Seminario Internacional de Miami


Lección IV La nueva vida en Cristo (6: 1-8: 39)



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Lección IV

La nueva vida en Cristo (6: 1-8: 39)

1.-Introducción

La gracia no es un pasaporte para seguir pecando. Es necesario andar en la vida nueva en Cristo.

2.-Muerto el pecado, vive para Cristo (6:1-14)



¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; más en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (v.1-14).

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en pecado para que la gracia abunde? Esta pregunta retórica la hace Pablo porque lo estaban acusando de incitar al pecado para que se manifestara la gracia de Dios. El apóstol hace esa pregunta a un supuesto adversario, no de manera antojadiza sino con la seguridad que los judíos y judaizantes buscaban la oportunidad de que muchos entendiesen mal la enseñanza del Apóstol de la doctrina de la gracia, en el sentido que el creyente queda justificado por la sóla gracia, sin las obras.

De ninguna manera perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde, es la respuesta de Pablo a ese contrincante. El creyente que se ha arrepentido no debe perseverar en el pecado. Cuando el pecador confiesa a Jesucristo, muere al pecado conjuntamente con él, para resucitar a una nueva vida. Pasa del viejo hombre, la vida de Adán, a la nueva vida en Cristo. El poder del pecado, su dominio, desaparece de la nueva vida del creyente y es libre para vivir en Cristo. “Nadie puede, pues, excusarse de debilidad ante la tentación del pecado, pues están a su servicio la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo.”66 El verdadero creyente no practica el pecado como estilo de vida, ya que su naturaleza ya no es carnal sino espiritual, por su unión vital con Cristo. Es decir, “la frase libertados del pecado no significa que ya no tenían una naturaleza pecaminosa. Tampoco significa que no cometiesen ya actos de pecado.”67 La gracia sobreabunda frente al pecado, pero por esa unión con Cristo el creyente espiritual no le interesa el pecado. Este es el camino a la santificación, que podrá lograrse a plenitud solamente cuando el creyente tenga un cuerpo glorificado, condición en la que estará exento de pecar.

Diremos que hay esperanza en Cristo Jesús. Tiene su importancia el pecado de Adán, pero de mayor importancia es lo que Cristo hizo en la cruz. Lo que Cristo hizo por la humanidad anula lo hecho por Adán en el Edén. La gracia de Cristo es suficiente para vivir en santidad.

El creyente espiritual necesita renunciar a todos los hábitos perjudiciales y mantenerse en santidad, porque los que hemos muerto al pecado, ¿Cómo viviremos aún en él ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, nosotros que hemos dicho públicamente que somos de Cristo, que hemos renunciado a la vieja vida, públicamente hemos dicho que hemos renunciado al pecado?!!! La muerte de Cristo representa la muerte al pecado, el bautizo significa que públicamente hemos renunciado al pecado y nos enfilamos en la nueva vida que es en Cristo Jesús, porque por su llaga fuimos curados de toda enfermedad.

Más él herido fue por nuestras rebeliones, molidos por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5).

Con el bautizo se enarbola la bandera que indica que Cristo resucitó de los muertos, por la gloria del Padre, así como nosotros andamos en esa nueva vida con el Rey de Reyes y el Señor de Señores.

Si morimos al pecado de la misma manera que Cristo murió, así también seremos semejantes a él en la resurrección. Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.

En el diario vivir se presentan infinidad de disyuntivas que necesitan una respuesta bien acertada. En las áreas laborales, en el hogar, en los colegios y universidades se presentan situaciones difíciles en las que es necesario elegir una respuesta nacida del impulso carnal o ser dirigido por el Espíritu Santo. En esa encrucijada Pablo dice al respecto: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias.” Es importante responder con entendimiento espiritual, para no agradar a la carne sino al Espíritu. Este es el secreto que transforma el carácter del creyente y hace la diferencia entre la vida de un creyente carnal orientado al mundo y un creyente espiritual orientado hacia Dios. Lo último sólo es posible lograrlo por la gracia de Dios.

Si la tendencia de un creyente es a pecar, el poder del pecado no ha muerto, en su vida, porque el que ha muerto en Cristo, ha sido justificado, y su tendencia es la santificación. Esta es la transformación que le sigue a la justificación ¿Quién que quiera ser santificado puede querer “per se” andar en pecado? Si verdaderamente ha muerto a la vida pecaminosa, su tendencia es andar vivo para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. Esa es la santidad, que sólo es posible por medio de la gracia. “Los que tienen miedo a la gracia insisten en que da licencia para pecar. Pablo confronta este error de manera frontal haciendo la pregunta, y luego negándolo de manera tajante. Estamos libres de la ley, pero no sin ley. La gracia significa libertad para servir al Señor, no para pecar contra Él.”68 La pregunta es: ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?

