CAPÍTULO III:
1.- DURANTE EL PONTIFICADO DE PÍO IV (1559-1565) a.- Las primeras negociaciones (1561).
Durante el reinado de Felipe II, la primera petición a Roma para la reforma de las órdenes religiosas es de 1561. En efecto, desde Toledo, el 13 de marzo de ese año, el rey escribía a su embajador en Roma, Francisco de Vargas, para que realizase todas las gestiones necesarias para que el Papa ordenase la reforma de "todas las casas, que ay de frayles, y monjas claustrales en estos nuestros reynos de Castilla, y Navarra, Aragón, Valencia y Cataluña, y en todos los otros reynos sybjetos, y adyacentes a las spañas de las ordenes de sanct Agustín, y sanct Francisco y sancto Domingo, y de todas cualesquier otras órdenes, así de frayles como de monjas, agora sean monacales o mendicantes"197. Parecía clara la universalidad del intento de reforma.
Según este documento, la reforma era necesaria porque no vivían en clausura, ni "recogimiento los dichos frayles y monjas, que no son de observancia", además daban mal ejemplo y escándalo al pueblo, recordando que ésa era una de las críticas de los reformadores protestantes.
Los ejecutores debían ser dos vicarios generales nombrados por los provinciales o los generales reformados. Tenían que hacer capítulos y en ellos elegir nuevo provincial y superiores de los conventos, pudiendo nombrar dos de los cuatro definidores198 que habitualmente tenían las Provincias.
Los bienes que hubieran enajenado o usurpado debían ser restituidos a los conventos, con la intervención de los obispos diocesanos, si era necesaria.
Se hacía una mención especial para los Claustrales de San Francisco, propuesta por el confesor del rey199, Bernardo de Fresneda, franciscano observante. Como los Franciscanos Conventuales, una vez pasados a la Observancia, no podrían poseer bienes ni rentas, proponía, y esto pasó a la instrucción, un triple destino para dichos bienes, -una vez puestos bajo los monasterios de clarisas, por supuesto observantes-: primero, para "reparar las casas a la manera y modo de la observancia"; segundo, sustentar algún colegio de observantes, dado que en Aragón, para donde principalmente se estaba pensando esta reforma, hay "muchos moriscos" a quienes podrían adoctrinar; y, tercero, para ayudar a los monasterios de clarisas, quienes así no tendrían excusas para romper la clausura.
El modelo era la observancia castellana y se preveía el recurso al "brazo secular" en caso de ser necesario.
El día 14 de marzo de 1561 el rey escribió una carta que debía llegar a los cardenales protectores de las Órdenes para que apoyasen esta petición ante el Papa200.
Como las múltiples propuestas españolas no fueron acogidas en Roma, en la segunda mitad de ese año pidieron que el Papa otorgase licencia para nombrar generales naturales en todas las órdenes asentadas en España. En la Santa Sede la petición produjo enorme indignación201. En concreto, la documentación dice que fueron acogidas "con poca simpatía" y como "ingerencias españolas en asuntos eclesiásticos"202. El Papa tenía, además, la excusa perfecta: alegar que lo justo era remitir el asunto al Concilio. Pero el embajador también pensaba haber descubierto "la causa principal por donde el Papa secretamente se mueve, y le aconsejan, es por parecerle que se offende mucho a Italia dividiendose della en querer que los generales, en estos reinos, sean naturales dellos y que ay residan... aunque este punto no sera bien expresalle, sino viniese a necesidad"203.
b.- Ante las posturas del Concilio de Trento y del cardenal Borromeo.
A pesar de las dificultades encontradas en Roma, el rey se dirigía al embajador con fecha 15 de noviembre de 1563204, insistiendo en la necesidad urgente de la reforma de los claustrales de todas las órdenes, porque vivían "de tal manera y con tantas offensas de Dios y escandalo del pueblo" que de no hacerlo sería causa para que "Dios mostrase su ira contra los que pueden remediar y no lo hazen, y nos castigase a todos por ello seria causa muy justa". En esta nueva petición había un cambio sustancial: en vez de los vicarios generales que ejecutasen la reforma, se pedía, consultadas "personas muy graves de las mismas ordenes reformadas", que "se haga por los prelados o personas que nos señalaremos... las quales seran tales personas que su santidad podra tener su conciencia descargada en fiarnos esto". Se reclamaba una intervención directa de personas afines al Estado.
