apareció por primera vez (con considerables cortes

hechos por el Director, para ahorrar espacio) en The Philosophical Quarterly, 2,1952.

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ciencias naturales. Comprende dos partes: Sobre el origen y los limites

de las humanidades (Geisteswissenschaften *) escrita por Grassi, y Sobre

el origen de las ciencias naturales, escrita por Uexkíill. Las dos partes

se hallan débilmente vinculadas por un vago pragmatismo relativista

(que recuerda a F. C. S. Schiller, que también se consideraba un

humanista) combinado con un repudio de las ideas pragmáticas. Sin

duda, los autores discreparán con esta opinión, a la que quizás consideren

como una prueba de que soy incapaz de comprender la esencia

de su posición; pero sus diversos intentos por señalar la identidad de

sus concepciones parecen un tanto forzados. Sin embargo, esto no disminuye

ni el valor ni el interés del libro en su conjunto o de cualquiera

de sus dos partes.

La primera parte, la contribución de Grassi, es un ensayo filosófico

sobre la esencia del humanismo. La palabra alemana Bildung (traducida

a menudo por "cultura") indica su tema principal, entendido aquí

como el crecimiento, el desarrollo' o la autoformación del espíritu humano.

Trata de reinstituir un ideal educacional del desarrollo mental

destinado a enfrentar las críticas dirigidas contra el viejo humanistische



Bildungsideal (el propósito educacional de las humanidades), el cual,

según Grassi, se ha hecho inútil debido a ía desaparición de las tradiciones

sociales y culturales en las que tenía sus raíces. El texto sobre

el cual se basa el sermón neohumanístico de Grassi es una discusión

acerca de los méritos relativos de la ciencia legal y la ciencia médica.

De nobilitate legum et medicinae de C. Salutati (fue escrito en 1930

y publicado a mediados del siglo xv; E. Garin publicó en 1947 una

edición crítica del mismo, editada por el Instituto di studi filosofici de

Florencia. Junto con el famoso ataque a los médicos de Petrarca, es

quizás, el más lejano antepasado del Streit der Fakultaeten de Kant.)

Grassi lo toma como una discusión acerca de los méritos relativos de

las humanidades y las ciencias naturales, y como una defensa de la pretensión

de las primeras a la superioridad. Esta superioridad, dice, era

mucho mejor comprendida en la época en la que se fundaron las ciencias

naturales que en la actualidad.

La superioridad aludida es triple. Primero, se afirma que las diversas

ciencias naturales tienen el carácter de "artes" (en el sentido griego,

o sea, technai) más que el de ciencia o conocimiento (spientia o

episteme); esto significa, según Salutati, que deben tomar sus "principios"

(correspondientes a los "principios medios" de Bacon) de otra

parte, es decir, del conocimiento filosófico; son, por lo tanto, lógica-

2 El término "die Geisteswissenschaften" ("las humanidades") se ha convertido

en un típico ténnino alemán casi intraducibie, aunque se lo puede traducir literalmente

por "ciencias del espíritu" (o "ciencias morales") y aunque parece

haber llegado a Alemania, irónicamente, a través de la traducción de Theodor Gomperz

de la expresión de J. S. Mili "The Moral Sciences". (Digo "irónicamente" porque

el término tiene actualmente en alemán un fuerte matiz irracionalista y hasta

antirracionalista y antiempirista; mientras que Gomperz y Mili eran ambos racionalistas

y empiristas.)

451


mente inferiores a las disciplinas que establecen sus propios príndpiof.

{Esta idea deriva de Aristóteles y fue aceptada por contemporáneos de

Salutati y por pensadores posteriores, como Leonardo.) Segundo, se

afirma (con Francis Bacon) que las ciencias'naturales son artes en el

sentido de técnicas o, níiás bien, tecnologías, que nos dan poder; pero

tal poder no es, como pensaba Bacon, conocimiento, pues el verdadero

conocimiento deriva de primeros principios y no de principios secundarios

o medios. Tercero, aunque estas tecnologías pueden ser las servidoras

del hombre y aunque puedan ser útiles para éste en su tarea

última y esencial de impulsar su desarrollo mental, no pueden conducirlo

a la realización de este objetivo; pues investigan la realidad sólo

dentro de los estrechos límites de sus principios secundarios particulares,

sin los cuales sus esfuerzos serían inútiles.

A diferencia de ellas, la ciencia legal, que es ciencia política, es la

ciencia de lo correcto y lo incorrecto. Como tal, no sólo es útil al

hombre ("ius... a iuvando", dice Salutati), sino útil en un sentido

esencial, pues "salva su humanidad", "tiende a completarlo". Sólo

abandonando la jungla o el matorral {hule) primitivos y estableciéndose

en comunidades políticas ordenadas los hombres trascienden a las

bestias, como enseñaba Protagoras. Este es el primer paso de su desarrollo

mental (Bildung), y es la base de todos los demás. "La historia

humana no es más que el éxito o el fracaso de las normas concebidas

por el hombre y que permiten el mantenimiento de la vida de comunidad

en las esferas política y social" (pág. 106).

Lo anterior no es en modo alguno un esbozo completo de la contribución

de Grassi, ya que éste trata con extensión problemas como el

de la doctrina aristotélica de que toda poesía es imitación, de la teoría

de la tragedia, especialmente de la katharsis, y de la filosofía del

tiempo. Sin embargo, los análisis de estos últimos temas carecen de la

suficiente claridad y coherencia; en mi opinión, no arrojan luz sobre

los problemas discutidos, aunque contienen algunos aspectos interesantes.

Se destaca entre éstos el énfasis de Grassi sobre el poder de la



imaginación (Phantasie) como elemento esencial de la naturaleza humana

y del desarrollo mental; pero su afirmación (págs. 102-3) de

que su papel en las ciencias naturales se limita a diseñar su armazón

me parece que no les hace justicia. El análisis de Grassi de la "concepción

humanística del desarrollo mental" (Bildung) contiene una de

las observaciones más interesantes desde el punto de vista educacional

o autoeducacional. Al tratar de interpretar un pasaje literario, podemos

descubrir que, en el contexto en cuestión, las palabras tienen un

significado poco usual y hasta nuevo. "Esto nos conduce a algo nuevo

e inesperado. Un mundo insospechado se abre ante nosotros y, de este

modo, 'crecemos' (und dabei 'bilden' wir uns)."

Grassi admite honestamente que la mente del científico de la naturaleza

puede "crecer" exactamente del mismo modo cuando se ve obligada

a adoptar una nueva "interpretación" de un fenómeno natural;

pero esta concesión, me parece, destruye su intento de usar los argu-

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