Pablo quiere decir: no reine pues el pecado en nuestro cuerpo físico, no estemos marcados con el pecado, no mirar todo lo que aparece a la vista, no hablar vanas palabrerías, no prestar los oídos a murmuraciones, no estar esclavizados a los deseos de la carne. Dice Jesús a los judío en el libro de Juan:”De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn. 8: 34, 36).

El creyente es un embajador del Reino de Dios, un servidor de Jesucristo y como tal debe comportarse. Esa es su nueva identidad, que el creyente debe entender plenamente.

Continúa Pablo insistiendo en que nuestros miembros no sean utilizados como instrumentos de iniquidad, es decir haciendo cosas inclinadas al pecado, visitando lugares de mala reputación, utilizando nuestras manos para defalcar las arcas del Estado, ni lo que otros han confiado para administrar, sino, que nos presentemos a Dios vivos entre los muertos, porque ya estamos muertos al pecado, más bien vivos en Cristo, para ser usado en nuestra totalidad como instrumento de justicia. “Como el antiguo eslabón con la naturaleza adámica quedó rota en el Calvario, no es necesario que el creyente justificado sirva más al pecado.”69

Porque el pecado no puede enseñorearse del que está vivo en Cristo, pues no está bajo la ley, sino bajo el poder de la gracia que el Señor le llama a vivir. Si el pecado reina en el corazón del hombre es debido a su concupiscencia carnal, que atrae su voluntad. El creyente debe tener conciencia de la verdad de que Cristo quebrantó el poder del pecado sobre su vida, por lo que su tendencia debe ser a vivir santa y victoriosamente por amor a Cristo. “El Apóstol quiere consolarnos para que en la práctica del bien, a la cual somos llamados, no perdamos valor al sentir todavía nuestra imperfección. Pues aunque los aguijones del pecado nos preocupen y atormenten, no nos pueden subyugar ni vencer, porque el Espíritu de Dios alcanzamos el objetivo y lo sobrepasamos.”70

Estar bajo la gracia no da derecho a pecar (6-15:23)

¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (v.15-23).

La idea de no estar bajo la ley para salvación y estar bajo la gracia ¿libera de toda obediencia de los estatutos de Dios? En ninguna manera. Estar bajo la gracia no exime a nadie de obedecer los estatutos de Dios. No y mil veces no. Es importante saber que al hablar de la ley Pablo se refiere a la ejecución de los sacrificios que se efectuaban en el Antiguo Pacto ya que, Cristo cumplió el sacrificio para siempre. Pero la ley civil y moral persiste ahí. Cristo dijo en Mateo 5:17-18 “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pase el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.”

La gracia de Jesucristo transforma la vida del creyente de manera que da evidencia de una transformación moral que lo libera de la emoción de pecar. El creyente justificado ha sido unido a Cristo y no siente ninguna atracción por el pecado. Diferente al pecador que es cautivo del pecado.

Aunque las personas no regeneradas con frecuencia quieren escapar de las consecuencias desagradables y destructivas de sus pecados no estaban dispuestas a renunciar a esos pecados que tanto apetecen71

Las personas no regeneradas no quisieran cargar con la consecuencia de lo que hacen mal, pero son causantes de ellos. Irremisiblemente el efecto se verá en sus vidas.

El creyente lleno de gracia es siervo de Jesucristo y a él obedece. Quien se somete a Jesucristo como esclavo para obedecerle, es su esclavo por decisión voluntaria. Jesucristo es su Señor. La conducta del creyente da evidencia de quién es su Señor en esa proporción vive en amor, en obediencia, en lealtad y en fidelidad a Él. El creyente que se ha sometido al señorío de Jesucristo da muestra de esa sumisión para justicia, no para pecado. El creyente justificado debe rechazar el pecado y hacer lo correcto para agradar a Dios. La persona dominada por el pecado es esclava de Satanás. La persona dominada por la justicia está dominada por Jesucristo. No hay término medio. Ninguna persona puede ser amo de sí mismo, ni creerse libre en sí mismo. Ser esclavo del pecado es practicar el pecado. Practicar el pecado es vivir un estilo de vida pecaminoso, de desobediencia a la Palabra. De la misma manera practicar la justicia es vivir un estilo de vida en obediencia a Dios. Practicar la justicia debe ser el comportamiento habitual del creyente.

Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9).