Aunque también en esta ocasión la solicitud de poder reformar es general, cuando se habla de quienes han de ser los ejecutores se decía: "y que vengan por executores della para en lo que fuese menester los cuatro arçobispos donde se ha de hacer la reformacion, es a saber el de Çaracoça, Tarragona,Valencia y Santiago, y el obispo de Cuenca y cada uno de ellos in solidum".
El rey presionó, incluso apelando directamente a su conciencia y a la del Papa: "no puedo dejar de tener gran remordimiento de conciencia con no tocarme esto como toca a su Beatitud".
Ya en estos primeros intentos parece claro un acoso especial a los Franciscanos Claustrales: "y aunque el breve y comision ha de venir general para hacer la dicha reformacion... os avemos querido advertir que para la reformacion de las casas de la orden de Sanct Francisco es menester que venga una clausula expresa, en que su Santidad revoque y de por ninguna la bulla de concordia205 que esta hecha y assentada entre los observantes y claustrales, por la que se prometen y asseguran que los unos no tomaran jamas las casas de los otros, y esta revocacion, segun entendemos, es tan necesaria que sin ella no se puede hacer la dicha reformacion ni cosa que pueda tener firmeza...".
El rey pedía que la negociación se llevase a cabo con buenos modos, que se buscase el apoyo del cardenal Borromeo y de los cardenales protectores de las órdenes claustrales, "aunque si se pudiere hacer sin ellos sería mejor". Y, si el Papa no cediese, tendría que contarle un caso concreto de las monjas de Cervera. No hemos encontrado que se aluda a ningún caso concreto del escándalo y mala vida de los Franciscanos Conventuales.
Con esa misma fecha se envía una carta a los cardenales Borromeo y Carpi206 , para que ayudasen a la consecución del breve papal. ¿Por qué a estos dos? Carpi era el protector de la Orden franciscana y, por ello, era considerado un obstáculo para los planes de la Corte207; y el cardenal Borromeo, por su gran poder en la curia romana y por su forma de afrontar este tema; había llegado a escribir: "que si el rey era tan entusiasta de la reforma eclesiástica, convendría que se guardara no sólo de pedir la confirmación de tales beneficios, sino también de hacer otras muchas cosas que despertaban tantas críticas por parte de la gente cristiana, y más en particular por cuanto a la Cruzada se refería, en la que se cometían muchas irregularidades canónicas. Si en Alemania la fe católica había sufrido una grave derrota por tomar dineros de indulgencias a volentibus, mayor desorden debía temerse del tomar dineros ab invitis et reclamantibus"208. La intervención de Carlos Borromeo fue decisiva. Cuando el embajador creía tener convencido al Papa, las ideas y la influencia de este cardenal le hicieron cambiar. Borromeo pensaba: “no se puede tratar de que los frayles claustrales se hagan observantes porque es cosa que en el concilio se trató… y que no quiso compelerlos a esto y se contentaron con la reforma que para todas las religiones se hizo”209.
Efectivamente, los intereses de la monarquía española tropezaban frontalmente con el decreto "De regularibus", aprobado el 20 de noviembre de 1563 en el Concilio de Trento. En él se dictaba una serie de normas que perseguían un verdadero resurgir de la vida consagrada; sus promotores y ejecutores habrían de ser sus superiores respectivos210.
Unido a todo esto, a principios de 1564 se reabrió crudamente la cuestión de la precedencia entre los embajadores español y francés ante la corte pontificia. Todo ello hizo que, también en esta ocasión, las negociaciones fueran extremadamente dificultosas211.
