Historias secretas de la última guerra


Cómo se portó Rusia con el Japón



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41.Cómo se portó Rusia con el Japón


Por J. P. Mcevoy

MESES ANTES de que cayera la bomba atómica sobre Hiroshima ya muchos jefes japoneses sabían que la guerra estaba perdida. Trataron de obtener que Rusia —entonces país neutral— les ayudara a hacer arreglos de paz con los Estados Unidos; empero, Rusia saboteó todos esos esfuerzos, y por razones de propia conveniencia prolongó la guerra deliberadamente.

He aquí por primera vez la historia de aquel episodio tal como me lo relató en Tokio, recientemente y punto por punto, Hisat-Sune Sakomizu, en aquel tiempo secretario en jefe del finado primer ministro Suzuki y del gabinete japonés. El secretario Sakomizu ocupó puesto en las deliberaciones secretas del Supremo Consejo de Guerra, convocado por el Emperador con la esperanza de dar fin a la guerra.

Cuando el almirante Kantaro Suzuki fue designado primer ministro, en abril de 1945, pidió al secretario en jefe que le presentara un informe completo sobre la potencialidad bélica del Japón. El informe resultó terrible. El Japón se hallaba irremediablemente perdido. La producción de acero había descendido a 100.000 toneladas por mes. No se producían ya sino 700 aeroplanos mensualmente; después de septiembre de 1945 no se podría fabricar ninguno por falta de aluminio. Las vías marítimas de comunicación estaban interceptadas por los submarinos norteamericanos, y pronto no podrían llegarle más alimentos al Japón. Los bombardeos habían llegado a ser intolerables; si continuaban así, al terminar el año no quedarían casas en pie en ninguna ciudad de más de 25.000 habitantes.

“Los únicos grandes buques de guerra que nos quedaban —me dijo Sakomizu— estaban escondidos en puertos secretos, camuflados con árboles. Las fuerzas aéreas norteamericanas nos lanzaban hojas impresas que decían: Sus bosques se están marchitando. ¿Por qué no los renuevan? Podemos verlo todo. Ni aún el ministro de Relaciones Exteriores, Togo, tenía una información tan exacta, puesto que los militares se la ocultaban.”

Cuando el primer ministro Suzuki leyó esta triste historia, dijo: “Debemos aprovechar la primera oportunidad que se presente para suspender la guerra”. Esto sucedía a fines de abril de 1945.

Suzuki convocó al Supremo Consejo de Guerra, formado por él mismo, el ministro de Relaciones Exteriores, el de Guerra, el de Marina, el jefe de Estado Mayor de la Armada y el jefe de Estado Mayor del Ejército; seis por todos. Sakomizu era secretario en jefe de este Consejo.

El primer ministro leyó ante la corporación el desastroso informe y dijo: “Tenemos que acabar la guerra tan pronto como sea posible”.

Los miembros del Consejo convinieron en principio, pero el ministro de Guerra, Anami, dijo: “Por ahora, esperemos. Las tropas imperiales bien pronto arrojarán al ejército norteamericano de Okinawa al mar. Entonces podremos hablar de paz con más posibilidades de obtener ventajas”.

Fue ésta una de las típicas actitudes de los militares. Hasta el último momento el ejército insistía, por una parte, en que había posibilidades de victoria, mientras que por otra parte confesaba virtualmente la imposibilidad de continuar la lucha. Suzuki, que era hombre de letras, le contestó: “Usted está como el comerciante de la leyenda china que ofrecía vender un escudo tan resistente que no podía ser atravesado por ninguna lanza, y una lanza capaz de atravesar cualquier escudo”.

El 3 de junio de 1945, mientras se libraba la batalla definitiva de Okinawa, Suzuki pidió al ex primer ministro, Hirota, que hablara secretamente con el embajador ruso en Tokio para pedirle a Rusia que mediara en favor de la paz. Y es una de las ironías de la Historia que el tal embajador ruso, quien se movió con toda la lentitud posible durante toda esa abortada maniobra de paz, no fue otro que Jacob Malik, el obstruccionista que hemos llegado a conocer tan bien en las Naciones Unidas.

Hirota convino en hablarle a Malik, pero según Sakomizu, temía mucho que la policía secreta japonesa descubriera su propósito y lo arrestara como traidor. Para librarse de la vigilancia se trasladó a Hakome (balneario de aguas termales no lejos de Tokio) y tomó una casa vecina a la de Malik, de suerte que pudiera visitarlo secretamente entrando por la puerta de atrás.