De la misma manera en que el inconverso entrega su cuerpo para servir a la inmundicia y a la iniquidad sin medida, sin escatimar distancia, ni esfuerzo o dinero, de esa misma manera el creyente que ha sido regenerado, tiene una nueva vida, no debe escatimar ningún esfuerzo a fin de ser santificado. No se puede negar que mientras se permanezca en el cuerpo mortal el pecado seguirá atacando al creyente, más no será sometido a esclavitud. El creyente tiene la libertad de no pecar. Por voluntad propia, con la ayuda de Jesucristo el creyente decide no pecar aún en medio de los ataques recibidos.

La principal característica de las personas no salvas es ser esclavas del pecado. Desconocen la justicia de Dios. Por esta razón el impío no puede de manera unilateral y por voluntad propia reformar su vida hasta que Dios no la haya transformado. La persona natural necesita ser tocada por el Espíritu Santo de Dios y obedecer a ese toque del Espíritu. De aquí la ineficiencia de la doctrina del positivismo y de la ineficacia de los libros de autoayuda personal para transformar el corazón humano. Por más esfuerzo humano que se haga, es Dios quien hace esa transformación. Dios es el Creador del hombre, es el único que puede reparar cada área de la vida dañada por el pecado. Una persona no puede transformarse a sí mismo. Es Dios quien transforma los corazones.

Todas las cosas que el creyente hacía antes de convertirse, son ocasión de vergüenza, pues su fin era la muerte espiritual.

Más, el fruto de la conversión es la santificación, y como fin la vida eterna. Esto se explica de manera tan sencilla, porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

Jesucristo es el puente que está entre el pecado y la salvación eterna. Jesucristo es el eslabón entre la muerte eterna y la vida eterna.

3.-La Victoria sobre la Ley (7:1-6)

¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (v. 1-6).

Hablando a sus hermanos, Pablo le dice que no ignoren (porque lo saben) la soberanía de la ley sobre el hombre entre tanto este vive. A seguidas pone como ejemplo el matrimonio, en el cual el hombre y la mujer están unidos legalmente mientras ambos viven, pero en tanto uno muere desaparece todo derecho de uno sobre el otro.

Si la mujer o el hombre violenta el pacto mientras vivan son sujetos de responsabilidad legal, considerándose adúlteros. Pero si uno muere, quien continúa viviendo queda libre de ese pacto y por tanto de todo compromiso y responsabilidad sobre el mismo, y es libre de casarse nuevamente.

En esta ilustración Pablo expone la relación del creyente con la ley. Expresa que el creyente está unido a la ley, siendo ésta soberana sobre el hombre hasta el momento en que Cristo muere para salvar al hombre del pecado. La muerte de cristo significa la muerte del pacto con la ley. Hoy, el creyente no está sujeto a la ley con su único propósito de obedecerla, sino que además está unido a Cristo con el propósito de alcanzar salvación. Con la muerte de Cristo el creyente muere a todo sacrificio de la ley como único propósito de obedecerla y queda libre para unirse a Cristo, y vivir bajo la ley de Cristo. Con la nueva unión con Cristo todo lo viejo queda atrás. No obstante la ley no muere. La ley es la expresión de la voluntad de Dios frente al pecado y seguirá haciendo su función de Rayos X frente al hombre caído. Más bien es la nueva criatura quien ha muerto a la ley, porque la ley es para los transgresores y no hay delito en un creyente verdadero.

De manera que ahora el creyente va a dar fruto para Dios, porque cuando estaba bajo la ley, estaba sujeto a la carne, es decir, la posición del creyente antes de ser salvo. Las pasiones pecaminosas que eran por la ley, obraban llevando frutos para muerte.”Estas pasiones pecaminosas encontraban expresión en nuestros miembros físicos, y cuando cedíamos a la tentación, producíamos un fruto envenenado que resulta en muerte.”72 Luego que el creyente está libre del sacrificio de la ley, Cristo es su Señor, está bajo la soberanía de Jesucristo y produce fruto para vida eterna. El fruto del Espíritu solo es posible en una vida que ha sido regenerada por Jesucristo. Cuando un creyente es regenerado Cristo vive en su corazón y el vive en Cristo. Hay una unión asociante. Es después y solamente después de la regeneración, que el Espíritu de Dios puede dar fruto en la vida del creyente. De modo que el creyente debe servir a Cristo bajo el nuevo régimen del Espíritu y no bajo el régimen de la ley, que ya no tiene soberanía sobre el creyente. En el nuevo régimen, la ley no deja de existir, más bien el creyente sujeto a Cristo se encuentra en mejor capacidad de cumplir la ley y dar frutos de justicia, que son por medio de Jesucristo. La ley permanece, pero el creyente no está bajo la ley, está bajo la gracia, sin ignorar la ley.

Llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para .gloria y alabanza de Dios”(Fil 1:11).

¡Oh, cuanto amo yo tu ley!”



Todo el día es ella mi meditación” (Sal 119:97).

4.-Función de la ley (7:7-13)



¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: no codiciarás. Más el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley vivía en un tiempo, pero venido el mandamiento, el mismo mandamiento que era para para vida, a mí me resultó para muerte, porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera, sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (v. 7-13).

Hasta donde hemos estudiado esta carta Pablo ha establecido que la ley no puede salvar, que no puede santificar al creyente.

¿Qué pues diremos? ¿Que los creyentes deben olvidarse de la ley dada por Dios y vivir como le plazca sin dar cuenta de su accionar debido a que la ley es pecaminosa? De ninguna manera, por supuesto que no. La ley es pecaminosa, en el sentido que es un espejo que crea conciencia de pecado tanto en el creyente como en el inconverso. Un espejo refleja los imperfectos, pero no los soluciona. La ley revela al pecador su situación espiritual ante Dios pero no tiene capacidad para salvar. Es la ley una especie de Rayos X que revela la enfermedad, que es el pecado, pero no salva. La ley condena por esa transgresión, pero no sana el mal. Ese es el papel de la Ley, mostrar la maldad del hombre, aun en aquellas que van más allá de meras acciones del hombre y van directamente al corazón. Es el caso de la “codicia” que el apóstol dice conocerla por medio de la ley.

Parece contraproducente, pero la ley es ocasión de pecado, no por ocasión de la ley sino por ocasión del pecador, ya que el hombre por su naturaleza caída inclinada al pecado tiene una tendencia natural hacia lo prohibido. “La ley prohíbe una vida mental sucia, vil, de pensamientos sugerentes. Pero, desafortunadamente, no da poder para vencer. El resultado es que la gente bajo la ley queda más envuelta en un mundo fantasioso de impureza sexual que nunca antes. Llegan a darse cuenta de que siempre que un acto queda prohibido, la naturaleza caída quiere hacerlo más.”73 El “no hagas esto y no hagas aquello” despierta, en el hombre carnal deseos dormidos que motiva a hacer lo prohibido. Es esta una causa para el consumo de alcohol, el consumo de cigarrillo, el adulterio, homicidios y otras transgresiones más, que aumentan cada día, sin importar que los medios inciten a no cometer esas atrocidades y alerten sobre el perjuicio a la salud de ciertos productos. Claro, lo dicen por cumplir una ley que así lo exige, pero es más bien parte del simulacro de este mundo caído.

Lo prohibido trae curiosidad al individuo depravado.”Las aguas hurtadas son dulces, y el pan comido en oculto es sabroso.”(Pov.9:17). La Ley trae muerte al pecador no por la misma ley, sino por el pecador, porque ninguna persona tiene la capacidad para cumplir a cabalidad con los estándares requeridos por la ley, si no es por el poder de Dios. “Es, pues, una cuestión resuelta el afirmar que la Ley no es mortal por naturaleza, sino que es nuestra corrupción quien provoca y mantiene sobre nosotros su maldición.”74 Nadie califica para hacer una transformación de sí mismo, por sus propios medios. De donde la ley descalifica espiritualmente al pecador para salvación. De forma natural nadie pasa esa prueba. Sólo en quienes están conforme al Espíritu es posible cumplir las demandas de la Ley. Para ser salvo se necesita una relación personal íntima con Dios mediante Jesucristo. Cristo es la solución a esos males.

Pero no es que la ley en sí es causa de muerte. Quien es causa de muerte es el pecado, el cual para mostrarse pecado produce la muerte por la incapacidad del hombre de no hacer solamente lo que es bueno. Es por esa “interior corrupción pecaminosa, que, al ser puesta al descubierto por el mandamiento, se valió de ese mismo mandamiento para quebrantarlo conscientemente, cuanto más que el fruto prohibido provoca la tentación.” 75 Solo el Espíritu Santo puede hacer posible que el hombre pueda sujetar sus deseos pecaminosos, vivir moralmente en rectitud y llevar fruto de justicia. “Se trata de una vida recta que evidencia la justificación por la fe como una posición frente a Dios por una vida práctica.”76

La ley sirve para demostrar al hombre su situación pecaminosa y le muestra su necesidad de darse cuenta que necesita volverse a Dios, para ser restaurado. La Ley no tiene poder para vencer la tendencia al pecado.