El tema estaba "cometido a siete u ocho cardenales... y he me espantado de ver quan fuera de rrazon estan algunos, pareciendoles cosa muy recia extinguir los claustrales; y dizen que sin reduzir a la observancia los rreformaran en su manera de vivir conforme a lo propuesto por el Concilio"212. Así escribía el embajador, Requesens, el 21 de julio de 1564. El 31 de agosto del mismo año marchó de Roma, pero dejaba un memorial sobre éste y otros asuntos a su sucesor interino, el cardenal Pacheco, fechado el 10 de septiembre del mismo año. El memorial es un compendio de los negocios que llevaba entre manos, en él refería las ideas que tenían en Roma ante los planteamientos españoles de reforma: “Una de las cosas que ha deseado su mag. Y sobre que mas vezes ha escripto es la rreformaçion de los frayles y monjas claustrales de España y en el mes de diziembre empeço el comendador mayor a tratar este negoçio con el papa y le dio carta sobreello y el que puso mayor dificultad fue el cardenal Borromeo, y assi por entonçes paró el negoçio, después se ha retornado a tratar aviendolo su santidad cometido sino se me acuerda mal a los cardenales Morón, Seraçino, Pisa, Reumano, Vitelo, Borromeo, Simoneta, y a todos estos se ha hablado diversas vezes y dádoles copia de los capítulos de las cartas que sobrello su magestad ha escripto traduzidos en ytaliano, y porque se mandó que se pidiese esto también para Siçilia se dio al cardenal Moron un proçeso original que della vino por donde se vee claramente las grandes maldades que los claustrales de aquel Reyno an hecho y hazen; Algunos destos cardenales están muy bien en el negoçio pero los más y principalmente Borromeo y Simoneta no están en extinguir los claustrales y rreduzilos a la observançia que es lo que el Rey desea y convendría; ase de ver particularmente lo que sobresto su magestad escribe porque son muchas cosas las que pide y quando no se hizieren todas podrá ser que los cardenales provean algunas con que se rremedie algo de los inconvenientes que ay” 213.
c.- El fruto de la presión española (1565): el legado pontificio.
No obstante, el rey insistía. El 1 de enero de 1565 escribió a Pacheco214 para que prosiguiese la negociación, haciendo "entender que lo statuido en el dicho Concilio tridentino no es remedio bastante". Acababa el rey diciendo que si el Papa no hiciese caso, él se descargaría "por no ser mas en mi mano y lo remito a la conciencia de su Santidad". Los hechos demostrarán que era sólo una amenaza, pura táctica: "yo no podré dexar de mandar desterrar y echar de mis Reynos a los religiosos que viviesen tan profanamente". Terminaba ordenando a su representante diplomático que insistiese una y otra vez: "y assi se lo representad todas las vezes que fuese menester".
El cardenal Pacheco se tomó en serio las órdenes de Madrid y presionó con machacona insistencia a Pío IV, utilizando todas las armas que tenía a su alcance para hacer realidad los vehementes deseos de la corte española. Por eso, con la carta del 1 de enero en la mano, se presentó ante el Papa. Antes, en la antecámara papal estaba Borromeo, a quien metió “el anima en el infierno sino proveya en este caso”215. No logró amedrentarle, pues permaneció firme en sus postura: poner en práctica lo dispuesto en el Concilio. Pacheco insistió, pero sin usar “la amenaza de echar a los frayles de spaña por otro negocio que tenemos entre las manos que V. Md. sabe y por reservallo para el ultimo remedio”216. Después, el papa escuchó al cardenal español, manifestándole su parecer: “que se fuesen extinguiendo los que al presente tienen el abito, y que de nuevo no se tomesse ninguno”217; tras mucho dialogar, ordenó que el asunto continuase en estudio por la comisión cardenalicia.
El 18 de marzo se reunía la comisión cardenalicia, formada por “Moron, Sarraceno, S. Clemente, Reomano y los dos frayles, Pisa, Simoneta y Borromeo y yo, de los nuevos Bon Compaño, Alciato y Paleoto”218. Pacheco desplegó toda su batería de razones; los cardenales le respondieron, diplomáticamente, alabando el celo religioso del rey de España, pero contumaces en la necesidad de poner en práctica el Concilio, en contar “con los generales de la Ordenes, y embiando como un legado de la sede apostólica que las metiese en execución, que quitar el nombre de claustrales y metellos debaxo de observantes por no lo aver determinado así el concilio, antes al revés, no era de su paresçer”219. Así se expresó el cardenal Morón, pero “casi todos, sino fueron los frailes y otros cardenales discreparon poco deste parecer… pareciéndoles que quiere (el rey) usurparse lo que es de la sede apostólica”220. Entonces, el plenipotenciario de Felipe II arreció en su argumentación: “y les mostré que todo quanto ordenaba era de ningún momento (sic) porque importaba poco hazer çient pliegos de reformas si los mismos generales y ministros las havian de meter en execuçión que aunque las aceptasen de manos del legado, o nunçio de su santidad, en bolviendo la cabeça se reyrian dellas como lo havian hecho por el pasado y questo no era sanar sino sobresanar el negocio y que mirassen muy bien lo que hazian en este puncto que era reduzir a la observancia a los frayles claustrales porque V. Md. quiça se resolvería a limpiar sus reinos desta pestilencia”221.