Hasta entonces los periódicos rusos no habían registrado sino victorias de los norteamericanos y desastres japoneses. Ahora dichos periódicos principiaron a decir que las fuerzas norteamericanas podían ser vencidas y arrojadas de Okinawa. Semejante opinión le hizo concebir a Hirota esperanzas de que Rusia conviniera en prestar su mediación. Pero durante su tercera visita a Malik éste le preguntó de repente: “Si Rusia conviene en mediar ¿qué hará el Japón por Rusia?”

Ocurrió esto el 24 de junio, tres días después que los japoneses perdieron Okinawa. “Okinawa —me dijo Sakomizu— fue un golpe mortal. Rusia por primera vez se halló en posición de exigir su corretaje”.

Al Emperador no lo mantenían los militares informado del progreso de la guerra, pero cuando cayó Okinawa ya no pudieron ocultarle ni aminorarle el alcance mortal del desastre. Fue entonces cuando el Emperador ordenó que el Consejo Supremo de Guerra se reuniera en palacio y le presentara un informe verídico de la situación. Una vez que hubieron hablado todos los ministros y jefes militares, el Emperador dijo que tanto el gobierno como los militares debían formular un plan para suspender la guerra lo más rápidamente posible.

El primer ministro Suzuki dijo: “Esto es lo más importante, porque ahora el Emperador ha dicho lo que todo el mundo ha querido decir, pero que no se ha atrevido a insinuar”. (Y con justa razón, porque la policía militar llevaba a la cárcel a quienquiera que hablara de paz).

“Después que habló el Emperador —me dijo Sakomizu— el Supremo Consejo de Guerra convino en suspender la lucha. Se discutieron cuatro métodos distintos para intentar esfuerzos de paz: 1º Hablar directamente con los Estados Unidos; 2º Solicitar la mediación de Rusia; 3º Enviar un mensaje imperial al Rey de Inglaterra invocando las antiguas formas de la diplomacia de la corte; 4º Solicitarle a Chiang-Kai-Chek que hiciera alguna propuesta. El ministro de Relaciones Exteriores, Togo, prefería el primer método, pero los otros ministros vacilaban por razón de que los Estados Unidos en aquel entonces insistían en la rendición incondicional, lo que significaba la pérdida de nuestro Emperador y de nuestra nación. Después de largas discusiones acerca de los diferentes métodos, se decidió oficialmente pedirle a Rusia su mediación.”

El único miembro del Consejo Supremo de Guerra que vive todavía, el almirante Soemu Toyoda, dice que el Emperador pidió urgentemente que el príncipe Konoye fuera enviado con tal comisión a Moscú como agente especial.

Mientras tanto, por cuarta y última vez, el 29 de junio de 1945, Hirota visitó a Jacob Malik en la embajada soviética de Tokio. Después de solicitárselo ahincadamente, Malik prometió transmitir el mensaje de Hirota a Moscú, pero dice Sakomizu, “por correo regular, en tren, arrastrándose a través de Siberia como un caracol”. Hirota esperó impacientemente durante varios días, al cabo de los cuales solicitó una nueva entrevista con Malik, pero éste se excusó ahora de atenderle, diciendo: “No me siento muy bien”.

Mientras esto sucedía en Tokio, el embajador japonés en Moscú, Sato, visitó dos veces a Molotov para hablarle de las conversaciones habidas entre Hirota y Malik. Informó que Molotov también había mostrado una completa indiferencia.

El 12 de julio el Emperador llamó al príncipe Konoye y le confió personalmente un mensaje como enviado especial a Moscú solicitando que Rusia mediara en favor de la paz. Ese mismo día el ministro de Relaciones Exteriores, Togo, despachó un cable urgente, dirigido al embajador Sato, concebido así: “Su Majestad extremadamente ansioso por terminar la guerra tan pronto como sea posible”. Ese mensaje fue presentado al viceministro de Relaciones Exteriores, Rosovsky, quien le dijo a Sato: “Molotov no lo puede recibir a usted ahora porque se halla muy ocupado preparando su visita a Potsdam con el mariscal Stalin”.

“El 16 de julio —dice Sakomizu— Sato visitó una vez más a Rosovsky e insistió en que el gobierno ruso diera una respuesta antes de la salida de Stalin y Molotov pata Potsdam.” Pero Rosovsky contestó: “Las propuestas japonesas son muy vagas y difíciles de entender. Usted debe esperar hasta que Stalin y Molotov regresen a Moscú”.