Pablo argumenta en romanos que tanto el judío como el gentil vienen a Dios en los mismos términos, y que la ley no es una ventaja directa para la salvación, aún cuando es valiosa para saber más acerca de la salvación.”77

5.- Dos naturalezas en conflicto (7:14-25)

Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros! Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (v. 14-25).

Este párrafo inicia con la palabra “porque” que es un enlace entre lo que Pablo dijo anteriormente sobre la ley y lo que se va a expresar mas adelante respecto al concepto de que “la ley es espiritual más yo soy carnal, vendido al pecado;” por tanto, humanamente no hay fuerza para liberar al pecador del poder del pecado. Pablo no oculta la fragilidad del hombre frente a la tentación, debido a la naturaleza humana caída, no queriendo esto decir que él se consideraba espiritualmente inmaduro, sino que la victoria sólo es posible lograrla con la ayuda del Espíritu Santo y no por logros meramente humanos, con ayuda de psicólogos, ni con libros de auto-ayuda. “Tristemente la mayor parte del moderno aconsejamiento psicológico cristiano centra la atención del aconsejado en sí mismo y por ello complica los problemas en lugar de solucionarlos. Las personas han de saber que han muerto con Cristo y que han resucitado con Él para andar en novedad de vida. Entonces, en lugar de tratar de mejorar la carne, la relegarán al sepulcro de Jesús.”78

Por tanto en la oración modelo Jesús enseña que pidamos al Padre que no nos deje caer en tentación. Librarnos en las tentaciones no depende de la voluntad humana solamente, sino de la gracia y misericordia de Dios. Dios puede librar de la tentación y librar en la tentación.

Pablo reconoce lo espiritual de la ley, por lo cual para cumplir la ley no basta el recurso humano, sino que es imprescindible el recurso espiritual.

Ya que es de conocimiento que la ley es espiritual, no es posible ignorar que no es en la fuerza humana, sino con el poder del Espíritu Santo que es posible el cumplimiento de la ley. Cuando Pablo dice “vendido al pecado” se refiere que aunque el pecado no puede enseñorearse del creyentes (6:12-14), es como una rata roedora que se mantiene alrededor de la casa, por lo que los habitantes de esa casa deben estar a la expectativa, pues en cualquier descuido puede penetrar a la vivienda y ocasionar un desastre. No se puede dar ninguna oportunidad al pecado. Ni deis lugar al diablo” (Efesios 2:27).

En cuanto exista la vivienda, existe la amenaza de la rata. En tanto el creyente viva debe estar a la expectativa de no caer en la trampa del pecado. Es imprescindible un blindaje espiritual expresado en una vida espiritual fortalecida en la oración y la búsqueda constante y continua del Señor, con una vida rendida al Señorío de Jesucristo en todos los aspectos. La oración y la búsqueda del rostro de Dios es el remedio.

Es posible que Pablo al expresar este párrafo estuviera derramado en llanto por el dolor de no vencer al pecado cabalmente. Es muy triste para el creyente transgredir. Por eso Pablo en su dolor se dice y se repite el mismo concepto: no quiere pecar, pero peca, aborrece pecar, pero cae. Evidentemente hay dos naturalezas en conflicto: el hombre caído y la nueva vida en Cristo. Cada día el creyente debe admitir sus fracasos y confesarlos, creyendo en la suficiencia de Jesucristo, manteniendo la disposición de una vida rendida a Él, por el poder del Espíritu Santo.

Cuando se junta la concupiscencia con la tentación se produce el pecado. La concupiscencia impulsa a no hacer el bien que concientemente quiere hacer, por tanto hace el mal que no quiere. El creyente no quisiera pecar pero impulsado por los sentidos, por las emociones y las necesidades de la carne, las presiones del sistema del mundo, y de los sutiles ataques del enemigo se las almas, sucumbe a la tentación. Muchas veces actúa desde heridas y emociones que no han sido sanadas.

Cada día el creyente debe crucificar la carne que está sedienta o deseosa de hacer lo que no agrada al Espíritu. Es una lucha constante entre lo que agrada al Espíritu y lo que agrada a la carne. Es el Espíritu Santo quien da la victoria sobre el pecado.

Porque el deseo de la carne es contra el Espírito, y el deseo del Espíritu en contra de la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagas lo que quisierais, pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Ga 5:17-18).

El creyente debe reconocer que no es con sus propias fuerzas que va a vencer el pecado, sino con el poder del Espíritu Santo. Es de esta manera que se fortalece el carácter del creyente en camino victorioso hasta alcanzar la estatura de Cristo.