Los cardenales adujeron “que se harían rigurosos statutos en la reforma y que pondrían por executores los ordinarios porque no se mudassen el nombre y casas de los claustrales y porque no se fuesen perdidos por el mundo”. A Pacheco esto le pareció que era “confundir la religión con el resto del clero y que tenía por mucho menor inconveniente el metellos debaxo de los prelados Observantes”222. Ante la falta de entendimiento pidió que la siguiente reunión se tuviese directamente con el Papa.
No fue así, porque el día 24 se volvieron a reunir, pero “en la cámara de Borromeo. Todos los cardenales eran a mí y yo les respondía… quedamos cada uno en su oppinion, ellos en que se reformase la claustra, y yo en que se reduxesse a la observancia…”223 Los cardenales San Clemente, Vitelo y Simoneta fueron los más contundentes en su oposición a las tesis españolas, llegaron a decir "que no era posible que fuesse mente de V.M. querer quitar esta religión de sus reinos, sino que el obispo de Cuenca hazia tanto contra estos frailes que a su instancia V. M. mandava estas cartas"224. La crispación debió ser impresionante.
Al día siguiente la reunión fue ya con Pío IV, que también dio largas al asunto argumentando que los duques de Saboya y Florencia habían hecho peticiones secretas en sentido parecido y los había disuadido, pues deseaba la reforma, pero que la extinción de unos frailes aprobados “por tantos papas no via cómo se podía hazer”225. No obstante, a Pacheco le pareció que la posición del Papa era menos dura que la de sus asesores. Cuando parecía que la reunión llegaba a su fin, pidió licencia para hablar, presionando de nuevo. Con todo, su impresión final fue que el Papa “no se ha de atrever a redizir del todo estos frailes a la observancia, sino que manadrá hazer una reformación rigurosa y podría ser que… se diese la execución a los ordinarios”226.
Tres meses más tarde, el 24 de junio, Pacheco no podía ofrecer buenas nuevas a Madrid porque había encontrado de nuevo a “Borromeo que es protector destos frayles y a Simoneta que es su viceprotector puestos en que ni se consuman ni se reduzcan a la observancia y toda la congregación está en lo mesmo, sólo el papa veo bien en este particular, mas tumballe an sus consejeros”. Tan difíciles veía las cosas que llegó a pensar que sería mucho conseguir que la reforma se encomendase a los obispos, si bien tenía claro que una vez firmada la autorización, sobre el terreno, se podría actuar con gran libertad227.
En carta del 22 de julio, el embajador comunicaba que la congregación de cardenales “estava resoluta a una cosa que a mi no me satisfacía que era que el General fuese a reformarse sus frailes”228. Estando así las cosas, reunidos los cardenales Borromeo y Pacheco con el Papa, éste determinó encomendar el tema al legado pontificio que iba a venir a España para resolver la cuestión del arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza. Borromeo, que no había cejado en sus ideas, “le pareció también este remedio conveniente y dixo que haria hacer la comission para el legado y que no convenia que la congregacion viniesse delante del papa ny yo dixese a nadie esta resolución y que el queria que el General de los Claustrales se partiesse luego en España para allarse con Vuestra Magestad quando fuesse el legado y pudiese dezir a Vuestra Magestad su razón porque era hombre sancto y que Vuestra Magestad le extimaria en mucho si le conociese”229. Esta decisión de Pío IV "significó un claro triunfo de la diplomacia española sobre la curia Romana", afirma Steggink230. Observando el desarrollo de las negociaciones, tal y como lo cuenta el embajador español, fue también una manera de sacudirse de las manos algo que se estaba enquistando en la relación entre España y la Santa Sede, al igual que sucedía con los dramáticos sucesos del arzobispo Carranza.