Ilustración 28: La explosión de la bomba atómica

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El 21 de julio, cuatro días después de iniciada la Conferencia de Potsdam se cablegrafiaron nuevas instrucciones a Sato: “Despachado enviado especial a Moscú en obedecimiento exigencia Emperador para solicitar buenos oficios del gobierno soviético con mira obtener términos paz distintos de rendición incondicional”. Por alguna razón extraña, dice Sakomizu, este telegrama tardó mucho en llegarle a Sato, de suerte que no pudo obrar conforme a él hasta el 25 de julio.

Al siguiente día se anunció la Declaración de Potsdam.

—Nos sentimos alentados —dice Sakomizu— al notar, después de un estudio cuidadoso, que la declaración no hablaba de rendición incondicional de la nación sino de “la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas”. El ministro de Relaciones Exteriores, Togo, observó: “Lo mejor será que aceptemos esto ahora”, pero el primer ministro Suzuki replicó: “Todavía no. Ahora podemos negociar. Esperemos alguna respuesta del gobierno ruso a las varias peticiones de mediar en nuestro nombre”.

El 30 de julio Sato visitó una vez más a Rosovsky, sin resultado alguno. El 2 de agosto se le comunicaron nuevas instrucciones para hacerle presente a Rosovsky la grande urgencia del asunto. Así lo hizo, pero se le contestó: “No puede darse respuesta ninguna hasta que Stalin y Molotov regresen a Moscú”.

Stalin y Molotov regresaron a Moscú el 5 de agosto. “Ahora —dice Sakomizu— esperábamos la respuesta de Rusia; la esperábamos ansiosamente, con los pescuezos estirados como cigüeñas, según el decir japonés”.

Al día siguiente cayó la bomba atómica sobre Hiroshima. Todas las comunicaciones con Tokio quedaron destruídas. Fue tarde, a la noche, cuando el gobierno japonés pudo recibir noticias de que una sola bomba había dejado en ruinas la ciudad entera.

El primer ministro decidió entonces aceptar la oferta hecha en la Declaración de Potsdam y convocó una reunión del gabinete. “Pero ese mismo día, 8 de agosto, antes que pudiéramos reunimos, Molotov mandó llamar a Sato y le dijo: “Ya le tengo aquí su respuesta. Acto continuo le leyó la declaración de guerra de Rusia al Japón”.

Ese mismo día también cayó en Nagasaki una bomba atómica.

A la mañana siguiente el ejército rojo marchaba sobre Manchuria.

La última y dramática conferencia de la guerra se celebró en un pequeño refugio subterráneo excavado en terrenos del palacio imperial, de una extensión de no más de cinco y medio por nueve metros.

Agrupados allí estaban el Emperador, todos los miembros de su gabinete y del Supremo Consejo de Guerra. El ministro de Guerra Anami, resistiendo hasta el fin, insistía en que el ejército imperial arrojaría a los invasores norteamericanos al mar si se atrevían a pisar el suelo sagrado de la patria. Pero el Emperador dijo que él estaba con la mayoría, esto es, con los que querían aceptar la Declaración de Potsdam. Manifestó que el Japón y el pueblo japonés le habían sido transmitidos por sus ascendientes, y que era deber suyo transmitirlos a sus descendientes. “Pero si continuamos luchando en el territorio patrio, todo el Japón quedará destruído y todos los japoneses morirán. ¿Qué podremos transmitir entonces de lo que se nos confió?”

“Los bombarderos volaban por encima de nosotros y las sirenas aullaban constantemente”, dijo Sakomizu, “pero abajo en el refugio, todo estaba tan callado que se podían oír nuestras lágrimas goteando sobre el papel. Fue ese el momento más triste en los 2.500 años de nuestra historia”.

Agitadas negociaciones llenaron los siguientes días. “Pero finalmente”, dice Sakomizu, “el Emperador insistió en que le satisfacían las condiciones, y se envió un cablegrama para aceptarlas, dándole así fin a la guerra. Al siguiente día (15 de agosto) el Emperador habló por radio a la nación.

“Fue esa la primera vez que los japoneses todos oían su voz, y lloraban al oír anunciar, también por primera vez, que la guerra se había perdido. Pero el Japón estaba derrotado antes de la bomba atómica —antes de la entrada de Rusia. ¿Por qué se negó Rusia a mediar? ¿Por qué ahogó Rusia todos nuestros esfuerzos de tantos meses encaminados a lograr la paz? ¿Fue el suyo un plan tenebroso para asegurar la prosecución de la guerra hasta que Rusia estuviera lista para entrar en el último minuto— con los resultados que todos podemos ver hoy tan claramente?”


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