Reconociendo su situación personal, consciente del deseo de su carne, que no es el deseo de su espíritu, Pablo, lleno de arrepentimiento exclama: ¡Miserable de mí¡ ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Inmediatamente reconoce la grandeza de Dios, dando gracias por Jesucristo, vuelve a confesar su reconocimiento de que la ley es de Dios, y es espiritual. En nuestros días hay personas catalogadas como de buenas cualidades. “Podemos, por tanto, pensar en aquellas personas de nuestros que encajan en este perfil, seres humanos que tienen un deseo profundo y sincero de hacer el bien y de conseguir la aprobación de su dios. De hecho, dado el entorno pluralista de nuestro tiempo, vivimos rodeados de personas totalmente dedicadas a varias religiones y creencias. Sin embargo, la experiencia de Pablo y otros judíos bajo la Ley demuestra este punto: la sinceridad no basta.”79
La ley revela el pecado, el pecado es espiritual, la ley es espiritual, es santa, es expresión de la voluntad de Dios. El mal está en el cuerpo, la vieja naturaleza corrupta, que se inclina a pecar y se encuentra al servicio del pecado, por eso cada día hay que crucificar la carne. Son éstos los deseos carnales que batallan contra el alma. (1P 2:11). Es este el batallar diario del creyente. He aquí la batalla de la fe. El Espíritu Santo es el perfecto ayudador para vencer en este conflicto.
Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos” (1Ti6:12).
6.-El Espíritu Santo capacita al creyente para cumplir la ley y vivir una vida victoriosa (8:1-39).

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;  porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos. Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” ( v. 1-39).

Pablo está haciendo reiterativa la doctrina de la justificación. El apóstol hace una especie de resumen respecto a todo lo expresado, pues ninguna condenación hay para el cristiano auténtico que no anda conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Insiste en que los cristianos que andan conforme al Espíritu están en Cristo Jesús. Para ellos no hay condenación.

La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, es quien libra del poder del pecado y por tanto de la muerte. Es el poder de la sangre de Jesucristo que limpia de todo pecado. El poder de la sangre de Cristo da poder al creyente para decidir no pecar.

La ley dicta los mandamientos para condenar, pero no tiene poder para librar al pecador de la esclavitud de pecar. La ley no salva. La ley es norma de conducta del creyente. Ella sólo está ahí para juzgar y condenar. La ley está ahí para decir al creyente qué es pecado y mostrar cuál es el suyo. En las congregaciones hay algunos hermanos que son semejantes a la ley, solo saben mostrar los pecados de los demás hermanos, juzgar y condenar. Para la ley es imposible hacer que el pecador no peque. Es imposible para la ley controlar la carne, porque no es cuestión de la ley, es cuestión de la naturaleza caída del hombre, su inclinación al pecado, que lleva al hombre a la desobediencia.

Gálatas 5:25: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”

La justicia de la ley se hace patente en el creyente que no anda conforme a los deseos de la carne sino conforme al Espíritu Santo. En el creyente que mora el Espíritu Santo, la concupiscencia y los deseos de la carne están sujetos, y no siente anhelo de pecar. El pecado se produce en el instante que la concupiscencia y la tentación se encuentran.

Una vida gobernada por la carne es una vida dependiente del esfuerzo y recursos humanos finitos, una vida egoísta, a diferencia de una dirigida por el Espíritu de Dios.”80 La carne del creyente se encuentra inclinada pero no obligada al pecado. El creyente debe entender que los que viven según la carne no agradan a Dios. El creyente debe desarrollar una personalidad espiritual inclinada a agradar a Dios. Espiritualmente el creyente debe vivir una vida de justicia conforme al Espíritu. “No es que cese la lucha, pues el antagonismo de la carne y el Espíritu es perpetuo hasta que dejemos el cuerpo, pero el creyente aprende que la vida de paz, bendición y de victoria no depende de sus esfuerzos por alcanzar el bien, y pasa al plano más elevado de la vida espiritual.”81

El creyente debe mantener bien activo su “piloto automático” que es su relación íntima con el Espíritu Santo para vencer la tentación y no ser blanco de ésta. El creyente verdadero es resguardado por el Espíritu Santo quien libra de la tentación y da la capacidad para resistir en el momento en que ésta se presenta.

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co10:13).

La tentación no proviene de Dios, es autoría de Satanás a través de la concupiscencia, ese deseo pecaminoso del alma de disfrutar algún deseo de la carne. El alma siempre está inclinada a hacer las cosas del viejo hombre, esas cosas que agradan a la carne. De ahí su constante lucha con el espíritu, hacia un creyente carnal o un cristiano espiritual.

Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído o seducido” (Sgto. 1:13-14).