Pacheco culminó su tarea diplomática escribiendo, por propia iniciativa, pero interpretando la mente de su señor, “al Virrey de Cataluña y a todos los ministros de Aragón que al pasar el legado, sin dalle a entender que saben la comission que lleva, le informen de la vida destos frailes y le den quexas para que cuando él llegue a la Corte vea que no se puede dexar de remediar una cosa tan necesaria”231.
El legado pontificio fue el cardenal Hugo Buoncompagni (después papa Gregorio XIII). Le acompañaban Juan Bautista Castagna (después papa Urbano VII), Juan Aldobrindini y el franciscano conventual Félix Peretti di Montalto (después papa Sixto V). La legación era, pues, del más alto rango. El legado tenía amplios poderes en cuanto a la reforma de las órdenes religiosas. La intervención de los Observantes en la reforma de los Claustrales sólo sería necesaria “si tam viri quam mulieres Ordinum claustralium huiusmodi se ad regularem observantiam reducere noluerint…”232. No obstante, en la corte pretendían que el legado actuase conforme a los planes oficiales del estado, por lo que en una “instrucción sobre el breve” papal que encomendaba al legado esta reforma, se decía qué interpretación se había de dar a unas palabras muy importantes sobre la función de los superiores en esta tarea: “A las palabras del breve a donde dize ‘adhibitis superioribus ordinis’ advertirán que se entiende de los superiores de los observantes y no de los claustrales porque haviendose de hazer la reformation o redution de los claustrales ‘tam in capite quam in membris’ no pareceria bien que se llamen los que han de ser reformados o reduzidos porque son parte contraria y contradezirian a todo y por esto se ha de entender de los superiores observantes que no son parte y sabran cómo se han de reformar o reduzir a la observantia este es cabo muy principal y de mucha consideration y se ha de dar a enterder al legado”233.
El legado y sus asesores llegaron a Madrid en octubre de 1565. Su programa no gustó en la corte: era demasiado moderado. No obstante, al morir Pío IV (9-XII-1565) sus facultades quedaron en suspenso y su presencia era exigida en Roma para el cónclave.
La presencia en esta legación de Félix Peretti de Montalto fue muy significativa y nos da pie para preguntarnos por la actitud de la Curia General de los Franciscanos Conventuales ante las negociaciones que la Corte española mantenía con la Santa Sede para suprimir las Provincias ibéricas.
d.- La actitud de la Curia General de los Franciscanos Conventuales.
Los Franciscanos Conventuales no estaban pasando por uno de los mejores momentos de su historia, pero “a pesar del gran número de conventos pasados a la observancia y a los muchos que desaparecieron en las regiones dominadas por los protestantes, conservaron en Italia los más vinculados a la historia del primitivo franciscanismo, ampararon las reformas capuchina y alcantarina, y siguieron cultivando con seriedad los estudios teológicos: así pudieron dar al concilio de Trento un gran número de teólogos y de padres, entre los cuales el obispo de Bitonto, Cornelio Muso, gran predicador, y el más modesto obispo auxiliar de Barcelona, Joan Jubí, sutil teólogo mallorquín e interesante humanista”234.
Sorprende la escasez de datos que tenemos sobre la postura y actuación de la Curia General ante las maniobras que se hacían en Roma para conseguir la supresión de las Provincias ibéricas. Lógicamente esta falta de datos va pareja a la poca documentación que se conserva en el Archivo general sobre estos años235.
En aquellos momentos, los capítulos generales y la misma Curia tenían entre sus objetivos y programas de actuación la reforma de la Orden, centrada especialmente en la eliminación de la propiedad individual de bienes, que debían pasar a los conventos. Por ejemplo, el Ministro General Antonio Sapientini (Savioz) de Aosta, el 4 de julio de 1564, instaba a los frailes del Sacro Convento de Asís para que “tutto si consegni al convento”, recordando que, antes en Trento y en ese momento en Roma, había costado mantener viva la Orden “per la vita d’alcuni srogolati”236. Pero no parece sensato pensar que situasen en este contexto reformístico las maniobras de la corte española; lo lógico es que las viesen como una continuación de la obra que Cisneros había realizado cincuenta años atrás. Sí que parece razonable ver la mano del gobierno de la Orden en la oposición de algunos cardenales –entre otros, Carpi, Borromeo y Simoneta- a las presiones españolas, aunque éstos tuvieran razones más poderosas –defender la jurisdicción directa de la Santa Sede sobre los religiosos- para oponerse a los planes de Felipe II.
