Desesperación
No sabía qué vía espiritual seguir. Se obsesionaba preguntándose qué método o técnica aplicar. No se sentía en paz ni consigo mismo ni con los demás. Pero así pasaban los meses y los años, debatiéndose con infinitas dudas. Acudió a visitar al maestro y, atribulado, le dijo:
-Así que no sé qué método seguir.
El maestro ordenó:
-Coge la escoba y barre.
Comentario
Si la intención es pura, la motivación amorosa hacia todos los seres, la aspiración inquebrantable, la atención diligente y la ecuanimidad firme, cualquiera puede ser el método y, en lugar de estar debatiéndonos en dudas, emprendamos la acción consciente y desinteresada. Actuemos serena y relajadamente, lo mejor que podamos, como decía Milarepa, el gran yogui tibetano, «apresurándonos lentamente», con sosiego pero con entusiasmo, sin impacientamos ni tensamos, con lucidez..., y entonces incluso barrer es un milagro, porque la escoba y su movimiento se vuelven un instrumento para el cultivo de una mente sana, atenta y sosegada.
Se trata del yoga o «método de la escoba»; la meditación del barrer consciente, sin expectativas, con precisión en cada escobazo, la respiración serena, la semisonrisa en los labios, ningún afán compulsivo por acabar lo antes posible y quitarse la escoba de las manos, limpiando el suelo con una actitud tal que a la vez se vaya limpiando la mente. A través del barrer consciente iremos obteniendo una visión de la totalidad y la acción diestra se convertirá en un medio para superar los estados perniciosos de la mente y, si aparecen, bárrelos, no dejes que su polvo enturbie la visión. Puede haber mucha inspiración y revelación en barrer. Depende de la actitud, de la pericia, del grado de vigilancia y de la capacidad para conectar con el aquí y ahora.
Conocí a un yogui en una cueva de los alrededores de Katmandú. Estaba cociendo leche y, mientras contestaba a mis preguntas, la leche se desbordó. Sonrió y me dijo: «¿Lo ves? Por falta de atención. Si se cuece leche, se cuece leche». Y antes de que me despidiera de él, me dijo: «El secreto está en parar». Nunca lo he olvidado, aunque los occidentales de las junglas urbanas difícilmente sabemos hacerlo.
Temor
En el camino para visitar a su maestro, el discípulo vio a lo lejos una manada de lobos y se aterrorizó. Media hora después se reunió con el mentor y le confesó cuánto se había asustado por haberse encontrado con una manada de lobos. El maestro le preguntó:
-¿Todavía tienes eso en la mente?
Al llegar la hora de la cena, el asiento de la silla que correspondía al discípulo exhibía una pintura de Buda. Entonces el discípulo, cuando estaba a punto de sentarse y se dio cuenta de ello, se incorporó rápidamente evitando tomar asiento sobre la imagen sagrada. El maestro dijo:
-¿Todavía tienes eso en la mente?
Comentario
La mente acarrea muchos conceptos, clichés e ideas a las que se aferra. ¿Es eso libertad mental? ¿Puede así la mente expandirse como un hermoso firmamento ilimitado? ¿Es posible ver así más allá de las propias creaciones falaces de la mente? Hasta las ideas más sagradas son meras ideas; hasta las opiniones más respetables son opiniones. Muchas personas viven en función de sus ideas y opiniones, y así roban frescura a la vida e incluso la disecan o asesinan. No es la idea lo que cuenta, sino la vivencia y la actitud. No podemos estar limitados por ideas y deseos y descripciones de otros; bastante tenemos con nuestras limitaciones humanas, que hay que aceptar conscientemente y con humildad.
Vive desde tu mente y desde tu corazón, y no a través de la mente y el corazón ajenos; vive desde tus experiencias y vivencias y no a través de las vivencias y experiencias de los demás; en suma, vive tu vida, y no dejes que los otros la vivan por ti. Cada uno debe apelar a su inteligencia primordial. Ni siquiera un iluminado puede iluminar nuestro camino; porque el propio camino sólo puede ser iluminado por uno mismo. Hasta lo más sagrado puede convertirse en una gran atadura o incluso, si hay fanatismo, en la peor atadura.
En una ocasión un maestro le dio una bofetada a un discípulo por verle muy santurronamente rezando a Buda y otro le dijo a su pupilo: «Si pronuncias la palabra Buda, enjuágate la boca». Esta intencionada desacralización es para que el discípulo sea más libre y no se obsesione con las ideas, sino que desarrolle su naturaleza de comprensión y claridad sin estar sujeto a conceptos oprimentes.
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