De modo que nadie puede, ni debe culpar a Dios de sus problemas causados por sus propias concupiscencias. Más bien cada situación que esté atravesando un creyente es una oportunidad para acercarse a Dios y examinar su corazón.

El auténtico creyente no anda conforme a la carne, pero no puede ignorar que la carne está ahí. La carne es el caldo de cultivo del pecado. El creyente auténtico anda conforme al Espíritu, para lo cual es importante una vida de constante oración y comunión con Dios. El verdadero creyente no anda dando propósito a las cosas de la carne. Dar propósito a las de la carne es pensar en las cosas de la carne, es gratificar la carne, es buscar satisfacción en la carne. El ocuparse de satisfacer la carne es muerte. Si el pensamiento del hombre está en el Espíritu, aquel busca las cosas del Espíritu, como son llenarse del Espíritu, tan lleno que no quepa nada más. La oscuridad y la luz no pueden estar juntas. La vida conforme al Espíritu está opuesta a la vida conforme a la carne. La vida conforme a la carne contradice todo lo que es propio del Espíritu. El fruto del Espíritu se encuentra en una vida que vive conforme al Espíritu.

Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Sgto. 1:15).

El pecado no es una mera coincidencia o incidencia, es un acto resultante de un proceso que se da en el corazón, se concibe allí y da un producto. El pecado, como dice Santiago en su epístola lleva a la muerte espiritual y hasta a la muerte física.

El ocuparse del Espíritu es vida y paz. Las cosas del mundo satisfacen la carne, son perecederas. Lo que es para la eternidad satisface al Espíritu. El creyente necesita dejarse llenar de las cosas del Espíritu, para la eternidad.

Una vida centrada en Cristo aproxima al creyente más al Espíritu y se fortalece mucho más. El creyente que agrada a la carne no agrada a Dios. El verdadero creyente no vive según la carne, más bien vive según el Espíritu que mora en él. Las cosas que agradan al Espíritu son oración, ayuno, asistencia a los cultos, lectura de la Palabra, servicio cristiano, que son consecuencia de una vida centrada en Cristo, que produce frutos para vida eterna. Así que el verdadero creyente es deudor no a la carne sino al Espíritu. Así, las cosas de la carne son banalidades que ofrece el mundo, son perecederas y producen frutos para muerte.

Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2Co 5:10).

(…) sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones”(1 Tes.2:4).

Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más” (1Tes.4:1).

Asimismo el creyente que es regenerado y vive conforme al Espíritu, es hijo de Dios y no está esclavizado al pecado. El Espíritu de Dios da testimonio al espíritu del creyente de que es hijo de Dios, y si hijo también heredero.

El Espíritu Santo le dice al creyente si pertenece a la familia de Dios en el sentido espiritual. Se puede asistir a una congregación y no ser hijo de Dios. Aquel cristiano que padece juntamente con Cristo, aquel cristiano que es conforme a la medida de Cristo, ese es el hijo de Dios y coheredero conjuntamente con Cristo. Ser hijo de Dios conlleva una vida de justicia conforme al Espíritu, siendo ésta la personalidad del creyente manifestada en una vida santa. Éstos son los creyentes guiados por el Espíritu de Dios. “Pablo no está refiriéndose aquí a casos espectaculares de guía divina en las vidas de eminentes cristianos, sino refiriéndose a lo que es cierto de todos los hijos de Dios, esto es, que son guiados por el Espíritu de Dios. No es cuestión del grado en que se dan al Espíritu Santo, sino de una relación que se inaugura en el momento de la conversión.”82

Para ser glorificado es necesario padecer juntamente con El. Esa aflicción que el cristiano padece cada día no es comparable con la gloria venidera que ha de manifestarse en aquel día cuando estemos reinando juntamente con Cristo. Pablo lo da por cierto. El apóstol da la seguridad, la certidumbre que es así.

La mente carnal es enemistad contra Dios porque su deseo es su propia satisfacción carnal. La mente carnal actúa desde su propia naturaleza caída. La mente carnal no se sujeta a la ley de Dios, ella es su propio amo. “El hombre dominado por una mentalidad carnal es enemigo de Dios, no se somete a la voluntad de Dios, ni puede hacerlo, pues es precisamente la debilidad de la carne la que impide el cumplimiento de la ley de Dios. No es posible, por tanto, que los carnales, mientras no se corrijan, agraden a Dios.”83 La mente carnal desconoce el Señorío de Cristo. Algunos cristianos quieren que Cristo sea su Salvador, pero no se someten al Señorío de Cristo. El cristiano que no se somete al Señorío de Cristo anda como cordero sin pastor. Es imposible someterse al Señorío de Cristo y pretender, al mismo tiempo, satisfacer sus propios deseos carnales.