En el verano de 1565 se celebró Capítulo general en Florencia. Antonio Sapientini de Aosta fue reelegido Ministro General “ad aliud triennium”, pero consiguió un breve de Pío IV que lo confirmaba “pro duobus triennis”, contrariando la decisión del Capítulo. No obstante, como la palabra clave del mismo Capítulo había sido la “reforma”, se decidió nombrar comisarios y visitadores para llevarla a cabo; el principal cometido de los visitadores seguía siendo el que los frailes hicieran cesión de sus bienes personales a los conventos.
En ese Capítulo de Florencia, Félix Peretti de Montalto, que era Procurador general de la Orden desde 1561, perdió su cargo, por lo que se marchó a Roma ignorando incluso su nombramiento como “socius ultramontanus”.
Mientras Peretti estaba en España como miembro de la legación pontificia encargada preferentemente del caso Carranza, el Ministro general gestó un proyecto para visitar las provincias de España (13-XI-1565), eligiéndose como “socius Ordinis Cismontanus et ultramontanus” a Franceschino Visdomini de Ferrara237. No pudieron llegar a España, porque el General murió en Milán el 6 de enero de 1566238. Un día después era elegido papa el dominico observante Pío V, quien el día 15 de ese mismo mes nombraba a Peretti Vicario General apostólico de la Orden, con la estricta obligación de realizar la reforma, pero sin darle a conocer los planes que se estaban negociando en la Curia pontificia239.
Aunque nos adelantemos a los acontecimientos, ¿cómo compaginar el aprecio de Pío V por Peretti –eran amigos desde 1552240- y su aceptación de los proyectos españoles sobre las provincias españolas? Porque en la Curia General de los Franciscanos Conventuales se actuaba como si no se supiese nada de estas negociaciones. ¿Es posible, por ejemplo, que ni Borromeo ni Simoneta le tuviesen al corriente de las maniobras españolas?
Peretti, nada más ser elegido Vicario apostólico de la Orden, puso manos a la obra y comenzó a realizar visitas para la reforma y a nombrar visitadores, pero el 11 de noviembre de 1566 fue nombrado obispo de Santa Ágata, con el encargo de permanecer como Vicario hasta el capítulo de 1568. El 24 de diciembre de 1566 escribía a Borromeo quejándose de su elección: “a me questo è stato un pormi sopra peso alle spalle mie”241. ¿Este nombramiento era una manera de alejarle –de hecho- de la Orden, de que consintiese o al menos callase en el tema de la supresión de tres provincias de la Orden? Porque hay que suponer que, cuando Pío V, el 2 de diciembre de 1566, firmaba el breve “Maxime cuperemus”, Peretti no sabía nada sobre este documento, pues el día 15 nombraba a Pedro de Bañuelos como comisario para la elección del nuevo provincial de la Provincia de Santiago242.
Sabemos además, de buena tinta, que esta supresión indignó al futuro Sixto V. El dato nos llega porque Juan de Zúñiga, embajador ordinario en la corte romana en unión con Requesens, escribía al rey el 12 de octubre de 1568 opinando sobre el nombramiento de nuevos cardenales lo siguiente: “el obispo de Sancta Agata es muy gran teologo y ha sido muy buen religioso y tiene el Papa credito, sino que está offendido de lo que se hizo con los frayles claustrales en España siendo él general dellos; sería servidor de V.M. y creo que se podría proponer”243.
Pío V suprimió también a los Franciscanos Conventuales de Bélgica, Holanda y Portugal, y se planteó hacer lo mismo con los de Sicilia, Nápoles y Milán. En Italia les quitó la asistencia espiritual a las Clarisas y, en 1569, al reformar los Colegios de Penitenciarios de las grandes basílicas romanas, sólo contó con Franciscanos Observantes, Dominicos y Jesuitas, a pesar de que los Franciscanos Conventuales habían prestado ese servicio desde el siglo XIII244.
Dostları ilə paylaş: |