No importan los sacrificios que se hagan, cuántas obras de caridad u obras de beneficencia se hagan, solo es posible agradar a Dios cuando se ha recibido a Jesucristo como Salvador y Señor y esas obras y esos sacrificios vienen como resultado de la transformación recibida, por la fe y por agradecimiento al Padre.

Si el Espíritu de Dios mora en una persona, es porque ha nacido de nuevo, al mismo tiempo que, si una persona es nacida de nuevo, el Espíritu de Dios mora en ella. Ese es el creyente espiritual. Una persona que ha nacido de nuevo es transformada, y ya no obra según la carne, sino según el Espíritu. El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo, es el Espíritu de Dios. El que no tiene el Espíritu no es de Cristo, no tiene a Cristo. Pero si Cristo está en el creyente, el pecado no está permanentemente en el cuerpo del creyente. Su espíritu está vivificado a causa de que ha sido justificado por fe en Cristo.

Si el Espíritu de Dios que levantó de los muertos a Jesús mora en una persona, no hay nada que temer, pues cuenta con el poder de Dios. Satanás no puede enseñorearse del creyente que ha sido regenerado por el sacrificio de Jesucristo en la cruz. Es un alerta para no dejarse engañar por Satanás, el enemigo natural del cristiano. Este enemigo es persistente en tentar al creyente.

Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo” (Lc. 4:13).

Todo el que acepte a Cristo en su corazón como su Señor y Salvador, puede tener la esperanza y la certeza de ser liberado de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa que espera todo creyente que ha sido lavado con la sangre de Jesucristo.

Como consecuencia de la tentación, no solo los creyentes son afligidos con la injusticia de este mundo, sino toda la creación, incluyendo la naturaleza, con sus montes, valles, mares y la tierra completa. “Cuando Adán pecó, su transgresión afectó no sólo a la humanidad, sino también a toda la creación, tanto animada como inanimada. La tierra está maldita. Muchos animales silvestres mueren de forma violenta. Las aves y todo tipo de animales, y peces y serpientes, son afligidos por toda suerte de enfermedades. Los resultados del pecado del hombre se han extendido como ondas de choque por toda la creación.”84 Pero la esperanza del creyente está en ese gran día de la redención. La esperanza del creyente está fijada en eso que anhela aunque no lo ve, la esperanza de un día estar con el Señor.

Para la persona que no tiene a Cristo le es muy difícil vivir. Hay quienes dicen, queriendo encontrar la manera de llenar su vacío interior “solo existo, no vivo.” Quien no tiene a Cristo su única esperanza es ver un nuevo día, comer, trabajar, contemplar lo que acontece en el paisaje del día a día, esperando una nueva decepción de la vida, de los políticos, de la sociedad y del mundo. Quien no tiene a Cristo, su esperanza está en las cosas que perecen. Y si perece ¿cuál es la esperanza? Esta es una pregunta retórica dejada a los inconversos y por qué no a los creyentes carnales.

En el momento de la salvación Cristo resucita en el corazón del creyente. Este recibe la esperanza de que un día su cuerpo sea transformado de cuerpo natural a cuerpo espiritual. Aunque el creyente no lo ve con sus ojos naturales, su fe y su esperanza le permiten tener la paciencia de aguardar ese acontecimiento.

La esperanza no es una esperanza que simplemente actúa en la mente del creyente. Es una esperanza que viene dada por el poder del Espíritu Santo que fortalece al creyente en su debilidad y en su visión obnubilada respecto de lo espiritual. Es algo que el creyente tiene por muy cierto, porque Cristo lo asegura, aunque no es real a su ojos.

Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Ef. 2:18). Debido a esta visión borrosa de lo espiritual, el creyente no puede discernir con claridad qué conviene. Pero el Espíritu mismo intercede por los hijos de Dios con gemidos que son imposibles describirlos de manera natural. Humanamente no hay manera de expresar de qué forma sobrenatural el Espíritu de Dios intercede por el creyente. Él sabe cuál es la voluntad de Dios para cada una de sus hijos. “Por esta razón Dios, que conoce el corazón, oye y responde tales oraciones. Nuestra incapacidad para orar tan específicamente como nos gustaría no es obstáculo para que Dios pueda llevar a cabo su perfecta voluntad en nuestras vidas. Pueda que no sepamos lo que hemos de pedir en una determinada situación, pero el Espíritu sí lo sabe. Sus peticiones están en perfecta consonancia con la voluntad del Señor para nosotros.”85 Por demás, “Sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”(Ro. 8:28).



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